La sombra de
Soros, como la del ciprés, es alargada. Parece llegar a todo y, si inicialmente
se le vio como un profanador de los órdenes financieros y monetarios, poco a
poco comienza a vérsele como una persona que maneja ámbitos más complejos y
delicados, si cabe. Y la gente se divide: unos le ven como un ser beatífico que
trata de mejorar la sociedad; otros como diablo que trata de manipularla, pero
no hacia su mejora, sino hacia su propio interés, que incluye el dinero, el
poder, la influencia y la misma diversión. Manejar el mundo o parte de él debe
resultar, en efecto, entretenido.
Soros, para
bien o para mal, nació hace tiempo, el 12 de agosto de 1930. Judío escasamente
practicante, sufrió una tormentosa infancia y juventud bajo el dominio nazi.
Asentado en los Estados Unidos, hizo fortuna. Financiero de éxito, empresario,
influyente, fueron facetas que rodearon su imagen y a las que dio explicación y
sentido.
¿Estamos ante
una peripecia personal que acabará con él o ante la previsible continuidad de
su acción por un entramado que le sobreviva? Uno piensa que ni lo uno, ni lo otro.
Pero el entramado ya existe y su cabeza es la Fundación Open Society.
El que un
experto universitario dedicado a temas económicos como es Juan Antonio de
Castro (que además ha sido asesor y colaborador en las tareas de las Naciones
Unidas), se una a una periodista como Aurora Ferrer, dedicada al análisis de la
inteligencia, y se hayan fijado en Soros no es gratuito. Todo comenzó con la
inquietud que generaba el proceso de independentismo catalán, que hizo que
Aurora Ferrer pensar en dedicar su máster a este llamado proceso y que un
catedrático la hiciera revisar y orientar sus sospechas, hasta entonces
volcadas hacia Rusia, hacia la personalidad de Soros. Unida a De Castro
llevaron a cabo una serie de investigaciones, sin descartar inicialmente del
todo la hipótesis rusa, fruto de las cuales fueron una serie de comunicaciones
que dirigieron al juez Llerena y a la UDEF. Todo sucedía en abril de 2018.
El libro recoge
el contenido básico de esas comunicaciones. Las describe detalladamente y de
manera minuciosa. Sin embargo, la atención inevitablemente se vuelve hacia las
consideraciones que hace sobre la personalidad y la actuación de George Soros.
Lo que no es fácil, porque él mismo se confiesa “un campeón del relativismo” y cree en “el postulado de la “falibilidad radical” según el cual estamos
destinados a equivocarnos siempre”.
Algo importante
es lo que Aurora Ferrer destaca en la presentación del libro: la defensa de una
cierta, aunque buscada ambigüedad, que va a encontrar su apoyo en la idea que
subyace en la física cuántica y que corrobora el principio de indeterminación
de Heisenberg. Y es que, en efecto, en muchas ocasiones Soros parece hacer con
una mano lo que la otra ignora e, incluso, contradice. Recuerda la experimentación
de De Broglie: una misma cosa puede comportarse en un momento como corpúsculo o
y en otro como onda. En el primer caso con masa y posicion; y, en el segundo,
sin masa y con velocidad. Así es Soros: en un momento se le puede ver como
filántropo y benefactor, y en el siguiente como depredador y desestabilizador.
En el libro se
nos indica que “es difícil captar
plenamente las actuaciones de este personaje, sin entender antes que sus
motivaciones se sustentan en `ideas madre’ surgidas de una auténtica sociología
del caos”. Una de ellas es la ya indicada de la incertidumbre. Otras es la “reflexividad”:
“una retroactividad en los dos sentidos,
entre la realidad del mercado y su percepción”. En palabras del mismo
Soros: “Existe una doble conexión entre
las opiniones de los actores políticos y las situaciones en las que participan.
De un lado sus puntos de vista son transformados en eventos; del otro, los eventos
influencian a sus opiniones. Denomino la primera función participativa, y a la
segunda, función cognitiva. Percepción y realidad quedan conectados a través de
un doble bucle de retroacciones al que llamo reflexividad”.
Pero son
necesarias más ideas para comprender la mentalidad de Soros. Una primera es la
apropiación de la idea de “sociedad abierta” que creó Bergson y popularizó
Popper, que asume como “un sistema
político teóricamente transparente, sin tiranos al mando y la con la libertad y
los derechos humanos como piedras angulares”. ¿Onda o corpúsculo? Otra es su
afección a los intereses angloamericanos y prooccidentales. Como resultado, “el modelo
de ingeniería social de Soros dibuja un escenario dicotómico de buenos y malos”;
los primeros son los ciudadanos progresistas. Los segundos, los conservadores. Pero,
en definitiva, “el Nuevo Orden Mundial de
Soros busca impedir que las naciones obstaculicen el modelo capitalista que
alimenta sus empresas”.
Surge la figura
de las llamadas “revoluciones de color”, cuyo triunfo requiere la impopularidad
del líder, la influencia externa ejercida por medio de comunicación, la
ausencia de ideología aparente y la corrupción como leit motiv de la protesta. Han sido muchas, desde el estallido de
la URSS hasta las famosas primaveras árabes. Todas han contado con esos
elementos. Pero sólo en su mayor parte han recurrido a la “resistencia no violenta”, una idea elaborada por estrategas
norteamericanos como Gene Sharp y representada por el proyecto Freedom House y
que, de pronto, vemos renacer en la Asamblea Nacional Catalana. Nada menos que
el 62% de sus medidas características han sido adoptadas en Cataluña. Todo
tiene un peligro y es que el hostigamiento termina generando actitudes
violentas.
La revolución
amarilla de Cataluña emerge en el libro como un proyecto imposible sin Soros y
su entramado. Añadamos en ese cocktail unas gotas de Gramsci, unos golpes de la
ineptitud y entreguismo de los partidos españoles, un chorretón de fake news,
dejemos reposar unos pocos años y tendremos al respuesta de ¿por qué Cataluña?
La independencia de Cataluña interesa a Soros, a su entramado y a sus socios
porque desestabilizan España. Y de una España desestabilizada todos se
benefician. Por diversas razones. Una de las principales es que fragmentar
España es fragmentar Europa, objetivo de Soros que le acercaría a ese Nuevo
Orden Mundial en el que el poder financiero global se liberaría de los yugos
nacionales. El resultado sería una nueva Europa de multitud de pequeñas
unidades. Y Cataluña es un caldo apropiado para ser apoyado. Los autores
indican que es imposible optar por la deducción (conocidos los motivos son
evidentes los resultados) o la inducción (conocidos los hechos se vislumbran las
motivaciones). Soros es demasiado turbio para optar por uno u otro método.
Quizá hay dos hechos que levantan las sospechas del libro: la denuncia de la intervención
de los agentes rusos y una deliberada utilización de la no violencia.
Lo primero es
una táctica empleada ya varias veces: desde la inspiración de muchas
revoluciones de color hasta la reciente campaña electoral de Trump. Lo segundo
es algo que encaja, casi en su totalidad, con las medidas empleadas en la
relación proporcionada por Gene Sharp como típicas de la acción no violenta. Quizá
una de las señales más evidentes de la teoría de la “fragmentación” es que
fragmentar Europa se logra, por ejemplo, apoyando frenética y desmesuradamente
la inmigración, que no solo afecta a la ya deplorable trayectoria demográfica
de Europa, como crea disidencias casi insalvables entre sus miembros. Se ha pretendido
incluso que ha apoyado el Brexit como medio de librar a la Gran Bretaña de la
catástrofe preconizada para el resto de Europa.
En el caso de Cataluña,
se ha mantenido la tesis de que el independentismo estaba apoyado por Putin.
Uno añade que es la misma táctica que Soros ha utilizado para oponerse a Trump.
Bueno, Soros y todo el equipo demócrata que, desde hace poco tiempo, experimenta
un curioso deslizamiento al “progresismo” que le aparta de la tradición
norteamericana. Soros apostó firmemente por Obama y por las aspiraciones de
Hilary Clinton. Pese al anti europeísmo de Soros, éste no ha dudado de
debilitar así a los EE UU, en pro de sus confesados ultra liberalismo y ultra capitalismo,
o de su proyecto de Open Society sin naciones y gobiernos que le estorben. Sin
embargo y sigo añadiendo, hoy los periódicos publican que las investigaciones
realizadas no acreditan la intervención de los rusos en la elección de Trump,
y, al mismo tiempo, que seguirán insistiendo los demócratas en su lucha. Y
hasta el conservador ABC aplaude a su manera.
El lanzamiento
de la fake new de la intervención rusa se encuentra por los autores en la
actuación en 2017 de David Alandete en El País. La idea se envuelve en la forma
en que el periodista accedió a la subdirección del periódico y en la operación
de salvación económica de PRISA. Todo rodeado de curiosas informaciones y
sorprendentes descubrimientos. Que provocan cierto asco, la verdad. Pronto
aparecerán personajes como Mila Milosevic Juaristi, instituciones como la Real
Instituto Elcano e, incluso países como Noruega. A uno le suena algo del 11-M.