jueves, 29 de agosto de 2019

José Luis Comellas : “Historia sencilla de la Ciencia”.


historia sencilla de la ciencia-jose luis comellas garcia llera-9788432136269
¿Estamos ante un historiador o ante un astrónomo? Porque José Luis Comellas García-Llera, coruñés, es ambas cosas, aunque se tiende a considerarle profesional de lo primero y aficionado a lo segundo. Consideremosle ahora como un divulgador.

¿Es fácil escribir “historias sencillas”? Más aún: ¿es posible? Es lo que me pregunto cuando comienzo la lectura de este libro; una lectura y amable en todo caso. Toda historia o es complicada o es simple historieta. Y este libro es historia, que difícilmente puede aspirar a la sencillez, salvo confundiendo ésta con la brevedad. Quizá sea ésta la única objeción grave que puedo dirigir a este libro que, en ocasiones, parece ser una estantería sobre cuyas baldas podemos ordenar nuestros conocimientos

La ciencia se ha sido integrando con los avances realizados por personas concretas. El libro nos trae el recuerdo y el nombre de los más importantes. Aquí pretendo seguir otro camino, prescindiendo en la medida de lo posible de esos nombres, por otra parte, de sobra conocidos por todos. Va a ser como considerar que la historia de la ciencia es solamente el resultado de todas esas personas, que, sin pretenderlo, van estableciendo nuevos caminos a la humanidad.

El hombre no es creador. En unos casos es descubridor de lo que la naturaleza esconde; en otros, es inventor que aprovecha lo que la naturaleza encierra potencialmente. La ciencia termina así siendo conocimiento y aprovechamiento de lo que la naturaleza tiene y está a nuestro alcance.

José Luis Comellas estructura su historia ajustando la historia de la ciencia a la trayectoria de la humanidad. Pero ¿qué es ciencia? Varias páginas se dedican al intento de definirla, aunque únicamente se llega a un cierto relativismo, histórico o no, en el que no falta una cierta propensión a hacer de la ciencia un reflejo del perfeccionismo tecnológico. ¿Podemos confundir la ciencia con los grandes avances que Comellas destaca como el invento del arco y las flechas, la utilización, el mantenimiento o la generación del fuego, la rueda, la numeración... tantas cosas? Él, en el fondo, no lo confunde y lo prueba la escasa atención que en el libro presta a los imperios orientales (Mesopotamia, Egipto, China) y clásicos (Grecia, Alejandría, Roma), para remansarse en la oscuridad medieval. La luz vendrá de mano de la ciencia, tan distinta de la cultura.

La Alta Edad Media, los tiempos oscuros, se nos ofrece como una época peculiar en la que Europa, y con ella Occidente, decae y se oscurece, mientras el imperio islámico de reciente creación florece. Un florecimiento un tanto peculiar porque en realidad los árabes son más bien transmisores de descubrimientos ajenos, indios o chinos fundamentalmente. Una función que más adelante cubrirá la Escuela de Traductores de Toledo, cuyas dos etapas distingue bien Comellas. La Baja Edad Media traerá importantes adelantos en medicina, navegación y, sobre todo, las universidades y el neto desplazamiento de lo eclesiástico, sustituido por la mayor presencia de lo civil.

De la Edad Media se salta al Renacimiento con su carga de humanismo, sintetizada en la profunda fe que el hombre adquiere sobre sí mismo. El descubrimiento de América, la invención de la imprenta, la revolución copernicana y la reforma del calendario serán los únicos jalones sobre los que Comellas se solaza. Prima la nueva visión sobre los hechos y la revolución es más espiritual que material.

Causa cierta sorpresa el tratamiento que se ha da al siglo XVII. Un tiempo en donde el hombre parece meditar la realidad descubierta. Por esa razón no son tanto los inventos como los científicos los que empujan a Comellas a referirse personajes de tanto peso como Descartes, Newton. Galileo, Torricelli, Leibnitz, Copérnico, Kepler, Napier… No es un siglo de descubrimientos, sino de esclarecimiento y definición de principios que permitirán el avance futuro de la ciencia. Sus aventuras y curiosidades son descritas de forma que a uno le atrae poderosamente. Bien descritas sus vidas, basta muchas veces la simple referencia a sus descubrimientos para que resultan suficientes, dada su vigencia en la ciencia moderna.

Comellas nos pinta el siglo XVIII como un remanso relativamente pacífico que coincidió con un avance en el campo económico y de la técnica. “Un siglo particularmente amable en que las cosas marchan bien”; justo lo preciso para, como mito, surja la noción de progreso en la que se afana la sociedad y el poder. Surgen las instituciones y la Enciclopedia, pero no hay grandes nombres que traigan auténticas revoluciones en las ciencias; sólo hay un progreso pausado y continuo. Si algo destaca en este siglo es lo que Comella denomina triunfo de las ciencias naturales. No en balde ”el viaje se convirtió en una especie de deber de las clases cultas”.

La Ilustración marcó una etapa especial y maduró a lo largo del siglo XVIII. Comellas nos va a ofrecer una explicación: “el siglo XVIII fue más bien pacífico” y añade que “fue un siglo particularmente amable, consciente de que las cosas marchaban bien. Quizá por eso mismo el progreso se convierte en un mito”. Interesa aumentar los conocimientos y para ello las academias sustituyen a las universidades y se hacen apetecibles a las clases altas. Se ensalza la Razón y se inventa. Pero, por ese mismo, no hay grandes personalidades que citar como revolucionarios de la ciencia.

Como en una obra teatral, el siguiente acto cambia de escenario. Llega la Revolución y el cambio de Régimen en lo político: ¿tendrá su resonancia en lo social donde la nobleza es sustituida por la burguesía? ¿Qué influencia tiene ello? Pues simplemente que surge la idea del capitalismo que traerá consigo una atención desmedida a las ciencias como camino para lograr mayores márgenes y ganancias. Lo que conduce a la “asociación, buena o no, pero casi siempre indispensable, del inventor y un socio capitalista”, en el libro se evidencia ello en la referencia a los grandes progresos que se realizan con una pretensión práctica y económica como la máquina de vapor (Watt), el barco de vapor (Fulton), el ferrocarril (Stephenson)

Termina ese siglo dando paso al ya muy próximo siglo XIX, revolucionario en lo político y en lo social. En lo político la Revolución francesa marcará el triunfo de las ideas de la Ilustración, y la irrupción de los nacionalismos, tan románticos ellos. En lo social, todo se centra en la aparición de una revolución industrial que será posible cuando la figura del inventor se encuentre con la del socio capitalista. Importa más la aplicación práctica de la ciencia que la formulación teórica de sus principios. Así destacarán los inventos que se producen con la utilización del vapor, la innovadora tecnología textil, el uso de la electricidad o el avance de las comunicaciones con el ferrocarril. La medicina vivió avances, entre los que destacaron la anestesia y la idea de la asepsia.

El invento y el inventor atraen la atención de Comellas. El inventor no es precisamente un científico, sino algo distinto. Cita como ejemplo a los inventores del avión, los hermanos Wright, dueños de un taller de bicicletas.

El siglo XX resulta crítico en la narración. Comellas parece distinguir dos etapas: la primera coincidente con el nacimiento y primeras décadas del siglo; y la segunda, manifestada fundamentalmente tras la segunda guerra mundial. La primera está presidida por lo que califica de angustia científica, una angustia provocada por el hecho de que las bases firmes sobre las que se creía fundada la ciencia fundamental se derrumban. “las cosas no eran tan sencillas, tan ‘explicables’ como se suponía y es preciso aceptar, por doloroso que resultara, una realidad infinitamente más compleja”. El libro se refiere en concreto a las conmociones que supusieron las innovadores teorías de Mach, Einstein, Planck y Freud. Gaston Bachelord fue quien definió esa nueva realidad como “angustia de la ciencia”, idea que recibe y acoge Comellas.

Resulta sorprendente la forma en que, como describe el libro, el mundo se sobrepone a esa angustia, no solamente socialmente, sino también científicamente. “A la actitud de angustia existencial de la primera mitad del siglo XX ha sucedido otra actitud, la posmoderna, que evita intranquilizarse por lo que no nos atañe directamente a la vida y a los intereses de cada uno”. Una especie de “etapa de transición” según algunos. Pero “las actitudes de desesperación no están ahora de moda”.

Al libro le basta con referirse al nuevo panorama que nace en la segunda mitad del siglo XX y progresa de manera increíble: los avances en la cosmología, la inesperada energía, el desarrollo de la electrónica, la informática invasora, la nueva medicina… Todo acompañado de nuevos términos y conceptos.

Concluye el libro afirmando que “la ciencia progresa, ha progresado siempre”. Pero al mismo tiempo alude a la sustitución de protagonismos en ese desarrollo y su sentido acelerado, que llega crear temor. “El endiosamiento del sabio… ha sido siempre peligroso, lo es y seguirá siendo”. ¿A dónde vamos? ¿Hasta dónde podemos llegar?

Un libro como este nunca sobra. Repasa lo que ya conocemos y nos aviva e ilumina su recuerdo; amplía nuestros conocimientos, siempre limitados; nos proporciona una visión nueva de dónde estamos, de dónde venimos y dónde estamos, gente perdida en el alucinante siglo XXI. Es su visión, claro, y por ello susceptible de críticas y disidencias, pero no es dogmático. Es como una narración con algunos subrayados, que son los que justamente interesan y atraen.

Todo fluye tranquilo y engarzado. Se puede abrir el libro por cualquier parte y leer. Las grandes figuras de la ciencia aparecen humanizadas y con sus servidumbres, sin que se deje de resaltar la importancia de sus descubrimientos o pensamientos. O sea, un libro entretenido, cómodo y amable, al que no es necesario prestar un especial esfuerzo de fe, como a tantos les sucede.

“Historia sencilla de la ciencia” (318 págs.) es un libro del que es autor José Luis Comellas, publicado en su segunda edición en 2009 por Rialp, tras la primera de 2007.


No hay comentarios:

Publicar un comentario