Roberto Villa
García es doctor en Historia y titular interino adscrito al Departamento de
Ciencias Sociales de la Universidad Rey Juan Carlos. Su dedicación crítica y literaria
se ha centrado en la época de la Segunda República y los años que la precedieron
y sucedieron. Su obra más conocida es la de “1936. Fraude y violencia en las
elecciones del Frente Popular”, escrita en colaboración de Manuel Álvarez
Tardío. Estamos tan escorados como sociedad hacia la izquierda que la simple
rememoración de hechos constatados conduce al calificativo de ‘fascista’, un
calificativo curiosamente anticuado pero que se conserva con el sentido con que
se pronunciaba en la guerra civil.
La historia de
Lerroux, tan olvidada, marca una evolución de un espíritu revolucionario al
pensamiento de centro que busca la estabilidad. Al mismo tiempo, describe una
perfecta trayectoria en la que, desde principios humildes, llega a ser un
personaje decisivo en nuestra historia para caer con cierta brusquedad en el
olvido.
Hay una primera
observación que hacer sobre el libro. Trata éste de Alejandro Lerroux, un político
de evidente importancia, pero sobre el que generaciones enteras hemos pasado de
puntillas y con el único apoyo de las escasas ideas que sobre él se nos
ofrecían. Ello debiera ser, de por sí, una pista: Lerroux debió ser un político
despreciado por derechas e izquierdas, falto de reivindicaciones. ¿Este libro las
hace? Una segunda critica es que el libro se refiere a una realidad cambiante ―tan
cambiante como puede ser la actual― a la que el lector medio difícilmente
puede adaptarse. En otras palabras: se echa en falta una descripción más
concreta de la política española desde las etapas previas de la dictadura de
Primo de Rivera hasta la conclusión de la guerra civil.
Son muchos los
partidos que nacen y mueren, que cambian de actitud o se fusionan, o simplemente
modifican su nombre o su orientación programática o táctica. No es algo
distinto de lo ocurrido en la historia reciente: los partidos que finalmente se
concretan en el Partido Popular; la trayectoria del Partido Comunista hasta desembocar
en la lánguida Izquierda Unida y la ocupación de su terreno por la
‘constelación’ Podemos; las descomposiciones y recomposiciones de Convergencia
y Unión y compañeros de objetivos; el lamentable deslizamiento izquierdista del
PSOE. Algo similar sucedió tras la caída de la Dictadura, pero si ahora el
lector, sobre todo si no es muy joven, conoce esos cambios y evoluciones no
sucede lo mismo cuando nos situamos en los años 30. Será culpa del lector leer
este libro sin esos conocimientos previos, pero no hubiera estado de más
incluir unos simples esquemas del resultado de las elecciones, en votos y
escaños, así como una adscripción de los políticos citados a sus partidos.
No en balde nos
hallamos ante la confluencia de dos series de datos cambiantes. De un parte,
los correspondientes a la personalidad e idearios del propio Alejandro Lerroux
que, de revolucionario pasa a convertirse en adalid del centrismo y la
imparcialidad política. De otra, la cambiante Segunda República que en ningún
momento supo hallar el equilibrio preciso para la supervivencia de un proyecto
político. Esa Segunda República va a ser el escenario, tantas veces desconocido,
del quehacer de Alejandro Lerroux.
La infancia de
Lerroux refleja en cierto modo su carácter. Hijo de un militar republicano,
oficial del Cuerpo de Veterinaria, perdió a su madre pronto y estuvo viviendo con
un tío cura. Aspiró a ser militar, estudió cuando pudo y como pudo. Trampeó,
vivió dependiente de apoyos, buscó denodadamente contactos, conocimientos y
protecciones. Hasta que llegó el nuevo siglo. Entonces sus cualidades naturales
le permitieron despegar: las primeras, su gran capacidad organizativa y su
carisma
La verdadera
carrera política de Lerroux se va a asentar en el periodismo. Comienza su
colaboración en el diario “El País”, “El Radical” y “El progreso”. Comienza
como el que recibe las bofetadas y acaba presidiendo la Asociación de la Prensa.
Su origen está también ligado a Barcelona donde su sintonía con los movimientos
sociales y sindicales y su anticatalanismo le permiten que su partido ocupe el
vacío creado por la Unión Republicana de Barcelona. Es 1903 y Lerroux decide
dar el salto a la política nacional con su partido. Tuvo que exiliarse más
tarde a Argentina condenado por un delito de imprenta del que fue amnistiado.
Es preciso tener
siempre presente la evolución de la Segunda República. Tras el Gobierno
Provisional de 1931 que cubre el vacío de la monarquía y elabora la constitución
de 1931 con sus tonos antimonárquicos, anticapitalistas y anticlericales
siempre provocadores, sobrevienen tres etapas fundamentales. La primera es el primer
bienio (1931-1933) dominado por las coaliciones entre republicanos y
socialistas que, bajo la dirección de Azaña, introducen una serie de medidas
rechazadas por la derecha. Esta reacción se manifestará en el segundo bienio
(1933-1935), el llamado “negro” por las izquierdas, que es reflejo de la irritación
de las derechas ante esas provocaciones: gobernará el Partido Republicano
Radical dirigido por Lerroux y apoyado por la CEDA. La tercera etapa, iniciada
por las discutidas elecciones de febrero de 1936, supone el triunfo del Frente
Popular, constituido por la coalición de todas las izquierdas. Se amnistió a
todos los implicados en la revolución de 1934, se reinstauró la Ley Agraria de
1932, Companys reavivó el independentismo catalán y se sustituyó en la
Presidencia de la República a Alcalá-Zamora por Azaña. Todo duró únicamente 5
meses, produciéndose en la derecha el levantamiento militar del 18 de julio y,
en la izquierda, la llamada “revolución social española”. La famosa legalidad
republicana desaparecía así materialmente en ambos bandos. Sobre ese esquema se
proyecta su trayectoria: en las elecciones de 1931 obtiene 90 escaños; 102 en
1933; en las confusas y peculiares elecciones de 1936 aparece con 5 votos. Fue
siempre el apoyo de la derecha, carismático, defensor de las libertades, contario
a los independentistas, generoso, republicano convencido, buscador de lo
inclusivo, profundamente español, proclive al diálogo y el entendimiento
Quizá llama la
atención el gran número de enemigos que rodearon a Lerroux y su partido
radical. Muchos eran personales, de derecha, centro o izquierda, como Alcalá
Zamora, Martínez Barrio o Azaña; otros, eran partidos: los socialistas y sus
sindicatos principalmente. Junto a los enemigos, los que podíamos calificar
simplemente de desafectos, destacando aquí los partidos de derecha,
principalmente, la CEDA. No parece ser otro el destino de los partidos de
centro, puramente reformistas y equilibradores, muy distintos de los que, sin
ser centro, juegan a ser bisagra.
La revolución
de octubre de 1934 fue la gran prueba de fuego de Alejandro Lerroux. Una revolución
orquestada por socialistas y comunistas que, aunque se atribuyó al hecho de
haber dado entrada Lerroux en el gobierno a tres diputados de la CEDA, era una
subversión planeada y programada con anterioridad a nivel nacional. Con
inusitada rapidez, Maciá declaró al mismo tiempo la proclamación de la
República Catalana. Con acierto Lerroux distinguió ambas revueltas, quitando
importancia a la catalana que resolvió en solo 10 horas ocupando la Generalidad,
y valorando la trascendencia de la asturiana, contra la que dirigió tropas
comandadas por Franco y que concluyó tras pérdidas de vidas y dos semanas de lucha
armada.
Las
consecuencias de las acciones de Lerroux fueron contrapuestas, Por una parte,
recibió el aplauso (diferenciable del apoyo) de republicanos y no republicanos
de derechas y centro. En sentido contrario, pasó a ser la bestia negra de las
izquierdas que buscarían su nueva vía de ataque por el descrédito de la
corrupción, y favorecidas siempre por la vaciedad, buenismo y afán de
protagonismo de Alcalá Zamora. El gran problema surgió en la llamada “crisis de
los indultos” que, como indica Villa forzó a Lerroux a imitar la blandura de
Alcalá Zamora, a perder el apoyo de la CEDA y a dimitir finalmente de su
jefatura de gobierno, aunque para más tarde reincorporarse en otro gobierno
como ministro de la Guerra. Villa examina al hilo de todo ello la decidida proximidad
de Lerroux hacia el estamento militar. Hay un aspecto que define bien la
personalidad de Lerroux: cuando ya están declaradas las hostilidades, mantiene
que el resultado final será en todo caso una autocracia: o comunista o militar.
Y él considera preferible, sin dudarlo, la segunda.
Cuando llegan
las nuevas elecciones, las decisivas de 1936, Lerroux las afronta con un
partido decaído y dividido, con el escaso apoyo de la CEDA cuyas tácticas no
comparte, con la inquina declarada de Alcalá Zamora que no duda en preferir la
izquierda en la persona de Azaña, y con el afán revanchista de la izquierda
fracasada en 1934 aunque básicamente indultada. La corrupción, generalizada en
todos los partidos según Villa, es aprovechada contra él por medio de una
insistente campaña basada en las acusaciones de los casos del Estraperlo y de Tayá-Nombela.
El libro destaca cómo ya en aquellos momentos se aplicaba algo similar a la
doble vara de medir actual. Para colmar la decadencia, la nueva ley electoral
va a producir los desequilibrios que trató de evitar Lerroux y que se
manifestaron, en medio de irregularidades adicionales, en los resultados de las
elecciones de 1936.
Cuenta Villa cómo,
aunque trató de reanimar al partido radical, terminó cediendo, avisado además
de una hipotética sublevación militar. Casualmente, el mismo día 18 de julio
pasa a Portugal. Reunirá allí a su familia y regresará a España tras la guerra donde
será juzgado y absuelto por su pertenencia a la masonería, aduciendo su simple
papel de ‘durmiente’. Escribirá su “Pequeña historia”. Sus bienes habían
sido robados en la zona republicana. Murió en Madrid en 1949. Algunos antiguos
enemigos acudieron a su entierro.
El libro
constituye un merecido homenaje hacia una figura deliberadamente condenada al
olvido o la mentira por unos y otros. Una persona que, como se apunta por el
autor, anticipa y encarna de alguna forma el espíritu de la Transición.
“Alejandro Lerroux. La república liberal” (288
págs.) es un libro escrito por Roberto Villa García en 2019 y publicado marzo
del mismo año en la colección de Biografías Políticas de la la fundación FAES.
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