miércoles, 8 de mayo de 2019

Axel Kahn y otros : “Una historia de la medicina o el aliento de Hipócrates”


Axel Kahn y otros : “Una historia de la medicina o el aliento de Hipócrates”.
 
Estamos ante una obra que aparece dividida en tres grandes apartados, escritos por tres destacados profesores en temas propios o cercanos a la medicina, con unos breves prefacio y epílogo de un cuarto profesor: Axel Kahn, quien trata de ocultar su carácter de apoyo a la obra.
¿Historia de la medicina? Uno espera quizá otra cosa; quizá una historia de la lucha contra la enfermedad, donde se narren y describan los sucesivos avances conseguidos. Y se encuentra con un libro que bajo ese nombre de historia de la medicina agrupa tres partes, claramente diferenciables, que mantienen una relación con la medicina, demasiado tenue a veces y limitada siempre a determinados aspectos que aborda sin pretender comprender la amplia acción de la medicina. Desde esa perspectiva es correcto hablar de “una historia de la medicina”, no de su historia. Se trata, por otra parte, de un libro que, más allá de la divulgación, pretende ser entretenido. Incluye numerosas imágenes (lo que en tiempos llamábamos “santos”) y artículos de los autores relacionados con los temas que en sus capítulos respectivos abordan.
Axel Kahn, el presentador, es un médico, genetista y escritor francés. Se le puede calificar además de político, profesor y divulgador científico. En este último terreno ha escrito numerosas obras, especialmente sobre biología y medicina. Es el que aparece como autor del prefacio y el epilogo de este libro. Que no son excesivamente brillantes, la verdad sea dicha.
Tiene más sentido la primera de las partes del libro titulada “Descubrimiento del cuerpo humano” de la que es autor Patrick Berche, profesor de microbiología y decano de la Facultad de Medicina París-Descartes. Ha abordado en sus escritos temas relacionados con lo microbios, la gripe y la guerra biológica.
El hombre reconoció siempre su cuerpo como algo generador de placer y de dolor, que finalmente se extinguía y al que respetó durante muchos siglos, impidiendo así su análisis anatómico. Una actitud que pervivió a lo largo del tiempo y que hizo a los sanadores no médicos, sino intermediarios de los dioses. Separar religión y ciencia médica tuvo como escalón intermedio la sustitución de decisiones de las deidades todopoderosas por la modesta intervención de un dios menor, Asclepiades. Todo sucedió en Grecia donde nacieron las primeras escuelas de Cnido y Cos y donde brilló Hipócrates. Galeno fue el último hito de la medicina occidental, una medicina que se sumirá durante muchos siglos en una oscuridad total. Serán los árabes de Bagdad y Córdoba los que continúen acogiendo un cuerpo médico, salvando así lo escaso que de medicina se conocía y compensando la práctica desaparición de la ciencia médica del mundo cristiano, etapa que será superada por la escuela de Salerno y las traducciones de la España cristiana. Renace la medicina en Occidente y su espíritu experimental. Descubierta la circulación de la sangre Harvey y Servet, la narración parece terminar abruptamente.
¿Qué nos transmite fundamentalmente este capítulo? Quizá simplemente el largo proceso que condujo desde el respeto al cuerpo humano a la admisión de su estudio en cadáveres y vivos, aunque siempre en unión y con el soporte del estudio de los animales. La estanqueidad de lo humano que reinó en lo mental cayó mucho antes en el plano puramente anatómico y corporal. Y la aplicación de las mediciones físicas, frente a lo que el libro suele sostener su oposición al reduccionismo.
El segundo de los terrenos abordados por el libro se refiere al Descubrimiento del mundo vivo invisible. Un mundo que permaneció ignorado durante siglos por su carácter mínimo que le hacía invisible a los humanos. Está escrito por Yvan Brohard profesor y autor de una centena de libros dedicados a la etnología y el arte. Lo que no le ha impedido hacer incursiones a temas como el abordado en esa parte del libro. Es además una persona con amplias experiencias en expediciones a África y Asia y que ha colaborado como diferentes museos, conservadores y coleccionistas.
Como puede suponerse, el mundo invisible está constituido fundamentalmente por los microbios y bacterias. Pero la gran pregunta que se formuló la humanidad fue la del origen de la vida. ¿Cómo había surgido la vida? Aparecían gusanos e insectos de la podredumbre, pero ¿de dónde salían? Y sorprende la cantidad de respuestas e hipótesis que se fueron lanzando a través de los siglos.
Hasta bien entrada la etapa renacentista se mantuvo esa idea de la existencia un tanto vaga de “miasmas”. Constituía, de alguna forma, una superación de la idea de generación espontánea (“una desconocida ‘fuerza’ natural”) reinante en la antigüedad. Sorprende comprobar como los adelantos en este campo se correspondieron con la aparición de pestes y epidemias. En este caso fue la sífilis quien con Frascator introdujo la idea del contagio. Pero el hecho fundamental que inició el verdadero camino fue el microscopio ideado por Antonie van Leeuwenhoek, unido, claro, a la incansable curiosidad de éste. De hecho, uno puede considerar que ahí acaba la existencia de ese mundo invisible. Lo diminuto es ahora visible y observable. Pero la historia continúa, porque seguirá investigándose las formas de reproducción que se utiliza en ese mundo ahora visible. Brohard nos conduce parsimoniosamente por ese sendero, hablándonos de Spallanzani y los infusorios, de Bonomo y la sarna, o de Pasteur y los gérmenes. “A través de todo ello, en la década de 1880 se empezó a vislumbrar un concepto coherente de las enfermedades infecciosos”. “En menos de veinte años se descubrieron los agentes de las grandes plagas”. Los que quedaban sin identificar lo fueron en 1938 con el microscopio electrónico. Hitos que observa detenidamente Brohard son los constituidos por el descubrimiento del contagio, la infección puerperal proclamada por Semmelweis, la asepsia impuesta en los hospitales por Lister.
Uno tiene la impresión de la que narración de los hechos, contada de forma atractiva, acaba abruptamente. ¿Realmente es así en la realidad? Parecen desmentirlo hechos recientes como la irrupción de los antibióticos, la reacción bacteriana frente a ellos, la presencia constante de infecciones víricas o la evolución del concepto de sepsis.
El tercero de los capítulos lleva el título de “Universo interior: mundos del espíritu”. Es una versión parcial de un texto de Jean Claude Ameisen, un médico francés que ha centrado sus estudios en la inmunología y la biología. Ha colaborado o presidido numerosas instituciones científicas, llevado a cabo programas de TV y desarrollado diversas funciones en el campo de la ética.
Si alguna parcela especialmente complicada hay en el escenario médico es el que se refiere al cerebro. Su estudio ha sido una “historia prodigiosa, larga y progresiva desde su inicio hace miles de años”. Aunque reconoce que “esta aventura no ha hecho sino empezar” y recuerda la frase del teórico de cuerdas David: “la ciencia disipa la ignorancia del ayer y desvela la ignorancia de hoy”. Ameisen nos repasará las diversas teorías que se formularon, hasta llegar a un anatomista, Gall, que se limitó a estudiar y hacer un plano del cerebro, originando así la frenología y abriendo paso a unas ideas que correlacionaban zonas del cerebro con acciones concretas. Nacía así una convención modular del cerebro que terminaría con la concepción de un cerebro global. La utilización de electrodos eléctricos ayudó a ello.
Quizá lo más elogiable del capítulo sea la importancia que concede a dos revoluciones que tiene lugar en el siglo XIX. Por un lado, el darwinismo afirma que el cerebro del hombre no es básicamente distinto del de los animales. Por otro, la concepción celular de la naturaleza es una visión puntillista que hace los seres vivos estén integrados por células; es la “teoría celular” de lo vivo. “Todos los seres vivos no solamente están compuestos por células, sino que cada célula viva deriva de otra ya existente” como dirá Virchow. La nueva idea traía otras preguntas: resuelto por Golgi el problema de la tinción de la célula cerebral, defendió la idea de “una colosal trama sin interrupciones ni divisiones”; idea que fue vencida la de Ramón y Cajal, quien mantenía que las células cerebrales estaban separadas unas de otras. El progreso era visible y lo completó Sherrington con la idea de las “sinapsis”; siguió la conexión entre axones y dendritas, el reconocimiento de sinapsis químicas junto a las eléctricas, la influencia hormonal gobernada por el hipotálamo... No se olvidan en el libro aspectos más concretos: la aparición de los anestésicos, la proliferación de fármacos o el progreso tecnológico del diagnóstico por imagen. La importancia del cerebro se traduce en que la muerte se identifica no con la parada cardiorrespiratoria, sino con el cese de la actividad cerebral.
¿Estamos hablando aún de medicina? Porque, siempre en el siglo XIX, aparece como disciplina la Psiquiatría ¿Cuándo estamos ante una enfermedad mental o ante una afección neurológica? Y el estudio del cerebro conduce a difuminar las fronteras con la psicología, cada vez más ambiciosa en sus investigaciones.
Hay que insistir en que en el libro se trata, no tanto de una historia de la medicina, sino de “una historia” de los conocimientos médicos que los tres autores consideran fundamentales: la anatomía, la microbiología y la neurología. Y además no en su totalidad, sino en sus momentos históricos más destacados, los que se traducen en superación de ideas obsoletas. Es una historia de los esfuerzos de la humanidad por desentrañar los misterios que la enfermedad, el dolor y la muerte encerraban.
Algo que parece derivarse del tono general del libro es un cierto temor al reduccionismo, a la tentación de referir las bases de la medicina a conceptos químicos o físicos. Que supera sacando pecho, aunque sin desconocer su utilidad histórica. En suma, un libro entretenido que ayuda a ordenar nuestras ideas sobre el pasado de la medicina. Probablemente lo que pretendía.
“Una historia de la medicina o el aliento de Hipócrates” (222 págs.) es una obra escrita en colaboración por Axel Kahn, Jean Claude Amerisen, Patrick Berche e Yvan Brohard”. Fue publicada inicialmente en 2011 en París por Editions de La Martinière y posteriormente en 2012 en España por la editorial Lunwerg en 2012.

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