Manuel Azaña
: “La velada en Benicarló”.
El autor del libro,
Manuel Azaña, no precisa presentación. Presidió la Segunda República durante
los años de contienda alineado con la izquierda, abandonó España antes de su
final y murió en Francia, Pero si no precisa presentación, sí que parece exigir
una identificación de su personalidad. Y puede que “La velada en Benicarló” sea
uno de los instrumentos para ello. No el único, claro; ni siquiera el más
importante quizá.
El libro que
ahora comento está precedido de un interesante prólogo debido a Isabelo
Herreros y José Esteban. Uno de sus pasajes recoge estas palabras de Azaña,
dirigidas a Blanco Amor: “Ya habrá usted visto “La velada en Benicarló”. Supongo
que los papanatas se alzarán contra ella”. Lo que sigue quizá le permite a
uno darse por calificado de papanatas, pero ese calificativo permite al propio
tiempo avanzar a esa personalidad de Manuel Azaña. No son palabras puestas en
boca de sus personajes, son palabras de Azaña. De ahí que, hasta cierto punto, “La
velada en Benicarló” no deja de ser un trampantojo.
¿Alguno de los
protagonistas de la velada representa a Manuel Azaña? Yo diría que todos y que
su pluralidad no sirve sino para presentar el pensamiento siempre poliédrico
del autor. Son una extraña mezcla de denuncia y de excusa, de inculpación o de
descargo. No en balde Azaña se ha atado a uno de los bandos y es consciente de
la debilidad e impotencia en que se encuentra pese a los altos cargos que ha
ido desempeñando. Pero no es el Azaña, Presidente de la República y ex
Presidente del Gobierno, quien reconoce errores o reafirma sus ideas; ahora es
el Azaña escritor o, quizá mejor, el enfervorizador orador que fue. Puede que,
en algunas ocasiones, las intervenciones de algunos de los personajes sólo
sirvan de andamiaje para los razonamientos que, en ese caso, sí que
corresponderían a Azaña, pero en la mayoría de las ocasiones presenciamos
unicamente la oposición de unas ideas frente a otras, sin saber si estamos ante
un ejercicio de retórica, una meditación ideológica o un peculiar intento de
catarsis.
Situemos
Benicarló. ¿Por qué se ubica en esa población castellonense la velada cuyas
conversaciones cruzadas se nos ofrecen? En declaraciones posteriores, Azaña aseguró
que no era una elección arbitraria, pero la razón dada es muy pobre: en Benicarló
estaba un Parador de Turismo en donde se habituaba hacer un descanso en medio
del trayecto entre Valencia y Barcelona. No hay ninguna explicación posterior.
La obra está
fechada en Barcelona, abril de 1937. En esa fecha, Manuel Azaña era ya
Presidente de la República Española, sustituyendo a Alcalá Zamora tras los
resultados de las elección de 1936 que instauran el Frente Popular en que se
inserta el partido refundado por él, ”Izquierda Republicana”. Se escribe cuando
han transcurrido ya ocho meses desde el inicio de la guerra civil y en momentos
en los que ya parece totalmente incapaz de intervenir políticamente por estar
maniatado por los movimientos de la izquierda. De hecho, el libro se escribe en
momentos en los que Manuel Azaña se recluye en el Parlamento catalán a causa de
una revuelta interna republicana. Se publicará en 1939 en Buenos Aires y París.
Él mismo morirá en 1940 en Montauban.
La obra se
escribe antes del famoso “Paz, Piedad y Perdón” (del que no hallaremos rastro
notable en “La Velada”) y bastante antes también de que, entre enero y febrero
de 1939, abandone el territorio español. Pero todo sucede después de que
viviera hechos como la sanjurjada, la revolución de octubre de 1934, la
proclamación de Maciá el alzamiento de 1936 y el reparto de armas a las
izquierdas. No puede afirmarse que, en sus reacciones ante esos hechos, el
acierto presidiera sus decisiones y opiniones.
La obra no es
otra cosa que los diálogos que entablan entre sí, básicamente de dos en dos,
los once personajes que se reúnen en Benicarló. En el coche del Doctor Lluch,
de vuelta ya de todo al parecer, viajan Miguel Rivera “diputado, joven aún
y, hasta seis meses atrás, millonario” dos militares, Blachart y Laredo, y
una artista de zarzuela, Paquita Vargas. En el parador de Benicarló, por fin,
se encontrará con el escritor Eloiso Morales, el abogado Claudio Marón, el ex ministro
Garcés, Pastrana “prohombre socialista” y el propagandista Barcala
Ya en los
primeros párrafos la obra adopta un extraño estilo. Unas primeras páginas
sugieren el inicio de una novela, son seguidas con unas escenas que parecen
anunciar el cambio a una obra teatral real, pero en la que, muy rápidamente, se
prescinde de las características propias del género, en donde los mutis o las
apariciones por el foro son pequeñas pistas ofrecidas al lector para situarle
adecuadamente en la escena. Sólo hay los nombres de los que hablan; ni un gesto
de aprobación o desaprobación de los presentes, ni nada que permita imaginar la
escena.
Tras unos
párrafos demasiados floridos para el gusto actual y, en todo caso, con aire
rebuscado, Lluch manifiesta su sentir: “Lo arrasarán todo. Ni casas ni árboles
quedarán en pie. Los hombres fusilados. ¿Por qué no las mujeres y los niños?”.
Agrega un especial fatalismo. A continuación, el protagonismo lo toma Blanchard
que, como podemos recordar, es un oficial de aviación del bando republicano. El
tema abordado es el del papel que el ejército ha venido desempeñando en la
guerra civil, aunque enfocado unicamente en el escenario del sector
republicano.
Como pieza
literaria, la valía de este libro es más que dudosa. De no haber sido Azaña Jefe
de Gobierno y Presidente de la República no hubiera sido conocido sino por
escasas personas. Excesivamente proclive a las memorias, su obra literaria es
muy breve, apenas reducida a “A.M.D.G.” y “El Jardín de los frailes”, resultado
de su mirarse al ombligo durante su estancia como estudiante de los frailes de
El Escorial. ¿Por qué goza de cierta fama? De la misma forma que, durante el
franquismo de la postguerra, se fue recuperando a Antonio Machado (fundamentalmente
por el valor estético de su obra y su mínimo contenido político) a partir de la
Transición se fue extendiendo una crítica laudatoria de Azaña, persona que
personalmente considero equivocada. Probablemente se debió a un afán de parecer
imparcial, aprovechando las lamentaciones que sobre los crímenes de ambos
bandos llevó a cabo Azaña. Por desgracia, esos aplausos parecen irse
convirtiendo en mito.
Si se tuvieran
que destacar dos características de “La Velada en Benicarló” quizá la elección debería
recaer en dos: la tristeza y el subjetivismo.
La tristeza. Un sentimiento que
debe tomarse de forma muy amplia, como producto de la confluencia de diversas
causas: del pesimismo, de la desesperanza, del miedo, de la desolación, del desánimo,
del abatimiento, de la soledad indeseada, del vacío… Son muchas posibles causas hasta llegar al post
coitum tristitia. Puede parecer excesivo utilizar el término ‘tristeza’
para expresar ese estado de ánimo. Pero parece menor si lo oponemos a su
contrario: alegría. ¿Hay algo alegre en Azaña?
La
subjetividad. Aquí otra vez retuerzo el ‘término’. ¿Sería mejor hablar de egocentrismo,
de egoísmo, individualismo, personalismo…? Lo que quiero decir es que Azaña expone
sus ideas, sus contradicciones, sus dudas, sus opiniones y, sobre todo, sus
excusas. Una subjetividad que no se debería de criticar si no conllevase
adicionalmente las imputaciones de responsabilidad y culpas que recaen siempre
en otras personas. “Sobramos en todas las partes” es una frase que
confirma lo anterior.
En “La
Velada en Benicarló”, hay un ejemplo de ello y es la atribución de responsabilidades
por el fracaso ante el levantamiento de 1936. Garcés opina que fue la débil y
desconcertante actuación de las potencias extranjeras (Garcés); Blanchart que
se debió a la aparición de militares y mandos sin experiencia… Al
final las culpas arrojadas lo son fundamentalmente sobre los españoles. A
cambio de medidas alabanzas a los revolucionarios proletarios, son constantes
las referencias en las que se afirma que los españoles son ignorantes,
testarudos, violentos, intolerantes, sin disciplina… “los españoles hacemos
siempre las mismas tonterías”.
Un caso curioso es el relativo a
la mujer, que ocupa muchas páginas. Hay una crítica evidente a la influencia que
la mujer ejerce en su marido y en sus hijos, la que hizo a la izquierda
oponerse a la igualdad de voto preconizada por las derechas. Distingue las “señoras”
y la “mujeres”. Los temas tocados resultan obsoletos y viejos, hasta el punto
de que, desde todos los puntos de vista, podrían considerados superados en su
antigua formulación, aunque hayan renacido bajo nuevas y más peligrosas formas.
Hay ideas que se discuten en el
libro por sus personajes: el patriotismo, la revolución, la libertad, el poder,
las clases, el proletariado, los nacionalismos… Ideas que entones se exponían confusamente
(o “confundidamente”) y muchas de las cuales subsisten hoy aunque con rostros
distintos. Un punto quizá requiere cierta atención: Azaña (aunque habla con
varias bocas) manifiesta su idea de la que colaboración desinteresada de la
URSS no se basaba, en modo alguno, en un intento de hacer progresar el
comunismo en España, sino la libertad del pueblo español. Sorprende la
ingenuidad que finge o practica realmente: la llegada de Negrín ya se ha
producido, la fagotización de los socialistas por los comunistas en el reducto
catalán será evidente pronto.
Alabar a Azaña está
de moda. Sin duda dejará de estarlo, y el análisis y crítica del futuro
ofrezcan una visión más ponderada de la persona y su obra escrita, la que los
literatos consideran más política que literaria, y los políticos más literaria
que política.
Resumiendo: “La
velada en Benicarló” es un espléndido testimonio de lo que un actor principal
de nuestra segunda república y nuestra guerra civil pensaba. Nada más. Ese
protagonismo introducía un sesgo definitivamente desequilibrador a su
contenido. ¿Qué pretende Azaña con su “velada”? ¿Que sí? ¿Que nó? ¿Que qué sé
yo?
“La Velada en Benicarló” es un
libro que escribió en abril de 1937 Manuel Azaña. Fue publicada en 1939 en
Buenos Aires por Losada y en París por Gallimard. La versión leída, en forma
E-Kindle es la publicada por la editorial Reino de Crodelia
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