Sorprende que
un libro concluya con este párrafo: “Es muy difícil creer que sean los
asistentes los que pagan los elevadísimos honorarios que cobra Al Gore por sus
conferencias. Todo parece indicar que lo hacen organismos interesados en que se
acepten sus teorías o empresas relacionadas con la generación o
comercialización de energías verdes.” Más claridad es imposible, ¿o no?
Porque en el párrafo que le precede afirma: “Los medios de comunicación, en
su práctica totalidad, aceptan como dogmas de fe, sin comprobarlos en absoluto,
sus más que dudosos argumentos”. Hablamos claro, del cambio climático, eso
de que nos hablan constantemente y de forma cansina las televisiones, los
periódicos y las fuentes de información de las en teoría nos alimentamos. Hoy
mismo las televisiones españolas nos han avisado de la necesidad de reducir el
consumo de carne para evitar el metano que acompaña las flatulencias de las
vacas. Y de que Alemania, dando ejemplo, ha elevado sustancialmente el IVA
aplicable a las ventas de carne. Ya se sabe por dónde pasa el Pisuerga…
¿Quién se
atreve a decir estas cosas? Debo confesar que no conocía nada de un pilarista ingeniero
de caminos, canales y puertos llamado Mariano Ribón Sánchez, que tiene un
curriculum variopinto que ahora no vamos a repasar, pero en cuyo intento de
búsqueda encontré una entrevista realizada en Intereconomía y que espero que
siga en la dirección <https://www.youtube.com/watch?v=BpIG-p7r4C4>.
En esa entrevista nos descubre más de él de lo que pudiera haber hecho cualquier
referencia a su biografía profesional. Por ejemplo: el tener como supremo
placer el de pensar. Lo que no tiene como consecuencia necesaria el llegar a la
verdad.
El libro se
inicia con unas referencias tan breves como contundentes sobre el sol y la tierra.
Aunque puedan considerarse extemporáneas resultan ser de interés porque reflejan
de manera inmediata y directa la inmensidad de la naturaleza respecto de la
acción del hombre, lo que en definitiva constituye el núcleo del libro: reducir
a sus propios términos la influencia antropogénica del cambio climático. Al
paso le sirve para recordar la poderosa influencia de las tormentas solares, o
la capacidad de corrección de la propia naturaleza de sus variaciones y
oscilaciones. Todo con un canto al calor, en un mundo que propende al frío.
Terremotos,
glaciaciones, caídas de meteoros, derivas continentales o volcanes son
fenómenos que superan con mucho la acción del hombre. Y las numerosas
glaciaciones conocidas requirieron un posterior calentamiento del clima antes de
sobrevenir la siguiente.
Alqo que rápidamente
se despende de su exposición es que, dado que el cambio climático ha estado
presente siempre, existiera o no el hombre, no hay que atribuir a éste su llamado
origen antropogénico, sino pensar en una levísima posible influencia en el
cambio climático reinante. Uno siempre ha pensado que, si los humanos jamás han
sido capaces de impedir una granizada, una helada o una riada, pudieran “presumir”
de desestabilizar el clima. Y de estabilizarlo, para hacerlo ”sostenible” como se
dice ahora. Uno se asombra del grado de idiocia preciso para no reparar en algo
tan simple. Actitud a la que se incorporan las Naciones Unidas que, incapaces
de impedir toda clase de guerras y agresiones a la humanidad, pretenden controlar
el cambo del clima.
Ribón introduce
una noción tantas veces ignorada: la polución. Polución es la contaminación del
medio ambiente por los residuos y desechos de los hombres. La sociedad es capaz
de contaminar el medio ambiente, pero incapaz de modificar el clima provocando
un cambio. Uno siempre ha pensado que, para evitar esa polución, esa
contaminación del medio ambiente (que no una causa del cambio el clima) era
suficiente ser algo “limpitos”. Los miembros de la pandilla que en la playa
deja un montón de botellas de plástico son unos “guarros” sin paliativos, pero
no están modificando el clima. ¿Conformes? Más aún: uno piensa que no pasará
mucho tiempo sin que nuevas bacterias encuentren en esas botellas un alimento
delicioso.
Pero vamos al
libro. Está escrito con un ritmo especial: todo son pequeños párrafos o
afirmaciones que recogen lo que se sabe con cierta seguridad en ese momento. Pero
sintetizar lo ya sintetizado es claramente imposible, Por esa razón, la mirada
de este comentario se dirigirá a las ideas o datos curiosos que el libro lanza
sobre nosotros.
¿Cuál es el
papel del hombre? Ribón nos dice esto: “Es muy difícil determinar, con absoluta
seguridad, si el hombre ejerce una influencia significativa en los cambios de
clima. En principio parece que no, ya que somos una insignificancia comparados
con las fuerzas de la naturaleza.” Y nos aporta una serie de comparaciones
entre terremotos y volcanes recientes con las bombas atómicas al uso. Añade un
dato realmente curioso: calculando cuatro personas por metro cuadrado, toda la
población mundial, de unos 6.000 millones de personas, cabrían en la isla de
Menorca. Lo cual no le impide reconocer las acciones que en contra del medio
ambiente lleva a cabo el hombre; muy grandes, pero minúsculas para alterar el
clima. Nuestras limitaciones encuentran otro ejemplo: “Están catalogadas,
aproximadamente 1.400.000 especies. Se estima que, en realidad, hay entre cinco
y cien millones”. Pero Ribón indica que el hombre puede acabar con su
propia especie “por su falta de racionalidad”, pero está enormemente
lejos de poder acabar con la vida.
Antes de eso
nos ha hablado el libro de las grandes extinciones, tachando así a las que causan
la desaparición de, al menos, el 50% de las especies existentes en su momento.
Se recuerdan cinco, provocando una de ellas la desaparición del 90% de las
especies. La cosa está en línea con lo
que ya había leído uno: sólo sobreviven el 1 por 1000 de las especies que ha
existido. Algo que, para disgusto de animalistas y defensores de la diversidad,
se complementa con la afirmación de las muchísimas especies existentes que aún
desconocemos. Sin contar con las que se están creando ¿O Darwin está dormido?
La noticia reciente de haberse descubierto un nuevo antediluviano se completaba
con la afirmación de que quedan entre 100.000 y 200.000 por identificar. Y aún
siguen descubriéndose especies del “homo”. Van por unas ocho, creo.
La última parte
del libro (dejando a un lado las conclusiones) es un repaso de las energías con
las que cuenta el hombre. Parte de una doble premisa: que siempre necesitará
energía para subsistir y que la obtención de esa energía debe ser lo más respetuosa
posible con el clima. No es que lo salvaguarde, sino que no debe atentar contra
él en la limitadísima medida en que lo puede hacer. Sin parsimonia alguna repasa
en sucesivos apartados el petróleo, el gas natural, el carbón, la energía
hidráulica, la eólica, la solar, la geotérmica, la mareomotriz, la undimotriz,
la basada en las corrientes marinas, la mareotérmica, la bioenergía y, por fin,
las nucleares: la fisión y la fusión. Sorprende de entrada que dispongamos de
tantas fuentes de energía. El libro analizará cada una de ellas, fijándose
sobre todo en su renovabilidad, su capacidad de contaminación, su costo y,
consecuentemente, su rentabilidad, sus posibilidades de uso o los problemas
marginales que suscita. Y nos dirá qué países utilizan unas u otras y los
fracasos con que se han topado algunos de esos países.
En realidad, el
libro no hace sino recoger los datos que existen sobre los cambios del clima
experimentados en el pasado y actualmente. Curiosamente los cambios que tuvieron
lugar hace años son más firmes que los que actualmente nos facilitan la mayor
parte de los medios. Porque un apartado igualmente interesante es el dedicado
al nacimiento y desarrollo de las ideas sobre el cambio climático, centradas
desde un principio en el efecto invernadero agudizado por determinados
compuestos químicos. El Protocolo de Kyoto es su libro sagrado y su ministro el
IPCC. Todo empezó con el “Objetivo Toronto” de 1988. Dos organizaciones de la
ONU encargan a un tal Bert Bolin preparar una simulación por ordenador de un
posible cambio climático. Bert Bolin, experto en informática, contrató a 300
expertos (en informática, claro, como exigía el encargo) y fundó el “Panel
Internacional del Cambio Climático”, el llamado IPCC. Añadamos lo que nos aporta
Internet en la Wikipedia “El IPCC no realiza investigación primaria, ni monitoriza
el clima o fenómenos relacionados por sí misma. En su lugar, evalúa la
literatura publicada, incluidas las fuentes revisadas por pares y las que no”.
Algo que se evidencia cuando en el informe de 2018 (posterior al libro) eleva
la probabilidad del calentamiento a la casi total seguridad, y el nivel del
calentamiento de 1,5º a 2º. ¿Cómo se explica cambio tan profundo de la opinión
de los expertos en apenas unos años? No es una pregunta/contestación difícil.
Por lo demás, el Protocolo de Kyoto, rechazado por los grandes emisores, ha
dado lugar al comercio de emisiones, en el que se compran y venden permisos de
contaminación.
Uno echa en
falta que en libro no se haga referencia a la ligazón que se ha creado ente la
obsesión por el cambio climático y otras manifestaciones actuales, tales como
el feminismo radical, el animalismo visceral, los incontrolados movimientos
migratorios y otras corrientes que reemplazan al marxismo que cayó junto con el
telón de acero, pero que no paran de generar populismos que afectan incluso a
las propias religiones. Y coincide con el autor en pensar que el cambio
climático es un fenómeno habitual, natural y normalmente lento en el que la
actividad humana puede tener un protagonismo mínimo y ridículo. Pero uno
atribuye todo el alarmismo creado al ansia de dinero y de poder de ciertos
individuos. Eso sí que suele ser antropogénico. ¿O no?
En estos
momentos, cercana la Virgen de Agosto, estoy viendo TV3. En su telediario de la
noche nos informa que en los próximos 80 años el nivel de los mares subirá dos
metros. Que para el 2100 habrán desaparecido Venecia, la estatua de la
Libertad, las estatuas de Rapa Nui… Tanta mentira repetida aburre. Por eso el libro
descansa y relaja.
“Verdades y falsedades sobre el
cambio climático. (130 págs,) es un libro escrito por Mariano Ribón Sánchez en
2006 y publicado el mismo año por Editorial Morales i Torres.
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