Quizá la idea central
del libro sea la de separar dos realidades. Una que la Inquisición realmente existió
y que bastaría que sólo hubiera torturado o condenado a muerte a una persona
para que conculcara la esencia misma delo cristianismo y sus principios fundamentales:
“una única víctima habría sido suficiente
para reconocer el mal que se habría cometido”. Es lo que puede explicar el perdón
pedido por Juan Pablo II el 12 de marzo de 2000. La segunda es que, aunque existió,
“lo que conocemos de ella no es su
verdadera realidad, sino la imagen con la que fue representada durante siglos.
No se trata, ni por asomo, de relativizar su historia”. La imagen exageradamente
siniestra que nos ha llegado es producto tanto del interés en magnificarla de
quienes la defendían y apoyaban, como del de quienes la combatían, relacionados
éstos con la creacion de la leyenda negra que convertía a la Inquisición
española en la peor de todas ellas. Un tenebrismo que con la llegada de la
Ilustración se elevó a la categoría de verdad.
No en balde el
subtítulo del libro es “más allá de la leyenda negra”. De hecho debo confesar
que busqué la realidad de la Inquisición tras ver que en un libro de “lecciones
para el siglo XXI”, la forma boba en que repetidamente se asociaba la
Inquisición española, al comunismo y al fascismo. ¿No es así, Señor Harari?
Esas ideas,
generadas desde la oposición a España y recubiertas con ropajes literarios
frecuentemente, caló en la misma España. “La
Inquisición quedó convertida así en una de las claves explicativas de la
Historia de España, en una especie de chivo expiatorio sobre el que se
desahogaron las responsabilidades y fracasos del pasado”. Lo reflejaba la
Historia Critica de la inquisición en España de Juan Antonio Llorente de 1817 sobre
la que se ha tejido parte de la historiografía posterior, o, en la imagen, los
grabados de Goya. Pulido cita a Bartolomé Bannassar quien afirmaba que hasta 1963
se habían escrito en torno a 2.000 título sobre la Inquisición, siendo pensable
que esa cifra se haya multiplicado posteriormente. Con claro pesimismo el libro
termina indicando: “no creo equivocarme mucho
al decir que por mucho que avance el conocimiento de lo que realmente fue esta
institución y los efectos que tuvo en la sociedad, más avanzará todavía la
imagen y leyenda que sobre ella se cierne, y que alimenta un mito que se ha
convertido en patrimonio colectivo del hombre contemporáneo”.
El libro se
articula en tres partes fundamentales: los orígenes de la inquisición, su
geografía y estructura y los herejes y herejías que combatió. Se completa con
unas consideraciones finales, unas referencias y dos apéndices: el perdón
pedido por Juan Pablo II y el número de procesados por la Inquisición. Al
referirse al origen de la Inquisición, el libro distingue la inquisición
medieval y la inquisición moderna. No duda Pulido en atribuir la creación de ésta
a los Reyes Católicos. “No hay razones
para rechazar una cuestión aceptada por la mayoría de los especialistas en la
materia”. La gran diferencia es que la inquisición medieval dependía del
papado, mientras que la inquisición moderna pasó a depender del poder civil, aunque
ambas luchaban, eso sí, contra la herejía. La autorización para esto último fue
lograda de Sixto IV ante la petición de los reyes que luchaban por su idea de creación
del Estado moderno y, en concreto, de la nación española: la religión “era lo demasiado importante para los hombres
de entonces como para dejarlo exclusivamente en manos de los ministros del
Iglesia”. Se insiste en esta idea: “el
nuevo tribunal de la inquisición era, en realidad, un tribunal real integrado
por religiosos que actuaban sobre problemas de la fe. Y que por tanto se iba a
conducir a partir de entonces siguiendo la lógica de la razón de estado, en al
que lo religioso se concebía como una cuestión de orden político”. Y una
cuestión de esa naturaleza lo constituía el gran número de herejes judaizantes
La cosa tuvo un
antecedente en los sucesos de 1391 en los que el gran acoso a los judíos
determinó un gran número de falsas conversiones en que los convertidos seguían
practicando el judaísmo y los cristianos conocían la falsedad de esas
conversiones. La distinción entre cristianos nuevos y cristianos viejos se hizo
real. Isabel de Castilla vivió en su juventud entre conversos. Como extraño
recuerdo puedo indicar que en la portada de la catedral de Burgos se puede ver
la estrella de David, considerando que su fundador el obispo Mauricio era
converso.
La bula
fundacional es de 1 de noviembre de 1478. “Hasta
1481 los reyes no nombraron a los primeros inquisidores. Hombres maduros y de conocimiento
profundo, hombres todos de la iglesia”.
Sin embargo, su actuación durante los primeros años fue brutal. El
principal problema derivó del sistema de delación. La acusación era anónima y terminó
creando un insoportable clima de miedo en los posibles acusados. Las delaciones
encubrieron todo tipo de rencores y odios. Como indica Pulido “se había dado un poder extraordinario al
delator”. El hecho es que entre 1481
y 1539 hubo 35.000 procesados. Es importante aclarar que “el cometido del tribunal era dictaminar si las actuaciones que se hacía
contra alguien constituían realmente un delito de herejía”. En ese caso, “los inquisidores tenían que procurar la
conversión y arrepentimiento el reo”. La mayor parte de los acusados
recurrieron a esa oportunidad, de forma que solamente los reluctantes que
permanecían en la herejía eran condenados y entregados al poder civil para ser
muertos en la hoguera. Las medidas adoptadas para romper la relación de
cristianos y conversos resultaron inútiles y contraproducentes; las relaciones
sociales creadas eran imposibles de desmontar. Como última medida, los Reyes
Católicos, en su labor de creación de una monarquía y un estado de nuevo cuño,
pronto imitada por otras monarquías, decidieron la expulsión de todos los
judíos que no aceptasen el bautismo.
Cuando se
enfrenta con lo que llama geografía de la Inquisición, Pulido destaca en primer
término las enormes dimensiones del imperio español, una vez descubierta y
explorada América. La “enormidad del
espacio geográfico” se acentúa con las distancias y los toscos medios de transporte
existentes. La clave para que fuera posible la solidez y la longevidad de la Inquisición
hay que buscarla en su estructura, absolutamente piramidal. A la que hay que
adicionar el trabajo y compromiso de los que trabajaron en ella. O sea que al
final la Inquisición parece una película de buenos y malos, de abnegados funcionarios
y gratuitos delatores. “El objetivo era
salir a la búsqueda de los herejes judaizantes, para castigarlos una vez eran
encontrados” La racionalización de las dimensiones de los juzgados fue
decisivo. “En resumen, desde el siglo XVI
existió una extensa red de tribunales desplegados por casi la totalidad de la
inmensa monarquía. Una red que actuaba bajo el control, dirección y
coordinación de un órgano central localizado en la corte del rey”. Pero
todo tenía sus límites: “incluso en la
Península Ibérica hubo también muchos lugares apartados, más de los que
imaginamos, a los que la inquisición nunca llegó o, como mucho, lo hizo en
contadas ocasiones”. La Inquisición itinerante se convirtió en una Inquisición
sedentaria, donde las visitas por el territorio se fueron reduciendo. Describe
como se realizaban esas visitas. Anunciadas, provocadoras de delaciones, resueltas
con multas las acusaciones leves. En todo caso “el control del territorio era una quimera imposible”. Y estamos
todavía en el siglo XVI. Los siglos posteriores aumentarán esas tendencias.
Tras referirse
a su organización interna, el proceso inquisitorial es objeto de especial
atención. Los métodos de la Inquisición no eran más duros que los empleados por
los regímenes penales de los principales países. Ni muy distintos: tras la
delación se empleaba la cárcel como mecanismo psicológico de ”ablandamiento” a
través de la soledad. Las personas enjuiciadas tenían derecho a un abogado cuyo
objetivo muchas veces era animar a la aceptación de los cargos. Porque esta
aceptación daba lugar a penas menores, pero conducía a la calificación de
“converso”, lo que no evitaba la sospecha de falsedad. La máxima expresión es
este mecanismo es la que dirigió la idea de la expulsión; eran expulsados los
que no querían ser bautizados. Pero ¿todos los bautizados finalmente eran
convertidos? Ese fue el objetivo y el problema de la Inquisición. La figura del
converso persistió.
Las herejías
que perseguía la Inquisición eran varias: judaísmo, islamismo, iluminismo y
protestantismo. Aparte aparecieron las brujas y similares. Las formas y etapas
de su persecución fueron diversas. El judaísmo, la de mayor duración, tuvo el problema
del gran número de judíos que vivían en España, hasta entonces un auténtico
refugio en Europa. El islamismo (mahometismo) fue más breve: duró 40 años y
concluyó con la expulsión de los llamados moriscos. Afectaba a comunidades
enteras que había vivido agrupadas durante la Reconquista. La Inquisición tuvo
solo un carácter complementario de la acción directa de la monarquía. Se intentó
su aculturación como labor previa a la cristianización, pero fue un intento fracasado.
Los iluminados fueron cristianos que pretendían un peculiar grado de perfección
que les apartaba de la Iglesia y sus enseñanzas. No fueron los grandes perseguidos,
al igual que los protestantes, debido este último caso al extraño fenómeno de
que esta desviación doctrinal tuviera en España una incidencia mucho menor a la
que tuvo en el resto de Europa. Algo parecido tuvo lugar con los casos
considerados de brujería, que la Inquisición española tendió a considerarla únicamente
como resultado de la imaginación popular o de casos de histeria.
Quizá las tesis
más importantes del libro sean éstas: la naturaleza estatal de la Inquisición, aunque
fuera realizada por clérigos; la función de apoyo a la estructuración del Estado;
su diferencia con equivalentes europeos; la relativa lenidad de la Inquisición
frente a la jurisdicción civil. Uno se espanta de la superficialidad de las ideas
que manejamos. Y más de las ha creado la leyenda negra fuera de España. Por eso
es importante este libro que nos induce a saber más, sin cesar en la condena.
“La inquisición española. Más allá
de la leyenda negra“ es un libro escrito en 2017 por Juan Ignacio Pulido
Serrano y publicada por Digital Records en su colección “Argumentos para el S.
XXI”. Existe versión digital.
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