William
Montgomery Watt fue un pastor episcopalista escocés que se dedicó al estudio de
la huella del Islam en el Occidente. Llegó así a ser profesor de la Universidad
de Edimburgo en la rama de Estudios Árabes e Islámicos y a ser considerado uno
de los principales expertos, calificado por la propia prensa islámica de ultimo
orientalista. Murió el 2006 cuando contaba ya 97 años y su única afición eran
los crucigramas y la filatelia. Había publicado 30 libros en los cuales mostró
su defensa de Mahoma y su creencia en su inspiración divina. Sintió devoción
por el Islam y buscó su acercamiento. Por fortuna, dentro de su obra hay un
libro dedicado a la presencia islámica en España.
El libro tiene
un especial interés por los aspectos sociales de esta historia. Cubrirá también
los aspectos culturales y su significado, pero quizá lo más destacable es la
forma en que explica ese extraño galimatías que fueron los disantos pueblos con
distintas religiones que poblaron España durante esos ocho siglos.
El libro comienza
afirmando: “Para los habitantes de
España, la conquista de España entre los años 711 y 716, fue fulminante como un
rayo. En cambio, para los árabes, la invasión de España significaba simplemente
una fase más de un proceso de expansión”. Creo que, si no partimos de esta
afirmación, nunca podamos comprender El-Ándalus, porque los moros (como siempre
se ha dicho) no llegaron a España, sino a El-Ándalus, se sintieron a gusto y se
quedaron, abandonando sus ideas de conquista ante las incómodas montañas cantábricas
o los contratiempos de Occitania en su avance más allá de los incómodos
Pirineos.
Los árabes
llegaron impulsados por el espíritu de 630. Habían conquistado la península arábiga,
Siria y Egipto. Caían Persia e Irak. Devoraron el sur del Mediterráneo. Y,
tentados, entraron en Hispania. Pero allí se quedaron. Todos los demás territorios
siguen siendo islámicos, pero no Hispania que dejó de serlo. Si llega a serlo
de nuevo no será por vía guerrera de conquista. Watt nos explica cómo fue
posible esa rápida expansión. Nunca dieron a elegir, como se cree, “entre la
espada y el Islam”; respetaron a las religiones con libro (cristianos y judíos)
como el Islam. “No se les obligaban a
convertirse al Islam, sino más bien a mantenerse en sus creencias”. A cambio,
los árabes les exigían contribuciones económicas que les permitían no trabajar
la tierra sino mantener ejércitos.
Invadido todo
el sur Mediterráneo, ¿hacia dónde seguir? El Sur no era apetecible y Watt entiende
que la invasión de Hispania se hubiera producido en todo caso, aun sin la
debilidad del reino visigodo, sus luchas internas, la colaboración de algunos judíos
y Don Julián. Pero es que además hubo eso. Tarik pasó el estrecho con 7.000
hombres, a los que unió un contingente de 5.000. “comprendió rápidamente que España se abría ante él y se dirigió, en
primer lugar, a Córdoba”. Poco después, Muza pasa el estrecho con 18.000
hombres. “Los árabes denominaron a su
nuevo dominio de la Península Ibérica ‘al-Ándalus’. El nombre es una corrupción
de ‘Vandalicia’, a su vez derivado de los invasores vándalos”. La batalla
de Tours acabó con los proyectos de avanzar por Occitania. Como indica Watt “la voluntad de conquista de los musulmanes
era más débil que la voluntad de resistencia de los francos”. Es decir, lo
que no sucedió en España.
Es el momento
de explicar la organización de la provincia, dependiente de un único califa no autócrata
y lejano, que delega sus poderes en otras personas, España dependía del
gobernador de Ifriqiya, en Túnez. Pero todo sucedía muy deprisa: en torno a 747
se comienza a derrumbar el califato de Damasco y la capital de la provincia,
como efecto colateral, pasa de Túnez a Sevilla. Las tensiones crecen entre los árabes
(que no tienen que trabajar) y los bereberes (musulmanes, pero sometidos a los árabes
como algo inferior). Muchos de los bereberes abandonan la península para volver
a sus orígenes. Los mismos árabes no están unidos, sino divididos en dos
grupos: los qaysíes y los kalbíes. Entran en España miles de sirios que, vencidos
por los bereberes en Marruecos, pretenden luchar contra ellos en España. Y
llega la figura de Abd al-Rahman, nuestro Abderramán del bachillerato.
Abderramán, superviviente
de la familia de los Omeya e hijo de una bereber, entra en España con nuevos
aliados y se proclama emir de El-Ándalus en la mezquita de Córdoba. “Se había fundado el emirato Omeya”. Y sólo
estamos en el año 756. Pero Watt nos tranquiliza: “la novedad era más teórica que práctica”. Pero inmediatamente nos intranquiliza
al indicar que el problema real era la diversidad de poblaciones: los árabes
dominantes, los antiguos colonos bereberes (los más numerosos y descontentos
divididos en nómadas y sedentarios), los sirios, los nativos convertidos (que llegarían
a ser tan numerosos o más que los bereberes), los musulmanes ya nacidos en
España (muladíes), los cristianos que conservaron su religión (mozárabes, sin
duda atraídos por la civilización llegada) y los judíos. Por cierto, el DRAE admite
tanto bereber como beréber (Watt).
Una de las primeras
medidas de Abderramán sería la creación de un ejército profesional, pero la más
socorrida fue la presión brutal de los descontentos. El califato tuvo que
lidiar también con la ausencia de fronteras ciertas; esa indefinición se
arreglaba (o se patentizaba) con la existencia de las marcas: la Superior
(Zaragoza), la Media (Toledo) y la Inferior (Mérida). Pero eran problemas que, aunque
no impidieron el progreso del emirato condujeron a una crisis tras la muerte de
Abderramán II en 852. Pero la crisis no impide el que permanezca y crezca el
esplendor del califato cuando Abderramán III toma una serie de medidas
correctoras de éxito. La reafirmación de la idea de la yihad, por ejemplo. La
tendencia a que, por otra parte, la política se distancia de la religión en las
decisiones.
Pero dentro de
ese declinar aparecen la figura del mayordomo. El primero y más notable Yafar
al-Musshafì, nuestro Almanzor, azote de la cristiandad. Su habilidad y
capacidad ofensiva no pudo impedir que a su muerte en 1002 siguiera manifestándose
la decadencia previa y se reavivara como reacción cristiana el sentido de la reconquista.
La caída del
Califato fue rápida y profunda. A partir de la conquista, sin retorno ya, de
Toledo en 1085 comienza una historia distinta. A lo árabe sucede lo bereber, se
intensifica el espíritu islámico y se inicia la fase final de la reconquista
que durará cuatro siglos. Va a presenciar la formación de los reinos de taifas
y las invasiones que repetiamos en el bachillerato: almorávides, almohades, y
benimerines.
Watt nos
informa que quienes fueron esos invasores. Comenzando por los almorávides, al
frente de los cuales aparece Yusuf ibn Tasufin. Quien, contratado por Mu’tamid
de Sevilla, va a entrar en España y detener a Alfonso VI en la batalla de
Zalaca. Tras lo que se retiran. Pero 1090 vuelven a ser solicitados y esta vez
lo harán con carácter definitivo: El-Ándalus les había gustado y se habían deslumbrado
con sus comodidades y refinamientos. No era, además, el árido territorio del que
venían. Por otra parte, ante la descomposición musulmana, decidió quedarse a
poner orden. Y lo puso sometiendo a los reinos de taifas y hasta recuperando
terreno perdido ante los cristianos.Pero ¿quiénes eran los almorávides?
Simplemente tribus bereberes, con una cultura primaria y un afán yihadista que
pronto se doblegaron a los refinamientos de El-Ándalus. No se corrompieron,
pero su fibra guerrera fue cediendo. Habían llegado hasta el Senegal, pero en
España se quedaron. Aprovecharon el descontento de las clases populares para
afianzar su asentamiento, pero su primitivismo acabó con el esplendor intelectual
que pudo haber tenido el Califato. Watt no termina de aceptarlo: los pocos
datos con que contamos provienen de los vencedores y de los desplazados. Una caracterisgticaa
de Watt es que duda siempre de sus asertos. En cualquier caso, en 1145 acabó el
poder almorávide, dejando una España islámica otra vez dividida y más
islamizada.
Nuevamente, el-Ándalus
va a sufrir otra invasión bereber: la de los almohades, los que habían estado luchando
contra los almorávides en el norte de África. Está más documentada su historia,
su ausencia de popularidad interna y ―se puede decir claramente―
su fracaso que aboca a un nuevo periodo de decadencia. Si su llegada supuso victorias
como la de Alarcos, ello sólo sirvió para reavivar el sentido cristiano de la
reconquista que culminará en las Navas de Tolosa. Watt nos dirá: “la caída de los almohades significó el fin
de la España islámica”. Terminaba la primera parte del siglo inicial del
XIII. Sobrevivirá el imperio nazarí de Granada. Pero es ya otra cosa para Watt.
Quedará el reino de Granada gracias a un inteligente gobernador; tendrá que
ayudarse y defenderse de los benimerinos, la nueva dinastía musulmana marroquí;
recibirá todo lo que viene de reinos cristianos y no tendrá ya mudéjares en sus
dominios. Para su desgracia provocó en 1481 a los Reyes Católicos con la
conquista del castillo de Zahara.
El libro dedica
extensos capítulos a la cultura árabe. Hay algo indiscutible en su trayectoria:
su superioridad sobre la visigótica en el siglo VIII y su inferioridad ante la
cristiana en el siglo XV. Y algo oscurecido: el papel de mensajero de las ideas
griegas que tuvo el islamismo. Por lo demás, el libro se centra en la
literatura y, dentro de ésta, en la poesía, practicamente genero único, con
olvido de áreas como la histórica. Aun alabándola, Watt no deja de aludir a
determinadas limitaciones de esa poesía, excesivamene sensual y monotemática. Y
hay un olvido casi total de las restantes bellas artes como la pintura y la música,
lastrada la primera por el sentido iconoclasta del Islam. No se concibe su admiración
por la arquitectura islámica que tan pocos restos brillantes dejó y que,
acertadamente, destaca como volcada en el interior y no en el exterior de los
edificios. Es fácil, pienso, confundir el refinamiento y el lujo con el arte.
El-Ándalus fue el pastel de rica miel al que mil moscas acudieron.
En todo caso,
estamos ante un libro inteligente, que sabe ordenar las etapas históricas y
explicarlas. Un libro en el que se aprenden muchas cosas que solemos ignorar.
Que enriquece y no engaña. Que jamás dogmatiza.
“Historia de la España Islámica”
(254 págs.) es un libro escrito por el islamista William Montgomery Watt en
1965. Su traducción por José Elizalde fue publicada en España por Alianza
Editorial en 1970. La edición que se comenta es la segunda reimpresión (2017)
de la tercera edición de 2013, revisadas por Fernando de la Granja.
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