martes, 16 de enero de 2018

Alan Sokal y Jean Bricmont: “Imposturas intelectuales”




Estamos ante un libro que podríamos tachar de mítico. Por lo menos se puede afirmar que cuando se publicó supuso una revolución, aunque sólo fuera en ámbitos académicos. Desmitificó, incurriendo en el grave pecado de ir contra lo académicamente correcto. O simplemente aceptado.
Alan Sokal es norteamericano, matemático y físico, profesor de ideas políticas de izquierda. Ha justificado su libro en un intento de liberar a la intelectualidad de izquierdas de cierta molesta ganga. Centró sus ataques singularmente en el relativismo epistémico entendido como “corriente académica posmoderna que considera que la verdad o falsedad de una afirmación depende de un individuo o grupo social y que considera a la ciencia un relato más” (esto es lo que dice Wikipedia).
Jean Bricmont era también físico; físico estadístico concretamente. Su ideología libertaria le hizo defender más tarde a Chomsky. Wikipedia nos susurra que Bricmont “defiende el anarquismo como una forma de ateísmo generalizado: una deriva activa del cuestionamiento de la creencia en Dios al poner en duda la legitimidad de las estructuras de poder y sus justificaciones, coerciones e imposiciones”. Una definición increíblemente atribuible a un coautor de “Imposturas intelectuales” Quién sabe si ya todos estamos más o menos infectados de postmodernismo.

El libro recoge el resultado de una broma que dio lugar al “escándalo Sokal”. En 1996 a Sokal se le ocurre publicar un artículo en “Social Text”, una revista norteamericana, editada por la neoyorkina Universidad de Dukes. Su idea es que una revista académica de humanidades como ésta publicaría todo aquello que sonara bien y apoyase las ideas de los editores. Y publicó un artículo: “Trasgresing the Bounderies: Towards a Transformative Hermenutics of Quantum Gravity” O sea: “La transgresión de las fronteras: hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica”. El libro incluye, como apéndice, el texto de dicho artículo, lleno de citas exactas de una abundante bibliografía. Merece la pena ojearlo. Leerlo puede ser ya perjudicial para la salud.
La broma se completaba con declaración que Sokal el mismo día de la publicación hacía en otra revista titulada “Lingua Franca”, manifestando el sentido de parodia que tenía. La reacción de Social Text fue inmediata: se había defraudado su confianza aprovechando su política de apertura y libertad para los investigadores. El lío estaba creado. Y se escribió el libro que ahora se comenta como justificación. Daba ya igual: los acusados se defendían patas arriba mientras otros se apuntaban a la acusación. Se concedían altas y bajas en los dos bandos. Esto es la historia del libro. Tan chusca como real.

Lo que realmente se lleva a cabo es una crítica o un ataque (como se quiera) al llamado postmodernismo. El que este tenga su foco de origen en Francia y la crítica provenga de Estados Unidos ha dado lugar a cierta defensa de la intelectualidad francesa, quejosa en primer término de que en la lista de acusados predominen los franceses.
El primero por pasar por la guillotina de Sokal es Jacques Lacan, el famoso psiquiatra francés. Confieso que personalmente, nunca he llegado cómodo a Lacan y por esos mis intentos de acercarme a él han sido breves y decepcionantes. Sin duda, a lo mejor soy un lector probablemente superficial que no pretende de buenas a primeras conocer el pensamiento completo y profundo de un autor, sino solamente encontrar la ideas “felices” que en su obra pueden hallarse.
Jacques Lacan parece que ha sido como un aprendiz de brujo jugando, no con cubos de agua, sino con conceptos matemáticos. Su obra médica (porque la psiquiatría lo es) trató de mezclar con conceptos atractivos de las matemáticas. Así nació la “topología psicoanalista” que predicó. Lo que sucede es que Sokal reproduce párrafos y párrafos en los que se evidencia su escaso conocimientos de conceptos matemáticos básicos. No se puede hablar de números imaginarios o irreales sin distinguirlos. No se puede hacer intentos de malabarismos y utilización con ciencias como la lógica formal o la nueva lingüística porque estén de moda.
Pero la utilización de los conceptos procedentes de unas ramas científicas en otras (singularmente en las que abordan aspectos sociales y humanos) es únicamente una de las acusaciones que se lleva a cabo. Es fundamental el ataque que se lleva a cabo contra el relativismo, una de secuelas del posmodernismo.

Con ello, Sokal y su coautor nos sumergen en una serie de consideraciones sobre la búsqueda, el reconocimiento y el logro del conocimiento de la verdad que incluyen el primero de los dos “intermezzo” del libro. Parten de renegar del solipsismo y del relativismo absoluto de Hume, para apostar por un relativismo moderado basado en la racionalidad. Entra en escena Popper el cual, aunque no es relativista, da argumentos a los defensores del relativismo. Todo lo basa en la falsabilidad: “para que una teoría sea científica, tiene que haber predicciones que, en principio pueda ser falsas en la vida real”. Nace así la asimetría crucial de Popper: “…nunca se puede probar que una teoría es verdadera…”, “…sí es posible demostrar que una teoría es falsa”. 
Por la pasarela pasan entonces los que, partiendo más o menos de esas ideas defienden el relativismo, bien radical, bien moderado. Así, el francés Pierre Duhem-Quine, fundador de la teoría del Actor-Red preocupado por los aspectos sociales de la ciencia; el norteamericano Thomas Kuhn, teórico de las revoluciones científicas, que pasa del paradigma a la inconmensurabilidad; el austriaco Paul Feyerabend, padre del anarquismo epistemológico (que devendrá dadaísmo epistemológico). Advirtamos que la referencia a estos autores es parcial, en particular por lo que se refiere al momento de evolución de su pensamiento.
Eso mismo pasa en parte con otra serie de autores, examinados y suspendidos: como son Bruno Latour, la caótica Luce Irigaray, Jean Baudrillard, Giles Deleuze, Felix Guattari y Paul Virilio. Más adelante los intentos de asociar a las ciencias sociales la teoría del caos, el abuso de la invocación al teorema de Gödel o la utilización de conceptos de la teoría de conjuntos, llevará a esa pasarela a otros intelectuales como Vladimir Jankelevitch o Maurice Merleau-Ponty, a los que precede Henri Bergson, enjuiciado por sus aproximaciones filosóficas a la ciencia en su obra “Duración y simultaneidad”, y al que, realmente, trata con cierta benevolencia. Todo se queda en una tarjeta amarilla, por introducirse en el terreno de la relatividad einsteniana.

Sokal se preocupa por que la creciente interdisciplinariedad tiende a enfrentar humanistas y científicos. Para evitar la guerra entre ambos exige a los primeros conocimientos sólidos del ámbito de los segundos. También exige más claridad, evitando que la oscuridad cubra la pobreza de las ideas, que se fíe en demasía de la autoridad ajena, que se utilice la ambigüedad, que sea escéptico especifico, pero no radical. Todos son hechos que han influido en que las ciencias sociales terminen envidiando el prestigio de las ciencias naturales, que olviden su relativismo natural y terminen tratando de imitarlas incorporando en muchos casos sus conceptos.
Llega el momento en que cante la gallina. Lo más sorprendente es la forma en que finalmente los autores confiesan su motivación: evitar que los jóvenes científicos de izquierda se dejen adoctrinar por el posmodernismo, en definitiva, por el relativismo que éste lleva consigo. Da la sensación de que se ignora a los científicos de la derecha, porque parece dar por descontado que no existen. Cuando ya finaliza el libro, en su Apéndice C, afirma: “Confieso que soy un viejo izquierdista impenitente que nunca ha entendido cómo se supone que la deconstrucción va a ayudar a la clase obrera”. “Mi preocupación en realidad, es expresamente política, a saber: combatir la actual moda del discurso posmoderno/posestructuralista/socialconstructivista (y más en general, una tendencia al subjetivismo que es, en mi opinión, contrario a los valores de la izquierda y una hipoteca para el futuro de ésta”.
Curiosamente el libro defiende una peculiar fidelidad al racionalismo propio de la Ilustración y la Revolución francesa, y, al tiempo, dirige sus acusaciones a movimientos y tendencias surgidos de la izquierda “En los años sesenta y setenta surgieron nuevos movimientos sociales (antirracistas, feministas, por los derechos de los homosexuales, etc.) que luchaban contra formas de opresión que, durante mucho tiempo, la izquierda tradicional había subestimado. Más recientemente, algunas tendencias nacidas de estos movimientos han llegado a la conclusión de que el posmodernismo, bajo una u otra forma, es la filosofía que responde de un modo más adecuado a sus aspiraciones”. Un nexo que califica de muy complejo y al mismo tiempo de “mucho más frágil de lo que tanto la izquierda posmoderna como la derecha tradicional suelen pretender que es”.
La lectura del libro es dura: algunas partes es mejor pasarlas de largo (las de las críticas de textos concretos) y otras requieren una doble lectura en la que encontrar una mayor claridad. Que se encuentra al saber dónde se pretende llegar. Pero es un libro interesante; no todo lo interesante divierte.
“Imposturas intelectuales” (“Intelectuall impostures”) fue publicado por primera vez en Londres en 1998 por Profile Books, siendo sus autores Alan Sokal y Jean Bricmont. La edición española que se ha manejado es la impresa por el Editorial Paidós Ibérica en 2008 y en su colección” Transformaciones”.

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