miércoles, 4 de abril de 2018

José Miguel Mulet: “Medicina sin engaños. Todo lo que necesitas saber sobre los peligros de la medicina alternativa.”


Recientemente leí y comenté un libro de José Miguel Mulet. Es especialmente fiable cuando habla de lo que sabe: de las plantas, sus tripas y sus cosas. Permítaseme emplear su mismo tono desenfadado: de eso sabe un huevo. De medicina, aunque de pequeño quisiera serlo, opina y repite lo que oye. Eso sí: historia muy bien en general.
Si volví pronto a leerle fue porque la primera obra comentada me dejaba la sensación de que existía un cierto sesgo en la narración. Estando esencialmente de acuerdo en su “ciencia en la sombra”, en algo disentía. Y a la búsqueda de ese sesgo fui hasta el nuevo libro, aunque precedente en su obra escrita.
Hay algo que comparto totalmente con Mulet: la falta de creencia en las medicinas alternativas (que no debieran ni llamarse medicinas; yo, al menos, no lo hago). Y algo en lo que disiento: en la radicalidad de su condena proclamada por Mulet. Yo no creo en ellas, pero no las condeno tan fríamente como él.
El libro se inicia con una primera sección que aborda la evolución de la medicina. En realidad, no se define la medicina, sino que se historia la lucha contra la enfermedad. Para el autor la medicina real es la científica, que parece espoleada por la microbiología y la genética. Nos hace ver que cuando el médico nos atiende está aplicando siglos de experiencia y estudio, pero olvida que junto a eso existe una peculiar experiencia como es el llamado “ojo clínico”, la percepción subliminal de hechos que se han conocido. Baja el tono cuando, para referirse a lo que denomina clave del asunto; se pregunta “¿Cómo sabe el médico qué tratamiento darte?” Y nos echa al campo de las revistas técnicas especializadas, aunque advirtiendo el peligro de los fallos y los fraudes.
En su historia distingue la época en que apenas se curaban fracturas óseas y poco más (todo basado en una tosca cirugía) de la actual. Afirma que la medicina está en la cumbre o cerca de la cumbre, pero quizá no imagina debidamente aspectos como el progreso de la genética o la aplicación de la informática y la automática a la lofoscopia. Ignora, por otra parte, las teorías sobre la supervivencia y las que prevén la eutanasia como necesaria. El arriesgado acercarse a estos temas, sin abordarlos. Para decir que la aromaterapia, por ejemplo, es costosa y no cura no hacía falta referirse a la medicina.
 Donde patina Mulet, es cuando alude a la medicina en su aspecto social. Su opinión prima sobre la información, y ésta se presenta de forma sesgada. Cuando terminamos de leer sus ideas lo único que extraemos es que hay diversos sistemas y que se decanta de forma irresistible hacia la sanidad pública. La pena es que todos conocemos la sanidad pública y la privada; la primera conocida por su obligatoriedad y la segunda, por su difusión. La sanidad privada es la propia de los Estados Unidos; la pública, la de Cuba; en la mayor parte de Europa conviven ambas.
Personalmente he ahorrado a la sanidad pública las siete u ocho operaciones sufridas en el ámbito de la sanidad privada. Y he contribuido así a que otros que no podían tener sanidad privada la tuvieran mejor en la pública. Pero, al tiempo que me siento envidiado, no los envidio. Pese a que estoy reconocido a la sanidad pública no puedo, por esfuerzos que haga, ver en ella un desiderátum. No por las personas, ni por los tratamientos, sino por la burocracia y la imposibilidad de elección. Mulet afirma que los ricos tienen mejor defensa contra el cáncer al poder recurrir a costosos tratamientos nuevos, sin reparar que es una forma especial de financiación de la investigación médica y farmacéutica. Son conejos de Indias y, encima, pagan. Por cierto, en el libro hay una obsesión casi constante y no explicada con el cáncer.
No se trata solamente de las llamadas medicinas alternativas. Casi nadie sale bien parado en el libro. Que se lo digan a las empresas farmacéuticas presentadas casi siempre como hidras que buscan exorbitantes beneficios y olvidando que gracias a ellas progresa la lucha contra la enfermedad y se crean puestos de trabajo. La corta vida de las patentes las impulsa a prescindir de determinadas precauciones o derivar hacia la cosmética. Tampoco los médicos mismos no se libran de alguna zasca. Era joven cuando aún utilizábamos el Pental, el Optalidón o el Belladenal. Productos hoy prohibidos. En los Estados Unidos el Nolotil, está prohibido por afectar a los glóbulos blancos.
La segunda parte del libro está dedicada a lo que denomina “pseudomedicina”. Antes de entrar en ella se nos proporciona la definición de medicinas alternativas hecha por Dawkins: ”el conjunto de prácticas que no pueden ser comprobadas, rehúsan ser comprobadas o fallan cuando son comprobadas”. Cuando entra en ese terreno, Mulet afirma: “El engañar es muy sencillo, pero no es culpa del engañado”. ¿Seguro? Hay que distinguir entre ser engañado y engañarse. En el primer caso hay confianza; en el segundo, confianza ciega, es decir: fe.
Antes de seguir adelante hay quiero sentar mi opinión, tan humilde como personal, resumiéndola en el viejo dicho: “lo poco que se sabe de medicina lo saben los médicos”. Disiento del libro en que no creo que se sepa de enfermedades tanto como afirma ni que se esté próximo a alcanzar ese extraño concepto de “lo científico”. Cuando enfermamos recurrimos al médico. Siempre tuvimos nuestros médicos: el de una cosa y el de otra, todo lo más. Quizá la gran diferencia entre sanidad pública y privada (aparte del acierto en la gestión, que no es moco de pavo) es que en la segunda podemos (al menos en cierto grado) elegir a nuestro médico. O cambiar a otro.

Llega el momento en el que Mulet se enfrenta a lo que califica de medicinas alternativas. De entrada, confunde churras con merinas: no se puede situar el psicoanalismo en el mismo aprisco de las flores de Bach. Pues lo hace, sin el menor rebozo. Aquí voy a hacer ya una distinción entre dos categorías: las que responden a la idea teórica de psicoanálisis y las que pueden identificar, más o menos, con las famosas flores de Bach. Y a esas categorías me remito.
¡El psicoanálisis! ¿Se puede tachar de despreciable a una idea que marcó el siglo XX? Ni siquiera puede calificarse de “medicina alternativa”. Mulet parece confundir medicina con “curar”.  Pero Freud se lleva una buena zasca. No la había visto semejante. Muchas veces he leído alegatos contra Freud (cuya influencia en todo caso es innegable), pero nunca había visto una descalificación tan brutal. Ni tan vacua. Es como juzgar a Freud como torero o fontanero. Oiga: que no iba eso.
También las restantes “medicinas alternativas” (que ni son medicinas, ni son alternativas) son rechazadas radicalmente. Son acusadas de dos cosas: cuestan mucho y dan poco. Los que recurren a ello son engañados. Una mirada atenta mostraría que tienen algo en común: tienen seguidores que se gastan mucho en ellas. Lo hacen voluntariamente, pero Mulet afirma que lo hacen siempre engañados. Y repasa la forma en que se los engaña. No tanto por qué son engañados, si lo son. Si se repasan los casos que presenta lo único que nos muestra son personas en busca de la esperanza. Y a la esperanza la precede lo siento Sr. Mulet a la fe.
Yo no creo en las medicinas alternativas. Si las despojo del calificativo de “medicinas” mantengo unicamente mi duda sobre la utilidad de algunas, como la acupuntura. Me sorprendo con la homeopatía, pero no aparto de mi imaginación la concepción de la vacuna. Pero no condeno a los que acuden a ella pensando que puede aliviarles. No son engañados, son esperanzados. Se les puede tratar de engañar, pero las palabrazs no valen de nada para que no caigan en el engaño. ¿Y para qué quitarles la esperanza, Mr. Mulet? ¿Hay algo más conmovedor que el efecto de un placebo?
A mí, un médico de urgencia cuando le contaba mis antecedentes me dijo “usted no se priva de nada”. Colecciono ya muchas de las enfermedades que ni tienen remedio ni son, de momento, mortales. Eso me da una especial comprensión para los que recurren a esas medicinas repudiables cuando sus enfermedades no tienen remedio. La gente se aburre de no encontrar curación.
El origen del sesgo buscado se deriva de la esperanza en lo público. El propio Mulet lo confiesa: “Qué le vamos a hacer, soy más de Keynes que de Friedman, porque la famosa autorregulación de los mercados, y en especial los sanitarios, no funciona”. Que voy a hacerlo también yo: soy más de Friedman que de Keynes. Tampoco creo que se pueda hablar de autorregulación del mercado de los productos farmacéuticos, por ejemplo: la decisión de emplear unicamente productos “genéricos” ha dado lugar a la irrupción de medicinas que no cumplían con la cantidad o la calidad adecuada del producto activo. Hay anestesistas, por ejemplo, que indican que algunas de las anestesias genéricas, muestran que su eficacia es relativa, ya que el paciente, aun dormido, se mueve inquieto durante la intervención.
Como Mulet, nunca recomendaré una de esas medicinas alternativas y nunca dejaré de mostrar mi falta de creencia en ellas. Pero, como él, respetaré a tontos y desesperados, aunque sin desear más intervención del Estado que el deseable control. Bastante tenemos. El sesgo ya está encontrado: él, de Keynes y yo, de Friedman. Pero con muchas ideas comunes.

“Medicina sin engaños” (362 págs.) es un libro del que es autor José Miguel Mulet quien lo terminó de escribir en 2014 y que fue publicado en 2015 por Ediciones Destino (del grupo editorial Planeta) en 2016 y en su versión Booklet)

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