lunes, 16 de julio de 2018

William Montgomery Watt : Historia de la España islámica.


William Montgomery Watt fue un pastor episcopalista escocés que se dedicó al estudio de la huella del Islam en el Occidente. Llegó así a ser profesor de la Universidad de Edimburgo en la rama de Estudios Árabes e Islámicos y a ser considerado uno de los principales expertos, calificado por la propia prensa islámica de ultimo orientalista. Murió el 2006 cuando contaba ya 97 años y su única afición eran los crucigramas y la filatelia. Había publicado 30 libros en los cuales mostró su defensa de Mahoma y su creencia en su inspiración divina. Sintió devoción por el Islam y buscó su acercamiento. Por fortuna, dentro de su obra hay un libro dedicado a la presencia islámica en España.
El libro tiene un especial interés por los aspectos sociales de esta historia. Cubrirá también los aspectos culturales y su significado, pero quizá lo más destacable es la forma en que explica ese extraño galimatías que fueron los disantos pueblos con distintas religiones que poblaron España durante esos ocho siglos.
El libro comienza afirmando: “Para los habitantes de España, la conquista de España entre los años 711 y 716, fue fulminante como un rayo. En cambio, para los árabes, la invasión de España significaba simplemente una fase más de un proceso de expansión”. Creo que, si no partimos de esta afirmación, nunca podamos comprender El-Ándalus, porque los moros (como siempre se ha dicho) no llegaron a España, sino a El-Ándalus, se sintieron a gusto y se quedaron, abandonando sus ideas de conquista ante las incómodas montañas cantábricas o los contratiempos de Occitania en su avance más allá de los incómodos Pirineos.
Los árabes llegaron impulsados por el espíritu de 630. Habían conquistado la península arábiga, Siria y Egipto. Caían Persia e Irak. Devoraron el sur del Mediterráneo. Y, tentados, entraron en Hispania. Pero allí se quedaron. Todos los demás territorios siguen siendo islámicos, pero no Hispania que dejó de serlo. Si llega a serlo de nuevo no será por vía guerrera de conquista. Watt nos explica cómo fue posible esa rápida expansión. Nunca dieron a elegir, como se cree, “entre la espada y el Islam”; respetaron a las religiones con libro (cristianos y judíos) como el Islam. “No se les obligaban a convertirse al Islam, sino más bien a mantenerse en sus creencias”. A cambio, los árabes les exigían contribuciones económicas que les permitían no trabajar la tierra sino mantener ejércitos.
Invadido todo el sur Mediterráneo, ¿hacia dónde seguir? El Sur no era apetecible y Watt entiende que la invasión de Hispania se hubiera producido en todo caso, aun sin la debilidad del reino visigodo, sus luchas internas, la colaboración de algunos judíos y Don Julián. Pero es que además hubo eso. Tarik pasó el estrecho con 7.000 hombres, a los que unió un contingente de 5.000. “comprendió rápidamente que España se abría ante él y se dirigió, en primer lugar, a Córdoba”. Poco después, Muza pasa el estrecho con 18.000 hombres. “Los árabes denominaron a su nuevo dominio de la Península Ibérica ‘al-Ándalus’. El nombre es una corrupción de ‘Vandalicia’, a su vez derivado de los invasores vándalos”. La batalla de Tours acabó con los proyectos de avanzar por Occitania. Como indica Watt “la voluntad de conquista de los musulmanes era más débil que la voluntad de resistencia de los francos”. Es decir, lo que no sucedió en España.
Es el momento de explicar la organización de la provincia, dependiente de un único califa no autócrata y lejano, que delega sus poderes en otras personas, España dependía del gobernador de Ifriqiya, en Túnez. Pero todo sucedía muy deprisa: en torno a 747 se comienza a derrumbar el califato de Damasco y la capital de la provincia, como efecto colateral, pasa de Túnez a Sevilla. Las tensiones crecen entre los árabes (que no tienen que trabajar) y los bereberes (musulmanes, pero sometidos a los árabes como algo inferior). Muchos de los bereberes abandonan la península para volver a sus orígenes. Los mismos árabes no están unidos, sino divididos en dos grupos: los qaysíes y los kalbíes. Entran en España miles de sirios que, vencidos por los bereberes en Marruecos, pretenden luchar contra ellos en España. Y llega la figura de Abd al-Rahman, nuestro Abderramán del bachillerato.
Abderramán, superviviente de la familia de los Omeya e hijo de una bereber, entra en España con nuevos aliados y se proclama emir de El-Ándalus en la mezquita de Córdoba. “Se había fundado el emirato Omeya”. Y sólo estamos en el año 756. Pero Watt nos tranquiliza: “la novedad era más teórica que práctica”. Pero inmediatamente nos intranquiliza al indicar que el problema real era la diversidad de poblaciones: los árabes dominantes, los antiguos colonos bereberes (los más numerosos y descontentos divididos en nómadas y sedentarios), los sirios, los nativos convertidos (que llegarían a ser tan numerosos o más que los bereberes), los musulmanes ya nacidos en España (muladíes), los cristianos que conservaron su religión (mozárabes, sin duda atraídos por la civilización llegada) y los judíos. Por cierto, el DRAE admite tanto bereber como beréber (Watt).
Una de las primeras medidas de Abderramán sería la creación de un ejército profesional, pero la más socorrida fue la presión brutal de los descontentos. El califato tuvo que lidiar también con la ausencia de fronteras ciertas; esa indefinición se arreglaba (o se patentizaba) con la existencia de las marcas: la Superior (Zaragoza), la Media (Toledo) y la Inferior (Mérida). Pero eran problemas que, aunque no impidieron el progreso del emirato condujeron a una crisis tras la muerte de Abderramán II en 852. Pero la crisis no impide el que permanezca y crezca el esplendor del califato cuando Abderramán III toma una serie de medidas correctoras de éxito. La reafirmación de la idea de la yihad, por ejemplo. La tendencia a que, por otra parte, la política se distancia de la religión en las decisiones.
Pero dentro de ese declinar aparecen la figura del mayordomo. El primero y más notable Yafar al-Musshafì, nuestro Almanzor, azote de la cristiandad. Su habilidad y capacidad ofensiva no pudo impedir que a su muerte en 1002 siguiera manifestándose la decadencia previa y se reavivara como reacción cristiana el sentido de la reconquista.
La caída del Califato fue rápida y profunda. A partir de la conquista, sin retorno ya, de Toledo en 1085 comienza una historia distinta. A lo árabe sucede lo bereber, se intensifica el espíritu islámico y se inicia la fase final de la reconquista que durará cuatro siglos. Va a presenciar la formación de los reinos de taifas y las invasiones que repetiamos en el bachillerato: almorávides, almohades, y benimerines.
Watt nos informa que quienes fueron esos invasores. Comenzando por los almorávides, al frente de los cuales aparece Yusuf ibn Tasufin. Quien, contratado por Mu’tamid de Sevilla, va a entrar en España y detener a Alfonso VI en la batalla de Zalaca. Tras lo que se retiran. Pero 1090 vuelven a ser solicitados y esta vez lo harán con carácter definitivo: El-Ándalus les había gustado y se habían deslumbrado con sus comodidades y refinamientos. No era, además, el árido territorio del que venían. Por otra parte, ante la descomposición musulmana, decidió quedarse a poner orden. Y lo puso sometiendo a los reinos de taifas y hasta recuperando terreno perdido ante los cristianos.Pero ¿quiénes eran los almorávides? Simplemente tribus bereberes, con una cultura primaria y un afán yihadista que pronto se doblegaron a los refinamientos de El-Ándalus. No se corrompieron, pero su fibra guerrera fue cediendo. Habían llegado hasta el Senegal, pero en España se quedaron. Aprovecharon el descontento de las clases populares para afianzar su asentamiento, pero su primitivismo acabó con el esplendor intelectual que pudo haber tenido el Califato. Watt no termina de aceptarlo: los pocos datos con que contamos provienen de los vencedores y de los desplazados. Una caracterisgticaa de Watt es que duda siempre de sus asertos. En cualquier caso, en 1145 acabó el poder almorávide, dejando una España islámica otra vez dividida y más islamizada.
Nuevamente, el-Ándalus va a sufrir otra invasión bereber: la de los almohades, los que habían estado luchando contra los almorávides en el norte de África. Está más documentada su historia, su ausencia de popularidad interna y se puede decir claramente su fracaso que aboca a un nuevo periodo de decadencia. Si su llegada supuso victorias como la de Alarcos, ello sólo sirvió para reavivar el sentido cristiano de la reconquista que culminará en las Navas de Tolosa. Watt nos dirá: “la caída de los almohades significó el fin de la España islámica”. Terminaba la primera parte del siglo inicial del XIII. Sobrevivirá el imperio nazarí de Granada. Pero es ya otra cosa para Watt. Quedará el reino de Granada gracias a un inteligente gobernador; tendrá que ayudarse y defenderse de los benimerinos, la nueva dinastía musulmana marroquí; recibirá todo lo que viene de reinos cristianos y no tendrá ya mudéjares en sus dominios. Para su desgracia provocó en 1481 a los Reyes Católicos con la conquista del castillo de Zahara.
El libro dedica extensos capítulos a la cultura árabe. Hay algo indiscutible en su trayectoria: su superioridad sobre la visigótica en el siglo VIII y su inferioridad ante la cristiana en el siglo XV. Y algo oscurecido: el papel de mensajero de las ideas griegas que tuvo el islamismo. Por lo demás, el libro se centra en la literatura y, dentro de ésta, en la poesía, practicamente genero único, con olvido de áreas como la histórica. Aun alabándola, Watt no deja de aludir a determinadas limitaciones de esa poesía, excesivamene sensual y monotemática. Y hay un olvido casi total de las restantes bellas artes como la pintura y la música, lastrada la primera por el sentido iconoclasta del Islam. No se concibe su admiración por la arquitectura islámica que tan pocos restos brillantes dejó y que, acertadamente, destaca como volcada en el interior y no en el exterior de los edificios. Es fácil, pienso, confundir el refinamiento y el lujo con el arte. El-Ándalus fue el pastel de rica miel al que mil moscas acudieron.
En todo caso, estamos ante un libro inteligente, que sabe ordenar las etapas históricas y explicarlas. Un libro en el que se aprenden muchas cosas que solemos ignorar. Que enriquece y no engaña. Que jamás dogmatiza.
“Historia de la España Islámica” (254 págs.) es un libro escrito por el islamista William Montgomery Watt en 1965. Su traducción por José Elizalde fue publicada en España por Alianza Editorial en 1970. La edición que se comenta es la segunda reimpresión (2017) de la tercera edición de 2013, revisadas por Fernando de la Granja.

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