Jesús MosterÃn
es bien conocido. Me acompañó/le acompañé por la serie de libros que publicó en
Alianza Editorial, serie de bolsillo, sobre la evolución del pensamiento. El
año pasado, 2017, murió. Es un hecho que nos espera a todos y que no debe
servir para ser peldaño que conduzca al elogio, ni siquiera a la comprensión.
Personalmente coincido con casi todo lo que en este libro afirmaba, pero
tampoco debo callar mis disidencias. Es lo que a él le gustarÃa, pero es también
mi deseo de sinceridad.
El estilo de
escribir de MosterÃn es muy definido. Por una parte, la lectura es fácil, o
sea, la hace fácil que no es poco. Por otro, intercala casos, informaciones
colaterales y curiosidades que animan adicionalmente esa lectura. Uno busca
unas cosas y se tropieza de forma impensada con otras que mejoran sus
conocimientos.
Un libro
siempre tiene dos extremos: uno es el autor; el segundo, el lector. El libro,
su impacto, es el resultado de lo que uno escribe y el otro, lee. Estamos en
algo similar a la famosa parábola del sembrador: el escritor lanza su semilla,
pero que ésta tenga el resultado esperado depende del lugar donde cae, que es
el lector. Este terreno puede resultar árido y contrario a lo expuesto, fértil
cuando sintonizan ambos. Queda un terreno ambiguo del lector que espera el mensaje
antes de decidir sobre él.
El libro constituye
una brillante defensa global de la libertad y en consecuencia del liberalismo
(aunque esta extensión le obliga a una serie de matizaciones al autor). Como
defensor de la libertad, se desarrolla una clara oposición a todo lo que la
limita, más allá del respecto a la libertad de los demás. Y esa defensa se
traduce en un ataque, no solamente a las restricciones sociales y culturales,
sino especialmente a los polÃticos.
La defensa de
la libertad conduce obligadamente a la defensa del individuo y, más aun, de su
esencia: la individualidad. MosterÃn afirma que no existe ningún individuo
igual a otro, por encima de las mayores o menores igualdades que genéticamente
puedan tener (los genes) o de las influencias culturales que puedan pesar sobre
él (los memes). La cultura no será sino algo artificial que afectará al
individuo, pero que no le hace perder en todo caso su sentido único.
Precisamente sobre
esa individualidad construirá MosterÃn sus apreciaciones sobre dos
instituciones básicas del mundo actual: la democracia y el mercado,
instituciones más recientes de lo que pudiera pensarse y que han sufrido un
proceso de perfeccionamiento lento y cuando concluido. Partiendo de la base de
que la sociedad en que se desenvuelve el humán requiere mecanismos que integren
su decisión individual en decisiones comunes y públicas, los dos mecanismos caracterÃsticos
empleados han sido la democracia (en lo polÃtico) y el mercado (en lo económico).
“Tanto la democracia como el mercado son
métodos de agregar las preferencias individuales en decisiones colectivas”.
Pero, aunque al igual que ha ido creciendo la aspiración de las personas a gozar
de niveles crecientes de libertad, nos encontramos con las dificultades que hay
que ir salvando en el camino de perfeccionamiento de esos métodos de agregación.
La democracia, su
concepto y noción, han variado al paso del tiempo como nos cuenta MosterÃn.
Tras descubrirnos la democracia antigua y su evolución posterior, nos recuerda
que su consecución depende del mecanismo de su aplicación ―las
elecciones―,
sobre las que pesa la imposibilidad de un sistema perfecto, tal como predica el
teorema de Kenneth Arrow. La elección está estorbada por demasiados problemas que la hace presa fácil del
populismo y la demagogia. MosterÃn es terminante: Lo único que se pide y se
debe esperar del Estado es un marco transparente y estable de reglas iguales para
todos, de seguridad jurÃdica y de protección frente a la violencia, además de la
garantÃa de ciertos servicios básicos. La democracia liberal moderna requiere
que los individuos confÃen en sà mismos, no en el Estado”. E irónicamente añade:
“Hipócrates instaba a los médicos a
tratar, sobre todo, de no perjudicar al enfermo. El mismo consejo vale para los
polÃticos”.
El mercado, en
el terreno económico, asume la misma función de ser un proceso social de información
que permite la agregación de las preferencias individuales en decisiones
colectivas. Nuestras preferencias están constantemente cambiando, haciéndolo
también en intensidades y preferencias. El mercado tiene la ventaja, frente a
la democracia, de que los grupos divergentes, haciendo uso de la libertad,
pueden obtener la satisfacción buscada: uno compra en todo caso lo que quiere y
donde quiere. Hay algo coinciden, sin embargo, mercado y democracia: ambos “requieren la igualdad de los ciudadanos ante
la ley (isonomÃa) y la igualdad de oportunidades, pero no requieren (sino que, más
bien, excluyen) la igualdad de resultados”. Ambos tienen, no obstante, la
servidumbre de que exista un Estado que haga respetar sus respectivas reglas.
El libro va a
examinar muchos ámbitos que incluyen y afectan en nuestro margen de libertad: las
religiones, en primer lugar, tan decisivas, tan importantes. Pero luego
abordará conceptos como el de naciòn. O el de globalización y ,su cercano de la
mundializacion.
Cuando aborda
la libertad de la lengua, MosterÃn es radical. Exige la plena libertad de
elección de la lengua que uno pretende hablar y en la que desea que sean
enseñados sus hijos. La afirmación, que es piedra angular de sus conclusiones,
es que la lengua nunca es un derecho del territorio, sino de las personas.
Frente a esto surge la sempiterna intervención pública que termina oprimiendo
al individuo. La gran defensa de la libertad de lengua se hace desde la noción
de idiolecto, o sea, del “conjunto de
rasgos propios de la forma de exprersarse del individuo” según el
Diccionario de la Real Academia. MonsterÃn indica que “los idiolectos de los miembros de grupo se parecen mucho entre sÃ, pero
nunca son idénticos”. El idiolecto, asÃ, es creacion del individuo durante
sus primeros años de vida “y reside
fÃsicamente en su cerebro en forma de pauta compleja de conexiones neurales”.
Es curioso que
MosterÃn analiza los casos de Bélgica, Irlanda, Argelia y Quebec. Y aprovecha
(un tic muy suyo) este último apartado para referirse a él porque como indica es
muy distinto al de Cataluña, donde además al exceso del franquismo ha sucedido,
en idéntico tono y sentido contrario, el de la Generalitat secesionista. La
libertad de lengua ―nos recordará― es del individuo, nunca del
territorio ni del Estado. Cuando se trata de asentar la nación en la lengua,
como en el caso de Arana, MonserÃn es algo asi como inmisericorde cuando se
refiere al euskera como una lengua “cuyo
principal mérito es que nadie la entiende, por lo que aisla a los vascos de los
maketos y contribuye a preservar la pureza racial”.
Mi choque
frontal con las tesis de MosterÃn aparecen en un punto concreto: el referido a
la tauromaquia. No es algo nuevo, porque ya fue autor de un libro en el que la
atacó. Sin considerarme taurino, hay dos cosas que no comprendo: una que en un libro
en el que se maneja la tesis de que la libertad es una necesidad humana y crea
derechos consecuentemente, se introduzca un hipotético derecho de los animales.
Negado por descontado al pollo que comemos o al mosquito que fumigamos. Aclaremos
que, en sentido contrario y al apoyar el aborto sin lÃmites y con entusiasmo,
desconoce, ni siquiera como animal, al feto que, si no se lo impide alguien,
será eso que llama ”humán” (término empleado por MosterÃn para designar a la
persona humana, hombre o mujer, y propuesto en su libro “La naturaleza humana”).
Es curiosa la referencia idolátrica a Fernández Ordoñez quien hizo posible del
divorcio. Yo, con sinceridad, a quien
apoyo es al inolvidable Tip, cuando afirmaba que lo que habÃa que
prohibir no era el divorcio, sino el matrimonio.
La segunda mis disprepancias con sus tesis es la
forma en que asocia la tauromaquia con la tortura. No creo que nadie vaya a una
corrida para presenciar la tortura del toro; ni tampoco la cogida del torero. Afirma
MosterÃn que la cultura de la libertad no admite “el abuso de los niños, el maltrato de las mujeres o la tortura de los
animales”. Sobra igualmente la referencia a “la España negra de toreros, borrachos e inquisidores, caricaturizada
por Goya”. En sentido contrario se indica: “Los toros siempre han sido pacÃficos rumiantes, herbÃvoros sin la mÃnima
predisposición a atacar a nadie”. Una definición perfecta del buey o toro
castrado. ¿La castración no es tortura?
Esto es manifestación
de uno de los defectos de un libro, admirable desde otros puntos de vista: el
bajarse de la teorÃa a comentarios prácticos referentes a hechos concretos indebidamente
descontextualizados del momento histórico. En especial, los referidos a España,
proyectando en los españoles actuales defectos históricos del pasado.
MosterÃn
concluye su introducción al libro indicando que la mejor forma de leerle serÃa
comenzando por el principio y siguiendo el orden de los capÃtulos. Pero, añade:
“tratándose de una obra sobre la cultura
de la libertad, el lector puede leerlo como quiera, empezando por donde le dé
la gana y saltándose los capÃtulos que menos le interesen, o volviendo a ellos
más tarde”. Este es uno de los elogios que se pueden dirigir al libro. Por
mi parte, confieso que sin haber leÃdo esto, inicié mi lectura de la forma más
anárquica imaginable. Y que, comprado hace años, nunca lo habÃa leÃdo. Ahora lo
he hecho con gusto.
“La cultura de la libertad” (304
págs.) es un libro escrito por Jesús
MosterÃn en 2008 y publicado ese mismo año por Espasa Calpe en su colección
Gran Austral.
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