martes, 23 de octubre de 2018

Charles Lummis : “Los exploradores españoles del siglo XVI”

                     
Estamos ante un libro de finales del siglo XIX. Su autor es Charles Fletcher Lummis, un norteamericano que, como consecuencia del largo viaje a pie por Nuevo Méjico que realizó por encargo de “The Times”, un periódico de Los Ángeles se sintió cautivado al mismo tiempo por el mundo indígena indio del Suroeste de los Estados Unidos, como por los exploradores españoles del siglo XVI. Ya es de destacar el libro que no habla de conquistadores sino de exploradores.
Charles Lummis fue escritor y periodista norteamericano, pero a eso se suelen añadir las actividades complementarias propias de un fotógrafo, historiador y explorador. Añadamos que fue un activista de los derechos civiles. Y bibliotecario incluso. Fue en su conjunto una figura típica de aquella época, que añadió los tintes hispanófilos también frecuentes y hoy olvidados. Cierto es también que esa hispanofilia fue orientándose en sentido contrario hasta casi aparecer transformada en hispanofobia, de la que puede ser exponente la reciente “expulsión” de California de San Junípero Serra por parte de la universidad de Stanford, que culmina una etapa de hispanofobia basada en una imagen angelical de los nativos y una absoluta perversión de los españoles. Olvidando, por ejemplo, que su presencia allí fue en parte motivada por tratar evitar la presencia de los rusos en la zona; todo esto mucho antes que llegarán allí, lentamente, los independentistas angloparlantes.
El libro de Lummis se centra en figuras concretas de la exploración de América, destacando la inmensa labor de los españoles, frente a las más modestas de portugueses y franceses y la nula de los ingleses. Todo ello referido (y es importante destacarlo) al siglo XVI exclusivamente. Lummis escribe cuando ya desparecen definitivamente los restos del imperio español e, incluso, achaca esa decadencia al esfuerzo realizado en tiempos anteriores. En los personajes que describe no duda jamás en recordar sus aspectos negativos junto a los positivos que en ellos puede apreciar; incluso los que son fruto de la propia evolución. Hernán Cortés, por ejemplo, que no supo digerir el éxito.
La historia a mi juicio muy bien narrada y repleta de datos— comienza en Colón que aparece como visionario genovés que logra que Isabel la Católica (no Fernando, según Lummis) apoye una aventura que en aquellos días parecía demencial. Se cuentan sus cuatro viajes (destacando la fe de que hizo gala en el primero) y su falta de correspondencia al buen trato recibido de España. Se narran igualmente los primeros momentos del progresivo descubrimiento de tierras, para pasar a referirse a la primera circunvalación de la tierra.
El autor parece deslumbrado por las hazañas realizadas por algunos españoles en la exploración americana. Desde este punto de vista, su libro no es tanto una obra que describa la colonización española (tan distinta, hay que añadir, de la que Europa generó en el siglo XIX), como un relato de gestas llevada a cabo por hombres aislados, desharrapados, enfermos a veces. Comienza su recorrido por Cabeza de Vaca que, vagando en solitario, fue reducido a la esclavitud y que, más tarde, con otros tres españoles tuvo que actuar como médico que aplicaba las medidas locales. Y aunque recorrió 10.000 millas, recuerda que esa distancia fue doblada por otro soldado, Andrés Docampo (curiosamente hay que aclarar que uno de los acompañantes de Cabeza de Vaca era marroquí y Docampo era portugués).
Salta luego el libro a la batalla de Acoma, una ciudad fortificada por los indios Pueblos aprovechando un extraño promontorio en la llanura. La batalla fue librada por unos setenta españoles dirigidos por Vicente Zaldívar, a quien Oñate confió el encargo. Lummis describe entusiásticamente lo sucedido en esa batalla: los ataques por sorpresa de los indios, el salto desde el promontorio de los cuatro supervivientes del grupo que había sido sitiado, la lucha cuerpo a cuerpo y la conquista del pueblo. Hay un recuerdo especial para Gaspar Pérez de Villagrán, que salvó a los sitiados y del que cuenta las penalidades que antes había sufrido como caminante solitario atacado por los indios. Adjunto una foto sacada de Internet que refleja perfectamente la fortaleza que suponía Acoma.
Una atención especial le merece también la labor de los misioneros españoles. Prácticamente solos, se presentaban en pueblos indios esperando la aceptación última de los nativos y con el enorme obstáculo de desconocer la lengua de éstos, que trabajosamente tenían que aprender. Lummis comienza por describir la crueldad y carencia de sentido de las religiones locales, centradas en el sacrificio humano, cuya desaparición fue debida a la acción de los españoles. El libro, por otra parte, da numerosos datos de la labor de cristianización desarrollada. Señala que nadie que conociera entonces Nuevo Méjico podría haber imaginado que “no tardaría aquel desierto en verse poblado de iglesias, pero no de pequeñas capillas de troncos o de adobe, sino de edificios de piedra de sillería, cuyas ruinas se ven hoy y son las más imponentes de América. Pero así fue; ni el desierto ni los indios pudieron frenar aquel fervoroso celo” En contrapeso informa que “hasta el año 1700 cuarenta de esos pacifico héroes grises habían sido inmolados por los indios en Nuevo Méjico”.
Resulta imposible olvidar dos cosas durante la lectura: primero que Lummis habla desde su visión anglosajona de estadounidense; segunda: que el tono admirativo de su libro es consecuencia del viaje a pie de junas 1.000 millas realizado por Nuevo Méjico por encargo del periódico Times de Los Ángeles. Un viaje en el que descubrió tanto a los indios nativos como a los españoles que le unificaron con la lengua y la religión. Así lamenta que en las zonas invadidas por los ingleses no quedaran apenas miembros de las tribus aborígenes, lo que contrasta con la permanencia de las raíces indias en los territorios donde llegaron los españoles. En esa oposición entre lo español y lo anglosajón es de donde nace, por ejemplo, su admiración por el mestizaje hispano.
 Antes ha afirmado que “ninguna otra nación madre dio jamás a luz cien Stanleys y cuatro Julios Cesares en un siglo”. Esto son Cortés, Pizarro, Valdivia y Quesada; pero Lummis admira sobre todo a Francisco Pizarro. Hasta el punto de dedicarle la última de las tres partes de libro titulada “españoles ejemplares”. Claro es que esas alabanzas son equilibradas con la afirmación de que también hubo exploradores de otras naciones tan ‘capaces’ como los españoles, aunque en ningún caso llegaron a las hazañas de los españoles que “hicieron cosas mucho más grandes, espoleados por la mayor necesidad y en el momento perentorio “.
La admiración por Pizarro se traduce en un largo recorrido por su vida, que parte de la humildad total al momento de gloria en que traza una raya en suelo e invita a pasarla dirigiéndose al Sur; que pasa por el retorno a España donde recibe el apoyo de los reyes para iniciar la conquista del Perú. Cuando ésta se inicia, se inicia al mismo tiempo una historia compleja de trampas, refriegas, traiciones y amenazas que culminan en la muerte de Atahualpa y la del propio Pizarro, ambas a manos de españoles. Lummis brinda su explicación personal de los hechos, que no tengo criterio para discutir.
En el fondo de la historia late la acusación de que fue la búsqueda del oro lo que motivó la acción española. A este aspecto se ha referido ya Lummis en su capítulo “El vellocino de oro”. En relación con ello indica que “la historia científica moderna ha demostrado plenamente cuan disparatada y errónea es la idea de que los españoles únicamente buscaban oro, y nos enseña de qué manera varonil satisfacían las necesidades del cuerpo y del espíritu”. El interés por el dinero ha sido siempre igual en la humanidad y Lummis nos recuerda la quimera del oro californiano. “La gran diferencia está únicamente en que el oro no les hacía olvidar su religión”.
Produce un vago sentimiento de vergüenza leer este libro. Los españolitos tenemos unas ideas un tanto peculiares de nuestra labor en América. De entrada, es mínima en lo que se refiere a la zona de los actuales Estados Unidos que exploramos. Pero respecto del resto de la América hispana apenas tenemos las clásicas ideas tópicas sobre Cortés y Pizarro, o sea, los aztecas y los incas, nos trabucamos con otros nombres de conquistadores y colonizadores, reconocemos que creamos iglesias, universidades, imprentas y ciudades, que dimos unidad a un conglomerado de pueblos que anteriormente no la tenían, y poco más. Pero todo ello combinado habitualmente con ideas igualmente tópicas pero contrarias que hablan de vejaciones, sometimiento, codicia, crueldad, enfermedades y traiciones. O sea, una mezcla de orgullo patrio y leyenda negra; de leyes de Indias y de exageraciones enfermizas de Bartolomé de las Casas.
Leer a Lummis reconforta al liberarnos del sentimiento de culpabilidad judeocristiano que los españoles parecemos tener con carácter genético. Al igual que la envidia, vicio nacional, que también apunta en el libro Lummis. Hay algo que no debe olvidarse: el libro está escritor por un norteamericano para norteamericanos; sólo bastantes años más tarde se publicó, traducido, en España. Ese destinatario hace que el libro se motive así: “Porque creo que todo joven sajón-americano ama la justicia y admira el heroísmo como yo, me he dedicado a escribir este libro. La razón de que no hayamos hecho justicia a los exploradores españoles es, sencillamente, porque hemos sido mal informados. Su historia no tiene paralelo; pero nuestros libros de texto no han reconocido esta verdad, si bien ahora ya no se atreven a disputarla. Gracias a la nueva escuela de historia americana vamos ya aprendiendo esa verdad, que se gozará en conocer todo americano de sentimientos varoniles. En este país de hombres libres y valientes, el prejuicio de la raza, la más supina de todas las ignorancias humanas, debe desaparecer.”
“Los exploradores españoles del siglo XVI” (172 págs.) es un libro que escribió Charles Lummis y editó en Chicago en 1893 con título “The Spanish Pioneers”. Fue editado es España en traducción de Cuyás, en 1916. El presente comentario se lleva a cabo sobre la edición, aparentemente de 2016, realizada bajo los auspicios de Amazon en 2012.

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