sábado, 13 de enero de 2018

Marta García Aller: “El fin del mundo tal y como lo conocemos. Las grandes innovaciones que van a cambiar tu vida.”





 
Marta García Aller, como demuestra el libro, es una persona atenta a lo que nos rodea. Es una mirada sin ira, pero abierta al asombro. En la entrevista que la hizo en el 14 de septiembre de 2017 el diario “El Mundo” y que se puede encontrar en Internet confiesa que consultó con cientos de personas fascinantes para escribir el libro. Eso se nota y pesa. El libro le fue encargado por la editorial.
En la entrevista aludida Marta García Aller declara que es un libro optimista ¿Realmente es optimista? ¿Un libro donde se nos declara novatos perfectos, apenas capaces de asimilar los últimos avances tecnológicos? ¿O es simplemente realista? Lo que nos conduce a la pregunta final ¿Puede haber un realismo optimista tras lo que nos describe? Pues Marta parece insistir y uno no se atreve a contradecirla.
El libro es como un armario que tiene como dos grandes cuerpos dentro de los que se esconden cajones, en los que se almacenan muchos temas conexos. Los cuerpos son el de las cosas que se van (ocho) y la ideas que se van (seis). Entremos en el primero

Comenzamos avanzando por lo que llama el fin del trabajo. Los títulos de los capítulos tienden a engañar. Básicamente se refiere a la desaparición de profesiones clásicas. Calcula en un uno por 100 las que se han sobrevivido a lo largo del siglo XX. Pero no cuenta quizá las que ha surgido nuevas. Hay un cierto deslizamiento de la idea de desaparición de profesiones y la de pérdida de puestos de trabajo, idea que reitera cuando se refiere a los robots. Ese temor al robot que se superpone al hombre recuerda un tanto al temor manchesteriano hacia los nuevos telares. Sí lo hace constar la misma autora, que recuerda los luditas que se rebelaron sin éxito frente a las máquinas. Por fortuna. Personalmente entiendo que no debe haber lugar a ese temor. El hombre siempre gobernará al robot. Siempre encontrará ocupación y trabajo, aunque su ocio aumente. Esa confianza es la que Marta García Aller pone bajo sospecha al referirse a la inteligencia artificial, terminando afirmando que en breve la inteligencia del robot superará a la del hombre
La renta universal es uno de ellos. Una idea que empieza a manosearse desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha. Realmente esa idea sugiere algo insípido para el ser viviente. Sí: libertad para dedicarse a lo que quiera. Pero dar sentido a la vida es algo más. Otra cosa distinta es liberar al individuo de las tareas más rutinarias. Es quizá el sentido en que se moverá el cambio. Si llega, por ejemplo, el coche sin conductor, lo que se va a eliminar el tedio de camionero que emplea su tiempo en la conducción de un vehículo y recupera horas y días que dedicará a otras tareas menos rutinarias.
Lo que debe destacarse no es tanto la realidad del cambio, como su velocidad. Y su ámbito que es el técnico, no precisamente el moral.

El fin de las cosas me parece el más alucinante de lo que nos cuenta. Lo es la historia de una bombilla que luce permanentemente encendida desde 1901, una realidad ahora comprobable a través de una web que contrasta con el apego actual al usar y tirar. Los fabricantes decidieron hace tiempo hacer las cosas útiles y poco duraderas, baratas, pero costosamente reparables. Las cosas no valen en sí sino por su usabilidad.
Algo más que conocido por universalmente usado es el fin del dinero. En realidad, no se trata del fin del dinero sino la evolución de los medios de pagos. Se repasan, inventados ya la moneda y el billete, las tarjetas de crédito y el pago con smartphones, la desaparición lenta de los cajeros, el dinero negro y las monedas digitales. Algo que puede conducir, realmente, al fin del “cash”, más que de la medida del valor.
La meditación sobre el fin del volante está referida sustancialmente al coche sin conductor. Es quizá una de las partes menos lúcidas del libro, pero alude a algo que sí debe tenerse en cuenta: la llegada de sistemas que permitan usos compartidos de los coches con los que se eviten los enormes porcentajes de inactividad en los que normalmente están.                       
Llega el momento del fin de la fotografía.  El libro parte del daguerrotipo hasta llegar al smartphone. Pasa por el descubrimiento del carrete por Kodak hasta su desaparición. Por la Leika, hasta la invasión de los móviles. Afirma la autora “Las fotos ya no sustituyen a la memoria”, “En el mundo digital su función ya no es recordar, sino comunicar algo”. Todo ha abocado en la banalización de la fotografía, en su acumulación. El futuro será poder distinguir, recuperar, clasificar.
Cuando Marta García Aller se refiere al fin de las tiendas, comienza refiriéndose al inicio de su concepción actual: en este caso, del Piggly Wiggly de 1916 en donde se suprimió el mostrador para permitir que el cliente eligiera personalmente lo que quería. Hoy convivimos con Amazon, Zara y sus numerosos seguidores. Y todos, supermercados y centros de venta on line, nos observan de manera obsesiva acumulando en sus bigdata todas nuestras tendencias, nuestros gustos. En los locales de venta que subsisten desaparecen las cajas registradoras y descubrimos cada día formas más cómodas de pago. Con los drones esperando su aparición.
Como sucede con el árbol del paraíso podemos hablar de una tecnología del bien y del mal. Con el título el fin de los camellos, el libro nos abre los ojos al delito informático. Y pronto se cita un viejo dicho entre los hackers: “solo hay dos tipos de empresas: las que han sido atacadas y las que han sido atacadas y no lo saben”. Los secuestros digitales están a la orden del día y cualquier mecanismo digital puede ser hackeado. Todo un torrente de traficantes de drogas inunda Internet y monedas digitales como el bitcoin les proporciona el ansiado anonimato.
El último -y más flojo- de los capítulos de esta primera parte es el referido al fin del petróleo. Lo es porque trata simplemente del acabamiento material de unas reservas, aunque sin embargo no alude ni al fracking y al descubrimiento de nuevos yacimientos. Como en el clásico problema planteado por el estiércol de los caballos, superado por la difusión del coche, todo se fía al desarrollo de nuevas energías renovables y al descubrimiento de nuevos combustibles artificiales para el transporte aéreo.

Cuando entramos en lo que hemos llamado segundo cuerpo del armario, referido ahora al fin de las ideas, el libro sufre un bajón progresivo. En general deja de ser notario de cambios reales ya producidos a ser predictor de cambios aun por producirse.
La cosa es escasamente notoria cuando se aborda el fin de la conversación, idea que se trata de relacionar con el crecimiento de la comunicación a través de los mensajes, primero, y del WhatsApp después. Una comunicación que no supone cercanía física ni presencia real de contertulios. Ni siquiera parece haber tertulia. Pero el fenómeno parece estar superficialmente enfocado. La cercanía, aunque no física, existe, aunque la comunicación influye decisivamente. ¡Ay McLuham!
En el fin del reloj biológico, la autora embarranca en consideraciones sobre la maternidad y su tiempo. Recupera tics feministas y olvida al gran perjudicado: el nasciturus. ¿Se nace con madre o con abuela?
Ese sentido de predicción persiste en el fin de la privacidad y el fin de la globalización. Privacidad e intimidad son dos conceptos que maneja un tanto confusamente. Anonimato y publicidad sobrevuelan poco definidos. Entiendo que lo que realmente sucede es que lo que antes percibían personas próximas a nosotros (desde el portero hasta el compañero de trabajo) puede ser ahora percibido por muchos a través de los bigdata. O a través de las redes sociales. Y utilizado, claro. Por lo que respecta a la globalización todo queda al final en una crítica a las ideas de Trump. Más o menos. La globalización es imparable, simplemente.
Tras una inane referencia al fin de los idiomas, la guinda la pone el fin de la muerte. El título es incorrecto ya que no aborda realmente la inmortalidad, sino la prolongación de la juventud o el retraso de la vejez. Tratando a ésta como una “enfermedad”, evitable, por tanto. Aunque no se afirme con claridad se deja constancia de que en el pasado no había viejos porque antes de llegar a la vejez la enfermedad y el accidente acababan con las personas. El envejecimiento surge cuando las enfermedades se curan y los accidentes se remedian (por cierto, en el libro apenas de habla de los trasplantes, de las endoscopias, de la laparoscopia, de los antibióticos...). Me temo que los telómeros van a ser testarudos conservando sus dimensiones y que, como los materiales, los nuestros sufran también esa fatiga que les inutiliza lentamente.
 Digamos ante todo que, así como en la primera parte el libro abordaba los efectos de “fines” ya acontecidos o en fase de realización previsible, ahora se habla de “fines” hipotéticos, posibles e imaginables teóricamente.

En resumen: el libro entretiene y está bien escrito, con la agilidad propia de una periodista. Negativamente pesa sobre él una ambición que lo impulsa a introducirse en parajes oscuros. La excesiva referencia a personas consultadas, por otra parte, supone un cierto lastre por cuanto muestran más sus motivaciones que sus creencias. Y, aunque pueda sorprender, tiene soterrada una inclinación a lo políticamente correcto. Al final se tiene la sensación de haber caído en la anécdota tras tocar la categoría.
Pese a todo, uno no se arrepiente de haberle tenido en las manos.

“El fin del mundo tal y como lo conocemos. Las grandes innovaciones que van a cambiar tu vida” (332 págs.) ha sido escrito por Marta García Aller y editada por Planeta en septiembre de 2017.

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