El libro recoge
las impresiones del periodista de “El Debate” Enrique de Angulo a quien le
correspondió escribir la crónica de lo que sucedió en Barcelona en los días 6 y
7 de octubre de 1934, cuando se declaró la república catalana y, en diez horas,
se reprimió. Enrique Angulo sigue a pie de calle lo que sucedió en esas horas,
pero cuando recoge sus impresiones en un libro añade otras cuestiones previas y
posteriores.
Fue un libro
que, extrañamente, se publicó en Valencia, que ha permanecido mucho tiempo olvidado
y que Jesús Lainz ha recogido reproduciéndolo y colocando por delante una presentación
en la que repasa el nacionalismo catalán sumariamente y, al final del libro, unas
referencias a las vicisitudes que en el franquismo pasó Angulo. Aunque la nueva
edición de Encuentro data de 2006, una charla de Jesús Lainz en 2017, en
momentos en que nuevamente los separatistas catalanes intentaban proclamar una república,
ha centrado de nuevo la atencion sobre este importante texto.
La segunda república
había llegado de forma extraña, ya que derivó de unas elecciones municipales en
las que salieron elegidos 22.150 concejales monárquicos y 5.775 republicanos. En
las elecciones de 1933 las derechas y el centro logran 5,1 millones de votos frente
a los 2,8 de las izquierdas, que sólo ganaron en Madrid por algo más de 6.000 votos.
Gana la CEDA con 115 escaños, seguida por los 102 de los radicales de Lerroux y
los 60 socialistas. Pero el presidente Alcalá Zamora “se achantó, como tenía por norma, ante las presiones y desmanes de la
izquierda” y encarga a Lerroux la formación de un gobierno integrado
exclusivamente por radicales. La CEDA, a través de Gil Robles, no oponía resistencia.
El 3 de octubre de 1934 se forma un nuevo gobierno que introduce, en las
carteras de Justicia, Agricultura y Trabajo, a tres hombres de la CEDA. No lo soportó
la izquierda que al grito de ¿Qué viene los fascistas! planteó la revolución el
día 6. Solo tendría carácter de guerra civil en Asturias, pero el nacionalismo catalán
lo aprovechó para proclamar la república.
Éste es el
escenario en que se inscribe lo que cuenta Enrique de Angulo en un libro que publica
en mismo año 36 y que se edita en Valencia, en la Librería Fenollera. Un libro
que se reedita 70 años más tarde por Encuentro y en el que, como se advierte,
se respeta todo, desde la portada hasta las faltas.
Parémonos un
momento en la introducción que firma en 2005 Vicente Alejandro Gillamón, en la
que se hace referencia al autor y a su tiempo. Guillamón es un periodista a
caballo entre la democracia cristiana y el liberalismo. Acusa del “problema catalán”
a la clase dirigente enquista en Barcelona. Dentro de ella distingue tres capas
o estados: el gran empresariado financiero, industrial y comercial agazapado en
la patronal Fomento del Trabajo Nacional, una burguesía de clase media “funcionarial, docente, urbanita, jacobina”
y el nacionalismo clerical. La crítica al mismo con que siempre se les tratado
se extiende al franquismo, con figuras como Gual Villalbí, López Rodó o el alcalde
Porcioles, y concesiones como la SEAT, el puerto franco, Gas Natural. Y por
descontado a lo que siguió al franquismo con el desmadre de Zapatero como punto
álgido.
Esa extraña
sumisión continuará (y esto ya no viene en el libro) con las concesiones de
izquierda y derecha al nacionalismo, en su búsqueda de apoyos parlamentarios.
El nuevo estatuto de la comunidad autónoma de 2006 superará con mucho al de
1931 en el que las dos lenguas eran cooficiales, no había discriminaciones
educativas basadas en la lengua, no existía una verdadera policía autonómica y
los medios de comunicaciones estaban debidamente controlados para asegurar su neutralidad.
Angulo relata
detenidamente lo que sucedió en la larga tarde y noche del 6 al 7 de octubre.
Describe cómo se declara la huelga general y la revolución como protesta ante
la introducción en el gobierno a tres diputados de la CEDA. Companys, tras
varias vacilaciones termina, totalmente presionado, declarando la República de
Cataluña dentro de la República Federal de España. Era consciente de la inoportunidad
de la declaración, pero la Esquerra le presionó hasta lograr su propósito.
El libro
contiene varios capítulos destinados a describir cómo se fue desarrollando el
intento. Los revolucionarios habían preparado cuidadosamente el enfrentamiento
con la escasa fuerza militar existente en Barcelona (unos 500 hombres).
Especialmente se apoyaba en dos fuerzas. Por una parte, los “escamots”, especie
de fuerza militar uniformada y con camisa azul que ocupó los puntos neurales desde
los que atacar al ejército. Por otro lado, organizaciones del tipo Omnium, para
entenderlo.
Sin embargo,
como destaca Angulo la organización de la huelga general se llevaba a cabo por
la misma Generalidad, “dándose por vez
primera en la historia el caso de un movimiento revolucionario dirigido por los
propios encargados del Poder Público”. Cuando decía esto podía hablar de “vez
primera”; ahora no podría. La huelga sin embargo se encontró con la dificultad
de la negativa de los anarquistas de la F.A.I. a participar en ella y que, activamente,
se opuso a su desarrollo.
Ya proclamada
la Republica, Companys pidió a Batet su apoyo, a lo que éste se negó tras pedir
una hora de tomar una decisión. Madrid ordenó la aplicación del estado de
guerra, cuya proclamación en Barcelona se vio claramente obstaculizada. El
entusiasmo que pudo haber en la Generalidad y otros organismos de la nueva república
se transformó en ansiedad y, al poco tiempo, en pesimismo. Por fin en simple
miedo. Hubo tiros y cañonazos. Amenazas de bombardeos.
Angulo dedica
un capítulo a referirse a cómo transcurrieron los hechos en la Consejería de
Gobernación, cuyo titular era Josep Dencàs, que constituía de hecho el puesto
de mando de la subversión. Cuenta como celebraron con una desorbitada cena el
triunfo de la república catalana y como un primer cañonazo los volvió a la
realidad. El proceso de inseguridad primero y el terror después había iniciado.
Cuando Companys
capituló, Batet exigió que lo hiciera saber a la población por la radio. Junto con
los consejeros y concejales fue detenido en torno a las seis de la mañana. Los principales
instigadores y organizadores del desaguisado, Miquel Badia y Josep Dencàs, consejero
de Gobernación, habían huido. Este último, con otros protagonizaron la famosa y
conocida anécdota de las alcantarillas. El primero, secretario de Orden Público
de la Generalidad, “capitá collons” y azote de los anarquistas, terminó asesinado
por éstos.
La figura del
general Batet merece a Enrique de Angulo una especial consideración.
Catalanista total como era, obedeció al gobierno central a pesar de los
llamamientos de la generalidad. Actuó de forma inteligente en todo momento
dilatando los enfrentamientos armados en espera de que el miedo ―como
así sucedió―
los evitara. Esa imagen se rompe cuando, rendidos los dirigentes de la
sublevación, les trata con desmedida cortesía y les deja descansar en su propio
despacho. Luego fueron conducidos a un barco, encarcelados y prontamente
liberados de toda responsabilidad
Eso puede
ponerse en relación con la referencia que Angulo hace a los que pueden
considerarse cómplices de los independentistas. El dedo acusador se dirige
inevitablemente a los políticos. Algo que se escribe en 1938 pero que puede
repetirse en 2018 con toda razón. Recorre el que llama “rigor desdentado de la Dictadura”, el Pacto de San Sebastián, el
acuerdo en la comida celebrada en la Font del Lleó...
Entre esos culpables
es especialmente señalado Manuel Azaña. Angulo señala su evolución y su
conciencia de la inminente declaracion de independencia. El hecho cierto es que
Azaña estaban dos o tres días antes en Barcelona y que estuvo allí mientras se
declaraba una independencia de la que cuyo éxito a última hora desconfió. Se le
descubrió escondido en el Hotel Colon donde se hospedaba y encarcelado en un
buque. Naturalmente, luego fue todo olvidado. Pero no solo lo suyo, sino los de
todos los que habían participado en la sublevación. Como señala Angulo: “Desde el primer momento se ha puesto especial
empeño por descargar de responsabilidad a Azaña”.
La lectura del
libro es muy interesante y, por eso, recomendable. Está escrito con agilidad y permite
seguir paso a paso la sucesión de acontecimientos. Ofrece una visión próxima de
un hecho del que la información posterior ha sido mínima. Pero ese interés ha
crecido al estar ahora España inmersa en un proceso de nuevo y aburrido intento
de independización de la misma región española. Sin querer, en esa lectura se
tiene constantemente la sensación del “deja vu”. No nos referimos solamente al
desarrollo del aburrido “prosés”, sino al problema subyacente preparatorio del mismo.
Ya en el libro se acusan los efectos de una educación secesionista que se
impartió en Cataluña durante cuatro décadas antes de que Companys fuera impelido
a declarar una peculiar República de diez horas de duración. Una charlotada que
puede repetirse aumentada en estos momentos.
La historia de
1934 es la historia de un rotundo fracaso. ¿Son iguales las circunstancias de
ese año y las de 2017? Hay diferencias notables e igualdades sustanciales. Los
secesionistas no optan ahora por una acción armada al ser conscientes de su
inutilidad. Se enfrentan a un movimiento centrípeto en Europa.
Pero junto a
eso aparecen las igualdades: la especial atención que los políticos españoles
les han prestado a los secesionistas a través de su especial e explicable
condescendencia; la insolencia de éstos basada en la mentira y la deformación
de la historia; el deseo de conservar al resto de España como mercado cautivo,
siguiendo el camino abierto por consentimientos anteriores; el insoportable
unilateralismo unido a la constante vulneración de las normas fundamentales en
cuya aprobación participaron… Todo envuelto en un cansino supremacismo.
¿Otra vez?
“Diez horas de Estat Catalá” (256
págs.) fue escrito por Enrique de Angulo. En 2006 Editorial Encuentro lo publica
nuevamente con un prólogo de Jesús Lainz y una introducción y un epílogo de
Vicente Alejandro Guillamón. En la lectura se ha utilizado la versión de
Kindle.
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