Estamos ante un
libro que podríamos tachar de mítico. Por lo menos se puede afirmar que cuando se
publicó supuso una revolución, aunque sólo fuera en ámbitos académicos.
Desmitificó, incurriendo en el grave pecado de ir contra lo académicamente
correcto. O simplemente aceptado.
Alan Sokal es
norteamericano, matemático y físico, profesor de ideas políticas de izquierda.
Ha justificado su libro en un intento de liberar a la intelectualidad de izquierdas
de cierta molesta ganga. Centró sus ataques singularmente en el relativismo
epistémico entendido como “corriente académica
posmoderna que considera que la verdad o falsedad de una afirmación depende de
un individuo o grupo social y que considera a la ciencia un relato más”
(esto es lo que dice Wikipedia).
Jean Bricmont
era también físico; físico estadístico concretamente. Su ideología libertaria
le hizo defender más tarde a Chomsky. Wikipedia nos susurra que Bricmont “defiende el anarquismo como una forma de ateísmo
generalizado: una deriva activa del cuestionamiento de la creencia en Dios al
poner en duda la legitimidad de las estructuras de poder y sus justificaciones,
coerciones e imposiciones”. Una definición increíblemente atribuible a un
coautor de “Imposturas intelectuales” Quién sabe si ya todos estamos más o
menos infectados de postmodernismo.
El libro recoge
el resultado de una broma que dio lugar al “escándalo Sokal”. En 1996 a Sokal
se le ocurre publicar un artículo en “Social Text”, una revista norteamericana,
editada por la neoyorkina Universidad de Dukes. Su idea es que una revista académica
de humanidades como ésta publicaría todo aquello que sonara bien y apoyase las
ideas de los editores. Y publicó un artículo: “Trasgresing the Bounderies: Towards a Transformative Hermenutics of
Quantum Gravity” O sea: “La transgresión
de las fronteras: hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica”.
El libro incluye, como apéndice, el texto de dicho artículo, lleno de citas
exactas de una abundante bibliografía. Merece la pena ojearlo. Leerlo puede ser
ya perjudicial para la salud.
La broma se
completaba con declaración que Sokal el mismo día de la publicación hacía en
otra revista titulada “Lingua Franca”, manifestando el sentido de parodia que
tenía. La reacción de Social Text fue inmediata: se había defraudado su
confianza aprovechando su política de apertura y libertad para los
investigadores. El lío estaba creado. Y se escribió el libro que ahora se
comenta como justificación. Daba ya igual: los acusados se defendían patas
arriba mientras otros se apuntaban a la acusación. Se concedían altas y bajas
en los dos bandos. Esto es la historia del libro. Tan chusca como real.
Lo que
realmente se lleva a cabo es una crítica o un ataque (como se quiera) al
llamado postmodernismo. El que este tenga su foco de origen en Francia y la crítica
provenga de Estados Unidos ha dado lugar a cierta defensa de la intelectualidad
francesa, quejosa en primer término de que en la lista de acusados predominen
los franceses.
El primero por
pasar por la guillotina de Sokal es Jacques Lacan, el famoso psiquiatra francés.
Confieso que personalmente, nunca he llegado cómodo a Lacan y por esos mis
intentos de acercarme a él han sido breves y decepcionantes. Sin duda, a lo
mejor soy un lector probablemente superficial que no pretende de buenas a
primeras conocer el pensamiento completo y profundo de un autor, sino solamente
encontrar la ideas “felices” que en su obra pueden hallarse.
Jacques Lacan
parece que ha sido como un aprendiz de brujo jugando, no con cubos de agua,
sino con conceptos matemáticos. Su obra médica (porque la psiquiatría lo es)
trató de mezclar con conceptos atractivos de las matemáticas. Así nació la “topología
psicoanalista” que predicó. Lo que sucede es que Sokal reproduce párrafos y párrafos
en los que se evidencia su escaso conocimientos de conceptos matemáticos básicos.
No se puede hablar de números imaginarios o irreales sin distinguirlos. No se
puede hacer intentos de malabarismos y utilización con ciencias como la lógica
formal o la nueva lingüística porque estén de moda.
Pero la utilización
de los conceptos procedentes de unas ramas científicas en otras (singularmente
en las que abordan aspectos sociales y humanos) es únicamente una de las acusaciones
que se lleva a cabo. Es fundamental el ataque que se lleva a cabo contra el
relativismo, una de secuelas del posmodernismo.
Con ello, Sokal
y su coautor nos sumergen en una serie de consideraciones sobre la búsqueda, el
reconocimiento y el logro del conocimiento de la verdad que incluyen el primero
de los dos “intermezzo” del libro. Parten de renegar del solipsismo y del
relativismo absoluto de Hume, para apostar por un relativismo moderado basado en
la racionalidad. Entra en escena Popper el cual, aunque no es relativista, da
argumentos a los defensores del relativismo. Todo lo basa en la falsabilidad: “para que una teoría sea científica, tiene
que haber predicciones que, en principio pueda ser falsas en la vida real”.
Nace así la asimetría crucial de Popper: “…nunca
se puede probar que una teoría es verdadera…”, “…sí es posible demostrar que una teoría es falsa”.
Por la pasarela
pasan entonces los que, partiendo más o menos de esas ideas defienden el
relativismo, bien radical, bien moderado. Así, el francés Pierre Duhem-Quine,
fundador de la teoría del Actor-Red preocupado por los aspectos sociales de la
ciencia; el norteamericano Thomas Kuhn, teórico de las revoluciones científicas,
que pasa del paradigma a la inconmensurabilidad; el austriaco Paul Feyerabend,
padre del anarquismo epistemológico (que devendrá dadaísmo epistemológico).
Advirtamos que la referencia a estos autores es parcial, en particular por lo
que se refiere al momento de evolución de su pensamiento.
Eso mismo pasa
en parte con otra serie de autores, examinados y suspendidos: como son Bruno
Latour, la caótica Luce Irigaray, Jean Baudrillard, Giles Deleuze, Felix
Guattari y Paul Virilio. Más adelante los intentos de asociar a las ciencias
sociales la teoría del caos, el abuso de la invocación al teorema de Gödel o la
utilización de conceptos de la teoría de conjuntos, llevará a esa pasarela a
otros intelectuales como Vladimir Jankelevitch o Maurice Merleau-Ponty, a los
que precede Henri Bergson, enjuiciado por sus aproximaciones filosóficas a la
ciencia en su obra “Duración y simultaneidad”, y al que, realmente, trata con
cierta benevolencia. Todo se queda en una tarjeta amarilla, por introducirse en
el terreno de la relatividad einsteniana.
Sokal se
preocupa por que la creciente interdisciplinariedad tiende a enfrentar humanistas
y científicos. Para evitar la guerra entre ambos exige a los primeros conocimientos
sólidos del ámbito de los segundos. También exige más claridad, evitando que la
oscuridad cubra la pobreza de las ideas, que se fíe en demasía de la autoridad
ajena, que se utilice la ambigüedad, que sea escéptico especifico, pero no radical.
Todos son hechos que han influido en que las ciencias sociales terminen
envidiando el prestigio de las ciencias naturales, que olviden su relativismo
natural y terminen tratando de imitarlas incorporando en muchos casos sus conceptos.
Llega el momento
en que cante la gallina. Lo más sorprendente es la forma en que finalmente los
autores confiesan su motivación: evitar que los jóvenes científicos de
izquierda se dejen adoctrinar por el posmodernismo, en definitiva, por el relativismo
que éste lleva consigo. Da la sensación de que se ignora a los científicos de
la derecha, porque parece dar por descontado que no existen. Cuando ya finaliza
el libro, en su Apéndice C, afirma: “Confieso
que soy un viejo izquierdista impenitente que nunca ha entendido cómo se supone
que la deconstrucción va a ayudar a la clase obrera”. “Mi preocupación en realidad, es expresamente política, a saber: combatir
la actual moda del discurso posmoderno/posestructuralista/socialconstructivista
(y más en general, una tendencia al subjetivismo que es, en mi opinión, contrario
a los valores de la izquierda y una hipoteca para el futuro de ésta”.
Curiosamente el
libro defiende una peculiar fidelidad al racionalismo propio de la Ilustración
y la Revolución francesa, y, al tiempo, dirige sus acusaciones a movimientos y
tendencias surgidos de la izquierda “En
los años sesenta y setenta surgieron nuevos movimientos sociales
(antirracistas, feministas, por los derechos de los homosexuales, etc.) que
luchaban contra formas de opresión que, durante mucho tiempo, la izquierda
tradicional había subestimado. Más recientemente, algunas tendencias nacidas de
estos movimientos han llegado a la conclusión de que el posmodernismo, bajo una
u otra forma, es la filosofía que responde de un modo más adecuado a sus aspiraciones”.
Un nexo que califica de muy complejo y al mismo tiempo de “mucho más frágil de lo que tanto la izquierda posmoderna como la
derecha tradicional suelen pretender que es”.
La lectura del
libro es dura: algunas partes es mejor pasarlas de largo (las de las críticas
de textos concretos) y otras requieren una doble lectura en la que encontrar
una mayor claridad. Que se encuentra al saber dónde se pretende llegar. Pero es
un libro interesante; no todo lo interesante divierte.
“Imposturas intelectuales”
(“Intelectuall impostures”) fue publicado por primera vez en Londres en 1998
por Profile Books, siendo sus autores Alan Sokal y Jean Bricmont. La edición
española que se ha manejado es la impresa por el Editorial Paidós Ibérica en
2008 y en su colección” Transformaciones”.
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