Estamos en un libro cuya coautoría no se oculta. Sonia es básicamente una científica que se ha movido siempre en el ámbito de la física cuántica. Pronto la atrajo la divulgación y comenzó a escribir novelas con ese propósito. Lo hizo con éxito. Francesc Mirallles es el coautor del libro. Francesc es calificado de escritor, músico y editor. Lo cierto es que produce libros como churros desde que se dedicó a esa tarea, abandonada ya la editorial. ¿Cuál es su papel en este libro? Da la sensación de que es el de escribirlo bajo la batuta, siempre científica, de Sonia Fernández-Vidal. Francesc no parece ser un conocedor de la física cuántica, por lo que hay que reconocerle –de ser cierta esta hipótesis—el importante valor que como escritor tiene el libro: claro y sencillo. Lo que no resta nada a la claridad de ideas que ilumina el libro y que, sin duda, hay que imputar a Sonia.
Curiosamente el
libro está organizado sobre las historias de dos amigos: Sonia y Francesc. No
es una novela, desde luego, ya que no tiene argumento. No es tampoco un simple
libro de divulgación científica, porque lo que sobrevuela sobre el libro es la
gravedad del tema abordado: la física cuántica. Afortunadamente, el libro cita
prontamente a Feynmann, un físico que ha sido demasiado desconocido y que
rebosa naturalidad. La realidad es que su lectura comienza amable, instructiva
y clasificadora, pero acaba en manos del tigre que de repente surge: el mundo
cuántico.
Por ejemplo: se
nos aclara que un átomo es algo esencialmente vacío y que. pese a que nosotros
seamos unicamente un montón de átomos. Y que, pesando uno cerca de los 100
kilos, la humanidad entera, debidamente compactada, cabría en un terrón de
azúcar (pesadísimo eso sí). O se nos pregunta por qué si somos tan “vacíos” nos
podemos sentar sin atravesarla en una silla igualmente vacía, como si ambos
fuéramos sólidos. Y nos explicará que son las fuerzas, la más débil de la
cuales la de gravedad, la que por lo manos hace que nos sentemos.
Sonia nos
explica cómo vivimos mucho tiempo utilizando una física clásica basada en la
observación: veíamos y deducíamos. AL fin se logró algo ordenado y cómodo. Sin embargo,
a principios del siglo XX irrumpió en el escenario la física cuántica y es
sueño se desvaneció. No solamente destruía ese orden logrado, sino que nos introducía
en un terreno nuevo del que apenas sabíamos o simplemente intuíamos algo. “¿Cómo
puede el universo comportarse de un modo tan alocado y caótico?”
Con su trayente
narrativa y haciendo uso de una hipotética máquina del tiempo, nos lleva Sonia
a momentos trascendentales de la historia del pensamiento que nos acerca sucesivamente
a Platón, Sócrates y Aristóteles, a Galileo y Kepler y, por fin, a Newton. Era
los jalones con los que acabó construyéndose el orden de la física clásica.
Pero en 1905 Einstein abre lo que califica Sonia de “nuevos caminos” y
complementa esa exposición con cuatro fabulas en las que muestra hasta qué
punto estamos condicionados por los prejuicios y las ideas preconcebidas. Nuevamente
se recurre a Feynman: “Relájense y
disfruten”, añadiendo: “Nadie comprende
la mecánica cuántica”. Claro que lo decía en tiempos ya pasados, los que
vivieron los “29 de Solvay”, sabios que se reunieron en 1911. Algo que destaca
es que solo había una mujer y era la única persona que había ganado dos premios
Nobel. O sea, meritocracia pura.
Se entera con
ello en la física cuántica. Se parte de cuando en 1801, Young demuestra que la
luz es una onda. Con una pantalla con dos aberturas y la conjunción de las interferencias
positivas y negativas de las teóricas ondas se logra el conocido diseño de
franjas oscuras y claras. Hasta que llegó Einstein y demostró que eran pequeños
corpúsculos, quantos de energía a los llamó fotones. La solución la resume así
Sonia: “Si le preguntamos a la luz si es
una onda —y hacemos el experimento de Young de
la doble ranura—, aquélla nos contestará que sí lo es, mostrándonos un patrón
de interferencia. Pero si le preguntamos si es una partícula —y hacemos el
experimento del efecto fotoeléctrico—, nos contestará que, efectivamente, es
una partícula”. O sea: “el observador
condiciona lo observado”.
Francesc
entrará en el mundo cuántico acompañado del hada Q, encargada de explicarle el
“principio de superposición”. De paso
le enseña a “tunelear”, es decir a atravesar la materia como hacen, sin mayores
problemas, las partículas. El principio de superposición implica que una cosa
no es buena o mala, o pesada o ligera… sinos ambas cosas a la vez: “en el universo cuántico, todas las posibilidades
existen al mismo tiempo”. Si hay dos caminos que puedas recorrer, los recorrerás
los dos: no uno o el otro, sino ambos a la vez”. Y el ‘no entiendo nada’ de
Francesc, agrega: “Aquí, todo lo que no
está prohibido, es obligatorio”. Pero el principio funciona “hasta que alguien observa el objeto
superpuesto. El simple hecho de mirar neutraliza la superposición, A eso lo
llamamos “colapso de la superposición”. Un humano no puede ver dos posibilidades
a la vez”. Un gato los ha acompañado a ratos en es extraño mundo.
¿Quién no ha
oído hablar del gato de Schödinger? Sonia se lo va a explicar a Francesc.
Olvidemos ahora el gato y pensemos en un cubilete y un dado. Tiramos el
cubilete tapando el dado ¿qué cara presenta en su parte superior). Si
levantamos el cubilete vemos por ejemplo un 4. Engaño: estamos alterando la
observación. Mientras cubierto en la parte superior del dado están todos los
números, de 1 al 6. ¿Cómo puede ser eso? Cosas de la cuántica o cosas de
nuestro pensamiento cuadrado y clásico. Poco a poco vamos pensando que nuestro
mundo y el cuántico son diferentes, separados por un caudaloso río, pero
debemos desechar el pensamiento: somos parte de un mismo mundo. Otra cosa es
que estemos rebosantes de ignorancia. Y aquí Sonia os recuerda a San Agustín,
al niño y al hoyo en la playa en que trata de meter el mar. Ahora prescindamos
del dado y pensemos en un gato que a la vez está muerto y vivo.
Las cosas se
van a complicar: por una parte, la realidad conserva un su comportamiento el
factor del azar. Por otro, va a entrar en escena Heisenberg con su famoso principio
de indeterminación. Como dice la copla: “ni
contigo ni sintigo tienen mis males remedio”.
Una nueva visión
se ofrece cuando se nos habla de la “segunda revolución cuántica”. Se mueve ya
en el terreno de los avances tecnológico y se mencionan los posibles ordenados
cuánticos, la criptografía cuántica o al teleportación cuántica. Y se nos pone
un ejemplo de lo que puede suponer: un smartphone actual tiene más potencia que
todas las computadoras que fueron precisas para poner a un hombre en la Luna.
De las válvulas se pasó a los transistores ¿qué sucederá cuando éstos se
reduzcan al tamaño de un átomo? Pues que surgirán los ordenadores cuánticos que
“están cerca de hacerse realidad. Ya no son una quimera de ciencia ficción”
La realidad es
que el libro no deja recuperarse al lector. Uno se pregunta si lo cuántico es o
no es divulgable. Y a estas alturas ya uno piensa que puede ser las dos cosas a
la vez. Hay que seguir adelante y ahora Sonia nos llevará a visitar el CERN (la
autora trabajó allí). Dejamos el átomo que nos acompañó en el colegio para introducirnos
en el mundo de las partículas. “A
mediados de los sesenta ya se conocían casi dos centenares de partículas diferentes”;
se había partido de la “cámara de niebla” de Wilson, pero se había creado un caos
que ordenó por fin Murray Gell-Mann fijándose únicamente en aquellas que ya no
resultaban divisibles y a la que llamó “quarck” (palabra creada por James Joyce
en su Finnegans Wake). Ordenó los
quarks conocidos y creó la base para el “Modelo Estándar” según el cual “la materia está formada por los de quarks y
los leptones (partículas como el electrón), mientras que las partículas portadoras
de las fuerzas son los llamados bosones”: seis quarks, seis leptones y seis
bosones.
La visita de Sonia
y Francesc al CERN se realiza (para eso está novelada) cuando se va a dar a
conocer el descubrimiento del famoso bosón de Higgs. Pero al CERN le quedan
problemas a explorar: el antiuniverso integrado por la antimateria, la fijación
de la “sopa” primigenia del Big Bang, las dimensiones desconocidas (con sus
variantes de la teoría de la inflación, la burbuja de Hubble o los mundos múltiples).
El libro recapitula las fuerzas de la naturaleza; la electromagnética, la
fuerza nuclear fuerte y la débil y, por fin, la gravitatoria, que al mismo
tiempo que es la que podemos percibir, es la más resistente a ser unificada con
las anteriores. Fruto de la perplejidad de los científicos es la aparición de
la teoría de cuerdas nacida en los 70, que pronto se dividió en 5 teorías
diversas, adicionadas con la teoría de la supergravedad y completada con la
llamada teoría M, con once dimensiones.
Resumiendo: es
un libro con el que he disfrutado leyéndolo. Algo —poco— he aprendido, pero me
consuela que, sabiendo muchísimo más, los expertos físicos no saben todo (es
decir, casi nada) y aún andan debatiéndose en la charca de la incertidumbre. En
realidad, divulgar la física cuántica es simplemente enfrentarnos a un mundo
desconocido. El adelante técnico ha permitido que el hombre se sitúe frente al
microcosmos de las partículas, con la agravante de que, al tratar de abordar el
macrocosmos, vuelve a encontrarse de nuevo con esas condenadas partículas. Y
que incluso se vea obligado a repensar la realidad habitual a la que estábamos
acostumbrados.
Hay que dar
gracias a la autora/autores. Es un libro agradable, educativo, correcto, que
sabe separar con claridad religión y ciencia, que no oculta el misterioso
futuro ni ignora las etapas pasadas, que asume la ignorancia actual y tiene fe
en la ciencia. En suma, un libro sin grandes pretensiones, con esa humildad que
hay que agradecer. Que concluye diciéndonos: “¡Feliz desayuno con partículas!”
“Desayuno con partículas. La
ciencia como nunca antes se había contado” (284 págs.) es un libro escrito por
Sonia Fernández-Vidal y Francesc Miralles 2013. Fue publicado por Penguin
Random House en su colección “Debolsillo”
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