sábado, 18 de mayo de 2019

Hans Rosling : “Factfulness. Diez razones por las que estamos equivocados sobre el mundo. Y por qué las cosas están mejor de lo que piensas”.


¿Se me permite sacar pecho por esta vez? El libro se abre con un cuestionario que uno debe contestar y, por una vez, he contestado a estos trampantojos con que los autores suelen distraer a los lectores. El cuestionario era breve y simple; trataba de medir hasta qué punto conocemos la realidad de las cosas, las cosas tal como son, para partiendo de ahí analizar los factores que han conducido a un conocimiento erróneo de la realidad. Pues bien: he sacado una nota que considero muy buena, en relación con la media que, para los distintos países, incluye el libro. Supero a los listos de Davos incluso, tan llenos de sesgos (como yo, claro). La cosa no tiene mérito: una de mis obsesiones ha sido huir de esas afirmaciones tópicas con las que se disfraza y oculta la verdad y, a la larga, eso conduce a una percepción más realista de la realidad.
Hans Rosling, muerto recientemente en 2017, fue un médico sueco que dedicó sus esfuerzos iniciales a estudiar en África las relaciones entre enfermedades y condiciones de vida. Descubrió una enfermedad, la de Konzo. Colaboró luego con instituciones internacionales (en las que se cobra y se paga), difundió en Suecia la organización de Médicos Sin Fronteras, dirigió tesis doctorales, organizó cursos y dio conferencias. Sin, embargo este libro debe relacionarse fundamentalmente con la Fundación Gapminder de la que fue fundador con su hijo Ola y su nuera Anna. En ella se creó el programa Trendalyzer con el que pretendía reflejar datos reales en gráficos estadísticos, como va a hacer en este libro. Es de temer que no basten esos gráficos para sus fines. ¡Ah! Y además Hans Rosling era tragasables. Una oportunidad perdida.
El libro está escrito en condiciones peculiares, cuando tiene diagnosticado un cáncer de páncreas que acabó con él rápidamente. Dictó sus ideas a su hijo y nuera, quienes redactaron finalmente el libro. Circunstancias que no deben dificultar la crítica a las ideas contenidas en él. Lo que le animó a escribir este libro fue el hecho de comprobar hasta qué punto las personas tienen una idea incorrecta de la realidad. En la mayoría de las preguntas propuesta, el error afecta a más del 80% de las preguntas. Como indica Rosling, empleando chimpancés que contestan al azar se obtienen mejores resultados. Ello le condujo a un descubrimiento: si se superaba el azar era porque empleábamos unos conocimientos “activamente erróneos”. La acción inicial a tomar era, en teoría, la actualización de esos conocimientos. Pero en una de las convenciones de Davos comprobó su insuficiencia. La respuesta a una pregunta que implicaba conocimiento actualizados de datos fue positiva (un 61%), pero fueron peores que los chimpancés en otras dos preguntas. Como resultado, Rosling buscó la respuesta en el cerebro y sus mecanismos, cayendo así en un psicologismo un tanto primario, pero presentado en tono divertido, es decir, al uso de tantos libros que mezclan la autoayuda con lo que se tercie. Y en esa línea sostiene que acumulamos instintos ancestrales que, por decirlo de alguna forma, hay que domesticar y controlar, aunque sin tratar de extirparlos. Y así comienza el repaso de esos instintos. Que, por cierto, no sabíamos que existían.
La lectura del libro la acometí con ganas y entusiasmo, sin haber reparado en que estaba declarado best seller por The New York Times con citas de Obama y el matrimonio Gates. Pese a ese ánimo inicial, el libro se me fue cayendo de las manos progresivamente. ¡Qué bueno prometía ser y cómo sus intenciones fracasaron! De hecho, el libro concluye con unas penosas “reglas de oro del factfulness”, quizá obra de sus sucesores, y una interminable y generosa retahíla de agradecimientos y despedidas.
Comienza el repaso por el instinto de la separación, que nos impulsa a calificar todo en dos grupos distintos y opuestos. Singularmente, el de ricos y pobres.  Sigue el instinto de la negatividad que nos induce a apreciar únicamente los aspectos negativos de los hechos. Habla a continuación del instinto de la línea recta. que es el culpable que veamos todo como una trayectoria recta, o sea, eliminando las fluctuaciones de las tendencias. El instinto del miedo provoca un aumento de la sensación de los peligros. Como lo es el instinto del tamaño que nos hace ver los hechos fuera de sus reales proporciones e importancia. No es muy distinto el instinto de la generalización, que supone algo así como elevar la anécdota a la condición de categoría. El instinto del destino, por su parte, nos hace pensar en la inexorabilidad de los hechos.
Es curioso el capítulo dedicado al instinto de la perspectiva única, un concepto realmente llamativo. Rosling nos previene contra el error que puede producir el tener unos conocimientos profundos en una materia y superficiales en otras. En definitiva, destaca la tendencia a creer lo que concuerda con nuestras creencias. Inicialmente apuntaba contra los medios de comunicación, pero es una nueva prueba de lo que sucede a todos. ¿O este instinto lo tienen sólo los periodistas? Comienza diciendo “las ideas sencillas nos resultan muy atractivas” Uno le corregiría rápidamente: cómodas, no atractivas; lo atractivo es la comodidad.
El capítulo dedicado al instinto de culpa comienza, como otros capítulos. con una anécdota personal un tanto vacua (tonta que se suele decir). “El instinto de culpa es el instinto de encontrar una razón clara y sencilla por la cual ha sucedido algo malo”. Según cuenta, lo descubrió duchándose. Uno preferiría distinguir entre la culpa propia y la responsabilidad ajena.  Los periodistas pobres no son culpables de difundir noticias falsas, sino que están desinformados. Defiende al hilo la inmigración, disculpa a los directivos de las empresas, niega que existan líderes poderosos, bendice a todo tipo de organizaciones… “Resístete a culpar de cualquier cosa a un individuo o grupo de individuos”. Y a uno mismo ¿vale?
Otra melindrosa anécdota, siempre personal, da paso al instinto de urgencia, algo que tuvo sentido en la noche de los tiempos pero que ahora es contraproducente. No hay que tomar decisiones rápidas. “La urgencia es uno de los peores distorsionadores de nuestra visión del mundo”. Y señala los cinco riesgos globales por lo que habríamos de preocuparnos: las pandemias mundiales, las crisis financieras, la tercera guerra mundial, el cambio climático y la pobreza extrema. Recomendación: dar pequeños pasos, revisar los datos, precaverse de los adivinos y desconfiar de las acciones drásticas. Hay que dar tiempo al tiempo, aunque sin cejar en la batalla.
Donde ya hace agua el libro es cuando se aborda el tema del calentamiento climático. Rosling hace gala de buenísmo al tratar de ciertos temas y peca de credulidad en otros. Cree descaradamente en dos problemas: la difusión del ébola (hoy al parecer superada) y el calentamiento global de origen antropogénico. Olvida que ha criticado el olvido del pasado, olvida aquí por ejemplo el calentamiento que siguió lógicamente a las glaciaciones, grandes y pequeñas, que ha existido. Cuando no había motores de explosión ni ninguna producción de CO2 por parte del hombre más allá de su respiración y las necesidades domésticas. Pero se tiene por dato el que los 274 autores del informe AR5 del IPCC de 214 afirmen que “es probable que la temperatura de la superficie aumente a lo largo del XXI en todos los escenarios de emisiones planteados”. ¿Es un dato o son opiniones de futuro? ¿No cuentan las opiniones contrarias? Rosling adapta trabajosamente sus teorías a estas ideas, aunque son claramente contradictorias. Es uno de los aspectos problemáticos del libro: la ausencia de una idea conductora común. Todo se ordena por presuntos instintos en los que, como cajas vacías, se acumulan observaciones muchas veces dispares con esa ordenación y se completan con recomendaciones a veces muy pintorescas que implican el “factfulness”.
Si lo que pretendía era alejarnos de la idea de que no progresamos, de que todo va mal y a peor, hay que indicar que esa idea quedaba ya lejos de muchos de nosotros. Basta con ser viejo y recordar los niveles de vida existentes en los años posteriores a la II guerra mundial. Eso lo que justamente recomienda Rosling enfáticamente. Otra situación es la de los jóvenes, alimentados por unos medios de comunicación que únicamente pretenden transmitir miedo, neurastenia, hipocondría y sentimiento de culpa. Rosling absuelve a esos medios de comunicación, pero uno coge en sus manos un periódico o enciende la televisión y únicamente ve lo que ahora se llama fake news (en absoluto inocentes) o simples manipulaciones al uso que tratan de anunciar peligros, magnificar desastres, hacer hipocondríaca a la gente, denunciar desigualdades inexistentes, disimular sesgos… uno recuerda lo que en cierta ocasión le dijo un periodista: “no sabes lo difícil que es llenar cada día tu página de noticias”. Nunca lo he olvidado.
Por descontado, el libro contiene aciertos, más allá de su elogiable denuncia general de la desinformación reinante. Uno de esos aciertos es la clasificación de los países en cuatro niveles de riqueza/pobreza. Evidencia cómo en las últimas décadas los países han ido pasando, desde el nivel I, el más bajo, hacia niveles superiores. Y acierto es igualmente en prestar la atención, no a las grandes diferencias de renta, sino a sus valores medios. Sobre todo: denuncia los niveles de desinformación actual. Hecha la diagnosis se equivoca en el tratamiento.
Quizá por ello, el libro tiene demasiado aroma a buenismo y paternalismo. Brinda recetas que suenan, de entrada, a ineficaces y pueriles. Todos, autor y comentaristas, nos hablan de progreso y de la necesidad de propiciarlo con el ‘factfulness’. Olvidan sin embargo que el mundo progresa a pesar de ese desconocimiento de la realidad. Consecuencia: la deficiencia de ‘factfulness’ no tiene nada que ver con el progreso material innegable del mundo. Del mundo mundial, como diría Manolito Gafotas.
Pero ¿qué significa “factfulness”? No tiene traducción al español simplemente porque no tiene significado en inglés. ¿Una maniobra de marketing? Quizá, pero hay que temer que ni el propio Rosling sabría decirnos su significado. No basta decir: “te enseñaré” a “ser consciente de la realidad”, “como fuente de la paz mental”.
O sea: que el libro me ha defraudado. Esperaba más de su fama.
“Factfulness. Diez razones por las que estamos equivocados sobre el mundo. Y por qué las cosas están mejor de lo que piensas” (348 págs.) es un libro del que es autor Hans Rosling, y del que se consideran coautores a su hijo Ola Rosling y su nuera Anna Rosling Rönnlund. Fue publicado en 2018, meses después de que falleciera. En España lo editó Ediciones Deusto.

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