sábado, 11 de mayo de 2019

Juan Claudio de Ramón : “Diccionario de lugares comunes sobre Cataluña. Breviario de tópicos, recetas fallidas e ideas que no funcionan para resolver la crisis catalana”


Del autor, Juan Claudio de Ramón conocemos poco, lo que es explicable dada su edad. Es licenciado en Derecho y Relaciones Internacionales en ICADE y se graduó en Filosofía por la UNED. Más significativo es que colabore regularmente sobre actualidad política en El País, lo que le da un especial atractivo por lo ambiguo de su perfil. Y concentra los focos sobre el texto del libro escrito por él. Uno es lo que escribe.
La obra es producto del cansancio que al autor le produce la repetición de los lugares comunes y tópicos que continuadamente se utilizan en relación con la cuestión catalana. Es algo que compartimos casi todos: una sensación de aburrimiento y hartazgo. Son términos tópicos que el autor escoge acertadamente para criticarlos y someterlos a análisis, comprobando la falacia que con ellos se emplea.
Pienso que estamos, en efecto, ante una auténtica colección de mantras (hasta 36 se repasan) a los que ya no censuramos, aunque sean molestos, falsos y cansinos. Del mantra religioso original, con su famoso “om mani padme hum” como ejemplo, hemos ido derivando a una concepción del mantra en la que, pervive su sentido etimológico sánscrito: “instrumento mental”. Y así lo vemos actualizado en la aparición de esos “lugares comunes” de que nos habla De Ramón, algo que recuerda el viejo dicho göbbelsiano: “la mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”, una invectiva quizá lanzada contra los judíos, pero practicada por casi todos.
Debo indicar ante todo cómo he llegado a este libro. Fue posible por haber visto parte de una entrevista en la que Juan Claudio de Ramón hablaba del federalismo, un tema manoseado del que siempre me molestó la habitual manipulación de su concepto. Lo siguiente fue comprar el libro. Y, más allá, encontrar que había en él muchas otras ideas sometidas a análisis y crítica. Unas de aplicación general (“tender puentes”, “no se puede judicializar la política”, “hay que dialogar”…), otras, como era previsible y deseable, dedicadas especialmente a la cuestión catalana.
Quizá entre las primeras se halle el federalismo. El autor comienza diciendo “quien esto escribe es un federalista convencido”; yo, lector, desde luego no lo soy, relegando su virtud a un momento de construcción y no de destrucción de naciones. El autor insiste en que el federalismo es una buena opción para España y que ésta es ya de hecho federal desde 1978, pero en una versión “imperfecta y disfuncional” basada en las autonomías (en esta parte, ya estoy de acuerdo). Y confiesa que su ideario federalista reclama, aunque sin urgencia, perfeccionar el actual esquema federal de España. El problema es etnocultural, no de técnica jurídica. Agrega su sospecha de que los federalistas no son sinceros y sugiere una prueba: comprobar si en el discurso de quienes lo defienden aparecen reflejados los poderes que debiera conservar el nivel federal del gobierno.
Recuerda, sí, las esferas del self rule, ámbito de libertad de lo federado, y del shared rule, ámbito de poder de la federación, y el acento que el catalanismo nacionalista pone en el primer aspecto. Uno sigue anclado en la vieja idea de que la federación nace de la unión de Estados previamente existentes (eso le enseñaron). De alguna forma lo reconoce el libro al decir “El federalismo federa. Es decir, une”. Pues eso.
Estamos comenzando a sobar una idea clave: la de soberanía. El breve capítulo alude al mantra “hay que caminar hacia las soberanías múltiples”, que desde el primer momento considera la idea como “un desatino político y un imposible político”. Uno aprendió, estudiando el llamado derecho político, el carácter básico del concepto de soberanía, única forma de reconocer donde existe un Estado. Algo así “ubi” soberanía, Estado. Con pleno acierto el libro insiste en el carácter indivisible de la soberanía. Y añade algo importante: hasta la soberanía debe estar sometida a la ley, tal como Kelsen mantuvo frente a Schmidt. Todo se ha complicado con la confusa idea de “nación de naciones”, o por la no menos borrosa de “nacionalidades
No se puede esperar de este comentario un repaso ordenado a las ideas proclamadas en el libro. Primero porque son muchas, demasiadas. Segundo porque en cada una de ellas se hacen disquisiciones realistas que, por oportunas y sensatas, merecerían una atención especial y aislada. Por fin, porque el libro no deja de ser un continuum que no permite realmente su disección, y por cuya corriente uno se deja llevar.
Uno de los puntos en los que Juan Claudio de Ramón insiste es el relativo a lengua. No es extraño porque ha sido uno de los soportes básicos del nacionalismo/independentismo catalán. Destaca algo: el bilingüismo tradicional era una riqueza natural de los catalanes del que carecían otras regiones con lenguas regionales y de la que ahora parecen abdicar. Hoy, con la inmersión lingüística, está perdiéndose. Recuerdo en ese sentido cuando en Hamburgo mostraba mi extrañeza de que el español fuera el idioma extranjero más estudiado allí me contestaron lapidariamente: “ustedes siempre se olvidan de Hispanoamérica”.
Históricamente el catalán nunca fue atacado, aunque sí se mantuviera el uso del español o castellano en el terreno oficial sin que se apoyara una lengua u otra en la vida cotidiana. El terreno educativo es especialmente vulnerable a la identificación de la diversidad con la inmersión lingüística, acompañada por el independentismo con una peculiar descripción de la historia. Con lo que llegaríamos a otro de los temas abordados: el de la mentira.
Una idea básica del autor es que la causa del sentimiento independentista no es exógena (“una agresión o agravio frente al que se reacciona”), sino endógena (“una creencia inculcada a conciencia que induce un curso de acción”). La conclusión es que las políticas de contentamiento o de transacción no alivian, sino que excitan el sentimiento soberanista. Frente a ello, el libro expone la idea de una política transformacional, cuyo contenido explica.
Mirando hacia atrás, se nos dice que el origen del actual malestar hay que buscarlo en el Estatuto de Autonomía. Antes, en el siglo XVIII, la lingua franca había llegado a convivir pacíficamente con la lengua catalana; la adoptó más tarde, primero la clase alta y luego las clases medias y bajas; vivió una primavera con la Reinaxença y dio lugar a un catalanismo cooperante aunque orgulloso de su diversidad. Tras la Transición, llegó el Estatuto, “apuesta personal de Maragall”, y la improvisada frase de Zapatero: “aprobaré el Estatuto que salga del Parlament”. No se contó con la cooperación del PP, lo que provocó unos recursos, mal planteados y tardíamente resueltos, y el inicio de una serie de torpezas que agravaban las del PSOE. Y que remató Artur Más al abandonar el sentido utilitario de la política de Pujol: el “peix al cove” (el pájaro en mano), compatible con “la puta y la Ramoneta”. De Ramón señala: “en el psicodrama estatutario confluyen muchos pecados y pecadores”… “hubo un pecado original: el de intentar encajar a martillazos un Estatuto confederal en la Constitución, sin consenso y sin necesidad”. Alude al nuevo mantra que afirma que se pueden rescatar los artículos anulados por el Tribunal Constitucional; el libro los repasa y comprueba que es imposible. Además, había algo claro: a los independentistas “en el fondo, el Estatut nunca les importó demasiado”. Acusan a otros partidos de vivir del conflicto, cuando son ellos los que han adoptado ese modo de vida y tratan de perpetuar la tensión de la que viven, conservando sus prebendas.
Leyendo ese libro comprobamos cuantos conceptos tenemos como ciertos, aunque insuficientemente expresados. Distingue entre equidistancia y ecuanimidad, siempre confundidos. Denuncia la sinécdoque que identifica torticeramente al independentista con el catalán. Acaba con las ideas sin base legal como el derecho a decidir y la particular visión de los referendos que los independentistas mantienen. O la idea supremacista de la asimetría regional. O la del centralismo que les roba.
Francesc de Carreras, prologuista, inicia su exordio así: “Ésta es una obra necesaria, que no es poco”. Yo no pretendo elevar mi sensación personal a general, saltando de lo subjetivo a lo presuntamente objetivo. Me basta indicar que, como poco, es muy conveniente leer ese libro. Digamos que, por higiene intelectual, porque la suciedad que nos rodea nos pide agua y jabón, es decir, claridad de ideas, y esta obra nos ofrece esta oportunidad. Aplicando incluso el tratamiento básico de las heridas de guerra preconizado por el doctor Trueta: cepillo y jabón.
Pero no me resisto a decir con Francesc de Carreras que es una obra cuya lectura debiera considerarse necesaria. Yo distinguiría dos clases de libros: los que tratan de defender la verdad y los que tratan de ocultar la verdad. Quien desconoce la verdad no escribe; la ignorancia le es suficientemente gratificante.

“Diccionario de lugares comunes sobre Cataluña. Breviario de tópicos, recetas fallidas e ideas que no funcionan para resolver la crisis catalana” (85 págs.) es un libro del que es autor Juan Claudio de Ramón Jacob-Ernst. Fue registrado y publicado en 2018 por Editorial Planeta. Como editora aparece en la portada la indicación Deusto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario