domingo, 22 de abril de 2018

David Jou i Mirabent: “El laberinto del tiempo. Tiempo y memoria en la vida y el universo”


 
Más que en otras ocasiones es preciso ahora referirse al autor. David Jou, nacido en Sitges y habitual escritor en catalán, es doctor en Física. Mas aún: es catedrático de Física de la Materia Condensada en la Universidad de Barcelona. No se trata de uno de los divulgadores científicos que se limitan a recoger datos de otros. En este caso divulga lo que sabe, aunque a veces lo hace a una altura excesiva. Pero no es ese el problema: éste radica en que David Jou se interesa por otras muchas cuestiones como la biología, la historia, la religión o la cultura lo que ha dado lugar a una larga colección de libros. Y no acaba ahí la cosa: además escribe poesía y la publica.
Esa mezcla de físico y poeta se percibe perfectamente en el libro “El laberinto del tiempo”. Algo que produce una cierta conmoción en el lector, ya que se topa en él tan pronto con el uno o con el otro. Al final se topa con la filosofía. Tomemos el subtítulo del libro: “Tiempo y memoria en la vida y el universo” Queda ahí descrita la estructura de lo que nos va a exponer. Existe una primera división entre lo que es el tiempo y la memoria. A su vez cada una de esas partes se va a subdividir entre lo biológico y lo cosmológico.
Se entra así en lo que el tiempo significa en el plano de la bilogía. Se analizan en primer término los ritmos temporales que nos rodean y marcan nuestra vida. Muchos más de los que suponemos. Luego entra en una distinción trascendental: el tiempo creador, el tiempo conservador y el tiempo destructor, algo que parece recodar a las deidades hindúes.
El tiempo creador va a plantearse las nociones fundamentales de la evolución, el desarrollo y, finalmente, la cultura. Lo primero nos lleva al mundo darwiniano; lo segundo a los problemas de la genética, desembocando al final el fenómeno cultural, cuya evolución consiste en la transmisión a los descendientes de los resultados adquiridos por las generaciones anteriores.
El tiempo creador se nos presenta diciendo “los humanos somos la única especie que sabe que ha de morir, lo cual da a nuestro sentido del tiempo una profundidad especial y un toque de dramatismo”. Más adelante se agregará: “incluso aceptando la muerte, nos subleva el envejecimiento, con su merma de recursos vitales y su incremento de incomodidades”. Explicar el envejecimiento supondría explicar la muerte Y Jou nos expone las teorías que se han manejado sobre genes, telómeros, oxidantes y radicales libres. Y las soluciones propuestas: utilización de células madre o ingeniería de órganos. Pura ilusión.

El físico se mueve con mayor libertad en un tema como el del universo, pero también lo hace a costa de reducir su inteligibilidad. Por fortuna, a la vez que nos excede en muchas ocasiones, aun en ellas huye de la simplificación llamada divulgación (tampoco despreciable, en realidad). Hay que agradecer a David Jou que añade a su libro un inestimable glosario de sesenta términos relacionados con el tiempo y utilizados en su libro. Términos que se distribuyen para uno entre los conocidos, los escasamente conocidos y los desconocidos.
Cuando saltamos al universo la primera labor de David Jou es hablarnos de patrones, relojes y calendarios, es decir, de los esfuerzos realizados por el hombre para fijar y medir unidades de tiempo. Los patrones se basaron primero en el hombre, luego en la tierra, más tarde en el átomo. El físico se mueve con mayor libertad en un tema como el del Universo, pero también lo hace reduciendo su inteligibilidad. Por fortuna, a la vez que nos excede en muchas ocasiones, en ellas huye de la simplificación llamada divulgación (tampoco despreciable, en realidad). Hay que agradecer a David Jou que añada a su libro un inestimable glosario de sesenta términos relacionados con el tiempo y utilizados en su libro. Términos que se distribuyen entre los conocidos, los escasamente conocidos y los desconocidos por el lector medio.
Era inevitable concluir en la contraposición entre la física clásica, tan determinista, y la cuántica con su gato de Schrödinger que nos recuerda el “vivo sin vivir en mí” teresiano. Y ese dilema, ya se sabe, trae como siempre el problema de la libertad: ¿están nuestros actos predeterminados o no? Bien: a partir de ese momento, David Jou se reviste de físico y nos da una lección que agradecemos con su paseo por teorías diversas que culminan en la relatividad einsteiniana en sus distintas manifestaciones. Estamos ya ante una relatividad que es esencialmente relativismo y que aumenta cuando se contraponen teorías diversas y contradictorias para explicarla. El libro nos las presenta como en un escaparate, sin apostar por ninguna ni disimular sus virtudes y debilidades.

Se entra ahora en la segunda parte, dedicada a la memoria. Su objetivo es examinar la búsqueda de lo permanente: “no podemos comprender el tiempo sin comprender la memoria, pero no son polos opuestos, realidades irreconciliables, sino un todo profundamente entrelazados”.
La memoria biológica, vital, cultural, neuronal y personal, está próxima a lo profundo de la experiencia personal y la identidad de nuestro yo. Nuestros recuerdos nos autoidentifican. El problema fundamental que va a plantear es la forma en que dichos recuerdos, más allá de la temporalidad, alcanzan un cierto grado de permanencia en nuestro cerebro.
Pero junto a ella, David Jou nos recuerda la existencia de otras dos memorias que anidan en nosotros. La primera es la memoria genética, la que supone una herencia corporal de las especies. La memoria genética nos enfrenta con la permanencia biológica por encima del tiempo, articulada progresivamente por el código genético, los genes, las especies y los individuos. La segunda es la memoria inmunológica, un mundo extraño y nuevo en que las células se encargan en recordar de alguna forma lo propio para distinguirlo de lo extraño, de arreglar deterioros celulares y entablar batallas.
Se culmina esta parte con las seducciones de la eternidad. Ante la premnidad, la idea pueder ser fundirse con la namguraldeza (el polvo de estrellas) o salirse de él. Se nos aclara: “la fusión con el mundo, la disolución en el mundo, son más fáciles de imaginar que la eternidad”. No hay que recurrir a la exigencia de un alma: “Dios podría otorgar inmortalidad sin necesidad del alma”. Al hilo de ello se repasan los problemas éticos creados por la clonación o la ingeniería genética al rebufo de lo trasgénico.

¿Tiene el universo memoria? ¿O memorias como sugiere Jou? ¨ Éste, sin duda, se refiere a las matemáticas: “las matemáticas llevan a formular estructuras abstractas que van mucho más allá de cualquier experiencia anterior y que quizás, al cabo de muchos años, sirven óptimamente para describir aspectos de la realidad que nunca habríamos podido ni siquiera imaginar”. En realidad, lo que se pretende es identificar la memoria en la manera como “la física ve la permanencia en la naturaleza”. Solo se van a examinar tres casos: las leyes de conservación, las constantes físicas y las simetrías.
En todas esas manifestaciones parecen existir permanencias que superan el tiempo, peor David Jou, no se corta un pelo a la hora de indicarnos las excepciones que aparecen en su aplicación. Ni a señalar las cuestiones que aún están pendientes de resolver o sobre las que se centran los actuales trabajos de investigación. No oculta que reducidas variaciones de esos cuadros numéricos determinarían sin más, la desaparición del universo y de la vida. Utilizamos, por otra parte, una veintena de constantes actualmente, pero desconócenos las posibles relaciones que puedan existir entre ellas. Al hablar de la simetría se habla llanamente de “la fecundidad de la imperfección”.
La existencia de otras constantes y, por consiguiente, de otros universos. De entrada, tenemos conciencia de que nuestro universo es finito y, por consiguiente, sometido al tiempo. Surgen preguntas como esta “¿y si el Universo hubiera empezado hace unos pocos segundos tal como es ahora, con sus constituyentes actuales y también con sus memorias, sus bibliotecas, sus archivos, sus recuerdos?”. David Jou nos dice “no sé si es posible refutar racionalmente esa posibilidad, por arbitraria y extraña que parezca”. Y nos recuerda que ya Kant tuvo que recurrir al “cogito ergo sum” dudando de la realidad exterior. Al final se nos dice: “Tal vez sea más fructífero no absolutizar esas dudas y adoptar un realismo más o menos ingenuo y elemental respecto de nuestra existencia y nuestra libertad”.
Cuando el libro concluye nos hallamos ya dentro del laberinto del tiempo. Un auténtico laberinto donde el discurrir filosófico ha dejado hace tiempo atrás el sentido divulgativo que inicialmente pudo parecer tener la obra. El autor nos deja ante temas tan agobiantes como el dinamismo de la identidad, la sorpresa de libertad, la multiplicidad del tiempo, los abismos de la memoria o la incertidumbre del progreso. No puede decirse que David Jou sea optimista.
Un libro que vale la pena leer y releer. Un libro donde orientarse sobre el momento de la ciencia. Un libro para conocer la real dimensión de de nuestra ignorancia.

El libro “El laberinto del tiempo. Tiempo y memoria en la vida y el universo” (272 págs.) fue escrito por David Jou i Mirabent, datando su copyright de 2014. Su edición en castellano fue llevada a cabo por la editorial Psado&Presente ese mismo año.

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