domingo, 22 de septiembre de 2019

François Bousquet : “El puto San Foucault. Arqueología de un fetiche”.


El libro tiene un segundo subtitulo en su portada: “Foucault: los orígenes remotos de la ideología de género”. ¿Es cierto eso? Al menos es discutible, lo que implica que sea una afirmación verosímil. En todo caso ha sido el rotundo título lo que me ha llevado a conocer su contenido. Ayuda de entrada, el breve, y por eso valioso, prólogo del que es autor Javier Ruiz Portella.
Así, por ese camino y conducido por esa mano, uno se introduce en un mundo que no sospechaba. Un mundo que no duda en vulnerar las líneas rojas impuestas por lo “políticamente correcto”, denominación que revela de por sí la especie de dictadura que denuncia. Un mundo en el que aparecen autores críticos como los de ese libro y su prologuista. Un mundo que es atendido por editoriales como Ediciones Insólitas que abre su web con la siguiente declaración: “Cuando el conformismo literario y el pensamiento único lo empequeñecen y aplastan todo, el mero hecho de plantarles cara constituye ya algo profundamente insólito”.
El 4 de febrero de 2017, Sánchez Dragó publicaba en su columna Dragolandia de “El Mundo” un artículo en el que llevaba a cabo una denunciaba, reproduciendo otro de Javier Ruiz Portella aparecido en la revista digital “El Manifiesto”. Se refería a la “rebelión de los lectores”, o sea a la conocida pérdida de confianza de la “gente” en los analistas, los periodistas y los medios de comunicación. El pensamiento único se ha pasado unos cuantos pueblos y todo está lleno de prohibiciones. Saltárselas tiene una sentencia anunciada: pertenecer a la extrema derecha, que es lo que sucede al autor de este libro, por ejemplo. Calificación que conlleva consigo una serie de descalificaciones. Probablemente sin la rebelión de esos lectores, nunca mencionada, no se hubiera producido la aparición de ciertos populismos.
Como en los combates de boxeo, toca a hora presentar al otro contendiente, Michel Foucault. No se puede aducir que se trata de un contendiente ya fallecido, porque Foucault sigue vivo en los que le citan, comentan, aceptan o rechazan.
Foucault es una persona sumamente compleja. Uno distinguiría entre el Foucault friki y el Foucault homosexual. Son batallas distintas, aunque se apoyen. Pero una de las características de Foucault es su condición camaleónica, que tiene una especial traducción en su apoliticidad: es tan pronto comunista, como estructuralista, como neoliberal. Cuestión claramente de oportunismo.
El contacto con el neoliberalismo (y pienso que con este término hay que referirse al liberalismo actual frente al clásico) es un viraje curioso de Foucault que se produce en su recalada en los Estados Unidos allá por los 70. Cuando han echado ya raíces las teorías de Friedman y la escuela de Chicago y se han experimentado por Reagan. Pero la aceptación por Foucault de ese neoliberalismo que alaba y defiende tiene en realidad un sentido profundo y distinto. Uno recuerda que antes de las Transición se enfatizaba es España la diferencia entre libertad y libertinaje. Puede estar aquí la clave de la explicación. El clima neoliberal permite cosas que en otras circunstancias estarían prohibidas; el libro recuerda su incomodidad en su viaje a Polonia al no permitirle la rigidez estatal sus desahogos sexuales.
Eso nos lleva a la consideración del Foucault homosexual. Una orientación sexual que exhibió y defendió cuando aún no era fácil hacerlo. El término de exhibición no es gratuito; frecuentó las saunas y compartió todo género de camas, hasta morir infectado por el SIDA, entonces poco identificado. Pero como dice Bousquet “su sexualidad fue la de un atormentado voluntario”. Añadamos la dimensión sadomasoquista que se agrega a Foucault, quien proclama que sus prácticas producen placer y no dolor. Bousquet ofrece, en este sentido, una amplia confrontación del pensamiento de Sade y del de Foucault, tan iguales y distintos. No en balde cambian tiempo y circunstancias.
Me aventuro a pensar que un Foucault heterosexual no hubiera tenido el éxito y la popularidad que tuvo. Pero no siéndolo se dedicó a la admiración de los aspectos más deplorables y despreciados de la sociedad. “Es por eso por lo que lo puso todo patas arriba: las causas y las consecuencias, el hombre y la mujer, el día y la noche, la razón y la sinrazón, lo humano y lo inhumano, el centro y la periferia”. Contamos con el testimonio de alguien tan poco sospechoso como Noam Chomsky quien, tras su debate con Foucault en 1971 declaró: «Lo que me llamó la atención en él fue su amoralismo total. Nunca había conocido a nadie que careciera hasta tal punto de moralidad». Eso es Foucault.
Si inicialmente, Foucault eleva a sus peculiares altares las imágenes del recluso y el demente, más adelante y probablemente animado por el éxito de su ataque a quienes considera carceleros y loqueros, más adelante comenzara a defender decididamente a las que considera minorías, a las que apoya defiende y pretende convertirles en rectoras de la sociedad. Nace así la minoritocracia hoy reinante.
François Bousquet trata de analizar la personalidad profunda de Foucault utilizando una prosa rica en imágenes y generosa en sugestiones. Brillante en todo caso, aunque sin ocultar en ningún caso el desprecio que tiene hacia las cambiantes y contradictorias ideas de Foucault. “En cuestión de ideas, Foucault era un polígamo, adepto de la pluriasociación intelectual”.
 Se refiere a las reacciones que ya provocaron en su contra en los años próximos a los años 60 y 70, pero añade: “Era sin embargo demasiado tarde. La obra de ese camaleón ideológico se había convertido en dogma de fe”. Volvamos ahora a la alianza con el neoliberalismo. “Los foucaultianos no se detienen mucho en el episodio americano de su ídolo. Los Estados Unidos jugaron, sin embargo, un decisivo papel en la reprogramación de su obra”. Algo previsible porque en los Estados Unidos el postureo ha triunfado.
En el libro se toca el tema de la muerte, ese clímax (término entonces de moda) en la búsqueda de la autodestrucción. De Foucault, Bousquet nos dirá: “Lo que queda claro es ante todo su deseo de aniquilación”. “Más que a cualquier otra cosa, Foucault aspiró a desaparecer”. “Toda su vida intentó «desprenderse de sí mismo», perderse…”, “Una huida fuera de sí. Decía escribir «para dejar de tener rostro», ni nombre propio, ni humanidad, no siendo la tentación suicida sino uno de los nombres de esta muerte de sí. La persiguió a través de experiencias de desidentificación: en la literatura, en la sexualidad extrema, en el uso de drogas, en las experiencias límite”.
Analiza por fin la influencia que sobre él ejercieron dos filósofos amigos como eran Georges Bataille y Maurice Blanchot. Pero Foucault más que influencias tuvo inspiradores. Se agrega una inspiración algo más lejana: la del marqués de Sade, pura sexualidad.
Una de las cosas que ofrece el libro es la moderación que en su última época padeció Foucault. Pese a ello, murió de SIDA, pero ese pudo haber sido contraído antes. Pero los creadores de ideas no mueren del todo al hacerlo físicamente.
El libro es de los que considero de lectura enriquecedora. Llamo así a aquellos que nos llenan de ideas y hacen brotar sugerencias utilizando además un lenguaje que mezcla lo serio con lo que en otros tiempos se llamaba florido. Nos gusten o no. Es un toque de atención sobre los cambios, apenas reconocidos en algunos casos, que sufre la sociedad actual. Es el caso de la irrupción de la minoritocracia que debilita el poder estatal.
Quizá hay que echar en falta una explicación a lo que el mismo libro declara: la gran difusión del pensamiento de Foucault, por mucho que tienda a debilitarse y se reduzca a ciertas capas de la intelectualidad, ya para siempre apartada desde mayo del 68 del proletariado. Estas últimas permanecerán probablemente fieles al ideal de Foucault bien siguiendo el espíritu del “épater les bourgois”, algo apolillado desde los finales del siglo XIX, o al camaleónico concepto de la cultura friki.
Pero no son esos reductos los preocupantes. Lo son en cambio los movimientos generados a la sombra de Foucault. Leemos esto: “Foucault ha jugado un papel de primer plano en esta alianza en la que se invierten los frentes. En su estela, la lucha contra las discriminaciones sustituirá a la lucha de clases; el léxico de la exclusión se impondrá sobre el de la explotación; y la paridad expulsará a la igualdad de la agenda de los exizquierdistas. De ahora en adelante serán «plurales», «motivad@s», «solidari@s», «sin» y, pronto, «trans»”. A la vista de ello, uno concluye que ya no importan las palabas pronunciadas, sino las vías de agua que han abierto. Mientras políticos, medios de comunicación y multinacionales se lanzan a beber esa agua que trae poder sin reparar en que el barco herido corre peligro.
Sánchez Dragó citaba a Spengler: “Hemos nacido en este tiempo y debemos recorrer el camino hasta el final. No hay otro. Es nuestro deber permanecer sin esperanza de salvación en el puesto ya perdido”. Junto a eso un recordaría al viejo Kipling: “If you can keep your head when all about you are losing theirs and blaming it on you” aunque en la versión que nos enseñaron: “Si guardas en tu puesto la cabeza tranquila cuando todo a tu lado es cabeza perdida”. La inútil esperanza de salvación a que alude Sánchez Dragó no se transmuta en esperanza, pero la convierte en desesperanza
Es nuestro tiempo. Lo único que necesitamos hacer de momento es conocerlo, saber las mareas y los vientos que mueven nuestra barca.

“El puto San Foucault. Arqueología de un fetiche” (124 págs.), es un libro escrito por François Bousquet y publicado en Francia en 2015 por Editions Pîerre.Guillaume de Roux y posteriormente en España por Ediciones Insólitas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario