miércoles, 18 de abril de 2018

Jean M Twenge y William Keith Campbell: “La epidemia del narcisismo. Vivir en la era de la pretensión”.


Tanto Twenge como Campbell son profesores universitarios de psicología, la primera en la Universidad de San Diego y el segundo en la de Georgia. Ambos han colaborado en la redaccion del libro. Son psicólogos, pero los temas abordados abocan inesperadamente a problemas más propios de la psiquiatría que, naturalmente, no tratan de resolver. La importancia de su trabajo es el diagnóstico. Hay que señalar que, en muchos casos, los desórdenes mentales tienen su origen en un narcisismo patógeno.
El libro advierte que la epidemia que se denuncia se refiere a los Estados Unidos, área a la que se han extendido sus estudios. Sin embargo, este hecho no impide que su contenido sea de interés y de plena aplicación fuera de ese país. Primero porque Estados Unidos transmite fácilmente su cultura y esta se recibe sin resistencia aparente por todo el mundo; basta pensar en las películas, los vaqueros, la Coca Cola. Segundo, porque, ya en referencia España, la aparición de la epidemia comienza a ser algo evidente, aunque no se defina y denuncie. Con ello no se trata de minimizar ese peligro: los estudios y casos expuestos por los autores se refieren a los Estados Unidos; fuera de ellos no hay nada en el libro, en el que unicamente se llega a firmar que la epidemia es más clara en los Estados Unidos.
Habría que empezar por definir lo que es narcisismo. Los autores más que definirlo lo describen, lo que no deja de ser un acierto. Unicamente queda el distinguirlo de conceptos próximos, singularmente el de la autoestima (o auto admiración), una idea también ampliamente extendida actualmente hasta afirmar “En la carrera por crear autoestima, nuestra cultura puede haber abierto la puerta a algo más oscuro y siniestro”.
El narcisismo no debe ser identificado con el TNP (Trastorno Narcisista de la Personalidad”. Tampoco deben olvidar los cinco mitos a que los autores se refiere: 1) El narcisismo es una autoestima “realmente alta”; 2) Los narcisistas son inseguros y tiene una autoestima baja; 3) Los narcisistas son realmente geniales/más guapos/más listos; 4) Un ligero narcisismo resulta saludable; 5) El narcisismo es simplemente vanidad física. Simplificando todo, lo que realmente caracteriza el narcisismo es su egoísmo, su desconocimiento de las otras personas. Lo que al mismo tiempo es cierto es que, aunque las pruebas unicamente se comenzaron a realizar a mediados del siglo pasado, es evidente un aumento constante de los índices del narcisismo (por cierto: el libro incluye un pequeño test para auto diagnosticarse el grado de narcisismo de uno). En otras palabras: su crecimiento es un fenómeno cultural “resultado de la gigantesca deriva de nuestra cultura hacia una mayor atencion a la autoadmiración”. Para empezar “se ha debilitado la inmunidad de los estadounidenses al narcisismo”.
El libro nos ofrece una visión clara de cómo se produjo ese deslizamiento de la autoconfianza a la autoestimación, en donde se difuminaron las ideas tradicionales. Se repasan los hechos que concurrieron en los años 70 y 80 y cómo a través de ellos, los principios de libertad e igualdad fueron, poco a poco, sustituidos por los de autoadmiración y autoexpresión.
La cosa fue in crescendo. Twenge y Campbell echan en un largo capítulo paletadas de culpa a los padres, consentidores, olvidadizos de su papel de transmisores de valores, siervos de sus propios hijos, engañándoles en suma sobre la realidad de la vida. Lo que cuenta el libro se refiere fundamentalmente a los Estados Unidos, pero sus observaciones son perceptibles en todos los países. Una razón para ello es que uno de los mayores y mejores transmisores del narcisismo ha sido Internet a través de las redes sociales. Los autores citan, quizá en la parte más premiosa del libro, múltiples ejemplos estadounidenses que pueden ser contagiados fácilmente al resto del mundo. Pero es fácil que, a este lado del charco, podamos reconocer programas de televisión y videos de YouTube similares a los que denuncia el libro. Son los “famosetes”, los “Sálvame” …
Más curioso es el engarce que Twenge y Campbell establecen entre el narcisismo y la crisis económica de 2008 que derivó de las burbujas que estallaban. En realidad, más que de narcisismo en primer término, podríamos referirnos al espíritu de competencia que movió a tanta gente a endeudarse, gastando a futuro más de lo que ingresaba a presente (unido claro a una demencial política bancaria de créditos). Los autores recuerdan la diferencia creada por Freud, entre el principio del placer y el principio de la realidad. Fueron años en los que, como niños, muchos individuos se decantaron por el primero olvidando el segundo. La tarjeta de crédito fue el señuelo más difundido.

Cuando se entra en campo de la sintomatología, el libro se detiene en primer término con la vanidad, localizada en el aspecto físico. En realidad, se mezclan dos ideas que, con el ser y el estar del español sería más fácil de distinguir: “estar buena” y “ser guapa” (permítaseme que hable en femenino, pero este tipo de vanidad es más abundante en las mujeres que en los hombres, de momento, claro). Aunque parezcan términos semejantes no lo son: quien no es guapa puede estar buena y se puede no estar buena aun siendo guapa. Y para el narcisista “estar buena” está por encima de todo.
El segundo de los síntomas es el materialismo, sustanciado principalmente en el aumento del consumo. Llevados por el ímpetu de sus ideas los autores no enfatizan, ni en este síntoma ni en otros, que solamente su exceso puede ser síntoma de narcisismo. En este caso, el consumo es competitivo y exhibicionista y abarca tanto los aspectos cuantitativos como los cualitativos. Como culpables aparecerán, como siempre, los padres, el entorno, la publicidad o internet. Con mayor acierto indicarán que uno de los hechos que provocan ese incremento del consumo es la constante sugerencia de que es algo merecido. La idea de que uno ha merecido algo es tan halagadora como peligrosa. En todos los campos de la vida.
Desbarra quizá el libro cuando se extiende al campo de la economía (en donde sugiere una intervención estatal) y sobre todo al terreno medioambiental. La referencia al cambio climático, con la asunción implícita de su origen antropogénico, es un tópico que parece obligado aplicar en todos los campos. Curiosamente, el manifestarse ecologista no es, a mi juicio, sino una manifestación de narcisismo. El propio libro parece reconocerlo: “afortunadamente, el ecologismo está en camino de ser guay”. Este término, “guay” es para los autores poco menos que la aspiración del narcisista.
Todo ello nos conduce a un tercer síntoma del narcisismo: la llamada “unicidad”. El tema quizá es tratado confusamente, al confrontarlo con la idea de “ser especial”, Si esto último se relaciona con el narcisismo, la unicidad es unicamente su germen. Todo individuo es único, no hay que olvidar. Reconocerse especial y, por ende, superior a los demás es distinto. La referencia a la utilización creciente de nombres no comunes a los recién nacidos es criticada, pero no parece sino ser un deseo de “personalización”, aunque muchas veces tan ridículo como excesivo.
El tercero de los síntomas que se suele encontrar en el narcisista es el comportamiento antisocial que se traduce en la búsqueda de la infamia y la falta de civismo. Quizá en este punto el problema está es distinguir lo que es narcisismo de lo que entra ya en el terror de la psicopatía. Lo antisocial se manifiesta aquí en las agresiones físicas y las verbales, en la utilización de un lenguaje despectivo que trata de humillar a los demás; en un comportamiento anómico donde encajan perfectamente la mentira, la trampa y el plagio. Muy próximo está el síntoma de las relaciones problemáticas. Ahora es la distorsión que produce el narcisista en sus relaciones personales, fundamentalmente en la conyugal. Frente a su aceptación tras una exhibición de sus atractivos, el narcisista impone su ego sin paliativos. Y la relación fracasa.
Se cita a continuación como síntoma la “pretensión”, entendiendo como tal ”la convicción ubicua de que uno merece un tratamiento especial, el éxito y más cosas materiales que los demás”. Llevado al campo laboral significa exigir más dinero y menos tiempo. Al hilo de ello, el libro critica la falacia de la conciliación familiar y laboral, acusándola de encubrir otras pretensiones. Por otra parte, es algo que destruye las ideas de reciprocidad y obligación. El último de los síntomas afecta a la religión, campo en el anidan muchos narcisistas. Claro que cada religión es más o menos propicia a ello. La humildad es la virtud que funciona como antídoto apropiado.
Tras enfatizar el peligro de contagio del narcisismo, extraordinariamente favorecido por internet y las redes sociales, el interés el libro decae notablemente, tanto por referirse machaconamente a los Estados Unidos (algo lógico), como por transformarse en una especie de manual de auto ayuda lleno de recomendaciones y recetas, cuya sola lectura origina dudas sobre su eficacia. Ya se sabe: en caso de epidemia gripal, no salga de casa, métase en la cama y tome algo caliente.
El libro es notable en cuanto denuncia un hecho tan demoledor como real. En cambio es pobre cuando señala síntomas y, sobre todo, cuando propone remedios. Pero sólo por la rotundidad de la denuncia vale la pena leerlo.

“La epidemia del narcisismo. Vivir en la era de la pretensión” (504 págs.) es un libro escrito el año 2009 por Jean M. Twenge y W. Keith Campbell, siendo su título original “The Narcissism Epidemic: Living in the Age of Entitlement”. Fue publicada su traducción española por Ediciones Cristiandad el año 2018.

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