Yuval Noah Harari es judío, dataísta, homosexual, historiador, profesor de la universidad de Jerusalén, escritor de éxito, vegetariano (hoy vegano), ateo confeso, ecologista y otras varias cosas que él mismo deja en evidencia. Nacido en 1976, ha cumplido en febrero de 2018 los 42 años. Alcanzó un gran éxito con el libro “Sapiens. De animales a dioses”, que supo aprovechar con una segunda obra (“Homo Deus. Breve historia del mañana”) que se limitó a chupar rueda. El libro que ahora he leído es una tercera obra que trata de culminar un proceso de éxito editorial. El autor trata de justificar este libro indicando que mientras “Sapiens” se refería al pasado y “Homo Deus” al futuro, esta nueva obra afirma que mira al presente ¿Está de broma, señor Harari? Pero eso lo recalca la contraportada de la cubierta del libro. Lo que nos ofrece ¿son realmente lecciones, como pretende el titulo? Desde ese momento debo dejar constancia de la gran decepción que el libro me ha causado.
Curiosamente el
primero de los apartados de la Parte I (“El desafío tecnológico”) se titula “Decepción”.
Se refiere a las fábulas y mitos creados en el siglo XX: los relatos fascista,
comunista y liberal. El primero fue vencido, el segundo cayó y el tercero
subsistió. Aclara que “el relato liberal
celebra el valor y el poder de la libertad”. Y a continuación nos informa
que ha desaparecido: para él bastan dos signos: la elección de Trump y el
Brexit. Conclusión: “si tanto el
liberalismo como el comunismo están ahora desacreditados, quizás los humanos
deban renunciar a la idea misma de un único relato global”. Y más adelante,
llega el salvador: “En consecuencia, nos
queda la tarea de crear un relato actualizado para el mundo”. Ya están los
papeles repartidos, según Hariri: el creador del relato (él mismo), el objeto
(un relato actualizado) y el destino (el mundo). La tecnología de la información
y la biotecnología van a crear nuevas opciones. En eso estamos de acuerdo; en
que ello cree un nuevo “relato” y que su autor sea Hariri, no. Entra en escena,
más que la informática misma, la inteligencia artificial y el fantasma de los
robots, amenazando el trabajo humano y haciendo posible que un total control de
nuestros sentimientos y decisiones nos haga esclavos de los que manejen los big
data
Un terreno
auténticamente pantanoso es el de la “igualdad”. Hariri aprecia un crecimiento
de las desigualdades, que pasarán en el futuro de lo económico a lo informativo:
la posesión de datos como medio de manipulación y control del homo ¿sapiens?
Creo que comete el error de juzgar el dinero de los más ricos como
improductivos. Olvida que el disfrute de una gran fortuna tiene al final una
dimensión personal donde caben hasta los más patológicos caprichos. Y sobra
mucho. Y olvida la clase media, claro, siempre ambicionando y casi siempre insatisfecha
con lo que ya tiene.
“El desafío
político” ocupa la segunda parte del libro. Analizará las ideas sobre
comunidad, civilización, nacionalismo, religión e inmigración. Mezclará como de
costumbre acusaciones ajenas y buenísmo propio, en una especie de brainstorming. Decididamente partidario
del origen antropogénico del cambio climático, hace responsable del mismo al
nacionalismo. Llega a afirmar “Durante
miles de años Homo sapiens se ha comportado como un asesino ecológico en serie;
ahora está transformándose en un asesino ecólógico en masa”. Harari muestra
una clara incidencia del famoso complejo judeocristiano de culpa, escasamente
disimulado. Nunca se decanta por el optimismo de forma clara ni nunca se deja
abandonar totalmente al pesimismo. Todo iría muy bien si no fuera por nosotros,
incapaces de someternos a las fórmulas que Harari nos proporciona. Todo respira
a un buenismo rusoniano, tan inconcreto como cansino y acusador.
La parte III
del libro está dedicada a las ideas de “Desesperación y esperanza”. Comienza
abordando el tema del terrorismo, cuya importancia reduce teniendo en cuenta el
número mínimo de víctimas que causa: “matan
a pocas personas, pero aun así consiguen aterrorizar a miles de millones”,
y lo compara con las muertes ocasionadas por la diabetes o los accidentes de tráfico.
Considera que los terroristas son “tan débiles
que no pueden librar una guerra”. Por eso se comportan no de forma militar
sino teatral. El Estado “se ve impelido a
responder al teatro de terror con su propio teatro de la seguridad”. Alude
al posible terrorismo nuclear de nuevos países, lo que hace que pase a considerar
la guerra misma. Mantendrá que, hasta el presente, la guerra victoriosa
generaba riqueza y poder; hoy no es así y eso explica la ausencia de guerras.
Al final llega a la conclusión de que la guerra mundial es evitable, pero sería
ingenuo pensar que es imposible. Vuelve aquí el pesimismo. Remedio sugerido:
partiendo de que, de producirse, sería un producto de la “estupidez humana”,
la solución sería la “humildad”.
El apartado de
la “humildad” comienza diciendo “la
mayoría del parte suele creer que es el centro del mundo y su cultura el eje de
la historia humana”. Se olvida que la humildad nace como contraposición a
la soberbia. Para Hariri ésta es la convicción de que solamente la religión
propia, la historia propia, la cultura propia han sido relevantes para el
mundo. Curiosamente añadirá: “personalmente,
estoy más que familiarizado con este craso egoísmo, porque los judíos, mi
propio pueblo, piensan que también son lo más importante para el mundo”. Y
a partir de ahí dedica páginas al judaísmo, criticando el supremacismo
existente, pero quizá sin lograr ocultar del todo su orgullo por lo judío, en
comentarios como el relativo a la derivación cristiana o la ignorancia del
Talmud. Con ello nos transporta al monoteísmo. Por cierto, diciendo: “¿No merece al menos el judaísmo una mención
especial por haber propuesto por vez primera la creencia en un único Dios, lo
que no tenía ningún paralelismo en el mundo?” Evidentemente, la humildad se
ha esfumado. La cosa recuerda el viejo chiste del cura vasco: “Fijaos lo humilde que fue Jesucristo que
pudiendo nacer en Bilbao, nació en Belén”. Pero la referencia al monoteísmo
se hará para condenarlo, al tiempo que se destaca como la primacía de la
ciencia sobre la religión determinó la mayor influencia de los judíos en la
historia de los dos últimos siglos. En todo caso “hay que reconocer que han tenido un impacto muy limitado en el mundo”.
A continuación, abordará los temas de
Dios y del laicismo, pero lo hace superficialmente y con el tono iconoclasta
habitual. Por descontado, parte de su ateísmo y su laicismo como formas superiores
de actitud frente al reto del futuro.
Cuando abre la Parte
IV dedicada a la “Verdad” se refiere a la Ignorancia (“Sabes menos de lo que crees”) y a la Justicia (“Nuestro sentido de la justicia pudiera estar
anticuado”). Busca algo así como la “justicia universal”, cuya ausencia nos
hace todos culpables. Al abordar la “Posverdad”, la asociará a tiempos pasados,
con lo que confunde rumores y libelos con la actual posverdad, sustentada en
las facilidades de comunicación y difusión de las fake news (es curiosa su pasión por Facebook)
El libro es un
buen producto de marketing. Muestra un futuro ético (no pasa de ahí) para hacer
frente a un futuro problemático de su creación. El individuo desparece para pasar
a una masa que luego conducirá a la “humanidad”. Una entelequia bondadosa, pero
equivocada, a la que hay que dar “lecciones”. ¿Quién mejor que Harari? La
lectura de su obra recuerda las “parole, parole, parole” de Mina. Hubiera sido
deseable encontrar alguna consistencia en sus razonamientos, pero resulta casi imposible.
No es necesario desearle éxito: lo tendrá de manos, sobre todo, de aquellos a
los que insulta sin que se enteren. Bueno, a todo eso: ¿está descubriendo la
escuela española de derecho natural? ¿o no le interesa?
La parte V del libro
se dedica a la “Resiliencia” y comprende como subcapítulos sus ideas sobre
educación, significado y meditación. Recordemos que la primera acepción del
termino en el DRAE es “capacidad de adaptación
de un ser vivo frente aun agente perturbador o un estado o situación adversos”.
Queda clara la idea pesimista de Hariri sobre el mundo actual y su fe en una superación.
La primera palanca es la educación: ignorancia de cómo será el futuro y exceso
de información en el presente. Y la solución: menos información y más
preparación para el cambio. La experiencia será inútil y el consejo a dar a una
persona de quince de años es “no confíes
demasiado en los adultos”, aunque confiar en la tecnología (?) encierra el
peligro de ser hackeado.
Todo conduce al
meditar sobre el “significado”, resumiendo: “la vida no es un relato”. Con el simplismo de los “relatos” se
elude la verdadera indagación de la pregunta famosa que reflejó Gauguin en un
misterioso cuadro: “¿De dónde venimos?
¿Quiénes somos? ¿A dónde vamos?”. Bueno, pues para dar respuesta a esas preguntas,
Hariri tiene la humorada de remitirse al Simba del “Rey León”. Aunque pronto
retorna a Israel y vuelve a mostrar el pelaje sionista. Hariri nos dice: “el sionismo considera sagradas la aventuras
de alrededor del 0,2 por ciento de la humanidad y de 0,005 por ciento de la
superficie de la Tierra durante una minúscula fracción de la duración total del
tiempo”. Conforme, aun aceptando esos datos, pero vuelve a él de nuevo,
mostrando su íntimo afecto al relato sionista reducido ahora a vivencias pero
que intenta despreciar.
El sentido de
la vida es eliminar el sufrimiento ¿Y cómo se puede eliminar? Con la meditación
que nos alejará de los relatos y nos permitirá comprender la realidad. Y aquí
salta la sorpresa: la meditación que nos cuenta Harari es la que él practica
tras descubrir la meditación Vipassana, a la que dedica dos horas diarias y dos
meses al año. A partir de aquí todo es blá-blá-blá. Ni siquiera sabe rematar el
libro. Hariri expone con escasa gracia una curiosa mezcla de agnosticismo y nihilismo
que, sin ser ninguna de esas cosas pero recogiendo su sentido pesimista y
crítico, trata de superar con la invocación de una poco convincente esperanza
en la resiliencia del Homo sapiens. De hecho, aborda con superficialidad
profundos problemas de la humanidad, limitándose a disparar sobre todo lo que
se mueve.
“21 lecciones para el siglo XXI” (402 págs.)
es un libro del que es autor Yuval Noah Harari. Escrito en 2018 fue publicado
el mismo año en traducción española por Penguin Random House Grupo Editorial
dentro de la colección Debate.
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