¿Se me permite
sacar pecho por esta vez? El libro se abre con un cuestionario que uno debe
contestar y, por una vez, he contestado a estos trampantojos con que los
autores suelen distraer a los lectores. El cuestionario era breve y simple;
trataba de medir hasta qué punto conocemos la realidad de las cosas, las cosas
tal como son, para partiendo de ahí analizar los factores que han conducido a un
conocimiento erróneo de la realidad. Pues bien: he sacado una nota que
considero muy buena, en relación con la media que, para los distintos países,
incluye el libro. Supero a los listos de Davos incluso, tan llenos de sesgos
(como yo, claro). La cosa no tiene mérito: una de mis obsesiones ha sido huir
de esas afirmaciones tópicas con las que se disfraza y oculta la verdad y, a la
larga, eso conduce a una percepción más realista de la realidad.
Hans Rosling,
muerto recientemente en 2017, fue un médico sueco que dedicó sus esfuerzos
iniciales a estudiar en África las relaciones entre enfermedades y condiciones
de vida. Descubrió una enfermedad, la de Konzo. Colaboró luego con
instituciones internacionales (en las que se cobra y se paga), difundió en
Suecia la organización de Médicos Sin Fronteras, dirigió tesis doctorales,
organizó cursos y dio conferencias. Sin, embargo este libro debe relacionarse
fundamentalmente con la Fundación Gapminder
de la que fue fundador con su hijo Ola y su nuera Anna. En ella se creó el
programa Trendalyzer con el que
pretendía reflejar datos reales en gráficos estadísticos, como va a hacer en
este libro. Es de temer que no basten esos gráficos para sus fines. ¡Ah! Y
además Hans Rosling era tragasables. Una oportunidad perdida.
El libro está
escrito en condiciones peculiares, cuando tiene diagnosticado un cáncer de
páncreas que acabó con él rápidamente. Dictó sus ideas a su hijo y nuera,
quienes redactaron finalmente el libro. Circunstancias que no deben dificultar
la crítica a las ideas contenidas en él. Lo que le animó a escribir este libro fue
el hecho de comprobar hasta qué punto las personas tienen una idea incorrecta
de la realidad. En la mayoría de las preguntas propuesta, el error afecta a más
del 80% de las preguntas. Como indica Rosling, empleando chimpancés que
contestan al azar se obtienen mejores resultados. Ello le condujo a un
descubrimiento: si se superaba el azar era porque empleábamos unos
conocimientos “activamente erróneos”.
La acción inicial a tomar era, en teoría, la actualización de esos
conocimientos. Pero en una de las convenciones de Davos comprobó su
insuficiencia. La respuesta a una pregunta que implicaba conocimiento
actualizados de datos fue positiva (un 61%), pero fueron peores que los chimpancés
en otras dos preguntas. Como resultado, Rosling buscó la respuesta en el
cerebro y sus mecanismos, cayendo así en un psicologismo un tanto primario,
pero presentado en tono divertido, es decir, al uso de tantos libros que
mezclan la autoayuda con lo que se tercie. Y en esa línea sostiene que acumulamos
instintos ancestrales que, por decirlo de alguna forma, hay que domesticar y
controlar, aunque sin tratar de extirparlos. Y así comienza el repaso de esos
instintos. Que, por cierto, no sabíamos que existían.
La lectura del
libro la acometí con ganas y entusiasmo, sin haber reparado en que estaba
declarado best seller por The New
York Times con citas de Obama y el matrimonio Gates. Pese a ese ánimo inicial,
el libro se me fue cayendo de las manos progresivamente. ¡Qué bueno prometía
ser y cómo sus intenciones fracasaron! De hecho, el libro concluye con unas penosas
“reglas de oro del factfulness”, quizá
obra de sus sucesores, y una interminable y generosa retahíla de agradecimientos
y despedidas.
Comienza el
repaso por el instinto de la separación,
que nos impulsa a calificar todo en dos grupos distintos y opuestos.
Singularmente, el de ricos y pobres. Sigue el instinto
de la negatividad que nos induce a apreciar únicamente los aspectos negativos
de los hechos. Habla a continuación del instinto
de la línea recta. que es el culpable que veamos todo como una trayectoria recta,
o sea, eliminando las fluctuaciones de las tendencias. El instinto del miedo provoca un aumento de la sensación de los
peligros. Como lo es el instinto del
tamaño que nos hace ver los hechos fuera de sus reales proporciones e importancia.
No es muy distinto el instinto de la
generalización, que supone algo así como elevar la anécdota a la condición de
categoría. El instinto del destino,
por su parte, nos hace pensar en la inexorabilidad de los hechos.
Es curioso el
capítulo dedicado al instinto de la
perspectiva única, un concepto realmente llamativo. Rosling nos previene
contra el error que puede producir el tener unos conocimientos profundos en una
materia y superficiales en otras. En definitiva, destaca la tendencia a creer
lo que concuerda con nuestras creencias. Inicialmente apuntaba contra los
medios de comunicación, pero es una nueva prueba de lo que sucede a todos. ¿O
este instinto lo tienen sólo los periodistas? Comienza diciendo “las ideas sencillas nos resultan muy
atractivas” Uno le corregiría rápidamente: cómodas, no atractivas; lo
atractivo es la comodidad.
El capítulo
dedicado al instinto de culpa
comienza, como otros capítulos. con una anécdota personal un tanto vacua (tonta
que se suele decir). “El instinto de
culpa es el instinto de encontrar una razón clara y sencilla por la cual ha
sucedido algo malo”. Según cuenta, lo descubrió duchándose. Uno preferiría
distinguir entre la culpa propia y la responsabilidad ajena. Los periodistas ―pobres― no son culpables de difundir noticias
falsas, sino que están desinformados. Defiende al hilo la inmigración, disculpa
a los directivos de las empresas, niega que existan líderes poderosos, bendice
a todo tipo de organizaciones… “Resístete
a culpar de cualquier cosa a un individuo o grupo de individuos”. Y a uno
mismo ¿vale?
Otra melindrosa
anécdota, siempre personal, da paso al instinto
de urgencia, algo que tuvo sentido en la noche de los tiempos pero que
ahora es contraproducente. No hay que tomar decisiones rápidas. “La urgencia es uno de los peores
distorsionadores de nuestra visión del mundo”. Y señala los cinco riesgos
globales por lo que habríamos de preocuparnos: las pandemias mundiales, las
crisis financieras, la tercera guerra mundial, el cambio climático y la pobreza
extrema. Recomendación: dar pequeños pasos, revisar los datos, precaverse de
los adivinos y desconfiar de las acciones drásticas. Hay que dar tiempo al
tiempo, aunque sin cejar en la batalla.
Donde ya hace
agua el libro es cuando se aborda el tema del calentamiento climático. Rosling
hace gala de buenísmo al tratar de ciertos temas y peca de credulidad en otros.
Cree descaradamente en dos problemas: la difusión del ébola (hoy al parecer superada)
y el calentamiento global de origen antropogénico. Olvida que ha criticado el
olvido del pasado, olvida aquí por ejemplo el calentamiento que siguió lógicamente
a las glaciaciones, grandes y pequeñas, que ha existido. Cuando no había motores
de explosión ni ninguna producción de CO2 por parte del hombre más allá de su
respiración y las necesidades domésticas. Pero se tiene por dato el que los 274
autores del informe AR5 del IPCC de 214 afirmen que “es probable que la temperatura de la superficie aumente a lo largo del
XXI en todos los escenarios de emisiones planteados”. ¿Es un dato o son
opiniones de futuro? ¿No cuentan las opiniones contrarias? Rosling adapta trabajosamente
sus teorías a estas ideas, aunque son claramente contradictorias. Es uno de los
aspectos problemáticos del libro: la ausencia de una idea conductora común.
Todo se ordena por presuntos instintos en los que, como cajas vacías, se
acumulan observaciones muchas veces dispares con esa ordenación y se completan
con recomendaciones a veces muy pintorescas que implican el “factfulness”.
Si lo que
pretendía era alejarnos de la idea de que no progresamos, de que todo va mal y
a peor, hay que indicar que esa idea quedaba ya lejos de muchos de nosotros.
Basta con ser viejo y recordar los niveles de vida existentes en los años posteriores
a la II guerra mundial. Eso lo que justamente recomienda Rosling enfáticamente.
Otra situación es la de los jóvenes, alimentados por unos medios de
comunicación que únicamente pretenden transmitir miedo, neurastenia,
hipocondría y sentimiento de culpa. Rosling absuelve a esos medios de comunicación,
pero uno coge en sus manos un periódico o enciende la televisión y únicamente ve
lo que ahora se llama fake news (en absoluto
inocentes) o simples manipulaciones al uso que tratan de anunciar peligros, magnificar
desastres, hacer hipocondríaca a la gente, denunciar desigualdades
inexistentes, disimular sesgos… uno recuerda lo que en cierta ocasión le dijo
un periodista: “no sabes lo difícil que es llenar cada día tu página de noticias”.
Nunca lo he olvidado.
Por descontado,
el libro contiene aciertos, más allá de su elogiable denuncia general de la desinformación
reinante. Uno de esos aciertos es la clasificación de los países en cuatro
niveles de riqueza/pobreza. Evidencia cómo en las últimas décadas los países
han ido pasando, desde el nivel I, el más bajo, hacia niveles superiores. Y
acierto es igualmente en prestar la atención, no a las grandes diferencias de
renta, sino a sus valores medios. Sobre todo: denuncia los niveles de
desinformación actual. Hecha la diagnosis se equivoca en el tratamiento.
Quizá por ello,
el libro tiene demasiado aroma a buenismo y paternalismo. Brinda recetas que
suenan, de entrada, a ineficaces y pueriles. Todos, autor y comentaristas, nos
hablan de progreso y de la necesidad de propiciarlo con el ‘factfulness’. Olvidan sin embargo que el
mundo progresa a pesar de ese desconocimiento de la realidad. Consecuencia: la deficiencia
de ‘factfulness’ no tiene nada que
ver con el progreso material innegable del mundo. Del mundo mundial, como diría
Manolito Gafotas.
Pero ¿qué significa “factfulness”?
No tiene traducción al español simplemente porque no tiene significado en inglés.
¿Una maniobra de marketing? Quizá, pero hay que temer que ni el propio Rosling
sabría decirnos su significado. No basta decir: “te enseñaré” a “ser
consciente de la realidad”, “como fuente de la paz mental”.
O sea: que el libro me ha
defraudado. Esperaba más de su fama.
“Factfulness. Diez razones por las
que estamos equivocados sobre el mundo. Y por qué las cosas están mejor de lo
que piensas” (348 págs.) es un libro del que es autor Hans Rosling, y del que se
consideran coautores a su hijo Ola Rosling y su nuera Anna Rosling Rönnlund.
Fue publicado en 2018, meses después de que falleciera. En España lo editó
Ediciones Deusto.
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