Para saber
quien es Seth Godin debo recurrir, como tantas otras veces, a Wikipedia. Nacido
en 1960, está considerado como uno de los teóricos más importantes del
marketing del siglo XXI. Es norteamericano de origen judío. Trabajó desde 1983,
una vez obtenida la titulación de marketing en la universidad de Stanford, en
una compañía de software. En 1995 fundó la Yoyodyne Enterteiment, vendida tres
años después a Yahoo!. Ha ganado varios precios, es autor de libros cuya gran
mayoría han sido editados en el siglo XXI, ha tenido éxito y ha creado
conceptos novedosos como el “marketing del permiso” o el “marketing viral”. En
Internet ha implantado un blog con el nombre “the Domino Project”, destinado descaradamente
a la venta de sus publicaciones y la difusión de sus ideas. Recordemos: Godin
es norteamericano de origen judío. Una doble condición que se recuerda sin el
menor afán ofensivo o discriminatorio, sino únicamente para revelar un tipo de
pensamiento que tiene asegurado caldo de cultivo en el público de los Estado
Unidos, pero que comienza a tenerlo, por simple mimetismo, en el campo europeo.
Con una diferencia: el norteamericano actúa y crea; el europeo, admira y
asiente. Podríamos añadir una nota más en apoyo de esta idea: Godin se mueve y
en todo caso se movió en el campo de la tecnología de la computación.
El libro se
estructura en una serie de breves frases que Godin desarrolla en no muchas
líneas. ¿Es puro desorden? Pues sí y no. Es quizá marketing. Una tormenta de
ideas en la que siempre existirá alguna que nos guste sobre las demás o nos
haga sentirnos más culpables. Porque la esencia del libro es culpabilizar. Permítaseme
que haga una consideración al paso para justificar ese calificativo. El
Diccionario de la Academia Española, distingue el término “culpabilizar” (“culpar o considerar culpable a alguien”)
y el término “culpar” como “atribuir a
alguien o algo la culpa de algo”); se advierte que mientras se puede culpar
tanto a una persona como a una cosa o circunstancia (a “algo”), solo se puede
culpabilizar a una persona. El libro de Godin se dirige directamente a la
persona y lo hace para culpabilizarla del fracaso de sus proyectos,
aspiraciones o deseos. Respondiendo a la idea de culpa, señala como causa de
ese fracaso a su conducta.
Cuando inicia su
exordio se refiere a un concepto clave: la iniciativa. “Los ganadores han convertido la iniciativa una pasión y en una práctica”.
Pronto advierte que la iniciativa implica tomar riesgos y que lo importante es
empezar. Lanzarse al agua, en otras palabras. ¿Quiere decir estos que
Godin quiere convertirnos en
emprendedores? Pues tampoco parece que sea necesario, porque contempla la
posibilidad de tener iniciativa dentro de un ámbito empresarial ajeno y al que
uno sirve. Y no lo reserva a los que ocupan cargos de importancia, sino que lo
extiende a todos los niveles: recepcionistas y ayudantes de encargados pueden
tener iniciativas.
Todo en el
libro es una condena de lo que podemos llamar inacción. Y, consecuentemente,
una incitación a la acción, aun a sabiendas de sus costes y sus peligros. Ello
supone hacer frente a prohibiciones estatales, tendencias sociales, fracasos y
perdidas económicas y de prestigio. Al hilo de esto Godin indica algo con lo
que no es posible estar de acuerdo: “Es
curioso que la lista de cosas permitidas siempre sea más difícil de recordar y
de poner por escrito. Creo que nos da miedo saber cuánta libertad tenemos
exactamente y cuánto se espera que hagamos con ella”. Y eso es el principio
de una serie de afirmaciones un tanto carentes de sentido. Las ideas se mezclan
confusamente. Si la curiosidad parece tener algo de positivo, la coge, se la
alaba y se la erige en un ídolo. “La
curiosidad nos puede llevar más allá, a crear cosas, a explorarlas, a perfeccionarlas
y a repetir el proceso una y otra vez”. Constantemente se confunden las
ideas de negocio y ciencia. Se nos viene a la cabeza el viejo chiste de “¿A qué hemos venido aquí ¿A Rolex o a setas?”,
la expresión que un buscador de setas espeta a otro que acaba de encontrar un
reloj de oro.
La iniciativa,
según Godin, tiene que ver con intentar. Efectivamente es así, ya que intentar
supone tener ánimo de hacer algo, preparar la ejecución de algo o iniciarla o,
simplemente, pretender o procurar. Su postura es correcta: se pretende predicar
la bondad de la iniciativa, de elogiar el intento. No es tan cierto que “empezar significa acabar. Si no intentas
hacerlo realidad, habrás fracasado. Sin dar el paso, no avanzas. Limitarse a
empezar algo es pura fanfarronería, entretenimiento o pérdida de tiempo”.
Pero añade algo: “Si no lo lanzas al
mercado, en realidad no habrás empezado nada”. En suma: el éxito del
intento debe juzgarlo el mercado. No teniendo miedo a su dictamen.
El libro
contempla a la gente como un conjunto de castrados. Tras afirmar que “El ser humano es por esencia un iniciador”, añade “pero nos ha cortado las alas, nuestros
padres nos reprimieron, los compañeros nos rechazaron, los profesores no regañaron,
las autoridades nos organizaron, las fabricas nos contrataron y nos lavaron el
cerebro una y otra vez para que evitáramos cualquier comportamiento
problemático”. O sea, estamos de rousseaunianos. Y Godin señala su dedo
acusador con el lector, alguien a quien ve necesario redimir sacándole de su
ensueño.
Pero no hay que
ir muy lejos. El iniciador no es esa persona que descubrió algo importante,
introdujo nuevos instrumentos o alivió nuestras enfermedades. El ejemplo que
nos pone es el de un tal Doménico DeMarco que abrió hace 46 años una pizzería
en Brooklyn. O el de Annie Duke, campeona del mundo de póker, que persistió
pese a los fracasos que tuvo. Hasta al fracaso lo ve como una bendición: “¿Y el éxito? Todo lo que aprendí de cada
uno de esos fracasos”. Por descontado se aprende de los fracasos (más quizá
que de los éxitos), pero también se aprende de la enfermedad, de la soledad, de
la traición…
Algo que también
revolotea por la cabeza de Godin es la constancia y la persistencia: “continúa empezando hasta que acabes”. Pone
el ejemplo de la persona que se propone ir andando hasta Cleveland (debe ser
una adaptación usaca del camino de Santiago). Pasada la primer anoche, debe reiniciar
el camino. Debe hacerlo si las ampollas en los pies no se lo impiden so pena de
acabar en un hospital. Una retirada a tiempo es una victoria dijo Napoleón,
parafraseando un viejo refrán castellano. Pero una cosa es la constancia (o la testarudez
si se quiere) y otra cosa muy distinta la persistencia en el intento. ¿Godin
nos previene sobre la falta de constancia o nos alienta a ser insensibles al
error una vez constatado?
Existe una idea
perniciosa en los razonamientos (¿?) de Godin. Es la de que la perfección de
las organizaciones y estilos de trabajo se agotan; llega un momento en el que
no se puede adelgazar más la organización, ni se pueden reducir más los costos
y los recursos personales. El caso de la Ford es un ejemplo ya utilizado en su
libro cuando agota el taylorismo. La solución que ofrece el libro es contar en
las organizaciones con libertad para que los trabajadores tengan la libertad de
crear, conectar y sorprender. Por si acaso no hemos entendido bien (siempre
somos sospechosos), Godin nos dice: “No
estoy seguro de que haya explicado bien: el inexorable acto de la invención, la
invocación y la iniciativa es el mayor activo del marketing”.
Hay que tener siempre
en cuenta el marco en que se lanza este libro: el de la actividad editorial de
los Estados Unidos. Veremos la ansiedad por el éxito económico, el fomento de
un sentido judeocristiano de culpa en el lector, la referencia a casos
concretos que ocultan la realidad de los no citados, esa especie molesta de
tuteo empleada, la imputación de muchas cosas… En el apartado “Lo correcto”,
Godin dice: “Si te has comprometido con una
organización, una relación o una comunidad,
se los debes a tu equipo. Tienes que empezar, iniciar y ser el que hace que las
cosas sucedan. No hacerlo sería como robarles. Si escondes tu chispa, entierras
tus ideas y se las ocultas al resto del equipo,
les estarás haciendo igual de mal
que si hubieran robado un portátil y lo vendieras en eBay”.
Resulta
molesto, hasta ser cargante, el sentido apostólico que da Godin a sus ideas.
Las erige en verdades inconmovibles en las que solamente los ”memos” (utilizando
una palabra empleada por él) no creen. O creen y son cobardes, miedosos,
frustrados, sometidos, apesebrados o estabulizados (palabras esta últimas no académicas,
pero con las que muestro mi iniciativa). Pero el libro debe venderse y hace
referencia elogiosa a “muchísima gente
inteligente y bien preparada que sabe exactamente lo que hacer” y que
trabaja en las empresas, aunque lo que escasea son las personas dispuestas a
hacerlo, a dar el salto, a romper moldes y empezar.
Bien: Godin es
autor de muchos libros y está considerado como un gurú del marketing. Es
probable que elegir este libro para conocerle no sea un acierto. No está
centrado directamente en el marketing, pero apesta a él. Es probable que fuera
él quien equivocó en este libro el enfoque correcto de algo tan importante como
es la innovación, convirtiéndola en un compromiso personal en lugar de
considerarla como un logro colectivo y persistente de la sociedad liberal.
Godin cuenta su
propia historia. Su empresa fue comprada (por 30$ millones) por Yahoo!. A las tres
semanas de ello, trabajando para Yahoo! como empleado trató de organizar grupos
de trabajo al margen de la política de la empresa. El resultado es que se fue o
le echaron. Yahoo!, todos lo sabemos, sigue funcionando en el mar informático.
Godin es consultor de marketing.
Molesta el sentido
adulador que hay en las ultima páginas: “Si
no empiezas, si te escondes en tu caparazón y si te acobardas ante esta extraordinaria
oportunidad (y obligación) entonces échame la culpa a mí. Está claro que no habré
hecho un buen trabajo para convencerte y a hacer aquello de lo que eres capaz,
aquello que merece la pena. No puedes perder. Adelante”.
“¡Hazlo! ¿Cuándo fue al última vez
que hiciste algo por primera vez” (106 págs) Es una oibro del que es autor Seth
Godin con el mtituloo oriogial “Poke the box”. Regiustard9o en 2011, fue
publociaod en español `por Ediciojnes B. S.A. y en tradiccion de Olivia Llopart
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