Gil Robles es
una de las figuras que llenaron el tiempo que medió entre el momento en que
proclamó la república hasta aquel otro que en el que el levantamiento nacional sustituyó
el degenerado régimen parlamentario por una confrontación bélica. No es, como
en el caso de Lerroux, un político que extienda más allá de esas fronteras
históricas. Su trayectoria es breve y ―añado― triste. Hay una sensación
general de relatividad y ambigüedad. Aunque quizá uno ve cierto tono de
soberbia.
El autor, Manuel
Álvarez Tardío es un historiador español que ha centrado su atención en nuestro
siglo XX hasta llegar a la transición y, ya dentro de ese ámbito, en los
procesos de clericalismo y anticlericalismo dentro del escenario de la segunda
república española. Ha sido editor y autor de muchas publicaciones,
especialmente en la segunda década del siglo XXI. Destaca su colaboración con
Roberto Villa García en su voluminosa obra sobre las elecciones de 1936. No
parece que ningún sesgo marque este libro donde parece pesar sobre todo el
análisis frío de los hechos.
Los políticos,
salvo excepciones, atraviesan etapas de maduración, etapas de plenitud
manifestadas en el poder, y etapas de decadencia que concluyen normalmente en
la desaparición, violenta o silenciosa, a veces post mortem a través del
llamado olvido. Es algo de lo que no se evaden normalmente sino los que
detentan o son receptores de nombramientos vitalicios, como sucede con el
papado o la monarquía. José María Gil-Robles (unión de los dos apellidos de su
padre) nació en 1898. Tuvo que enfrentarse al poder con apenas 30 años ¿Todo
fue un problema de inmadurez?
Desde su
iniciación estuvo ligado a la corriente religiosa que representaba “El Debate”
conducido por la mano de Herrera Oria y sostenida por los propagandistas,
defensores de la doctrina social de la Iglesia. Con increíble rapidez progresó
en El Debate y saltó a la política. Tenía a su favor su verbo fácil y su
habilidad organizadora. Y el sentido del trabajo, naturalmente. Uno diría que
tenía todo menos instinto político. Prueba de ello es que, siendo el líder de
las derechas y haber ganado las elecciones de 1933, sólo llegó en carrera
política a ser Ministro de Guerra y eso durante corto tiempo. Nunca fue
Presidente de la República, ni Jefe de Gobierno.
Durante la
Dictadura, que cayó el 1930 soñó con la proyectada Unión Patriótica. Cuando desapareció
sólo transcurrieron unos meses hasta que, por unas confusas elecciones
municipales, Alfonso XIII se fuera por Cartagena y se instaurara “de facto” la
república, seguida rápidamente por la correspondiente Constitución. ¿cómo
reacciona Gil-Robles? Una de las ideas que inspirarían sus futuras actuaciones
es considerar que la opción monarquía/república es simplemente un accidente,
con el que no hay que luchar sino tratar de cambiar desde dentro. Su “accidentalismo”,
el de él y de los propagandistas de su época nace aquí.
Pero la
república había llegado para quedarse y se abrió la etapa del revisionismo.
Todo empezó cuando en la madrugada del 14 de octubre de 1931 se aprobó por 178
votos contra 59 un artículo 24 (que luego sería 26) de signo claramente
anticatólico y, sobre todo, anticlerical (es demasiado extenso para ser reproducido
aquí, pero puede consultarse con facilidad en Internet, así como el inciso
final del artículo 48). Uno piensa que los hechos se producían con tanta
velocidad que todos se equivocaron. Y uno de ellos podía ser Gil-Robles que
abandonaba el partido agrario para colocarse al frente de la Acción Nacional
que proclamaba y perseguía el nuevo “posibilismo” de los conservadores dentro
de un marco republicano. Olvidaba que persistían los monárquicos que rechazaban
no la constitución republicana sino la misma forma de república, o los
católicos que confesaban su republicanismo. Y mantenía que lo que había que
hacer era “librarnos del fetichismo de las formas de Gobierno y pensar en
España”.
Se abre así una
etapa donde brilla el denodado espíritu de trabajo y el sentido organizador de
Gil-Robles. Como señala el libro “Gil-Robles se ganó semana a semana el liderazgo
de una nueva derecha, tanto por su protagonismo en los mítines, como por su aplicación
en la organización interna”. La “sanjurjada” no hizo sino fortalecer su
posición de conservadurismo posibilista y moderado. La asamblea de Acción
Nacional de octubre de 1932 acaba con los monárquicos de Goicoechea (que crean
Renovación Española) y declara que AP “era una organización incompatible con
la violencia”, lo que ante los excesos de la izquierda era solamente
ofrecer la otra mejilla.
Quizá fueron esos
excesos de las izquierdas más que las luchas intestinas de las derechas los que
se tradujeron en la victoria de la CEDA en las elecciones de 1933. Ésta, la
CEDA, anagrama de Confederación Española de las Derechas Autónomas, se había
constituido en Madrid el 5 de marzo de 1933 y Gil-Robles era su líder
indiscutible. En el libro se aclara expresamente que “la CEDA no fue ni en
su momento fundacional, ni después un partido dirigido por los obispos y
subordinado en sus actuaciones a lo que dijera la Iglesia española”. Claro
que al mismo tiempo indica que la CEDA estaba orientada hacia la doctrina
social de la Iglesia, que sus relaciones con Tedeschini y Vidal i Barraquer
eran cordiales, y que “de igual forma, muchos de los actos de la CEDA,
incluyendo sus mítines y grandes concentraciones en el exterior, se abrían o
cerraban con una misa y contaban con la presencia de párrocos y obispos”.
La victoria de
la derecha fue en 1933 rotunda. Fue favorecida por el desmadre izquierdista
(agravado con los desórdenes de Casas Viejas o la aprobación de leyes
discriminatorias y anticatólicas) y presuntamente por la presencia de las
mujeres en las elecciones y la masa rural. La CEDA no consigue sin embargo la
mayoría absoluta; pero lo que destaca es la posición minoritaria de las
izquierdas. Y aquí se produce un hecho sorprendente: la CEDA adopta un perfil
bajo y opta por que sean los radicales de Lerroux los que gobiernen. ¿Es una
decisión de Gil-Robles o una maniobra de Alcalá-Zamora? Hay que sumar el hecho
de la ambigüedad con que trató inicialmente al nacionalsocialismo nacido en
1933 y a uno de cuyos congresos había asistido; más tarde rectificó o aclaró.
En cualquier caso, tropezó con la dificultad de formar las listas electorales,
dada las diferencias existentes entre las distintas tendencias y partidos de la
CEDA.
El partido más
votado era la CEDA (110 escaños, algo menos de la cuarta parte), seguido por
los radicales de Lerroux (80 escaños). “La nueva cámara se caracterizaba por
una enorme fragmentación”. En opinión de Gil-Robles “no era el ‘momento
oportuno’ para que ellos intentaran formar gobierno”; pero añadía que les
bastaba influir desde fuera en un gobierno de centro. ¿Quién no recuerda a
tirios y troyanos? Pues eso es lo que sucedió. Con la represión de octubre se
enfrentó a los socialistas; tratando de
acercarse a ellos con las amnistías se la otorgó también a un Calvo Sotelo monárquico,
un nuevo enemigo; creó las JAP (Juventudes de la Acción Popular) que pasaron
del culto al “jefe” al desafecto ante la moderación; aparecieron las
disidencias con Herrera Oria; se debilitaron simultáneamente la CEDA y los
radicales de Lerroux; forzó la entrada en el gobierno con tres y más tarde seis
ministros provocando desórdenes y huelgas… Vio pasar diez gobiernos dirigidos
por Lerroux, Samper, Chapapieta y Portela. Habiendo sido la fuerza más votada y
la más apoyada inicialmente, perdió fuerza y sentido.
Luego llegaron
las elecciones de 1936, haciendo inevitable el enfrentamiento armado. Iniciada
la guerra, la suerte de Gil-Robles no cambió mucho de signo. Para las
izquierdas continuaba siendo su enemigo y para las derechas, su campo propio,
era un traidor o un fracasado, lo que quizá era peor. Si rechazaba cualquier
tipo de acción violenta, ¿cómo podía confiarse en él? Se le informó del alzamiento
cuando retornaba a Madrid desde Biarritz y unicamente se le ocurrió invertir el
viaje. No era de extrañar el repudio que recibió.
Me sorprende,
sin embargo, algo que recuerda Álvarez Tardío. Tras la guerra tuvo dos
entrevistas con Franco. Y fueron amables porque no en vano fueron al mismo
tiempo Ministro de Guerra uno y Jefe del Estado Mayor, otro. Pero Gil-Robles,
siguiendo su trayectoria vital, siguió “haciendo amigos”. Pese a haber tenido
fricciones con los monárquicos, ahora resultaba ser asesor de Don Juan en
Estoril. Y se enfrentó a él cuando aceptó los planes de educación del futuro
rey de España. Como se enfrentó con los propagandistas y su antiguo protector
Herrera Oria. Terminó, como era previsible, como uno más en el llamado
“contubernio de Munich”, una pirueta tan perdedora como todas las que había
emprendido.
Álvarez Tardío
es bastante misericordioso con Gil-Robles. Tras afirmar que fue “uno de los
principales protagonistas de la política español del novecientos” (uno
limitaría este lapso al transcurrido desde la caída de la Dictadura y el
comienzo de la guerra civil), agrega que “su trayectoria pública nos revela
la encrucijada a la que se enfrentaron muchos católicos durante el convulso
periodo de entreguerras”. Uno piensa en la triste reconducción de la
religión a la política, o al revés, que tan perverso es una cosa como otra. La
cosa esa de Dios y el César, como siempre.
Gil-Robles “no
se resignó, durante la transición, a pasar a un segundo plano”. Lideró la
democrática Federación Popular Democrática. Ni siquiera logró un escaño. El libro
añade: “se equivocó en su análisis de la situación”. Murió en 1980 y “El País” alabó su
perseverancia, su equilibrio y su temple. Lo que hay que recordar ahora es el
caballo muerto, la cebada y el rabo.
El
libro es valioso porque muestra con una crudeza casi total la tortuosa
personalidad de Gil-Robles. Sólo por ello su lectura enriquece la visión más reciente
del pasado, una especie de “memoria histórica” centrada y aséptica. Los errores
son los más fáciles de identificar y los más difíciles de encubrir. Y se
repiten.
“Gil Robles. Un conservador en la
república” ( págs.) es un libro del que es autor Manuel Álvarez Tardío, cuya
primera edición fue llevada a cabo en noviembre de 2016 en la colección Biografías
políticas de Editorial Gota a gota, dependiente de la fundación FAES.
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