Del autor, Juan
Claudio de Ramón conocemos poco, lo que es explicable dada su edad. Es
licenciado en Derecho y Relaciones Internacionales en ICADE y se graduó en
Filosofía por la UNED. Más significativo es que colabore regularmente sobre
actualidad política en El País, lo que le da un especial atractivo por lo
ambiguo de su perfil. Y concentra los focos sobre el texto del libro escrito
por él. Uno es lo que escribe.
La obra es producto
del cansancio que al autor le produce la repetición de los lugares comunes y
tópicos que continuadamente se utilizan en relación con la cuestión catalana.
Es algo que compartimos casi todos: una sensación de aburrimiento y hartazgo.
Son términos tópicos que el autor escoge acertadamente para criticarlos y
someterlos a análisis, comprobando la falacia que con ellos se emplea.
Pienso que estamos,
en efecto, ante una auténtica colección de mantras (hasta 36 se repasan) a los
que ya no censuramos, aunque sean molestos, falsos y cansinos. Del mantra
religioso original, con su famoso “om
mani padme hum” como ejemplo, hemos ido derivando a una concepción del
mantra en la que, pervive su sentido etimológico sánscrito: “instrumento mental”. Y así lo vemos
actualizado en la aparición de esos “lugares comunes” de que nos habla De
Ramón, algo que recuerda el viejo dicho göbbelsiano: “la mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”, una
invectiva quizá lanzada contra los judíos, pero practicada por casi todos.
Debo indicar
ante todo cómo he llegado a este libro. Fue posible por haber visto parte de
una entrevista en la que Juan Claudio de Ramón hablaba del federalismo, un tema
manoseado del que siempre me molestó la habitual manipulación de su concepto.
Lo siguiente fue comprar el libro. Y, más allá, encontrar que había en él
muchas otras ideas sometidas a análisis y crítica. Unas de aplicación general
(“tender puentes”, “no se puede judicializar la política”, “hay que dialogar”…), otras, como era
previsible y deseable, dedicadas especialmente a la cuestión catalana.
Quizá entre las
primeras se halle el federalismo. El autor comienza diciendo “quien esto escribe es un federalista
convencido”; yo, lector, desde luego no lo soy, relegando su virtud a un
momento de construcción y no de destrucción de naciones. El autor insiste en
que el federalismo es una buena opción para España y que ésta es ya de hecho
federal desde 1978, pero en una versión “imperfecta y disfuncional” basada en
las autonomías (en esta parte, ya estoy de acuerdo). Y confiesa que su ideario
federalista reclama, aunque sin urgencia, perfeccionar el actual esquema
federal de España. El problema es etnocultural, no de técnica jurídica. Agrega
su sospecha de que los federalistas no son sinceros y sugiere una prueba: comprobar
si en el discurso de quienes lo defienden aparecen reflejados los poderes que
debiera conservar el nivel federal del gobierno.
Recuerda, sí,
las esferas del self rule, ámbito de
libertad de lo federado, y del shared
rule, ámbito de poder de la federación, y el acento que el catalanismo
nacionalista pone en el primer aspecto. Uno sigue anclado en la vieja idea de
que la federación nace de la unión de Estados previamente existentes (eso le
enseñaron). De alguna forma lo reconoce el libro al decir “El federalismo federa. Es decir, une”. Pues eso.
Estamos
comenzando a sobar una idea clave: la de soberanía. El breve capítulo alude al
mantra “hay que caminar hacia las soberanías
múltiples”, que desde el primer momento considera la idea como “un desatino político y un imposible político”.
Uno aprendió, estudiando el llamado derecho político, el carácter básico del
concepto de soberanía, única forma de reconocer donde existe un Estado. Algo
así “ubi” soberanía, Estado. Con pleno acierto el libro insiste en el carácter
indivisible de la soberanía. Y añade algo importante: hasta la soberanía debe
estar sometida a la ley, tal como Kelsen mantuvo frente a Schmidt. Todo se ha
complicado con la confusa idea de “nación
de naciones”, o por la no menos borrosa de “nacionalidades”
No se puede
esperar de este comentario un repaso ordenado a las ideas proclamadas en el libro.
Primero porque son muchas, demasiadas. Segundo porque en cada una de ellas se
hacen disquisiciones realistas que, por oportunas y sensatas, merecerían una
atención especial y aislada. Por fin, porque el libro no deja de ser un continuum que no permite realmente su
disección, y por cuya corriente uno se deja llevar.
Uno de los
puntos en los que Juan Claudio de Ramón insiste es el relativo a lengua. No es
extraño porque ha sido uno de los soportes básicos del
nacionalismo/independentismo catalán. Destaca algo: el bilingüismo tradicional
era una riqueza natural de los catalanes del que carecían otras regiones con
lenguas regionales y de la que ahora parecen abdicar. Hoy, con la inmersión
lingüística, está perdiéndose. Recuerdo en ese sentido cuando en Hamburgo
mostraba mi extrañeza de que el español fuera el idioma extranjero más
estudiado allí me contestaron lapidariamente: “ustedes siempre se olvidan de
Hispanoamérica”.
Históricamente
el catalán nunca fue atacado, aunque sí se mantuviera el uso del español o
castellano en el terreno oficial sin que se apoyara una lengua u otra en la
vida cotidiana. El terreno educativo es especialmente vulnerable a la
identificación de la diversidad con la inmersión lingüística, acompañada por el
independentismo con una peculiar descripción de la historia. Con lo que
llegaríamos a otro de los temas abordados: el de la mentira.
Una idea básica
del autor es que la causa del sentimiento independentista no es exógena (“una agresión o agravio frente al que se
reacciona”), sino endógena (“una
creencia inculcada a conciencia que induce un curso de acción”). La conclusión
es que las políticas de contentamiento o de transacción no alivian, sino que
excitan el sentimiento soberanista. Frente a ello, el libro expone la idea de una
política transformacional, cuyo contenido explica.
Mirando hacia
atrás, se nos dice que el origen del actual malestar hay que buscarlo en el
Estatuto de Autonomía. Antes, en el siglo XVIII, la lingua franca había llegado a convivir pacíficamente con la lengua
catalana; la adoptó más tarde, primero la clase alta y luego las clases medias
y bajas; vivió una primavera con la Reinaxença y dio lugar a un catalanismo
cooperante aunque orgulloso de su diversidad. Tras la Transición, llegó el Estatuto,
“apuesta personal de Maragall”, y la
improvisada frase de Zapatero: “aprobaré
el Estatuto que salga del Parlament”. No se contó con la cooperación del
PP, lo que provocó unos recursos, mal planteados y tardíamente resueltos, y el
inicio de una serie de torpezas que agravaban las del PSOE. Y que remató Artur
Más al abandonar el sentido utilitario de la política de Pujol: el “peix al cove” (el pájaro en mano),
compatible con “la puta y la Ramoneta”.
De Ramón señala: “en el psicodrama
estatutario confluyen muchos pecados y pecadores”… “hubo un pecado original: el de intentar encajar a martillazos un
Estatuto confederal en la Constitución, sin consenso y sin necesidad”.
Alude al nuevo mantra que afirma que se pueden rescatar los artículos anulados
por el Tribunal Constitucional; el libro los repasa y comprueba que es
imposible. Además, había algo claro: a los independentistas “en el fondo, el Estatut nunca les importó
demasiado”. Acusan a otros partidos de vivir del conflicto, cuando son
ellos los que han adoptado ese modo de vida y tratan de perpetuar la tensión de
la que viven, conservando sus prebendas.
Leyendo ese
libro comprobamos cuantos conceptos tenemos como ciertos, aunque
insuficientemente expresados. Distingue entre equidistancia y ecuanimidad,
siempre confundidos. Denuncia la sinécdoque que identifica torticeramente al independentista
con el catalán. Acaba con las ideas sin base legal como el derecho a decidir y
la particular visión de los referendos que los independentistas mantienen. O la
idea supremacista de la asimetría regional. O la del centralismo que les roba.
Francesc de
Carreras, prologuista, inicia su exordio así: “Ésta es una obra necesaria, que no es poco”. Yo no pretendo elevar
mi sensación personal a general, saltando de lo subjetivo a lo presuntamente
objetivo. Me basta indicar que, como poco, es muy conveniente leer ese libro. Digamos
que, por higiene intelectual, porque la suciedad que nos rodea nos pide agua y
jabón, es decir, claridad de ideas, y esta obra nos ofrece esta oportunidad.
Aplicando incluso el tratamiento básico de las heridas de guerra preconizado
por el doctor Trueta: cepillo y jabón.
Pero no me
resisto a decir con Francesc de Carreras que es una obra cuya lectura debiera
considerarse necesaria. Yo distinguiría dos clases de libros: los que tratan de
defender la verdad y los que tratan de ocultar la verdad. Quien desconoce la
verdad no escribe; la ignorancia le es suficientemente gratificante.
“Diccionario de lugares comunes
sobre Cataluña. Breviario de tópicos, recetas fallidas e ideas que no funcionan
para resolver la crisis catalana” (85 págs.) es un libro del que es autor Juan
Claudio de Ramón Jacob-Ernst. Fue registrado y publicado en 2018 por Editorial
Planeta. Como editora aparece en la portada la indicación Deusto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario