jueves, 4 de enero de 2018

Edwards Malefakis: “La guerra civil española”.




 

Malefakis es un hispanista estadounidense, uno más de los muchos historiadores que se han sentido atraídos por la guerra civil española, hecho más que explicable por la cercanía, importancia y documentación de la misma. De hecho, lo que más le atrajo a Malefakis fue el estudio de la reforma agraria. No en balde en este libro del que es director se reserva el capítulo dedicado a la revolución social, pero lo hace prestando una atención desmesurada a la revolución agraria y mencionando apenas la hipotética revolución industrial o urbana, mucho más visible y notoria.
El libro es fruto de la acumulación de 20 capítulos de los que son autores distintos historiadores, fue publicado por Taurus en 1996 con el título de “La guerra civil de España (1936-1939)”, pero reapareció editado por la misma Taurus con el nombre de “La guerra civil española” en 2006. Un libro que está escrito por unos veinte autores de distinto pelaje constituye siempre una aventura y es normalmente un fracaso. En cualquier caso, obliga al lector a un esfuerzo adicional como es de distinguir las churras de las merinas.
La gran apuesta de este tipo de libros es evitar la tentación de la equidistancia, tanto por parte de quien selecciona y dirige las autorías, como por parte de los mismos autores. Prueba de ello es que en el libro apenas se presta atencion al bando nacional, siendo prácticamente una historia de la guerra en el campo republicano. En cualquier caso, hay que considerar que la visión que se obtiene del conjunto es positiva.

En el libro se aborda la contemplación de la guerra civil de nuestros padres o abuelos de una forma amplia. La división en sus 20 capítulos y un epílogo permite analizarla no solamente en cuanto al desarrollo bélico, sino en los importantes aspectos de sus causas y resultados, y sobre todo en los que podemos calificar de estrictamente sociales, aunque sigan siendo sangrientos.
Lo que se constata tristemente es que una guerra civil, no es solamente una guerra, sino un conflicto civil. Toda guerra civil lo es, con los efectos de deslocalización de las personas. Eso sucedió especialmente en la guerra española. La diversidad de bandos dejó perseguidos en las dos partes.
Rafael Abella nos hablará de la vida diaria, lo que incluye las penalidades, los paseos, los problemas de moneda, la escasez de abastecimientos, los bombardeos…  En el bando republicano se creará un espíritu revolucionario; en el nacional, un espíritu bélico y militar. Juan Marichal se referirá a los intelectuales. Fernando García de Cortázar nos mostrará cómo la Iglesia, inicialmente ajena al levantamiento, se adhirió estrechamente a él cuando el bando republicano toleró la persecución de los religiosos. El bando nacional aceptó gustoso este apoyo, aunque inicialmente había empleado el término cruzada con otro sentido del religioso. Aunque pronto la Iglesia retornó a una cuidadosa ambigüedad.
Los nacionalismos tienen sus comentarios en Juan Pablo Fusi (País Vasco) y Enrique Ucelay da Val (Cataluña). El primero nos describe las dos épocas de la breve existencia de una Euskadi republicana: la primera, de aire revolucionario y populista; y la segunda, ya concedida el 7 de octubre de 1936 una modesta autonomía, de tintes nacionalistas y católicos que acaba con la toma de Bilbao el 19 de junio de 1937 y a la rendición del ejército vasco a los italianos en Santoña. Antes ha señalado cómo Álava y Navarra se unieron al bando nacional desde el inicio del levantamiento y que Guipúzcoa cayó rápidamente. Euskadi se reducía prácticamente a Vizcaya y a un PNV que nunca llegó a entenderse con el gobierno republicano. Una historia que recordar.
En Cataluña, con victoria de las izquierdas, apareció el caos que supusieron la fragmentación de los partidos y las medidas revolucionarias. Ucelay recuerda que, al contario de Madrid, Cataluña no vivió la guerra hasta los momentos finales de la contienda. En su papel de retaguardia, la caza al “faccioso” se convirtió en algo habitual para los incontrolados y lo que no llegaban a serlo. Junto a eso, Cataluña vivió una desordenada planificación y colectivización de la economía que entró en crisis en medio de racionamientos, promesas incumplidas e ideologías enfrentadas. Cataluña, de hecho, vivió una guerra interna dentro de la guerra civil. El desencuentro del gobierno de Negrín y la Generalidad llegó a un máximo cuando el primero se trasladó a Valencia. Cataluña se inundó de refugiados y, a decir de Ucelay “Barcelona por contraste [con Madrid] era una población inflada de refugiados acostumbrados a huir”. Bueno: también fueron famosos “los catalanes de Burgos”.
Esto va a recordar lo que dice Tuñón de Lara, claramente de izquierdas: “Barcelona no fue defendida”. “Las fuerzas de Solchaga y Yagüe entraron sin lucha en Barcelona. Pasado el estupor de los primeros instantes, fueron acogidas con entusiasmo, en los barrios céntricos, por un público mayoritariamente femenino”. Tras esas dos últimas referencias sesgadas, aluda a la instrucción que recibió Ridruejo de “no usar el catalán, nada de actos públicos y sindicales, nada de sardanas”. Sería por su temperamento independiente y soriano, pero la información personal que tengo es que Yagüe organizó rápidamente sardanas de celebración en la Plaza de Cataluña.
Si entramos en lo que es puramente el aspecto bélico, Salas Larrazábal nos informará sobre los ejércitos que defendieron uno y otro bando. Da cifras y se refiere a la composición social de ambos ejércitos. Sorprende que destaca la mejor organización del ejército republicano que llevó a cabo muy tardíamente Negrín. La mejor técnica extranjera decidió la ventaja en el aire en favor de los nacionales.

Siendo imposible repasar los veinte capítulos de 20 autores que componen la obra, parece imprescindible referirse a la clave de la misma: el epílogo escrito por el propio Edwards Malefakis. En él refleja su idea, su pensamiento, su juicio. Y, quizá por ampliar su visión sobre la guerra, es donde se analiza más fríamente la guerra civil. Lo que hace en dos partes: cómo se llegó a ella y como trató de superar su visión.
La primera de las partes de ese epílogo es un juicio sobre la propia república, precedido sobre un análisis del largo periodo que condujo a ella desde una restauración que brindó la imagen de un falso equilibrio político (“los años bobos”) pasando por la depresión colectiva, los desórdenes sociales, el regeneracionismo nunca aplicado, la dictadura más blanda conocida y la pérdida de sentido de la monarquía. Y así llegó la república, llamada “la niña bonita”, que sin embargo traería la guerra civil. Buena guinda para la tarta. Todo fue resultado de un grave empacho: años de retraso en muchos aspectos que pretendieron ser resueltos en meses. Como nos dice Malefakis “los nuevos líderes, inspirados por un acceso al poder que había sido aparentemente milagroso, no titubearon ante la gigantesca tarea que les esperaba por delante. Los primeros dos meses de la República trajeron consigo una inundación sin precedentes de decretos y otras medidas que constituían la primera entrega de las grandes reformas que aún estaban por acometerse”. ¿Y pudieron ser tan tontos esos líderes? Pues lo fueron.
Malefakis, aun a costa de conceder a la República nobleza, valentía, idealismo… se ve obligado a repasar sus errores (si no lo ha hecho ya): sus cesiones a los nacionalistas, su enfrentamiento radical a la iglesia, su irrupción manoseante en la cultura y la enseñanza, la suicida legislación electoral establecida… Todo se resume así: los republicanos “fueron mejores legisladores que administradores”. Pero hay algo más grave: “si bien el Gobierno Provisional y la coalición de Azaña fueron sumamente democráticos en cuanto a su retórica, pecaron de antidemocráticos en la práctica”. Pero esto es algo que Malefakis ya atribuye a los “críticos” ya que ese comportamiento antidemocrático (cierre de publicaciones, suspensiones de derechos, prohibiciones de partidos…) venía motivado por las amenazas de la izquierda anarcosindicalista y la derecha. Por otra parte, eran medidas que no excedían a la idea de “trivialidad” a juicio de Malefakis.
Todos conocemos la atracción de ferias y fiestas en que las personas pretenden cabalgar un toro mecánico o cosa parecida que no para de moverse. Todos los que participan suelen terminar por caerse, más pronto o más tarde, sobre un suelo acolchado que rodea al bicho y le acoge. A Malefakis parece sucederle lo mismo cuando habla del juicio posterior de la guerra civil, y que pudiéramos describir como “de la historia que escriben los vencedores a la memoria que anhelan los perdedores”. En un peculiar despelote aminora el comunismo, alaba el progreso social del fidelismo, hace accidental la muerte de Calvo Sotelo (“el Largo Caballero de la derecha”) aunque luego diga que sin ella no hubiera habido levantamiento, disimula la revolución del 34… En fin, nos explica cómo sucedió lo inexplicable. Y lo hace curiosamente describiendo los continuados y persistentes errores de Azaña, los excesos de Largo Caballero o el evidente partidismo adoptado a partir de las elecciones del 36.
El libro concluye con estas palabras de Malefakis: “Como dijo Azaña hace muchísimo tiempo, si España está llamada a ser una sociedad sana y armoniosa, ha de fomentar la paz, la piedad y el perdón”. Tristes palabras que pronunció cuando se aprestaba a salir de España voluntariamente por la frontera y que nunca aplicó mientras tuvo poder.
Como contaba “El País”, Edwards Malefakis, una vez jubilado,” disfrutaba del otoño neoyorkino, del invierno-primavera madrileño, del varano de Corfú”. Había nacido en 1932 y murió a los 84 años. La traducción de su nombre griego Lefteris era Eleuterio.


“La guerra civil española” (697 págs.) es un libro obra de 20 distintos historiadores o autores dirigidos por Edward Malefakis, que recoge artículos publicados en 1986 por el periódico “El País” en sus suplementos dominicales. Ha sido publicado por Taurus y se comenta su cuarta edición, realizada en septiembre de 2006. Inicialmente dichos artículos se reunieron en un libro con otro título (“La guerra de España”) en 1996.

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