Llegué a este
libro partiendo una charla en Internet de Domingo Soriano, un economista que colabora
con el Instituto Juan de Mariana, del que es director el prologuista del mismo
libro, Juan Ramón Rallo. En la charla, Soriano exponía y comentaba los gráficos
del libro que corresponden a los diez factores que nos permiten sentirnos (o
debieran hacerlo) cabalgando sobre un progreso real de la humanidad.
Miremos al
autor: un escritor sueco entusiasta del capitalismo y la globalización, de la inmigración
y las libertades individuales. Como suele ser habitual y lógico, comenzó
teniendo la mentalidad del anarquista de izquierdas. Hablo de lógico porque
hace mucho tiempo y en un vagón de tercera ya me advirtieron que quien siendo
menor de veinte años no cree en el comunismo es tonto; y si tiene más de esa
edad y sigue creyendo lo mismo, también lo es. Una verdadera exageración, pero que,
aplicada al reducido ámbito de los intelectuales sin intereses personales,
suele tener una confirmación evidente. Así que Norberg descubrió el liberalismo
a través, como indica Wikipedia, de Locke, Bastiat, von Mieses y Ayn Rand. Fue
su caída paulina del caballo.
Johan Norberg
lucha contra la percepción negativa que tenemos del mundo actual “Catástrofes y
desastres por todas partes” es la frase que abre el libro reflejando el sentimiento
anónimo que prima en la gente. No es exagerado: contemplemos cualquier
telediario y analicemos lo que nos ofrece. Aunque el preludio del libro se intitula
“Estanos mejor que nunca”, Norberg de alguna forma reconoce su fracaso al
titular su epílogo “¿Aun no estás convencido?”. El lector del libro lo estará,
claro, pero constata que la gente sigue creyendo en que estamos peor que nunca
El libro
comienza fijándose en algo tan básico como la alimentación. En realidad, podía haberse referido a las necesidades
básicas, incluyendo vestido y vivienda. Norberg nos recuerda las hambrunas que
asolaron al mundo, en fechas más recientes de las que creemos. Describe la realidad
de la subalimentación que impedía incluso el trabajo, la multiplicación de
mendigos, la desnutrición infantil con sus millones de muertes…. Despejará el
fantasma preconizado por Malthus y nos mostrará el avance de las técnicas de
cultivo; a su cabeza, los fertilizantes que hizo posible Fritz Haber al lograr
la fijación del nitrógeno en 1909, continuación del progreso del comercio, técnicas
de empaquetado, de congelación, el abaratamiento de la electricidad y los combustibles,
la mecanización. La democracia potencia todos esos fenómenos, frente a la ineficacia
de los gobiernos totalitarios. Un gráfico nos nuestra que, si en 1945 la tasa
de desnutrición mundial era del 50, en 2015 está próxima al 10.
Frente a la alimentación,
el saneamiento. Aquí se distinguen
realmente dos fuentes: el problema del agua y los residuos, especialmente los
humanos. Ambos concatenados. En la actualidad, damos por hecho la disponibilidad
de agua no contaminada, pero históricamente esto no ha sido así. Siempre he
tenido por cierto que la civilización occidental sobrevivió con vino, de mala
calidad y aguado, y con cerveza. La contaminación de orina y heces sólo se
superó muy tardíamente con el inodoro y, tras él, con el alcantarillado. Ríos,
lagos y arroyos eran cloacas naturales. El “agua va” era consustancial a las
ciudades. “El porcentaje de la población mundial con acceso a fuentes de agua
potable ha pasado del 52 al 91 entre 1810 y 2015. La mortalidad lo ha acusado.
Lo cual lleva a
Norberg para referirse a la esperanza de
vida. De algo menos 30 años en 1790 a 70 años en 2010, refiriéndonos a la población
mundial. Es algo que no precisa tanta demostración, ya que en nuestra vida lo hemos
comprobado. El Instituto Max Planck, por ejemplo, indica que “el grueso de la reducción de la mortalidad
ha sido experimentado solamente por 4 de las 8.000 mil generaciones que han
vivido desde nuestra evolución, hace 200.000 años”, Más años y añade
Norberg: mayor calidad de vida.
Nada tan polémico
como la pobreza, “la realidad inevitable de los que no han
creado riqueza”, nos recuerda Norberg. La difusión de la pobreza va olvidándose,
pero se nos recuerda que en 1820 “el
europeo medio era más pobre de lo que hoy es el habitante medio de países como
Mozambique o Pakistán”. Se alude a España (junto a los países nórdicos, por
cierto) indicando que a principios del siglo XIX la tasa de pobreza oscilaba
entre el 60 y el 70 por ciento. Pero llegó la Revolución Industrial y países
como Gran Bretaña y Estados Unidos comenzaron a vencer a la pobreza. Siguieron
los países europeos. Se produce un segundo avance cuando despiertan los países
del este de Asia, Asistimos ahora al despegue de países como China y la India.
Todo confirma que el retroceso de la intervención estatal favorece ese despegue.
Surge la idea de los países en vía de desarrollo. Marx se ha equivocado. La
desigualdad tiende a disminuir. La olvidadiza clase media global aparece en
escena.
Pensamos que
vivimos en un mundo lleno de violencia.
Pero el hecho real es que “la guerra y la
violencia fueron la norma en anteriores etapas de la humanidad”. En los últimos
tiempos se ha producido una dramática reducción de la violencia. Ello no obstante,
siguen rondando los fantasmas de la guerra y el terrorismo. Pero Norberg es
optimista: “los riesgos están ahí, pero
al menos la tendencia hacia la paz es favorable”.
El medio ambiente requiere una atencion
especial. Es algo que ha sufrido en el proceso de mejora de la sociedad. El
análisis del medio ambiente no siempre ha sido correcto. Se difundió en la
segunda mitad del siglo XX la idea de que “la
riqueza y la tecnología no eran compatibles con un planeta verde y vivo”. Norberg
indica que esa visión está siendo objeto de rectificación. La pregunta que se
hace es: “¿Por qué no se ha producido el
desastre ecológico anunciado por los más pesimistas?” Nuevamente nos
encontramos con un pensamiento anclado en ideas preconcebidas. La creatividad
humana ha determinado la aparición de procesos más limpios, materiales menos
contaminantes o anticontaminantes, técnicas novedosas… Un ejemplo: los temores
ante agotamiento de las reservas de cobre por la multiplicación de conexiones
telefónicas se desvanecen ante la aparición de la fibra óptica. Cosas parecidas
se pueden esperar del grafeno. El Club de Roma pasa a ser un simple “jetattore”.
La alfabetización es la puerta de acceso
al conocimiento. Las campañas de alfabetización de adultos y el aumento de
escolarización han conseguido prácticamente eliminarla en los países desarrollados
y reducirla, a nivel mundial, a un 2 % de la población.
Al tratar de la
libertad, parece que Johan Norberg
se va a fijar en su clara antítesis: la esclavitud. Pero ésta (que existió en algún
momento en todas las civilizaciones) ha desaparecido y el autor unicamente nos
ofrece una curiosa descripción de cómo se fue produciendo históricamente esa
desaparición. Pero, de inmediato, salta a examinar otra negación de la
libertad: la de la existencia de sistemas autoritarios no democráticos. Y aún aborda
un tercer nivel: el del correcto entendimiento de la democracia que “no ha nacido para llevarnos al cielo, sino
para evitar que caigamos en el infierno”. O sea, controlar el poder
primero, domesticar a las mayorías después.
De la libertad
se salta fácilmente a la igualdad.
Se repasan las historias de las grandes fuentes de la desigualdad: raza, sexo y
homosexualidad. El autor repasa detenidamente la lucha por la superación de las
desigualdades históricas cuya progresión es innegable. Quizá olvida las importantes
desigualdades derivadas de la religión y la etnia.
Llegamos al
décimo motivo de optimismo que se nos propone: la próxima generación. Estamos prácticamente llegando al futuro más
inmediato. Más allá es imposible caminar, aunque Norberg tiene conciencia de
los peligros que aún nos acechan, aunque resulten altamente improbables. La próxima
generación nos enfrenta a la vieja cuestión de la explotación laboral infantil.
Lo primero que nos dice Norberg es que la misma no debe seguir siendo considerada
resultado de la revolución industrial. Ésta sólo hizo que los niños dejaran el
ambiente predominantemente infantil de su trabajo. Y éste estaba determinado
por el régimen de pobreza existente en las familias. Los niños ayudaban para lograr
dinero que entregar a sus padres. Una ayuda y un trabajo que se desarrollaba
dentro del ámbito familiar, el que fue abandonado al llegar la revolución industrial.
El niño pasó de trabajar en casa a trabajar en la fábrica o la mina. Con el
progreso resultará que la disminución de la pobreza permitirá prescindir del trabajo
de los niños y ofrecerles educación y cultura. Durante mucho tiempo, la ley
compelía al trabajo infantil como medio de apartarles del vicio o la holganza.
Hoy los padres mandan los niños al colegio; “el dinero no va ya de los niños a los padres sino de los padres a los
hijos”. Los niños tendrán ahora más conocimientos, una visión más amplia
del mundo, una información asequible…
Se diría que
Johan Norberg ha ganado la batalla. Pero inicia su epilogo así: “Escribir un libro con un mensaje positivo
sobre el mundo supone predicar algo distinto de lo que la mayoría quisiera
escuchar”. No lo dice en vano: las encuestas realizadas muestran que las
personas consultadas albergaban un pesimismo que llegaba a la visión de la
destrucción de nuestro modo de vida o, incluso, de la misma humanidad. La
Fundación Gapminder ha realizado encuestas en donde esa visión pesimista (mayor
incluso en los universitarios) no se debe a la falta de información, sino que
debe ser atribuida a informaciones engañosas y desactualizadas. Norberg no duda
en señalar el origen de ello en los medios de comunicación y en los
periodistas, que priman las noticias más escandalosas y negativas y que se
disculpan afirmando que eso es lo que interesa al público. Y añade: “Quizá el desarrollo nos ha conducido a
preocuparnos más”. Pero hay otros factores: la idealización de nuestra juventud,
la nostalgia de una falsa edad de oro, la recreación de nuestro pasado como una
etapa feliz de seguridad y comodidad.
El libro de Norberg,
de lectura cómoda, nos conduce a recuperar el optimismo y lo hace sin excesos.
Tras esa lectura uno se siente mejor.
El libro “Progreso. 10 razones para
mirar al futuro con optimismo” (318 págs.) ha sido escrito por Johan Norberg en
2016 con el título original “Porgress” y publicado por Oneworld Publications en
Londres. Su traducción española (Diego Sánchez de la Cruz) ha sido publicada en
España en octubre de 2017 por Deusto, en su colección de Ensayo Político, con
el patrocinio del Instituto Juan de Mariana y Value School.
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