Malefakis es un
hispanista estadounidense, uno más de los muchos historiadores que se han
sentido atraídos por la guerra civil española, hecho más que explicable por la cercanía,
importancia y documentación de la misma. De hecho, lo que más le atrajo a
Malefakis fue el estudio de la reforma agraria. No en balde en este libro del
que es director se reserva el capítulo dedicado a la revolución social, pero lo
hace prestando una atención desmesurada a la revolución agraria y mencionando
apenas la hipotética revolución industrial o urbana, mucho más visible y
notoria.
El libro es
fruto de la acumulación de 20 capítulos de los que son autores distintos
historiadores, fue publicado por Taurus en 1996 con el título de “La guerra civil
de España (1936-1939)”, pero reapareció editado por la misma Taurus con el nombre
de “La guerra civil española” en 2006. Un libro que está escrito por unos veinte
autores de distinto pelaje constituye siempre una aventura y es normalmente un
fracaso. En cualquier caso, obliga al lector a un esfuerzo adicional como es de
distinguir las churras de las merinas.
La gran apuesta
de este tipo de libros es evitar la tentación de la equidistancia, tanto por
parte de quien selecciona y dirige las autorías, como por parte de los mismos
autores. Prueba de ello es que en el libro apenas se presta atencion al bando
nacional, siendo prácticamente una historia de la guerra en el campo
republicano. En cualquier caso, hay que considerar que la visión que se obtiene
del conjunto es positiva.
En el libro se
aborda la contemplación de la guerra civil de nuestros padres o abuelos de una
forma amplia. La división en sus 20 capítulos y un epílogo permite analizarla
no solamente en cuanto al desarrollo bélico, sino en los importantes aspectos
de sus causas y resultados, y sobre todo en los que podemos calificar de
estrictamente sociales, aunque sigan siendo sangrientos.
Lo que se
constata tristemente es que una guerra civil, no es solamente una guerra, sino
un conflicto civil. Toda guerra civil lo es, con los efectos de deslocalización
de las personas. Eso sucedió especialmente en la guerra española. La diversidad
de bandos dejó perseguidos en las dos partes.
Rafael Abella
nos hablará de la vida diaria, lo que incluye las penalidades, los paseos, los
problemas de moneda, la escasez de abastecimientos, los bombardeos… En el bando republicano se creará un espíritu
revolucionario; en el nacional, un espíritu bélico y militar. Juan Marichal se
referirá a los intelectuales. Fernando García de Cortázar nos mostrará cómo la
Iglesia, inicialmente ajena al levantamiento, se adhirió estrechamente a él
cuando el bando republicano toleró la persecución de los religiosos. El bando
nacional aceptó gustoso este apoyo, aunque inicialmente había empleado el término
cruzada con otro sentido del religioso. Aunque pronto la Iglesia retornó a una
cuidadosa ambigüedad.
Los nacionalismos
tienen sus comentarios en Juan Pablo Fusi (País Vasco) y Enrique Ucelay da Val
(Cataluña). El primero nos describe las dos épocas de la breve existencia de
una Euskadi republicana: la primera, de aire revolucionario y populista; y la segunda,
ya concedida el 7 de octubre de 1936 una modesta autonomía, de tintes
nacionalistas y católicos que acaba con la toma de Bilbao el 19 de junio de
1937 y a la rendición del ejército vasco a los italianos en Santoña. Antes ha
señalado cómo Álava y Navarra se unieron al bando nacional desde el inicio del
levantamiento y que Guipúzcoa cayó rápidamente. Euskadi se reducía
prácticamente a Vizcaya y a un PNV que nunca llegó a entenderse con el gobierno
republicano. Una historia que recordar.
En Cataluña,
con victoria de las izquierdas, apareció el caos que supusieron la fragmentación
de los partidos y las medidas revolucionarias. Ucelay recuerda que, al contario
de Madrid, Cataluña no vivió la guerra hasta los momentos finales de la
contienda. En su papel de retaguardia, la caza al “faccioso” se convirtió en
algo habitual para los incontrolados y lo que no llegaban a serlo. Junto a eso,
Cataluña vivió una desordenada planificación y colectivización de la economía
que entró en crisis en medio de racionamientos, promesas incumplidas e ideologías
enfrentadas. Cataluña, de hecho, vivió una guerra interna dentro de la guerra
civil. El desencuentro del gobierno de Negrín y la Generalidad llegó a un
máximo cuando el primero se trasladó a Valencia. Cataluña se inundó de
refugiados y, a decir de Ucelay “Barcelona
por contraste [con Madrid] era una población inflada de refugiados
acostumbrados a huir”. Bueno: también fueron famosos “los catalanes de
Burgos”.
Esto va a
recordar lo que dice Tuñón de Lara, claramente de izquierdas: “Barcelona no fue defendida”. “Las fuerzas de Solchaga y Yagüe entraron sin
lucha en Barcelona. Pasado el estupor de los primeros instantes, fueron acogidas
con entusiasmo, en los barrios céntricos, por un público mayoritariamente
femenino”. Tras esas dos últimas referencias sesgadas, aluda a la instrucción
que recibió Ridruejo de “no usar el catalán,
nada de actos públicos y sindicales, nada de sardanas”. Sería por su
temperamento independiente y soriano, pero la información personal que tengo es
que Yagüe organizó rápidamente sardanas de celebración en la Plaza de Cataluña.
Si entramos en
lo que es puramente el aspecto bélico, Salas Larrazábal nos informará sobre los
ejércitos que defendieron uno y otro bando. Da cifras y se refiere a la
composición social de ambos ejércitos. Sorprende que destaca la mejor organización
del ejército republicano que llevó a cabo muy tardíamente Negrín. La mejor técnica
extranjera decidió la ventaja en el aire en favor de los nacionales.
Siendo imposible
repasar los veinte capítulos de 20 autores que componen la obra, parece
imprescindible referirse a la clave de la misma: el epílogo escrito por el
propio Edwards Malefakis. En él refleja su idea, su pensamiento, su juicio. Y,
quizá por ampliar su visión sobre la guerra, es donde se analiza más fríamente
la guerra civil. Lo que hace en dos partes: cómo se llegó a ella y como trató
de superar su visión.
La primera de
las partes de ese epílogo es un juicio sobre la propia república, precedido
sobre un análisis del largo periodo que condujo a ella desde una restauración
que brindó la imagen de un falso equilibrio político (“los años bobos”) pasando
por la depresión colectiva, los desórdenes sociales, el regeneracionismo nunca aplicado,
la dictadura más blanda conocida y la pérdida de sentido de la monarquía. Y así
llegó la república, llamada “la niña bonita”, que sin embargo traería la guerra
civil. Buena guinda para la tarta. Todo fue resultado de un grave empacho: años
de retraso en muchos aspectos que pretendieron ser resueltos en meses. Como nos
dice Malefakis “los nuevos líderes,
inspirados por un acceso al poder que había sido aparentemente milagroso, no titubearon
ante la gigantesca tarea que les esperaba por delante. Los primeros dos meses
de la República trajeron consigo una inundación sin precedentes de decretos y
otras medidas que constituían la primera entrega de las grandes reformas que
aún estaban por acometerse”. ¿Y pudieron ser tan tontos esos líderes? Pues
lo fueron.
Malefakis, aun
a costa de conceder a la República nobleza, valentía, idealismo… se ve obligado
a repasar sus errores (si no lo ha hecho ya): sus cesiones a los nacionalistas,
su enfrentamiento radical a la iglesia, su irrupción manoseante en la cultura y
la enseñanza, la suicida legislación electoral establecida… Todo se resume así:
los republicanos “fueron mejores
legisladores que administradores”. Pero hay algo más grave: “si bien el Gobierno Provisional y la coalición
de Azaña fueron sumamente democráticos en cuanto a su retórica, pecaron de antidemocráticos
en la práctica”. Pero esto es algo que Malefakis ya atribuye a los “críticos”
ya que ese comportamiento antidemocrático (cierre de publicaciones, suspensiones
de derechos, prohibiciones de partidos…) venía motivado por las amenazas de la
izquierda anarcosindicalista y la derecha. Por otra parte, eran medidas que no
excedían a la idea de “trivialidad” a juicio de Malefakis.
Todos conocemos
la atracción de ferias y fiestas en que las personas pretenden cabalgar un toro
mecánico o cosa parecida que no para de moverse. Todos los que participan
suelen terminar por caerse, más pronto o más tarde, sobre un suelo acolchado
que rodea al bicho y le acoge. A Malefakis parece sucederle lo mismo cuando
habla del juicio posterior de la guerra civil, y que pudiéramos describir como “de
la historia que escriben los vencedores a la memoria que anhelan los perdedores”.
En un peculiar despelote aminora el comunismo, alaba el progreso social del
fidelismo, hace accidental la muerte de Calvo Sotelo (“el Largo Caballero de la derecha”) aunque luego diga que sin ella
no hubiera habido levantamiento, disimula la revolución del 34… En fin, nos
explica cómo sucedió lo inexplicable. Y lo hace curiosamente describiendo los continuados
y persistentes errores de Azaña, los excesos de Largo Caballero o el evidente
partidismo adoptado a partir de las elecciones del 36.
El libro concluye
con estas palabras de Malefakis: “Como dijo
Azaña hace muchísimo tiempo, si España está llamada a ser una sociedad sana y armoniosa,
ha de fomentar la paz, la piedad y el perdón”. Tristes palabras que pronunció
cuando se aprestaba a salir de España voluntariamente por la frontera y que
nunca aplicó mientras tuvo poder.
Como contaba “El
País”, Edwards Malefakis, una vez jubilado,” disfrutaba del otoño neoyorkino, del invierno-primavera madrileño, del varano de
Corfú”. Había nacido en 1932 y murió a los 84 años. La traducción de su nombre
griego Lefteris era Eleuterio.
“La guerra civil española” (697 págs.) es un libro obra de 20 distintos historiadores o autores dirigidos por Edward Malefakis, que recoge artículos publicados en 1986 por el periódico “El País” en sus suplementos dominicales. Ha sido publicado por Taurus y se comenta su cuarta edición, realizada en septiembre de 2006. Inicialmente dichos artículos se reunieron en un libro con otro título (“La guerra de España”) en 1996.
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