martes, 10 de julio de 2018

Jesús Mosterín : La cultura de la libertad.


Jesús Mosterín es bien conocido. Me acompañó/le acompañé por la serie de libros que publicó en Alianza Editorial, serie de bolsillo, sobre la evolución del pensamiento. El año pasado, 2017, murió. Es un hecho que nos espera a todos y que no debe servir para ser peldaño que conduzca al elogio, ni siquiera a la comprensión. Personalmente coincido con casi todo lo que en este libro afirmaba, pero tampoco debo callar mis disidencias. Es lo que a él le gustaría, pero es también mi deseo de sinceridad.
El estilo de escribir de Mosterín es muy definido. Por una parte, la lectura es fácil, o sea, la hace fácil que no es poco. Por otro, intercala casos, informaciones colaterales y curiosidades que animan adicionalmente esa lectura. Uno busca unas cosas y se tropieza de forma impensada con otras que mejoran sus conocimientos.
Un libro siempre tiene dos extremos: uno es el autor; el segundo, el lector. El libro, su impacto, es el resultado de lo que uno escribe y el otro, lee. Estamos en algo similar a la famosa parábola del sembrador: el escritor lanza su semilla, pero que ésta tenga el resultado esperado depende del lugar donde cae, que es el lector. Este terreno puede resultar árido y contrario a lo expuesto, fértil cuando sintonizan ambos. Queda un terreno ambiguo del lector que espera el mensaje antes de decidir sobre él.
El libro constituye una brillante defensa global de la libertad y en consecuencia del liberalismo (aunque esta extensión le obliga a una serie de matizaciones al autor). Como defensor de la libertad, se desarrolla una clara oposición a todo lo que la limita, más allá del respecto a la libertad de los demás. Y esa defensa se traduce en un ataque, no solamente a las restricciones sociales y culturales, sino especialmente a los políticos.
La defensa de la libertad conduce obligadamente a la defensa del individuo y, más aun, de su esencia: la individualidad. Mosterín afirma que no existe ningún individuo igual a otro, por encima de las mayores o menores igualdades que genéticamente puedan tener (los genes) o de las influencias culturales que puedan pesar sobre él (los memes). La cultura no será sino algo artificial que afectará al individuo, pero que no le hace perder en todo caso su sentido único.
Precisamente sobre esa individualidad construirá Mosterín sus apreciaciones sobre dos instituciones básicas del mundo actual: la democracia y el mercado, instituciones más recientes de lo que pudiera pensarse y que han sufrido un proceso de perfeccionamiento lento y cuando concluido. Partiendo de la base de que la sociedad en que se desenvuelve el humán requiere mecanismos que integren su decisión individual en decisiones comunes y públicas, los dos mecanismos característicos empleados han sido la democracia (en lo político) y el mercado (en lo económico). “Tanto la democracia como el mercado son métodos de agregar las preferencias individuales en decisiones colectivas”. Pero, aunque al igual que ha ido creciendo la aspiración de las personas a gozar de niveles crecientes de libertad, nos encontramos con las dificultades que hay que ir salvando en el camino de perfeccionamiento de esos métodos de agregación.
La democracia, su concepto y noción, han variado al paso del tiempo como nos cuenta Mosterín. Tras descubrirnos la democracia antigua y su evolución posterior, nos recuerda que su consecución depende del mecanismo de su aplicación las elecciones, sobre las que pesa la imposibilidad de un sistema perfecto, tal como predica el teorema de Kenneth Arrow. La elección está estorbada por demasiados  problemas que la hace presa fácil del populismo y la demagogia. Mosterín es terminante: Lo único que se pide y se debe esperar del Estado es un marco transparente y estable de reglas iguales para todos, de seguridad jurídica y de protección frente a la violencia, además de la garantía de ciertos servicios básicos. La democracia liberal moderna requiere que los individuos confíen en sí mismos, no en el Estado”. E irónicamente añade: “Hipócrates instaba a los médicos a tratar, sobre todo, de no perjudicar al enfermo. El mismo consejo vale para los políticos”.
El mercado, en el terreno económico, asume la misma función de ser un proceso social de información que permite la agregación de las preferencias individuales en decisiones colectivas. Nuestras preferencias están constantemente cambiando, haciéndolo también en intensidades y preferencias. El mercado tiene la ventaja, frente a la democracia, de que los grupos divergentes, haciendo uso de la libertad, pueden obtener la satisfacción buscada: uno compra en todo caso lo que quiere y donde quiere. Hay algo coinciden, sin embargo, mercado y democracia: ambos “requieren la igualdad de los ciudadanos ante la ley (isonomía) y la igualdad de oportunidades, pero no requieren (sino que, más bien, excluyen) la igualdad de resultados”. Ambos tienen, no obstante, la servidumbre de que exista un Estado que haga respetar sus respectivas reglas.
El libro va a examinar muchos ámbitos que incluyen y afectan en nuestro margen de libertad: las religiones, en primer lugar, tan decisivas, tan importantes. Pero luego abordará conceptos como el de naciòn. O el de globalización y ,su cercano de la mundializacion.
Cuando aborda la libertad de la lengua, Mosterín es radical. Exige la plena libertad de elección de la lengua que uno pretende hablar y en la que desea que sean enseñados sus hijos. La afirmación, que es piedra angular de sus conclusiones, es que la lengua nunca es un derecho del territorio, sino de las personas. Frente a esto surge la sempiterna intervención pública que termina oprimiendo al individuo. La gran defensa de la libertad de lengua se hace desde la noción de idiolecto, o sea, del “conjunto de rasgos propios de la forma de exprersarse del individuo” según el Diccionario de la Real Academia. Monsterín indica que “los idiolectos de los miembros de grupo se parecen mucho entre sí, pero nunca son idénticos”. El idiolecto, así, es creacion del individuo durante sus primeros años de vida “y reside físicamente en su cerebro en forma de pauta compleja de conexiones neurales”.
Es curioso que Mosterín analiza los casos de Bélgica, Irlanda, Argelia y Quebec. Y aprovecha (un tic muy suyo) este último apartado para referirse a él porque como indica es muy distinto al de Cataluña, donde además al exceso del franquismo ha sucedido, en idéntico tono y sentido contrario, el de la Generalitat secesionista. La libertad de lengua nos recordará es del individuo, nunca del territorio ni del Estado. Cuando se trata de asentar la nación en la lengua, como en el caso de Arana, Monserín es algo asi como inmisericorde cuando se refiere al euskera como una lengua “cuyo principal mérito es que nadie la entiende, por lo que aisla a los vascos de los maketos y contribuye a preservar la pureza racial”.
Mi choque frontal con las tesis de Mosterín aparecen en un punto concreto: el referido a la tauromaquia. No es algo nuevo, porque ya fue autor de un libro en el que la atacó. Sin considerarme taurino, hay dos cosas que no comprendo: una que en un libro en el que se maneja la tesis de que la libertad es una necesidad humana y crea derechos consecuentemente, se introduzca un hipotético derecho de los animales. Negado por descontado al pollo que comemos o al mosquito que fumigamos. Aclaremos que, en sentido contrario y al apoyar el aborto sin límites y con entusiasmo, desconoce, ni siquiera como animal, al feto que, si no se lo impide alguien, será eso que llama ”humán” (término empleado por Mosterín para designar a la persona humana, hombre o mujer, y propuesto en su libro “La naturaleza humana”). Es curiosa la referencia idolátrica a Fernández Ordoñez quien hizo posible del divorcio. Yo, con sinceridad, a quien  apoyo es al inolvidable Tip, cuando afirmaba que lo que había que prohibir no era el divorcio, sino el matrimonio.
 La segunda mis disprepancias con sus tesis es la forma en que asocia la tauromaquia con la tortura. No creo que nadie vaya a una corrida para presenciar la tortura del toro; ni tampoco la cogida del torero. Afirma Mosterín que la cultura de la libertad no admite “el abuso de los niños, el maltrato de las mujeres o la tortura de los animales”. Sobra igualmente la referencia a “la España negra de toreros, borrachos e inquisidores, caricaturizada por Goya”. En sentido contrario se indica: “Los toros siempre han sido pacíficos rumiantes, herbívoros sin la mínima predisposición a atacar a nadie”. Una definición perfecta del buey o toro castrado. ¿La castración no es tortura?
Esto es manifestación de uno de los defectos de un libro, admirable desde otros puntos de vista: el bajarse de la teoría a comentarios prácticos referentes a hechos concretos indebidamente descontextualizados del momento histórico. En especial, los referidos a España, proyectando en los españoles actuales defectos históricos del pasado.
Mosterín concluye su introducción al libro indicando que la mejor forma de leerle sería comenzando por el principio y siguiendo el orden de los capítulos. Pero, añade: “tratándose de una obra sobre la cultura de la libertad, el lector puede leerlo como quiera, empezando por donde le dé la gana y saltándose los capítulos que menos le interesen, o volviendo a ellos más tarde”. Este es uno de los elogios que se pueden dirigir al libro. Por mi parte, confieso que sin haber leído esto, inicié mi lectura de la forma más anárquica imaginable. Y que, comprado hace años, nunca lo había leído. Ahora lo he hecho con gusto.


“La cultura de la libertad” (304 págs.) es un  libro escrito por Jesús Mosterín en 2008 y publicado ese mismo año por Espasa Calpe en su colección Gran Austral.

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