lunes, 22 de enero de 2018

Enrique de Angulo : “Diez horas de Estat Catalá” (Prólogo y presentación de Jesús Lainz).





 
El libro recoge las impresiones del periodista de “El Debate” Enrique de Angulo a quien le correspondió escribir la crónica de lo que sucedió en Barcelona en los días 6 y 7 de octubre de 1934, cuando se declaró la república catalana y, en diez horas, se reprimió. Enrique Angulo sigue a pie de calle lo que sucedió en esas horas, pero cuando recoge sus impresiones en un libro añade otras cuestiones previas y posteriores.
Fue un libro que, extrañamente, se publicó en Valencia, que ha permanecido mucho tiempo olvidado y que Jesús Lainz ha recogido reproduciéndolo y colocando por delante una presentación en la que repasa el nacionalismo catalán sumariamente y, al final del libro, unas referencias a las vicisitudes que en el franquismo pasó Angulo. Aunque la nueva edición de Encuentro data de 2006, una charla de Jesús Lainz en 2017, en momentos en que nuevamente los separatistas catalanes intentaban proclamar una república, ha centrado de nuevo la atencion sobre este importante texto.

La segunda república había llegado de forma extraña, ya que derivó de unas elecciones municipales en las que salieron elegidos 22.150 concejales monárquicos y 5.775 republicanos. En las elecciones de 1933 las derechas y el centro logran 5,1 millones de votos frente a los 2,8 de las izquierdas, que sólo ganaron en Madrid por algo más de 6.000 votos. Gana la CEDA con 115 escaños, seguida por los 102 de los radicales de Lerroux y los 60 socialistas. Pero el presidente Alcalá Zamora “se achantó, como tenía por norma, ante las presiones y desmanes de la izquierda” y encarga a Lerroux la formación de un gobierno integrado exclusivamente por radicales. La CEDA, a través de Gil Robles, no oponía resistencia. El 3 de octubre de 1934 se forma un nuevo gobierno que introduce, en las carteras de Justicia, Agricultura y Trabajo, a tres hombres de la CEDA. No lo soportó la izquierda que al grito de ¿Qué viene los fascistas! planteó la revolución el día 6. Solo tendría carácter de guerra civil en Asturias, pero el nacionalismo catalán lo aprovechó para proclamar la república.
Éste es el escenario en que se inscribe lo que cuenta Enrique de Angulo en un libro que publica en mismo año 36 y que se edita en Valencia, en la Librería Fenollera. Un libro que se reedita 70 años más tarde por Encuentro y en el que, como se advierte, se respeta todo, desde la portada hasta las faltas.

Parémonos un momento en la introducción que firma en 2005 Vicente Alejandro Gillamón, en la que se hace referencia al autor y a su tiempo. Guillamón es un periodista a caballo entre la democracia cristiana y el liberalismo. Acusa del “problema catalán” a la clase dirigente enquista en Barcelona. Dentro de ella distingue tres capas o estados: el gran empresariado financiero, industrial y comercial agazapado en la patronal Fomento del Trabajo Nacional, una burguesía de clase media “funcionarial, docente, urbanita, jacobina” y el nacionalismo clerical. La crítica al mismo con que siempre se les tratado se extiende al franquismo, con figuras como Gual Villalbí, López Rodó o el alcalde Porcioles, y concesiones como la SEAT, el puerto franco, Gas Natural. Y por descontado a lo que siguió al franquismo con el desmadre de Zapatero como punto álgido.
Esa extraña sumisión continuará (y esto ya no viene en el libro) con las concesiones de izquierda y derecha al nacionalismo, en su búsqueda de apoyos parlamentarios. El nuevo estatuto de la comunidad autónoma de 2006 superará con mucho al de 1931 en el que las dos lenguas eran cooficiales, no había discriminaciones educativas basadas en la lengua, no existía una verdadera policía autonómica y los medios de comunicaciones estaban debidamente controlados para asegurar su neutralidad.

Angulo relata detenidamente lo que sucedió en la larga tarde y noche del 6 al 7 de octubre. Describe cómo se declara la huelga general y la revolución como protesta ante la introducción en el gobierno a tres diputados de la CEDA. Companys, tras varias vacilaciones termina, totalmente presionado, declarando la República de Cataluña dentro de la República Federal de España. Era consciente de la inoportunidad de la declaración, pero la Esquerra le presionó hasta lograr su propósito.
El libro contiene varios capítulos destinados a describir cómo se fue desarrollando el intento. Los revolucionarios habían preparado cuidadosamente el enfrentamiento con la escasa fuerza militar existente en Barcelona (unos 500 hombres). Especialmente se apoyaba en dos fuerzas. Por una parte, los “escamots”, especie de fuerza militar uniformada y con camisa azul que ocupó los puntos neurales desde los que atacar al ejército. Por otro lado, organizaciones del tipo Omnium, para entenderlo.
Sin embargo, como destaca Angulo la organización de la huelga general se llevaba a cabo por la misma Generalidad, “dándose por vez primera en la historia el caso de un movimiento revolucionario dirigido por los propios encargados del Poder Público”. Cuando decía esto podía hablar de “vez primera”; ahora no podría. La huelga sin embargo se encontró con la dificultad de la negativa de los anarquistas de la F.A.I. a participar en ella y que, activamente, se opuso a su desarrollo.
Ya proclamada la Republica, Companys pidió a Batet su apoyo, a lo que éste se negó tras pedir una hora de tomar una decisión. Madrid ordenó la aplicación del estado de guerra, cuya proclamación en Barcelona se vio claramente obstaculizada. El entusiasmo que pudo haber en la Generalidad y otros organismos de la nueva república se transformó en ansiedad y, al poco tiempo, en pesimismo. Por fin en simple miedo. Hubo tiros y cañonazos. Amenazas de bombardeos.
Angulo dedica un capítulo a referirse a cómo transcurrieron los hechos en la Consejería de Gobernación, cuyo titular era Josep Dencàs, que constituía de hecho el puesto de mando de la subversión. Cuenta como celebraron con una desorbitada cena el triunfo de la república catalana y como un primer cañonazo los volvió a la realidad. El proceso de inseguridad primero y el terror después había iniciado.
Cuando Companys capituló, Batet exigió que lo hiciera saber a la población por la radio. Junto con los consejeros y concejales fue detenido en torno a las seis de la mañana. Los principales instigadores y organizadores del desaguisado, Miquel Badia y Josep Dencàs, consejero de Gobernación, habían huido. Este último, con otros protagonizaron la famosa y conocida anécdota de las alcantarillas. El primero, secretario de Orden Público de la Generalidad, “capitá collons” y azote de los anarquistas, terminó asesinado por éstos.

La figura del general Batet merece a Enrique de Angulo una especial consideración. Catalanista total como era, obedeció al gobierno central a pesar de los llamamientos de la generalidad. Actuó de forma inteligente en todo momento dilatando los enfrentamientos armados en espera de que el miedo ―como así sucedió los evitara. Esa imagen se rompe cuando, rendidos los dirigentes de la sublevación, les trata con desmedida cortesía y les deja descansar en su propio despacho. Luego fueron conducidos a un barco, encarcelados y prontamente liberados de toda responsabilidad
Eso puede ponerse en relación con la referencia que Angulo hace a los que pueden considerarse cómplices de los independentistas. El dedo acusador se dirige inevitablemente a los políticos. Algo que se escribe en 1938 pero que puede repetirse en 2018 con toda razón. Recorre el que llama “rigor desdentado de la Dictadura”, el Pacto de San Sebastián, el acuerdo en la comida celebrada en la Font del Lleó...
Entre esos culpables es especialmente señalado Manuel Azaña. Angulo señala su evolución y su conciencia de la inminente declaracion de independencia. El hecho cierto es que Azaña estaban dos o tres días antes en Barcelona y que estuvo allí mientras se declaraba una independencia de la que cuyo éxito a última hora desconfió. Se le descubrió escondido en el Hotel Colon donde se hospedaba y encarcelado en un buque. Naturalmente, luego fue todo olvidado. Pero no solo lo suyo, sino los de todos los que habían participado en la sublevación. Como señala Angulo: “Desde el primer momento se ha puesto especial empeño por descargar de responsabilidad a Azaña”.

La lectura del libro es muy interesante y, por eso, recomendable. Está escrito con agilidad y permite seguir paso a paso la sucesión de acontecimientos. Ofrece una visión próxima de un hecho del que la información posterior ha sido mínima. Pero ese interés ha crecido al estar ahora España inmersa en un proceso de nuevo y aburrido intento de independización de la misma región española. Sin querer, en esa lectura se tiene constantemente la sensación del “deja vu”. No nos referimos solamente al desarrollo del aburrido “prosés”, sino al problema subyacente preparatorio del mismo. Ya en el libro se acusan los efectos de una educación secesionista que se impartió en Cataluña durante cuatro décadas antes de que Companys fuera impelido a declarar una peculiar República de diez horas de duración. Una charlotada que puede repetirse aumentada en estos momentos.
La historia de 1934 es la historia de un rotundo fracaso. ¿Son iguales las circunstancias de ese año y las de 2017? Hay diferencias notables e igualdades sustanciales. Los secesionistas no optan ahora por una acción armada al ser conscientes de su inutilidad. Se enfrentan a un movimiento centrípeto en Europa.
Pero junto a eso aparecen las igualdades: la especial atención que los políticos españoles les han prestado a los secesionistas a través de su especial e explicable condescendencia; la insolencia de éstos basada en la mentira y la deformación de la historia; el deseo de conservar al resto de España como mercado cautivo, siguiendo el camino abierto por consentimientos anteriores; el insoportable unilateralismo unido a la constante vulneración de las normas fundamentales en cuya aprobación participaron… Todo envuelto en un cansino supremacismo.
¿Otra vez?




“Diez horas de Estat Catalá” (256 págs.) fue escrito por Enrique de Angulo. En 2006 Editorial Encuentro lo publica nuevamente con un prólogo de Jesús Lainz y una introducción y un epílogo de Vicente Alejandro Guillamón. En la lectura se ha utilizado la versión de Kindle.

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