jueves, 1 de agosto de 2019

Manuel Azaña : “La velada en Benicarló”.


Manuel Azaña : “La velada en Benicarló”.
 
El autor del libro, Manuel Azaña, no precisa presentación. Presidió la Segunda República durante los años de contienda alineado con la izquierda, abandonó España antes de su final y murió en Francia, Pero si no precisa presentación, sí que parece exigir una identificación de su personalidad. Y puede que “La velada en Benicarló” sea uno de los instrumentos para ello. No el único, claro; ni siquiera el más importante quizá.
El libro que ahora comento está precedido de un interesante prólogo debido a Isabelo Herreros y José Esteban. Uno de sus pasajes recoge estas palabras de Azaña, dirigidas a Blanco Amor: “Ya habrá usted visto “La velada en Benicarló”. Supongo que los papanatas se alzarán contra ella”. Lo que sigue quizá le permite a uno darse por calificado de papanatas, pero ese calificativo permite al propio tiempo avanzar a esa personalidad de Manuel Azaña. No son palabras puestas en boca de sus personajes, son palabras de Azaña. De ahí que, hasta cierto punto, “La velada en Benicarló” no deja de ser un trampantojo.
¿Alguno de los protagonistas de la velada representa a Manuel Azaña? Yo diría que todos y que su pluralidad no sirve sino para presentar el pensamiento siempre poliédrico del autor. Son una extraña mezcla de denuncia y de excusa, de inculpación o de descargo. No en balde Azaña se ha atado a uno de los bandos y es consciente de la debilidad e impotencia en que se encuentra pese a los altos cargos que ha ido desempeñando. Pero no es el Azaña, Presidente de la República y ex Presidente del Gobierno, quien reconoce errores o reafirma sus ideas; ahora es el Azaña escritor o, quizá mejor, el enfervorizador orador que fue. Puede que, en algunas ocasiones, las intervenciones de algunos de los personajes sólo sirvan de andamiaje para los razonamientos que, en ese caso, sí que corresponderían a Azaña, pero en la mayoría de las ocasiones presenciamos unicamente la oposición de unas ideas frente a otras, sin saber si estamos ante un ejercicio de retórica, una meditación ideológica o un peculiar intento de catarsis.
Situemos Benicarló. ¿Por qué se ubica en esa población castellonense la velada cuyas conversaciones cruzadas se nos ofrecen? En declaraciones posteriores, Azaña aseguró que no era una elección arbitraria, pero la razón dada es muy pobre: en Benicarló estaba un Parador de Turismo en donde se habituaba hacer un descanso en medio del trayecto entre Valencia y Barcelona. No hay ninguna explicación posterior.
La obra está fechada en Barcelona, abril de 1937. En esa fecha, Manuel Azaña era ya Presidente de la República Española, sustituyendo a Alcalá Zamora tras los resultados de las elección de 1936 que instauran el Frente Popular en que se inserta el partido refundado por él, ”Izquierda Republicana”. Se escribe cuando han transcurrido ya ocho meses desde el inicio de la guerra civil y en momentos en los que ya parece totalmente incapaz de intervenir políticamente por estar maniatado por los movimientos de la izquierda. De hecho, el libro se escribe en momentos en los que Manuel Azaña se recluye en el Parlamento catalán a causa de una revuelta interna republicana. Se publicará en 1939 en Buenos Aires y París. Él mismo morirá en 1940 en Montauban.
La obra se escribe antes del famoso “Paz, Piedad y Perdón” (del que no hallaremos rastro notable en “La Velada”) y bastante antes también de que, entre enero y febrero de 1939, abandone el territorio español. Pero todo sucede después de que viviera hechos como la sanjurjada, la revolución de octubre de 1934, la proclamación de Maciá el alzamiento de 1936 y el reparto de armas a las izquierdas. No puede afirmarse que, en sus reacciones ante esos hechos, el acierto presidiera sus decisiones y opiniones.
La obra no es otra cosa que los diálogos que entablan entre sí, básicamente de dos en dos, los once personajes que se reúnen en Benicarló. En el coche del Doctor Lluch, de vuelta ya de todo al parecer, viajan Miguel Rivera “diputado, joven aún y, hasta seis meses atrás, millonario” dos militares, Blachart y Laredo, y una artista de zarzuela, Paquita Vargas. En el parador de Benicarló, por fin, se encontrará con el escritor Eloiso Morales, el abogado Claudio Marón, el ex ministro Garcés, Pastrana “prohombre socialista” y el propagandista Barcala
Ya en los primeros párrafos la obra adopta un extraño estilo. Unas primeras páginas sugieren el inicio de una novela, son seguidas con unas escenas que parecen anunciar el cambio a una obra teatral real, pero en la que, muy rápidamente, se prescinde de las características propias del género, en donde los mutis o las apariciones por el foro son pequeñas pistas ofrecidas al lector para situarle adecuadamente en la escena. Sólo hay los nombres de los que hablan; ni un gesto de aprobación o desaprobación de los presentes, ni nada que permita imaginar la escena.
Tras unos párrafos demasiados floridos para el gusto actual y, en todo caso, con aire rebuscado, Lluch manifiesta su sentir: “Lo arrasarán todo. Ni casas ni árboles quedarán en pie. Los hombres fusilados. ¿Por qué no las mujeres y los niños?”. Agrega un especial fatalismo. A continuación, el protagonismo lo toma Blanchard que, como podemos recordar, es un oficial de aviación del bando republicano. El tema abordado es el del papel que el ejército ha venido desempeñando en la guerra civil, aunque enfocado unicamente en el escenario del sector republicano.
Como pieza literaria, la valía de este libro es más que dudosa. De no haber sido Azaña Jefe de Gobierno y Presidente de la República no hubiera sido conocido sino por escasas personas. Excesivamente proclive a las memorias, su obra literaria es muy breve, apenas reducida a “A.M.D.G.” y “El Jardín de los frailes”, resultado de su mirarse al ombligo durante su estancia como estudiante de los frailes de El Escorial. ¿Por qué goza de cierta fama? De la misma forma que, durante el franquismo de la postguerra, se fue recuperando a Antonio Machado (fundamentalmente por el valor estético de su obra y su mínimo contenido político) a partir de la Transición se fue extendiendo una crítica laudatoria de Azaña, persona que personalmente considero equivocada. Probablemente se debió a un afán de parecer imparcial, aprovechando las lamentaciones que sobre los crímenes de ambos bandos llevó a cabo Azaña. Por desgracia, esos aplausos parecen irse convirtiendo en mito.
Si se tuvieran que destacar dos características de “La Velada en Benicarló” quizá la elección debería recaer en dos: la tristeza y el subjetivismo.
La tristeza. Un sentimiento que debe tomarse de forma muy amplia, como producto de la confluencia de diversas causas: del pesimismo, de la desesperanza, del miedo, de la desolación, del desánimo, del abatimiento, de la soledad indeseada, del vacío…  Son muchas posibles causas hasta llegar al post coitum tristitia. Puede parecer excesivo utilizar el término ‘tristeza’ para expresar ese estado de ánimo. Pero parece menor si lo oponemos a su contrario: alegría. ¿Hay algo alegre en Azaña?
            La subjetividad. Aquí otra vez retuerzo el ‘término’. ¿Sería mejor hablar de egocentrismo, de egoísmo, individualismo, personalismo…? Lo que quiero decir es que Azaña expone sus ideas, sus contradicciones, sus dudas, sus opiniones y, sobre todo, sus excusas. Una subjetividad que no se debería de criticar si no conllevase adicionalmente las imputaciones de responsabilidad y culpas que recaen siempre en otras personas. “Sobramos en todas las partes” es una frase que confirma lo anterior.
            En “La Velada en Benicarló”, hay un ejemplo de ello y es la atribución de responsabilidades por el fracaso ante el levantamiento de 1936. Garcés opina que fue la débil y desconcertante actuación de las potencias extranjeras (Garcés); Blanchart que se debió a la aparición de militares y mandos sin experiencia…              Al final las culpas arrojadas lo son fundamentalmente sobre los españoles. A cambio de medidas alabanzas a los revolucionarios proletarios, son constantes las referencias en las que se afirma que los españoles son ignorantes, testarudos, violentos, intolerantes, sin disciplina… “los españoles hacemos siempre las mismas tonterías”.
Un caso curioso es el relativo a la mujer, que ocupa muchas páginas. Hay una crítica evidente a la influencia que la mujer ejerce en su marido y en sus hijos, la que hizo a la izquierda oponerse a la igualdad de voto preconizada por las derechas. Distingue las “señoras” y la “mujeres”. Los temas tocados resultan obsoletos y viejos, hasta el punto de que, desde todos los puntos de vista, podrían considerados superados en su antigua formulación, aunque hayan renacido bajo nuevas y más peligrosas formas.
Hay ideas que se discuten en el libro por sus personajes: el patriotismo, la revolución, la libertad, el poder, las clases, el proletariado, los nacionalismos… Ideas que entones se exponían confusamente (o “confundidamente”) y muchas de las cuales subsisten hoy aunque con rostros distintos. Un punto quizá requiere cierta atención: Azaña (aunque habla con varias bocas) manifiesta su idea de la que colaboración desinteresada de la URSS no se basaba, en modo alguno, en un intento de hacer progresar el comunismo en España, sino la libertad del pueblo español. Sorprende la ingenuidad que finge o practica realmente: la llegada de Negrín ya se ha producido, la fagotización de los socialistas por los comunistas en el reducto catalán será evidente pronto.
Alabar a Azaña está de moda. Sin duda dejará de estarlo, y el análisis y crítica del futuro ofrezcan una visión más ponderada de la persona y su obra escrita, la que los literatos consideran más política que literaria, y los políticos más literaria que política.
Resumiendo: “La velada en Benicarló” es un espléndido testimonio de lo que un actor principal de nuestra segunda república y nuestra guerra civil pensaba. Nada más. Ese protagonismo introducía un sesgo definitivamente desequilibrador a su contenido. ¿Qué pretende Azaña con su “velada”? ¿Que sí? ¿Que nó? ¿Que qué sé yo?
“La Velada en Benicarló” es un libro que escribió en abril de 1937 Manuel Azaña. Fue publicada en 1939 en Buenos Aires por Losada y en París por Gallimard. La versión leída, en forma E-Kindle es la publicada por la editorial Reino de Crodelia

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