No es la primera vez que comento una obra de Hans Küng. Ahora vuelvo a él a la vista de las nuevas conmociones que una ley de eutanasia promueve en la opinión pública y, sobre todo, en la publicada. No es la primera vez que Küng aborda este tema; lo hizo ya en ”Morir con dignidad”, publicada por la editorial Trotta el año 2010. Este segundo libro sobre el mismo tema tiene el interés de tratar, como indica el autor, de matizar sus conclusiones, especialmente a la vista de las numerosas críticas que su pensamiento ya expuesto, bien o mal, habían suscitado.
Recordemos que
Hans Küng es lo que pudiéramos llamar un “teólogo maldito” al que el Vaticano
en 1979 prohibió la enseñanza de la teología católica pero que, sin embargo, ha
continuado siendo sacerdote y se ha reunido con personas tan caracterizadas
como Benedicto XVI, ya papa en 2005 y teólogo como Küng. Es, además, presidente
de la “Fundación por una Ética Mundial” en donde predica el diálogo
interreligioso. Su confrontación con el Vaticano se manifestó sobre todo en la negación
a la infalibilidad papal y en un criticismo persistente sobre temas relacionados
con la moralidad sexual. Pero Hans Küng no deja de ser en todo caso un teólogo
que, aunque heterodoxo, nunca suele escandalizar.
En este libro
comienza definiéndose como un defensor a ultranza de la vida. “Tendremos que distinguir entre el amplio
consenso en relación con el profundo respeto a la vida y el disenso relativo a
los modos y maneras de la eutanasia”. Y reivindica su exposición como algo
estrictamente personal, que no afecta las instituciones a las que pertenece o a
los movimientos con los que simpatiza. A quienes rechazan su postura les pide “un esfuerzo para entenderlo tal vez mejor”.
El resultado es una extraña mezcla de relativismos y aserciones.
Hay que tratar
de conocer la razón por la que este teólogo se interesa de forma tan “intensa”
sobre la eutanasia. Hay dos cosas que teme en la cercanía de la muerte: la
demencia y el dolor como formas clásicas de sufrimiento. Ha visto de cerca
ejemplos de ambos tipos de despedida de la vida (los dolores de su hermano
Georg y la demencia de su amigo Walter Jens). Y, en sentido contrario, hay algo
que lo alivia hasta el punto de defender la eutanasia en la forma en que lo va
a hacer: la fe en la vida futura, una vida en un plano distinto que, realmente,
trata de definir o apuntar, aunque sin excesivo éxito a mi juicio. Pero el teólogo
católico, heterodoxo o no, sigue siendo un creyente que, por ejemplo, rechaza
como indeseable la reencarnación, a la que opone la etérea idea del nirvana. “…no soy de los que piensan que la vida
terrenal es todo. Esto tiene que ver sin duda con mi convicción religiosa de
que no creo que vaya a morir en una nada”. Y añade: “…encontraré una nueva vida”.
Küng va a
recurrir constantemente a la idea de dignidad: la eutanasia como forma de tener
una muerte digna. Reconoce la idea de la vida como regalo de Dios, pero al
mismo tiempo defiende un derecho de la persona a decidir poner término a la
misma, aunque fundándose siempre en el cumplimiento o agotamiento de la misión
para la que fue creada y en el propósito de mantener la dignidad de la muerte:
“De la dignidad del ser humano se
desprende el derecho de autodeterminación para su vida, para toda su vida, también
para la última etapa, la del tránsito hacia la muerte. Del derecho a la vida no
se desprende en absoluto ninguna obligación de vivir, de continuar viviendo a
toda costa”. Ello quiere significar: “La
vida como regalo de Dios y como misión del ser humano”.
Hablar sobre la
eutanasia no es fácil. Küng por una parte proclama que es un acto personal,
pero al mismo tempo trata de señalar reglas y patrones para su ejercicio. No
basta con definir lo que etimológicamente significa la eutanasia. Para
bendecirla o prohibirla hace falta señalar su contenido, a qué realidad se está
haciendo referencia. Porque es fácil condenar la eutanasia no personal, holocaustos
o gulags, pero no lo es distinguir las formas de eutanasia personal, ni las
formas de realización que excluirían toda condena. No es de extrañar que Küng
dedique un capítulo a preguntarse “¿Qué
eutanasia?”, una expresión que muestra la falta de univocidad del concepto
al haber varias eutanasias.
Desechada como asesinato
la eutanasia forzosa basada en la apreciación de vidas vacías que únicamente
constituyen un lastre social, Küng se aproxima a la que considera la “eutanasia
aceptada generalmente”, dentro de la que distingue dos manifestaciones. La
primera no es otra que la eutanasia sin reducción de la vida en la que el médico
se limita al suministro de medicamentos analgésicos o anestésicos. Es un simple
evitar los aspectos más dolorosos del tránsito que para él es la muerte. La
segunda es la que ya supone un cierto acortamiento de la vida, pero solamente
como efecto secundario; es la clásica supresión de la utilización de medidas extraordinarias
de prolongación, sin esperanza, de la vida. No se anticipa la muerte, pero
tampoco se difiere.
Una tercera
forma de eutanasia según Küng es la que supone ya el acortamiento real de la
vida para aliviar el sufrimiento. Ya la muerte se ancicipa en este caso. Aquí sí
que existen profundas controversias en el campo médico. Hans Küng, sin embargo,
considera que “debe tolerarse una ‘reducción
de la vida’ que siga la máxima del alivio del sufrimiento. La obligación de
aliviar el sufrimiento tiene prioridad en estos caos frente a la obligación de mantener
la vida de un ser humano”. Son casos en lo que destaca la inevitabilidad de
la muerte como fin del proceso de la enfermedad. ¿Para que agotar la vida, ya
pura biología?
El problema
profundo y real de la eutanasia nace con “la
denominada eutanasia activa, que apunta a una reducción de la vida de manera
directa: la muerte sin sufrimiento físico”. Como puede ser la inyección
letal solicitada por un enfermo, sumido en su enfermedad, pero alejado aún de
la muerte. El gran problema deriva, según Küng con toda razón, es la dificultad
de distinguir los límites entre la eutanasia activa y la pasiva. De hecho,
afirma que la práctica de la primera está tan difundida como ocultada. Lo que
nos que traslada al problema ético de los médicos. La posición expuesta en el libro
está clara: no se puede obligar a ningún médico a practicar la eutanasia activa
contra su voluntad, pero tampoco se debe criminalizar al que coopera a la muerte
deseada por el enfermo grave. Nuestro teólogo no evita aludir a los problemas generados
especialmente por el avance de la medicina, la cirugía y la farmacología. La
medicina paliativa es uno de los aspectos de ese progreso, pero también lo son los
recursos destinados a mantener artificialmente (o menos artificialmente) la
vida. Si la primera ofrece un camino hacia formas encubiertas de eutanasia, la segunda
plantea la tentación de recurrir a ella.
Era inevitable
que la relación de eutanasia y religión se planteara; en realidad, no es otro
el objetivo del libro. Pero esa relación se percibe de una doble forma. Por un lado,
está la cuestión fundamental de la existencia de un más allá o de su
inexistencia; si se decanta por lo primero no es por los estudios de Elisabeth
Kübler-Ross sobre moribundos (un libro ya comentado en este blog), sino sencillamente
por la fe en ella en esa segjunda vida, aunque con matizaciones trascendentales
sobre el infierno y el purgatorio, a los que la propia Iglesia va atribuyendo
un carácter crecientemente simbólico. Una segunda forma de abordar la cuestión
religiosa es la que se refiere a una crítica de la doctrina católica con la
que, como de costumbre, Küng muestra sus enfrentamientos (Juan Pablo II) y sus diferencias
(Benedicto XVI), al tiempo que deposita sus esperanzas en el nuevo papa
argentino, si bien parece hacerlo únicamente por su espíritu jesuítico y, por
consiguiente (según el), ascético. En todo caso, le desea suerte en su pulso
con la Curia. Al tiempo que recuerda errores anteriores entre los que enfatiza
la condena de la píldora anticonceptiva.
Algo que, aún
en ese terreno religioso, parece molestar a Küng es la inevitabilidad de la
muerte. Dios ha regalado la vida, pero ¿a quién hay que atribuir la condena a
muerte que todo ser lleva encima? ¿Es la vida únicamente un préstamo o un
usufructo? No hay respuestas tajantes (quizá en otra obra existan), pero ello
trae a escena el viejo problema de la existencia de mal, del dolor, de la
guerra, del hambre, de la injusticia. Küng insiste una y otra vez que sus
opiniones son personales, pero suenan como reclamaciones a una objetividad. Frente
a la obligada sumisión a un plan divino, se aferra en ocasiones a la idea de
“humanidad”, a la condición de humano que revisten todos nuestros actos,
ligando todo ello con las nociones de libertad y responsabilidad.
No se puede
negar a Küng en ningún momento ni su forma clara y contundente de escribir, ni
su autoestima como crítico que ilumina realidades y anticipa el futuro. Pero también
conviene descubrir su propia humanidad. En esta ocasión flota constantemente en
el libro su temor ante la demencia y la decadencia que supone el Alzheimer, y
su actitud siempre atenta a percibir la aparición de síntomas que le hagan
entender que su hora de despedida ha llegado. Si destaco esto es porque otros
tememos más a los dolores. Pero, en el fondo, hay algo que compartimos todos:
la dependencia de los demás. Lo que citaba su confrontador Juan Pablo II en uno
de sus escritos: “un día te ceñirán”.
¿Cabe dignidad en esa situación?
Al terminar de
leer el libro (breve por una parte y cúmulo de cosas diversas por otra) uno se
queda simplemente con la impresión de haber recibido solamente unas ideas
personales. Quizá sea así, o quizá, no. Pero ¿existe una muerte feliz como
proclama el título?
“Una muerte feliz” (108 págs.) es
un libro del que es autor Hans Küng. Fue escrito en 2015 y publicado en España
por la Editorial Trotta, habitual editora de sus obras, en 2016.
No hay comentarios:
Publicar un comentario