Axel Kahn y otros : “Una historia de la
medicina o el aliento de Hipócrates”.
Estamos ante
una obra que aparece dividida en tres grandes apartados, escritos por tres
destacados profesores en temas propios o cercanos a la medicina, con unos
breves prefacio y epílogo de un cuarto profesor: Axel Kahn, quien trata de
ocultar su carácter de apoyo a la obra.
¿Historia de la
medicina? Uno espera quizá otra cosa; quizá una historia de la lucha contra la
enfermedad, donde se narren y describan los sucesivos avances conseguidos. Y se
encuentra con un libro que bajo ese nombre de historia de la medicina agrupa tres
partes, claramente diferenciables, que mantienen una relación con la medicina, demasiado
tenue a veces y limitada siempre a determinados aspectos que aborda sin
pretender comprender la amplia acción de la medicina. Desde esa perspectiva es
correcto hablar de “una historia de la
medicina”, no de su historia. Se trata, por otra parte, de un libro que, más
allá de la divulgación, pretende ser entretenido. Incluye numerosas imágenes (lo
que en tiempos llamábamos “santos”) y artículos de los autores relacionados con
los temas que en sus capítulos respectivos abordan.
Axel Kahn, el presentador,
es un médico, genetista y escritor francés. Se le puede calificar además de
político, profesor y divulgador científico. En este último terreno ha escrito
numerosas obras, especialmente sobre biología y medicina. Es el que aparece
como autor del prefacio y el epilogo de este libro. Que no son excesivamente
brillantes, la verdad sea dicha.
Tiene más
sentido la primera de las partes del libro titulada “Descubrimiento del cuerpo humano” de la que es autor Patrick
Berche, profesor de microbiología y decano de la Facultad de Medicina París-Descartes.
Ha abordado en sus escritos temas relacionados con lo microbios, la gripe y la
guerra biológica.
El hombre
reconoció siempre su cuerpo como algo generador de placer y de dolor, que finalmente
se extinguía y al que respetó durante muchos siglos, impidiendo así su análisis
anatómico. Una actitud que pervivió a lo largo del tiempo y que hizo a los
sanadores no médicos, sino intermediarios de los dioses. Separar religión y
ciencia médica tuvo como escalón intermedio la sustitución de decisiones de las
deidades todopoderosas por la modesta intervención de un dios menor,
Asclepiades. Todo sucedió en Grecia donde nacieron las primeras escuelas de
Cnido y Cos y donde brilló Hipócrates. Galeno fue el último hito de la medicina
occidental, una medicina que se sumirá durante muchos siglos en una oscuridad
total. Serán los árabes de Bagdad y Córdoba los que continúen acogiendo un
cuerpo médico, salvando así lo escaso que de medicina se conocía y compensando
la práctica desaparición de la ciencia médica del mundo cristiano, etapa que
será superada por la escuela de Salerno y las traducciones de la España cristiana.
Renace la medicina en Occidente y su espíritu experimental. Descubierta la
circulación de la sangre ―Harvey y Servet―, la narración parece terminar
abruptamente.
¿Qué nos transmite
fundamentalmente este capítulo? Quizá simplemente el largo proceso que condujo
desde el respeto al cuerpo humano a la admisión de su estudio en cadáveres y vivos,
aunque siempre en unión y con el soporte del estudio de los animales. La
estanqueidad de lo humano que reinó en lo mental cayó mucho antes en el plano
puramente anatómico y corporal. Y la aplicación de las mediciones físicas, frente
a lo que el libro suele sostener su oposición al reduccionismo.
El segundo de
los terrenos abordados por el libro se refiere al Descubrimiento del mundo vivo invisible. Un mundo que permaneció ignorado
durante siglos por su carácter mínimo que le hacía invisible a los humanos. Está
escrito por Yvan Brohard profesor y autor de una centena de libros dedicados a
la etnología y el arte. Lo que no le ha impedido hacer incursiones a temas como
el abordado en esa parte del libro. Es además una persona con amplias experiencias
en expediciones a África y Asia y que ha colaborado como diferentes museos,
conservadores y coleccionistas.
Como puede
suponerse, el mundo invisible está constituido fundamentalmente por los
microbios y bacterias. Pero la gran pregunta que se formuló la humanidad fue la
del origen de la vida. ¿Cómo había surgido la vida? Aparecían gusanos e insectos
de la podredumbre, pero ¿de dónde salían? Y sorprende la cantidad de respuestas
e hipótesis que se fueron lanzando a través de los siglos.
Hasta bien
entrada la etapa renacentista se mantuvo esa idea de la existencia un tanto
vaga de “miasmas”. Constituía, de alguna forma, una superación de la idea de
generación espontánea (“una desconocida ‘fuerza’
natural”) reinante en la antigüedad. Sorprende comprobar como los adelantos
en este campo se correspondieron con la aparición de pestes y epidemias. En
este caso fue la sífilis quien con Frascator introdujo la idea del contagio.
Pero el hecho fundamental que inició el verdadero camino fue el microscopio
ideado por Antonie
van Leeuwenhoek, unido, claro, a la incansable curiosidad de éste. De hecho, uno
puede considerar que ahí acaba la existencia de ese mundo invisible. Lo
diminuto es ahora visible y observable. Pero la historia continúa, porque
seguirá investigándose las formas de reproducción que se utiliza en ese mundo
ahora visible. Brohard nos conduce parsimoniosamente por ese sendero, hablándonos
de Spallanzani y los infusorios, de Bonomo y la sarna, o de Pasteur y los gérmenes.
“A través de todo ello, en la década de
1880 se empezó a vislumbrar un concepto coherente de las enfermedades infecciosos”.
“En menos de veinte años se descubrieron
los agentes de las grandes plagas”. Los que quedaban sin identificar lo
fueron en 1938 con el microscopio electrónico. Hitos que observa detenidamente Brohard
son los constituidos por el descubrimiento del contagio, la infección puerperal
proclamada por Semmelweis, la asepsia impuesta en los hospitales por Lister.
Uno tiene la
impresión de la que narración de los hechos, contada de forma atractiva, acaba
abruptamente. ¿Realmente es así en la realidad? Parecen desmentirlo hechos
recientes como la irrupción de los antibióticos, la reacción bacteriana frente
a ellos, la presencia constante de infecciones víricas o la evolución del
concepto de sepsis.
El tercero de
los capítulos lleva el título de “Universo
interior: mundos del espíritu”. Es una versión parcial de un texto de Jean
Claude Ameisen, un médico francés que ha centrado sus estudios en la
inmunología y la biología. Ha colaborado o presidido numerosas instituciones
científicas, llevado a cabo programas de TV y desarrollado diversas funciones
en el campo de la ética.
Si alguna
parcela especialmente complicada hay en el escenario médico es el que se
refiere al cerebro. Su estudio ha sido una “historia
prodigiosa, larga y progresiva desde su inicio hace miles de años”. Aunque reconoce
que “esta aventura no ha hecho sino
empezar” y recuerda la frase del teórico de cuerdas David: “la ciencia disipa la ignorancia del ayer y desvela
la ignorancia de hoy”. Ameisen nos repasará las diversas teorías que se
formularon, hasta llegar a un anatomista, Gall, que se limitó a estudiar y
hacer un plano del cerebro, originando así la frenología y abriendo paso a unas
ideas que correlacionaban zonas del cerebro con acciones concretas. Nacía así
una convención modular del cerebro que terminaría con la concepción de un
cerebro global. La utilización de electrodos eléctricos ayudó a ello.
Quizá lo más elogiable
del capítulo sea la importancia que concede a dos revoluciones que tiene lugar
en el siglo XIX. Por un lado, el darwinismo afirma que el cerebro del hombre no
es básicamente distinto del de los animales. Por otro, la concepción celular de
la naturaleza es una visión puntillista que hace los seres vivos estén integrados
por células; es la “teoría celular” de lo vivo. “Todos los seres vivos no solamente están compuestos por células, sino
que cada célula viva deriva de otra ya existente” como dirá Virchow. La
nueva idea traía otras preguntas: resuelto por Golgi el problema de la tinción
de la célula cerebral, defendió la idea de “una
colosal trama sin interrupciones ni divisiones”; idea que fue vencida la de
Ramón y Cajal, quien mantenía que las células cerebrales estaban separadas unas
de otras. El progreso era visible y lo completó Sherrington con la idea de las
“sinapsis”; siguió la conexión entre axones y dendritas, el reconocimiento de
sinapsis químicas junto a las eléctricas, la influencia hormonal gobernada por
el hipotálamo... No se olvidan en el libro aspectos más concretos: la aparición
de los anestésicos, la proliferación de fármacos o el progreso tecnológico del
diagnóstico por imagen. La importancia del cerebro se traduce en que la muerte
se identifica no con la parada cardiorrespiratoria, sino con el cese de la
actividad cerebral.
¿Estamos
hablando aún de medicina? Porque, siempre en el siglo XIX, aparece como
disciplina la Psiquiatría ¿Cuándo estamos ante una enfermedad mental o ante una
afección neurológica? Y el estudio del cerebro conduce a difuminar las
fronteras con la psicología, cada vez más ambiciosa en sus investigaciones.
Hay que insistir
en que en el libro se trata, no tanto de una historia de la medicina, sino de “una
historia” de los conocimientos médicos que los tres autores consideran fundamentales:
la anatomía, la microbiología y la neurología. Y además no en su totalidad,
sino en sus momentos históricos más destacados, los que se traducen en superación
de ideas obsoletas. Es una historia de los esfuerzos de la humanidad por
desentrañar los misterios que la enfermedad, el dolor y la muerte encerraban.
Algo que parece
derivarse del tono general del libro es un cierto temor al reduccionismo, a la tentación
de referir las bases de la medicina a conceptos químicos o físicos. Que supera
sacando pecho, aunque sin desconocer su utilidad histórica. En suma, un libro
entretenido que ayuda a ordenar nuestras ideas sobre el pasado de la medicina. Probablemente
lo que pretendía.
“Una historia de la medicina o el
aliento de Hipócrates” (222 págs.) es una obra escrita en colaboración por Axel
Kahn, Jean Claude Amerisen, Patrick Berche e Yvan Brohard”. Fue publicada
inicialmente en 2011 en París por Editions de La Martinière y posteriormente en
2012 en España por la editorial Lunwerg en 2012.
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