Aunque estemos ante un libro publicado en 2011 dentro del marasmo que en aquella fecha había proporcionado el zapaterismo, el interés que en aquel momento podía tener se ve acrecentado por la trascendencia que para la misma Europa y la supervivencia de su desesada unión supone el carácter masivo que en 2018 ha adquirido ese fenómeno con la multiplicación de pateras, la utilización de buques de cierto calado y la connivencia de mafias y ONG.
El autor es
Ernesto Milá Rodríguez, un barcelonés nacido en 1952, cuya adscripción a la
extrema derecha es evidente: militó en organizaciones nazis, piñaristas o relacionadas
con Fuerza Nueva, como fue concretamente el Frente de la Juventud, acusado de
acciones terroristas y disuelto en 1982. En Francia e Hispanoamérica continuó
con amistades de mismo pelaje ultraderechista. La misma trayectoria persistió
en su vuelta a España. En Internet se afirma que desde 2000 se aproximó al
partido España 2000. Mantiene un blog muy crítico, que dispara contra todo lo
que avista, sea derecha o izquierda, aunque también aborda temas de cine, de
viajes o simple esoterismo. En fin, un perfil que uno ve muy próximo al del
populismo.
Llegué al libro
porque prometía ser crítico frente al innegable problema de la inmigración y desconociendo
las tendencias políticas del autor. Lo leí mientras seguía ignorándolas y
solamente al indagar sobre su personalidad en Internet me topé con sus
inclinaciones políticas. Me temo que leer a la extrema derecha es algo políticamente
incorrecto; no lo es leer a Gramsci o a Marx. Uno no puede olvidarse de Agamenón
y su porquero, aunque la izquierda tienda a desfigurarla refiriéndose a las
contestaciones de uno y otro. Aquí tendríamos que recordar la cínica afirmación
de Perón: la verdad es la realidad.
El libro está organizado
en 16 diálogos a través de los cuales se analiza la realidad de la inmigración
como fenómeno reciente que comienza a alterar la convivencia europea. Dado que
la política se ha reducido por los propios políticos a una simple lucha por el
poder resulta imperativo el buenísimo. El mismo Ernesto Milá comienza
afirmando: “La inmigración es una
tragedia. La gente feliz no se mueve de su tierra salvo por placer”. El
jubilado inglés que se traslada a Mallorca no es un inmigrante: en su desplazamiento
no hay nada de tragedia. Pero también destaca el hecho de que el pobre siempre
echa a otro la culpa de su pobreza. Es lo que ha sucedido con las descolonizaciones,
aunque su origen fuera distinto en Hispanoamérica que en el resto del mundo,
donde fue alentada por la URSS en su búsqueda de nuevas naciones que
conquistar. “Europa es culpable y debe
pagar” fue el slogan que se difundió tras las descolonización forzada, apresurada
e irresponsable que tuvo lugar en la segunda mitad del S. XX. Con el
radicalismo de algunas expresiones del libro, se indica como la colonización
solo duró 175 años, cómo no fue rentable ni económica ni humanamente y cómo,
por fin, no hizo, en ese breve lapso, sino sacar a poblaciones enteras del neolítico.
Pero no deja de ser todo historia, agua pasada.
La inmigración,
con la dimensión que actualmente se presenta, debe ser objeto de una valoración
más profunda. De entrada, hay que distinguir la inmigración a Europa y la
inmigración a España, Ésta es un aspecto de aquélla, pero sólo un aspecto. El
libro se vuelca sobre éste, pero no olvida la totalidad, traducida en la
ausencia de acuerdos reales obtenidos por la UE en este mes de junio, repletos de
una lógica insolidaridad. Porque, como analiza el libro en el fenómeno de la inmigración,
una cosa es su insostenibilidad material y económica, y otra, su inadmisibilidad
moral y humana.
En el primer
aspecto, Milá es inmisericorde: Europa no debe nada. De forma ingenua e irresponsable
ofrece ayudas que son absorbidas no por sus destinatarios, sino por gobiernos
corruptos y mediadores indeseados. Todo se sacrifica al “buenísmo”, pero hay
algo más de fondo: se busca el bienquistarse con gobiernos corruptos con los
que hay “estar a bien”; todos además tienen un voto en las NN.UU., cualquiera
que sea su población y territorio. Siempre ha existido la inmigración, pero
nunca se ha producido con la velocidad y violencia actual que impiden la unión y
compactación de poblaciones. La razón de ahora sea así radica en otro fenómeno igualmente
nuevo: la “globalización”.
Ernesto Milá
parece tener clara la idea de lo que es la globalización. Eso no me pasa a mí, ya
que me parece estar ante ”algo” que cada uno interpreta de una forma o de una
palabra que cada uno aplica una cosa distinta. Para Milá “es el sistema que acelera la acumulación de capital… con la esperanza
de convertir a sectores cada vez, más amplios en productores alienados y consumidores
integrados”. Considera de hecho la globalización como “la consecuencia extrema de la economía liberal”, a la que tacha de
“selva” donde sólo sobreviven los más competitivos, y aquí la sombra de China
se hace presente, lo que da lugar a la existencia de un “dumping laboral”. Idea
que se enlaza, sin mucho sentido, con la presión a la baja de los salarios por
los inmigrantes que así constituye “una
nueva clase obrera” cuyos votos todos tratan de pescar.
La acusación
real de Milá se orienta a afirmar la incapacidad de asimilación o absorción de
la nueva masa de inmigrantes. Se fija en el presente, pero lo hace para
vislumbrar el futuro. Uno de los valores del libro es el hecho de haber sido publicado
(y se supone que escrito) en 2011. Son siete años en los que lo que se preveía
ha acontecido, aumentado si se quiere. En el libro de indica que los inmigrantes
suponen ya en España entre un 10 y un 12 por ciento de su población y estima
que, en torno a 2050, el número de inmigrantes y descendientes de inmigrantes superarán
el 50%; ya se sabe: cosas de la mayor natalidad, la mejor alimentación y la
asistencia sanitaria. O sea, algo inasumible. Uno, por ejemplo, piensa que
estamos cercanos a que en Cataluña exista un partido bisagra de inspiración
islamista. El propio Milá confiesa que sus propias previsiones de 2000 respecto
de 2011, cuando escribe, se han visto desbordadas.
Hay que añadir
dos efectos perversos adicionales: la limpieza étnica que llevan a cabo los
propios inmigrantes creando auténticos guetos (como el Rabal en Barcelona o
Lavapiés en Madrid, o la conversión de Marsella como ciudad marroquí de hecho) añadiendo
que entiende por limpieza técnica el que “una
determinada zona ocupada por una comunidad concreta empieza a vaciarse por presión
de otra comunidad”; el segundo fenómeno es el de las segundas generaciones,
constituidas por auténticos desarraigados, una realidad que ya estalló en
Francia en noviembre de 2005 y que está pendiente de hacerlo en España.
Cuando se
aborda el tema religioso se está, de hecho, entrando en un terreno nuevo. El
problema se suscita específicamente con el islamismo, basado en ideas absolutamente
diversas a las cristianismo español y europeo. Las quejas discurren sobre la
falta de reciprocidad entre las religiones. Pero, desde ahí, también se deslizan
hacia inmigraciones que comparten la religión, como es la sudamericana.
Entonces surge la idea de la “identidad”,
ligada a las de “comunidad” y “territorialidad”. Las bandas latinas son
muestra de ello. Curiosamente, Milá no advierte ningún problema con inmigrantes
como los polacos. Misma religión, misma cultura y voluntad de inserción.
Pero ¿realmente
es necesaria la inmigración? Milá dice que sí, pero rechaza la idea generalizada
de que vienen a pagar nuestras pensiones, al tiempo que reconoce que sí vienen
a cubrir necesidades de mano de obra, pero lo hacen en cantidades muy
superiores a las precisas y para compensar la ausencia de un fomento de la natalidad
que origina ese déficit. Ese exceso genera costos adicionales. Reconoce el derecho
a la sanidad universal, pero critica la inexistencia de reconocimientos
previos. Los españoles son desplazados de listas de espera, de colegios, de
subvenciones… Y el “efecto llamada” sigue funcionando como todo el mundo
reconoce. No tenemos, además, una inmigración “limpia”. Arrastra sobre todo
delincuencia, violencia de género, alcoholismo, narcotráfico. No deja de ser llamativa
la alusión, de todos conocida, de los tipos de delincuencia atribuibles a los
diversos países de procedencia de los inmigrantes. Una verdadera especialización
delictiva.
Es probable que
la parte más interesante del libro sea el contenido en el diálogo XII: “Asimilación
e integración”. La asimilación es “la disolución
de la comunidad inmigrante en la comunidad receptora”. De la integración
dice simplemente: “francamente, no sé lo
que es la integración”. Yo, tampoco. Pero Milá agrega: “La integración es un mito inútil y mal
definido que conduce directamente a alejarnos de una percepción real del fenómeno
migratorio”. Es lo que afirma tras decir: “La asimilación se produce espontáneamente, y por tanto siempre tiene
éxito, no es un proceso forzado sino voluntario, la integración, por el contrario,
es una tendencia a forzar las realidades antropológicas y culturales con la
zanahoria de las subvenciones”. El “mestizaje” es un mito, una idea
forzada.
Conclusión: hay
que recordar a los inmigrantes el viejo principio: “donde fueres, haz lo que vieres”. Un alcalde andaluz se lo ha dicho
a los inmigrantes musulmanes que pedían hace días que se suprimiera el cerdo en
la comida del colegio: “Si no os gusta,
marchaos”. Pero no se pueden en modo alguno llamar xenófobos a los
españoles, sino a los inmigrantes que rechazan asimilarse a nuestras costumbres
y pretenden imponer las suyas. Milá será de extrema derecha, pero dice verdades
como puños.
“Diálogos sobre la emigración. Para
entender el gran problema de nuestro tiempo” (156 págs.) es un libro escrito
por Ernesto Milá, publicado por Eminves en 2011 e impreso en Polonia por
Amazon.
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