domingo, 1 de septiembre de 2019

Manuel Álvarez Tardío : “Gil-Robles. Un conservador en la república”.


Gil Robles es una de las figuras que llenaron el tiempo que medió entre el momento en que proclamó la república hasta aquel otro que en el que el levantamiento nacional sustituyó el degenerado régimen parlamentario por una confrontación bélica. No es, como en el caso de Lerroux, un político que extienda más allá de esas fronteras históricas. Su trayectoria es breve y añado triste. Hay una sensación general de relatividad y ambigüedad. Aunque quizá uno ve cierto tono de soberbia.
El autor, Manuel Álvarez Tardío es un historiador español que ha centrado su atención en nuestro siglo XX hasta llegar a la transición y, ya dentro de ese ámbito, en los procesos de clericalismo y anticlericalismo dentro del escenario de la segunda república española. Ha sido editor y autor de muchas publicaciones, especialmente en la segunda década del siglo XXI. Destaca su colaboración con Roberto Villa García en su voluminosa obra sobre las elecciones de 1936. No parece que ningún sesgo marque este libro donde parece pesar sobre todo el análisis frío de los hechos.
Los políticos, salvo excepciones, atraviesan etapas de maduración, etapas de plenitud manifestadas en el poder, y etapas de decadencia que concluyen normalmente en la desaparición, violenta o silenciosa, a veces post mortem a través del llamado olvido. Es algo de lo que no se evaden normalmente sino los que detentan o son receptores de nombramientos vitalicios, como sucede con el papado o la monarquía. José María Gil-Robles (unión de los dos apellidos de su padre) nació en 1898. Tuvo que enfrentarse al poder con apenas 30 años ¿Todo fue un problema de inmadurez?
Desde su iniciación estuvo ligado a la corriente religiosa que representaba “El Debate” conducido por la mano de Herrera Oria y sostenida por los propagandistas, defensores de la doctrina social de la Iglesia. Con increíble rapidez progresó en El Debate y saltó a la política. Tenía a su favor su verbo fácil y su habilidad organizadora. Y el sentido del trabajo, naturalmente. Uno diría que tenía todo menos instinto político. Prueba de ello es que, siendo el líder de las derechas y haber ganado las elecciones de 1933, sólo llegó en carrera política a ser Ministro de Guerra y eso durante corto tiempo. Nunca fue Presidente de la República, ni Jefe de Gobierno.
Durante la Dictadura, que cayó el 1930 soñó con la proyectada Unión Patriótica. Cuando desapareció sólo transcurrieron unos meses hasta que, por unas confusas elecciones municipales, Alfonso XIII se fuera por Cartagena y se instaurara “de facto” la república, seguida rápidamente por la correspondiente Constitución. ¿cómo reacciona Gil-Robles? Una de las ideas que inspirarían sus futuras actuaciones es considerar que la opción monarquía/república es simplemente un accidente, con el que no hay que luchar sino tratar de cambiar desde dentro. Su “accidentalismo”, el de él y de los propagandistas de su época nace aquí.
Pero la república había llegado para quedarse y se abrió la etapa del revisionismo. Todo empezó cuando en la madrugada del 14 de octubre de 1931 se aprobó por 178 votos contra 59 un artículo 24 (que luego sería 26) de signo claramente anticatólico y, sobre todo, anticlerical (es demasiado extenso para ser reproducido aquí, pero puede consultarse con facilidad en Internet, así como el inciso final del artículo 48). Uno piensa que los hechos se producían con tanta velocidad que todos se equivocaron. Y uno de ellos podía ser Gil-Robles que abandonaba el partido agrario para colocarse al frente de la Acción Nacional que proclamaba y perseguía el nuevo “posibilismo” de los conservadores dentro de un marco republicano. Olvidaba que persistían los monárquicos que rechazaban no la constitución republicana sino la misma forma de república, o los católicos que confesaban su republicanismo. Y mantenía que lo que había que hacer era “librarnos del fetichismo de las formas de Gobierno y pensar en España”.
Se abre así una etapa donde brilla el denodado espíritu de trabajo y el sentido organizador de Gil-Robles. Como señala el libro “Gil-Robles se ganó semana a semana el liderazgo de una nueva derecha, tanto por su protagonismo en los mítines, como por su aplicación en la organización interna”. La “sanjurjada” no hizo sino fortalecer su posición de conservadurismo posibilista y moderado. La asamblea de Acción Nacional de octubre de 1932 acaba con los monárquicos de Goicoechea (que crean Renovación Española) y declara que AP “era una organización incompatible con la violencia”, lo que ante los excesos de la izquierda era solamente ofrecer la otra mejilla.
Quizá fueron esos excesos de las izquierdas más que las luchas intestinas de las derechas los que se tradujeron en la victoria de la CEDA en las elecciones de 1933. Ésta, la CEDA, anagrama de Confederación Española de las Derechas Autónomas, se había constituido en Madrid el 5 de marzo de 1933 y Gil-Robles era su líder indiscutible. En el libro se aclara expresamente que “la CEDA no fue ni en su momento fundacional, ni después un partido dirigido por los obispos y subordinado en sus actuaciones a lo que dijera la Iglesia española”. Claro que al mismo tiempo indica que la CEDA estaba orientada hacia la doctrina social de la Iglesia, que sus relaciones con Tedeschini y Vidal i Barraquer eran cordiales, y que “de igual forma, muchos de los actos de la CEDA, incluyendo sus mítines y grandes concentraciones en el exterior, se abrían o cerraban con una misa y contaban con la presencia de párrocos y obispos”.
La victoria de la derecha fue en 1933 rotunda. Fue favorecida por el desmadre izquierdista (agravado con los desórdenes de Casas Viejas o la aprobación de leyes discriminatorias y anticatólicas) y presuntamente por la presencia de las mujeres en las elecciones y la masa rural. La CEDA no consigue sin embargo la mayoría absoluta; pero lo que destaca es la posición minoritaria de las izquierdas. Y aquí se produce un hecho sorprendente: la CEDA adopta un perfil bajo y opta por que sean los radicales de Lerroux los que gobiernen. ¿Es una decisión de Gil-Robles o una maniobra de Alcalá-Zamora? Hay que sumar el hecho de la ambigüedad con que trató inicialmente al nacionalsocialismo nacido en 1933 y a uno de cuyos congresos había asistido; más tarde rectificó o aclaró. En cualquier caso, tropezó con la dificultad de formar las listas electorales, dada las diferencias existentes entre las distintas tendencias y partidos de la CEDA.
El partido más votado era la CEDA (110 escaños, algo menos de la cuarta parte), seguido por los radicales de Lerroux (80 escaños). “La nueva cámara se caracterizaba por una enorme fragmentación”. En opinión de Gil-Robles “no era el ‘momento oportuno’ para que ellos intentaran formar gobierno”; pero añadía que les bastaba influir desde fuera en un gobierno de centro. ¿Quién no recuerda a tirios y troyanos? Pues eso es lo que sucedió. Con la represión de octubre se enfrentó a los socialistas; tratando  de acercarse a ellos con las amnistías se la otorgó también a un Calvo Sotelo monárquico, un nuevo enemigo; creó las JAP (Juventudes de la Acción Popular) que pasaron del culto al “jefe” al desafecto ante la moderación; aparecieron las disidencias con Herrera Oria; se debilitaron simultáneamente la CEDA y los radicales de Lerroux; forzó la entrada en el gobierno con tres y más tarde seis ministros provocando desórdenes y huelgas… Vio pasar diez gobiernos dirigidos por Lerroux, Samper, Chapapieta y Portela. Habiendo sido la fuerza más votada y la más apoyada inicialmente, perdió fuerza y sentido.
Luego llegaron las elecciones de 1936, haciendo inevitable el enfrentamiento armado. Iniciada la guerra, la suerte de Gil-Robles no cambió mucho de signo. Para las izquierdas continuaba siendo su enemigo y para las derechas, su campo propio, era un traidor o un fracasado, lo que quizá era peor. Si rechazaba cualquier tipo de acción violenta, ¿cómo podía confiarse en él? Se le informó del alzamiento cuando retornaba a Madrid desde Biarritz y unicamente se le ocurrió invertir el viaje. No era de extrañar el repudio que recibió.
Me sorprende, sin embargo, algo que recuerda Álvarez Tardío. Tras la guerra tuvo dos entrevistas con Franco. Y fueron amables porque no en vano fueron al mismo tiempo Ministro de Guerra uno y Jefe del Estado Mayor, otro. Pero Gil-Robles, siguiendo su trayectoria vital, siguió “haciendo amigos”. Pese a haber tenido fricciones con los monárquicos, ahora resultaba ser asesor de Don Juan en Estoril. Y se enfrentó a él cuando aceptó los planes de educación del futuro rey de España. Como se enfrentó con los propagandistas y su antiguo protector Herrera Oria. Terminó, como era previsible, como uno más en el llamado “contubernio de Munich”, una pirueta tan perdedora como todas las que había emprendido.
Álvarez Tardío es bastante misericordioso con Gil-Robles. Tras afirmar que fue “uno de los principales protagonistas de la política español del novecientos” (uno limitaría este lapso al transcurrido desde la caída de la Dictadura y el comienzo de la guerra civil), agrega que “su trayectoria pública nos revela la encrucijada a la que se enfrentaron muchos católicos durante el convulso periodo de entreguerras”. Uno piensa en la triste reconducción de la religión a la política, o al revés, que tan perverso es una cosa como otra. La cosa esa de Dios y el César, como siempre.
Gil-Robles “no se resignó, durante la transición, a pasar a un segundo plano”. Lideró la democrática Federación Popular Democrática. Ni siquiera logró un escaño. El libro añade: “se equivocó en su análisis de la situación”.  Murió en 1980 y “El País” alabó su perseverancia, su equilibrio y su temple. Lo que hay que recordar ahora es el caballo muerto, la cebada y el rabo.
            El libro es valioso porque muestra con una crudeza casi total la tortuosa personalidad de Gil-Robles. Sólo por ello su lectura enriquece la visión más reciente del pasado, una especie de “memoria histórica” centrada y aséptica. Los errores son los más fáciles de identificar y los más difíciles de encubrir. Y se repiten.

“Gil Robles. Un conservador en la república” ( págs.) es un libro del que es autor Manuel Álvarez Tardío, cuya primera edición fue llevada a cabo en noviembre de 2016 en la colección Biografías políticas de Editorial Gota a gota, dependiente de la fundación FAES.

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