Estamos ante un
libro antiguo. O mejor, anticuado, que es peor. Porque anticuado significa que
nos referimos a algo pasado de moda o propio de otra época. Digamos que quizá
ser anticuado es uno de los procedimientos de llegar a antiguo.
Como se indica
en las palabras iniciales del libro, Harry Schraemli es hijo y nieto de
restauradores, pero su obra más recordada es “Das Grosse Lehrbuch der Bar”
escrita en alemán en 1943. Esta historia constituye, por su parte, un clásico
en la literatura gastronómica, o sea, sobre gastronomía. Setenta años de vida
son muchos. De hecho, esta historia concluye con Auguste Escoffier, muerto en
1935 con 89 años, pero olvida que es precisamente con este cocinero cuando
podemos hablar del nacimiento de la gastronomía real, justamente desde la obra
de Escoffier.
La historia de
Schraemli por eso mismo incide en la alabanza de los cocineros que fueron
famosos en tiempos pasados: Taillevent, Antoine Carème, Alexis Soyer y el
propio Escoffier. Pero lo que fundamentalmente hace es referirse a su
trayectoria personal, su éxito como cocineros y, cuando procede, a su declinar
hasta el olvido. No hay apenas referencias a innovaciones notables, y sí al
éxito social. Porque la cocina pasó mucho tiempo en plena y exclusiva
convivencia con el lujo, la rareza, la moda y la riqueza. Curiosamente, ha sido
en estos últimos 70 años cuando se ha agigantado la figura del cocinero. Hoy
vivimos en un mundo en donde figuran de manera relevante los restauradores que
han dejado de ser servidores para pasar a ser empresarios, un camino también
iniciado por Escoffier con los establecimientos Ritz y Carlton. Todo ha
cambiado. No solamente la moda sino, sobre todo, los abastecimientos, los
cultivos, los instrumentos de la cocina, la estratificación social, el nivel de
riqueza, la búsqueda del placer en todos los campos, el sentido de innovación.
Una observación: la “carta” (el comer a la carta) fue una innovación de
Escoffier en 1899 y el Carlton de Londres; pues bien, Schraemli dice en su
libro “Contemple el lector la minuta de
un restaurante moderno: le costará trabajo encontrar algo cocido”. De
verdad, ¿se puede seguir afirmando eso?
Antes de pasar
adelante en el libro hay que entender lo que el autor califica de gourmand o de gourmet. Lejos de asociarlo en el primer caso al comilón que prefiere
la cantidad a la calidad (que se acomoda a las traducciones literales de codicioso,
ambicioso y goloso), y en el segundo al que prefiere la calidad a la cantidad
(traducible como sibarita y gastrónomo), Schraemli, invocando etimologías y
citas, liga la idea de gourmand al degustador refinado de alimentos y la de
gourmet al que se aplica a los vinos. Añade la ciencia correspondiente, a la
que llama “Gastrosofía” y “gastrósofo” al quien la practica.
El libro, por
otra parte, no es exactamente una historia de la gastronomía. Sino que reune
vidas de cocineros, historias de banquetes, relaciones de publicaciones y listas
de bibliófilos. Si a los cocineros ya les ha dado un repaso pasa en otra categoría
a referirse a Lúculo (“el general glotón”), a Brillat-Savarin (“el filósofo del
tenedor”). Grimaud de la Reyniere (“el cínico del tenedor”), Karl Friedrich von
Rumohr (“el historiador del tenedor”) y Eugen Baron von Vaerst (“el caballero
del tenedor”). Por cierto, a estos dos últimos, alemanes, les acusa de haber
asociado el termino gourmand al de glotón.
La cosa
adquiere mayor entretenimiento cuando entra a comentar los que llama “Análisis de la minuta”. Aprovecha la ocasión
para hablar de la “Grand carte” que ofrecen los hoteles (ojo: apenas aparece la
referencia a lugares exclusivos de restauración). Dos primeras críticas. La primera,
la extensión, repitiendo el mismo plato con ligeras variaciones (yo recuerdo un
restaurante bueno y conocido de mi infancia donde se ofrecían, por ejemplo,
diez tortillas distintas: de jamón, de chorizo…). La segunda, el abuso de los nombres
rebuscados; y cita un ejemplo “¿Adivinarían
ustedes que ‘les danseuses de la riviére’ no son mas que truchas ‘au bleu’?”.
En este punto las actuales cartas han llegado a extremos insospechados,
especialmente al referirse a los “lechos”. Especialmente curiosa y extensa en
su referencia a la utilización de términos que indican inmediatamente algo del
plato: floretine-espinacas, portuguese-tomate, parmentiere-patata… Al final se
solaza en la familia de los steaks, y, sobre todo, en la langosta a la
americana, donde se carga la teoría de la langosta a la armoricana. Para algo
el autor es suizo y escribe en alemán. Nos da incluso recetas.
Advertíamos que
una verdadera historia de la gastronomía se mezclaba con una historia de la
literatura gastronómica, Y se hace con
generosidad, citando autores y libros. No en balde los Schraemli han
formado una extensa biblioteca de temas culinarios. Los datos que ofrece tienen
más interés para el que busque esa información que para el lector corriente,
que puede saltársela dándola únicamente una ligera ojeada. Aparece, eso sí,
Ruperto de Nola como primer escritor español de gastronomía.
Algo que no se
debe olvidar es que cuando se habla de la gastronomía de tiempos pasados, se está
haciendo referencia a lo que podemos englobar bajo el concepto de “festín”, en
donde la vanidad cuenta con un importante papel y la riqueza un elemento
necesario. Algo que ha cambiado radicalmente en los tiempos actuales. Por una parte,
la gastronomía es un placer que se disfruta dentro de cierta privacidad y,
aunque tiene un costo claro, es disfrutada por gran parte de la clase media,
que en ocasiones la práctica y que la sigue por los nuevos programas de televisión
dedicadas a la cocina. Por ello las recetas que Schraemli distribuye en su
libro no pasan de suscitar curiosidad. E incluso un poco de asco en ocasiones.
Al llegar al
huevo son muchas las consideraciones que hace Schraemli. Todas elogiosas por
descontado, especialmente para los de gallina, porque hay que come huevos de avestruz,
de cocodrilo, de todo bicho que pone huevos. Más aún, hay quien prefiere los
huevos podridos, ligeramente podridos o muy podridos, algo que obviamente nos
produce lo que ahora se llaman malas vibraciones. Pero sentadas las bondades
del huevo, se destaca como, en definitiva, se mantienen las formas usuales de
consumo: los huevos pasados por agua, los cocidos, las tortillas y los mezclados
o no con harina, constituyen las “formas clásicas”...
que “no han cambiado desde hace millones de años”. Bueno, desde que se
conoce el fuego y quizá la cerámica (para cocer el huevo) o los metales (para
hacer la tortilla). Aludirá luego a los huevos fritos (de los que da una
receta) pero sorprende que acepte que se utilice para freírlos tanto
mantequilla como aceite. Por otra parte, hace compatibles esas formas clásicas
con la elogiada autoría francesa de más de mil formas de tratar los huevos.
Tras referirse
al arte de trinchar (hoy en desuso social) salta al tema de las salsas. Cuyo
conocimiento lo liga, curiosamente, con la sal: cuando se prueba la sal, surge
la salsa. El libro repasa someramente las principales. Hoy hay muchas más y las
compramos hechas en supermercados; la labor gastronómica consume tiempo y ese
tiempo solo los tienen los cocineros profesionales. Sigue el examen de la
mostaza, hoy en decadencia; de las ensaladas, hoy muy diversas de las
tradicionales y creadas sobre la marcha; del mazapán… Parémonos un momento en
los helados. Recuerdo aquellos helados caseros en los que con la ayuda de un
pobre “frigidaire” (entonces se llamaban así a los frigoríficos) se hacía dando
vueltas de manera incansable a una manivela que movía el pretendido helado (que
no solía salir bien). Schraemli nos traslada del hielo, siempre rígido, al
helado. Uno recuerda los antiguos ventisqueros donde se conservaba nieve que
permitía a algunos disfrutar del frío en los meses calurosos del verano.
El libro sigue
discurriendo por los mismos derroteros, pero no hace sino reforzar la sensación
de que algo o casi todo ha cambiado. La gastronomía como algo que tiende a
maximizar nuestro placer al comer, es decir, al alimentarnos. Algo sobre lo que
todos tenemos conciencia de ser absolutamente personal. Uno, pienso, no es del
todo persona si no hay cosas que no come y que rechaza. Pero al mismo tiempo es
un fenómeno cultural y, por lo mismo, cambiante a través de la evolución
combinada con pequeñas revoluciones dirigidas por la moda.
Hay algo que se
olvida en el libro: la llegada de nuevos alimentos desde Asia, y, sobre todo,
desde la descubierta América. ¿Cómo podía ser la cocina sin que se utilizara la
patata o el tomate? ¿Puede hablarse de una cocina comparable con la actual? En
cualquier caso, estamos ante unos momentos históricos en que emergió una
gastronomía distinta. A medida que leemos el libro nos sentimos sumergidos en
un mar de anécdotas y datos históricos, en su mayor parte desconocidos y
generalmente divertidos.
Si eso
buscamos, eso encontramos. Pero, al menos yo, no buscaba eso. Wikipedia da un
concepto más profundo de la gastronomía, que no es sino “el estudio de la relación del ser humano con su alimentación y su medio
ambiente o entorno”. Añade que “no siempre
se puede afirmar que un cocinero es un gastrónomo”. Y es de temer que Harry
Schraemli esté en ese caso, aunque se le califique de hostelero y escritor.
¿Es, al menos, un historiador?
“Historia de la gastronomía” es un libro
escrito por Harry Schraemli. La edición comentada es la primera reimpresión
realizada en septiembre de 1993 por Destinolibro como número 171 de su colección.
La primera publicación se llevó a cabo por la Editorial Destino en 1950.
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