sábado, 10 de agosto de 2019

Roberto Villa García : “Alejandro Lerroux. La República liberal”.


Roberto Villa García es doctor en Historia y titular interino adscrito al Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Rey Juan Carlos. Su dedicación crítica y literaria se ha centrado en la época de la Segunda República y los años que la precedieron y sucedieron. Su obra más conocida es la de “1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular”, escrita en colaboración de Manuel Álvarez Tardío. Estamos tan escorados como sociedad hacia la izquierda que la simple rememoración de hechos constatados conduce al calificativo de ‘fascista’, un calificativo curiosamente anticuado pero que se conserva con el sentido con que se pronunciaba en la guerra civil.
La historia de Lerroux, tan olvidada, marca una evolución de un espíritu revolucionario al pensamiento de centro que busca la estabilidad. Al mismo tiempo, describe una perfecta trayectoria en la que, desde principios humildes, llega a ser un personaje decisivo en nuestra historia para caer con cierta brusquedad en el olvido.
Hay una primera observación que hacer sobre el libro. Trata éste de Alejandro Lerroux, un político de evidente importancia, pero sobre el que generaciones enteras hemos pasado de puntillas y con el único apoyo de las escasas ideas que sobre él se nos ofrecían. Ello debiera ser, de por sí, una pista: Lerroux debió ser un político despreciado por derechas e izquierdas, falto de reivindicaciones. ¿Este libro las hace? Una segunda critica es que el libro se refiere a una realidad cambiante tan cambiante como puede ser la actual a la que el lector medio difícilmente puede adaptarse. En otras palabras: se echa en falta una descripción más concreta de la política española desde las etapas previas de la dictadura de Primo de Rivera hasta la conclusión de la guerra civil.
Son muchos los partidos que nacen y mueren, que cambian de actitud o se fusionan, o simplemente modifican su nombre o su orientación programática o táctica. No es algo distinto de lo ocurrido en la historia reciente: los partidos que finalmente se concretan en el Partido Popular; la trayectoria del Partido Comunista hasta desembocar en la lánguida Izquierda Unida y la ocupación de su terreno por la ‘constelación’ Podemos; las descomposiciones y recomposiciones de Convergencia y Unión y compañeros de objetivos; el lamentable deslizamiento izquierdista del PSOE. Algo similar sucedió tras la caída de la Dictadura, pero si ahora el lector, sobre todo si no es muy joven, conoce esos cambios y evoluciones no sucede lo mismo cuando nos situamos en los años 30. Será culpa del lector leer este libro sin esos conocimientos previos, pero no hubiera estado de más incluir unos simples esquemas del resultado de las elecciones, en votos y escaños, así como una adscripción de los políticos citados a sus partidos.
No en balde nos hallamos ante la confluencia de dos series de datos cambiantes. De un parte, los correspondientes a la personalidad e idearios del propio Alejandro Lerroux que, de revolucionario pasa a convertirse en adalid del centrismo y la imparcialidad política. De otra, la cambiante Segunda República que en ningún momento supo hallar el equilibrio preciso para la supervivencia de un proyecto político. Esa Segunda República va a ser el escenario, tantas veces desconocido, del quehacer de Alejandro Lerroux.
La infancia de Lerroux refleja en cierto modo su carácter. Hijo de un militar republicano, oficial del Cuerpo de Veterinaria, perdió a su madre pronto y estuvo viviendo con un tío cura. Aspiró a ser militar, estudió cuando pudo y como pudo. Trampeó, vivió dependiente de apoyos, buscó denodadamente contactos, conocimientos y protecciones. Hasta que llegó el nuevo siglo. Entonces sus cualidades naturales le permitieron despegar: las primeras, su gran capacidad organizativa y su carisma
La verdadera carrera política de Lerroux se va a asentar en el periodismo. Comienza su colaboración en el diario “El País”, “El Radical” y “El progreso”. Comienza como el que recibe las bofetadas y acaba presidiendo la Asociación de la Prensa. Su origen está también ligado a Barcelona donde su sintonía con los movimientos sociales y sindicales y su anticatalanismo le permiten que su partido ocupe el vacío creado por la Unión Republicana de Barcelona. Es 1903 y Lerroux decide dar el salto a la política nacional con su partido. Tuvo que exiliarse más tarde a Argentina condenado por un delito de imprenta del que fue amnistiado.
Es preciso tener siempre presente la evolución de la Segunda República. Tras el Gobierno Provisional de 1931 que cubre el vacío de la monarquía y elabora la constitución de 1931 con sus tonos antimonárquicos, anticapitalistas y anticlericales siempre provocadores, sobrevienen tres etapas fundamentales. La primera es el primer bienio (1931-1933) dominado por las coaliciones entre republicanos y socialistas que, bajo la dirección de Azaña, introducen una serie de medidas rechazadas por la derecha. Esta reacción se manifestará en el segundo bienio (1933-1935), el llamado “negro” por las izquierdas, que es reflejo de la irritación de las derechas ante esas provocaciones: gobernará el Partido Republicano Radical dirigido por Lerroux y apoyado por la CEDA. La tercera etapa, iniciada por las discutidas elecciones de febrero de 1936, supone el triunfo del Frente Popular, constituido por la coalición de todas las izquierdas. Se amnistió a todos los implicados en la revolución de 1934, se reinstauró la Ley Agraria de 1932, Companys reavivó el independentismo catalán y se sustituyó en la Presidencia de la República a Alcalá-Zamora por Azaña. Todo duró únicamente 5 meses, produciéndose en la derecha el levantamiento militar del 18 de julio y, en la izquierda, la llamada “revolución social española”. La famosa legalidad republicana desaparecía así materialmente en ambos bandos. Sobre ese esquema se proyecta su trayectoria: en las elecciones de 1931 obtiene 90 escaños; 102 en 1933; en las confusas y peculiares elecciones de 1936 aparece con 5 votos. Fue siempre el apoyo de la derecha, carismático, defensor de las libertades, contario a los independentistas, generoso, republicano convencido, buscador de lo inclusivo, profundamente español, proclive al diálogo y el entendimiento
Quizá llama la atención el gran número de enemigos que rodearon a Lerroux y su partido radical. Muchos eran personales, de derecha, centro o izquierda, como Alcalá Zamora, Martínez Barrio o Azaña; otros, eran partidos: los socialistas y sus sindicatos principalmente. Junto a los enemigos, los que podíamos calificar simplemente de desafectos, destacando aquí los partidos de derecha, principalmente, la CEDA. No parece ser otro el destino de los partidos de centro, puramente reformistas y equilibradores, muy distintos de los que, sin ser centro, juegan a ser bisagra.
La revolución de octubre de 1934 fue la gran prueba de fuego de Alejandro Lerroux. Una revolución orquestada por socialistas y comunistas que, aunque se atribuyó al hecho de haber dado entrada Lerroux en el gobierno a tres diputados de la CEDA, era una subversión planeada y programada con anterioridad a nivel nacional. Con inusitada rapidez, Maciá declaró al mismo tiempo la proclamación de la República Catalana. Con acierto Lerroux distinguió ambas revueltas, quitando importancia a la catalana que resolvió en solo 10 horas ocupando la Generalidad, y valorando la trascendencia de la asturiana, contra la que dirigió tropas comandadas por Franco y que concluyó tras pérdidas de vidas y dos semanas de lucha armada.
Las consecuencias de las acciones de Lerroux fueron contrapuestas, Por una parte, recibió el aplauso (diferenciable del apoyo) de republicanos y no republicanos de derechas y centro. En sentido contrario, pasó a ser la bestia negra de las izquierdas que buscarían su nueva vía de ataque por el descrédito de la corrupción, y favorecidas siempre por la vaciedad, buenismo y afán de protagonismo de Alcalá Zamora. El gran problema surgió en la llamada “crisis de los indultos” que, como indica Villa forzó a Lerroux a imitar la blandura de Alcalá Zamora, a perder el apoyo de la CEDA y a dimitir finalmente de su jefatura de gobierno, aunque para más tarde reincorporarse en otro gobierno como ministro de la Guerra. Villa examina al hilo de todo ello la decidida proximidad de Lerroux hacia el estamento militar. Hay un aspecto que define bien la personalidad de Lerroux: cuando ya están declaradas las hostilidades, mantiene que el resultado final será en todo caso una autocracia: o comunista o militar. Y él considera preferible, sin dudarlo, la segunda.
Cuando llegan las nuevas elecciones, las decisivas de 1936, Lerroux las afronta con un partido decaído y dividido, con el escaso apoyo de la CEDA cuyas tácticas no comparte, con la inquina declarada de Alcalá Zamora que no duda en preferir la izquierda en la persona de Azaña, y con el afán revanchista de la izquierda fracasada en 1934 aunque básicamente indultada. La corrupción, generalizada en todos los partidos según Villa, es aprovechada contra él por medio de una insistente campaña basada en las acusaciones de los casos del Estraperlo y de Tayá-Nombela. El libro destaca cómo ya en aquellos momentos se aplicaba algo similar a la doble vara de medir actual. Para colmar la decadencia, la nueva ley electoral va a producir los desequilibrios que trató de evitar Lerroux y que se manifestaron, en medio de irregularidades adicionales, en los resultados de las elecciones de 1936.
Cuenta Villa cómo, aunque trató de reanimar al partido radical, terminó cediendo, avisado además de una hipotética sublevación militar. Casualmente, el mismo día 18 de julio pasa a Portugal. Reunirá allí a su familia y regresará a España tras la guerra donde será juzgado y absuelto por su pertenencia a la masonería, aduciendo su simple papel de ‘durmiente’. Escribirá su “Pequeña historia”. Sus bienes habían sido robados en la zona republicana. Murió en Madrid en 1949. Algunos antiguos enemigos acudieron a su entierro.
El libro constituye un merecido homenaje hacia una figura deliberadamente condenada al olvido o la mentira por unos y otros. Una persona que, como se apunta por el autor, anticipa y encarna de alguna forma el espíritu de la Transición.
  “Alejandro Lerroux. La república liberal” (288 págs.) es un libro escrito por Roberto Villa García en 2019 y publicado marzo del mismo año en la colección de Biografías Políticas de la la fundación FAES.

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