martes, 13 de agosto de 2019

Mariano Ribón Sánchez : “Verdades y falsedades sobre el cambio climático.”


Sorprende que un libro concluya con este párrafo: “Es muy difícil creer que sean los asistentes los que pagan los elevadísimos honorarios que cobra Al Gore por sus conferencias. Todo parece indicar que lo hacen organismos interesados en que se acepten sus teorías o empresas relacionadas con la generación o comercialización de energías verdes.” Más claridad es imposible, ¿o no? Porque en el párrafo que le precede afirma: “Los medios de comunicación, en su práctica totalidad, aceptan como dogmas de fe, sin comprobarlos en absoluto, sus más que dudosos argumentos”. Hablamos claro, del cambio climático, eso de que nos hablan constantemente y de forma cansina las televisiones, los periódicos y las fuentes de información de las en teoría nos alimentamos. Hoy mismo las televisiones españolas nos han avisado de la necesidad de reducir el consumo de carne para evitar el metano que acompaña las flatulencias de las vacas. Y de que Alemania, dando ejemplo, ha elevado sustancialmente el IVA aplicable a las ventas de carne. Ya se sabe por dónde pasa el Pisuerga…
¿Quién se atreve a decir estas cosas? Debo confesar que no conocía nada de un pilarista ingeniero de caminos, canales y puertos llamado Mariano Ribón Sánchez, que tiene un curriculum variopinto que ahora no vamos a repasar, pero en cuyo intento de búsqueda encontré una entrevista realizada en Intereconomía y que espero que siga en la dirección <https://www.youtube.com/watch?v=BpIG-p7r4C4>. En esa entrevista nos descubre más de él de lo que pudiera haber hecho cualquier referencia a su biografía profesional. Por ejemplo: el tener como supremo placer el de pensar. Lo que no tiene como consecuencia necesaria el llegar a la verdad.
El libro se inicia con unas referencias tan breves como contundentes sobre el sol y la tierra. Aunque puedan considerarse extemporáneas resultan ser de interés porque reflejan de manera inmediata y directa la inmensidad de la naturaleza respecto de la acción del hombre, lo que en definitiva constituye el núcleo del libro: reducir a sus propios términos la influencia antropogénica del cambio climático. Al paso le sirve para recordar la poderosa influencia de las tormentas solares, o la capacidad de corrección de la propia naturaleza de sus variaciones y oscilaciones. Todo con un canto al calor, en un mundo que propende al frío.
Terremotos, glaciaciones, caídas de meteoros, derivas continentales o volcanes son fenómenos que superan con mucho la acción del hombre. Y las numerosas glaciaciones conocidas requirieron un posterior calentamiento del clima antes de sobrevenir la siguiente.
Alqo que rápidamente se despende de su exposición es que, dado que el cambio climático ha estado presente siempre, existiera o no el hombre, no hay que atribuir a éste su llamado origen antropogénico, sino pensar en una levísima posible influencia en el cambio climático reinante. Uno siempre ha pensado que, si los humanos jamás han sido capaces de impedir una granizada, una helada o una riada, pudieran “presumir” de desestabilizar el clima. Y de estabilizarlo, para hacerlo ”sostenible” como se dice ahora. Uno se asombra del grado de idiocia preciso para no reparar en algo tan simple. Actitud a la que se incorporan las Naciones Unidas que, incapaces de impedir toda clase de guerras y agresiones a la humanidad, pretenden controlar el cambo del clima.
Ribón introduce una noción tantas veces ignorada: la polución. Polución es la contaminación del medio ambiente por los residuos y desechos de los hombres. La sociedad es capaz de contaminar el medio ambiente, pero incapaz de modificar el clima provocando un cambio. Uno siempre ha pensado que, para evitar esa polución, esa contaminación del medio ambiente (que no una causa del cambio el clima) era suficiente ser algo “limpitos”. Los miembros de la pandilla que en la playa deja un montón de botellas de plástico son unos “guarros” sin paliativos, pero no están modificando el clima. ¿Conformes? Más aún: uno piensa que no pasará mucho tiempo sin que nuevas bacterias encuentren en esas botellas un alimento delicioso.
Pero vamos al libro. Está escrito con un ritmo especial: todo son pequeños párrafos o afirmaciones que recogen lo que se sabe con cierta seguridad en ese momento. Pero sintetizar lo ya sintetizado es claramente imposible, Por esa razón, la mirada de este comentario se dirigirá a las ideas o datos curiosos que el libro lanza sobre nosotros.
¿Cuál es el papel del hombre? Ribón nos dice esto: “Es muy difícil determinar, con absoluta seguridad, si el hombre ejerce una influencia significativa en los cambios de clima. En principio parece que no, ya que somos una insignificancia comparados con las fuerzas de la naturaleza.” Y nos aporta una serie de comparaciones entre terremotos y volcanes recientes con las bombas atómicas al uso. Añade un dato realmente curioso: calculando cuatro personas por metro cuadrado, toda la población mundial, de unos 6.000 millones de personas, cabrían en la isla de Menorca. Lo cual no le impide reconocer las acciones que en contra del medio ambiente lleva a cabo el hombre; muy grandes, pero minúsculas para alterar el clima. Nuestras limitaciones encuentran otro ejemplo: “Están catalogadas, aproximadamente 1.400.000 especies. Se estima que, en realidad, hay entre cinco y cien millones”. Pero Ribón indica que el hombre puede acabar con su propia especie “por su falta de racionalidad”, pero está enormemente lejos de poder acabar con la vida.
Antes de eso nos ha hablado el libro de las grandes extinciones, tachando así a las que causan la desaparición de, al menos, el 50% de las especies existentes en su momento. Se recuerdan cinco, provocando una de ellas la desaparición del 90% de las especies.  La cosa está en línea con lo que ya había leído uno: sólo sobreviven el 1 por 1000 de las especies que ha existido. Algo que, para disgusto de animalistas y defensores de la diversidad, se complementa con la afirmación de las muchísimas especies existentes que aún desconocemos. Sin contar con las que se están creando ¿O Darwin está dormido? La noticia reciente de haberse descubierto un nuevo antediluviano se completaba con la afirmación de que quedan entre 100.000 y 200.000 por identificar. Y aún siguen descubriéndose especies del “homo”. Van por unas ocho, creo.
La última parte del libro (dejando a un lado las conclusiones) es un repaso de las energías con las que cuenta el hombre. Parte de una doble premisa: que siempre necesitará energía para subsistir y que la obtención de esa energía debe ser lo más respetuosa posible con el clima. No es que lo salvaguarde, sino que no debe atentar contra él en la limitadísima medida en que lo puede hacer. Sin parsimonia alguna repasa en sucesivos apartados el petróleo, el gas natural, el carbón, la energía hidráulica, la eólica, la solar, la geotérmica, la mareomotriz, la undimotriz, la basada en las corrientes marinas, la mareotérmica, la bioenergía y, por fin, las nucleares: la fisión y la fusión. Sorprende de entrada que dispongamos de tantas fuentes de energía. El libro analizará cada una de ellas, fijándose sobre todo en su renovabilidad, su capacidad de contaminación, su costo y, consecuentemente, su rentabilidad, sus posibilidades de uso o los problemas marginales que suscita. Y nos dirá qué países utilizan unas u otras y los fracasos con que se han topado algunos de esos países.
En realidad, el libro no hace sino recoger los datos que existen sobre los cambios del clima experimentados en el pasado y actualmente. Curiosamente los cambios que tuvieron lugar hace años son más firmes que los que actualmente nos facilitan la mayor parte de los medios. Porque un apartado igualmente interesante es el dedicado al nacimiento y desarrollo de las ideas sobre el cambio climático, centradas desde un principio en el efecto invernadero agudizado por determinados compuestos químicos. El Protocolo de Kyoto es su libro sagrado y su ministro el IPCC. Todo empezó con el “Objetivo Toronto” de 1988. Dos organizaciones de la ONU encargan a un tal Bert Bolin preparar una simulación por ordenador de un posible cambio climático. Bert Bolin, experto en informática, contrató a 300 expertos (en informática, claro, como exigía el encargo) y fundó el “Panel Internacional del Cambio Climático”, el llamado IPCC. Añadamos lo que nos aporta Internet en la Wikipedia “El IPCC no realiza investigación primaria, ni monitoriza el clima o fenómenos relacionados por sí misma. En su lugar, evalúa la literatura publicada, incluidas las fuentes revisadas por pares y las que no”. Algo que se evidencia cuando en el informe de 2018 (posterior al libro) eleva la probabilidad del calentamiento a la casi total seguridad, y el nivel del calentamiento de 1,5º a 2º. ¿Cómo se explica cambio tan profundo de la opinión de los expertos en apenas unos años? No es una pregunta/contestación difícil. Por lo demás, el Protocolo de Kyoto, rechazado por los grandes emisores, ha dado lugar al comercio de emisiones, en el que se compran y venden permisos de contaminación.
Uno echa en falta que en libro no se haga referencia a la ligazón que se ha creado ente la obsesión por el cambio climático y otras manifestaciones actuales, tales como el feminismo radical, el animalismo visceral, los incontrolados movimientos migratorios y otras corrientes que reemplazan al marxismo que cayó junto con el telón de acero, pero que no paran de generar populismos que afectan incluso a las propias religiones. Y coincide con el autor en pensar que el cambio climático es un fenómeno habitual, natural y normalmente lento en el que la actividad humana puede tener un protagonismo mínimo y ridículo. Pero uno atribuye todo el alarmismo creado al ansia de dinero y de poder de ciertos individuos. Eso sí que suele ser antropogénico. ¿O no?
En estos momentos, cercana la Virgen de Agosto, estoy viendo TV3. En su telediario de la noche nos informa que en los próximos 80 años el nivel de los mares subirá dos metros. Que para el 2100 habrán desaparecido Venecia, la estatua de la Libertad, las estatuas de Rapa Nui… Tanta mentira repetida aburre. Por eso el libro descansa y relaja.
“Verdades y falsedades sobre el cambio climático. (130 págs,) es un libro escrito por Mariano Ribón Sánchez en 2006 y publicado el mismo año por Editorial Morales i Torres.

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