Un libro
trae a otro, y en eso son como las cerezas. Leído el libro sobre Mateo Morral
me entró la curiosidad de conocer otro comentario de Abellán sobre un tema
histórico. Y me hice con el libro “Matar a Prim”.
Vaya por
delante que la orientación del libro es absolutamente distinta del libro que
versaba sobre Mateo Morral. Éste tiene un sentido muy orientado a la historia;
lastrado por la historia diría yo. En este caso, Abellán habla como director de
la Comisión que se creó por el Ayuntamiento de Reus para llevar a cabo un examen
científico del cadáver del General Prim, natural de esa ciudad que lo respeta
como su principal adalid.
O sea,
estamos ante un criminalista haciendo de historiador. En el primer aspecto
cumple perfecta y sobradamente con su función; en cuanto a historiador nos
proporciona un escenario donde el cadáver puede tener un peculiar protagonismo.
Lo que nos describe nos ayuda a comprender el hecho de la muerte de Prim y a
apuntar a los principales sospechosos, pero no trata de ser una labor
histórica, sino simplemente descriptiva.
Pero hay
que agradecer a Abellán que lo haga así. Sus descubrimientos sobre la muerte de
Prim carecerían de interés si Prim no fuera Prim. Todo crimen cuando se estudia
es historia de algo ya pasado, pero en este caso forma parte de la Historia. Recordemos
además que Prim se sitúa en esa zona oscura de la historia de España que apenas
estudiamos los de cierta edad y que —me temo— siguen ignorando las generaciones
actuales. La historia de España en el siglo XIX es cansina, confusa, aburrida y
triste. Espadones, guerras civiles, reyes felones, traiciones, reinas ninfómanas… Carecía incluso de claridad para recordarla.
Añádase que todo concluía en el triste sumidero del 98. No había nada que decir
sobre tanta tristeza.
Lo que nos
aporta Abellán es la causa de la muerte de Prim. Durante años se ha repetido
que murió a los tres días de haber recibido en la calle del Turco unos tiros
que le habían causado algunas heridas de escasa importancia, más allá de cierta
hemorragia llamativa. Abellán nos dice que no es cierto: como director de la
comisión encargada de revisar el cadáver de Prim pudo, él y los comisionados,
descubrir que existían en el cuello de Prim marcas indudables de que había sido
estrangulado con algo parecido a un cinturón. Y, como buen criminólogo,
distingue entre el estrangulamiento y el ahogamiento, y dentro de éste la
variante de los ahorcados en los que la muerte se produce por tortura de la
zona superior de la columna dorsal.
Con ese
descubrimiento nos lleva a otro: no es cierto que muriera al cabo de tres días.
Murió antes y estrangulado. No es cierto que dijera tantas cosas, que hablara
con tantas personas y que hiciera tal cantidad de recomendaciones y ruegos.
Murió pronto y estrangulado. Los disparos realizados podían justificar la sangría
y el decaimiento que impedían el andar y el comunicarse, pero ¿justificaban la
muerte?
Sin querer
nosotros (aunque quizá queriéndolo el autor) nos vamos introduciendo en el
quién, en el culpable, el autor intelectual del atentado. Aparecen las sombras
de Serrano y de Montpensier. Ahí es donde Abellán tiene que cogernos de la mano
y contarnos chismes que les convierten de inmediato en presuntos inspiradores
del ataque. Aquí ya nos introduce a ratos en un mundo cortesano complicado y
oscuro, y a ratos en un mundo político de partidos, traiciones y aspiraciones.
Veremos pasar a personajes tan peregrinos como la “monja de las llagas”,
Marfiori, Antonio de Borbón, el padre Claret o “Paquito Natillas” (o sea, el
consorte real Francisco de Asís)
Por
fortuna, Abellán nos cuenta quizá sólo lo necesario y preciso para que la
historia sea inteligible. Inteligible a medias, ya que nunca se podrá en estos
momentos decidir quién fue realmente quien ordenó la muerte de Prim, en su
doble vertiente del ataque y el asesinato. Motivos hubo por varias partes y
esto es lo que nos muestra. No sería lógico pensar en un atentado sin motivo.
La
historia se desarrolla, por otra parte, en unos años un tanto turbulentos.
Isabel II ha sido derrocada, se trata de buscar un nuevo y rey y, en
definitiva, por algunos una nueva dinastía (“¿Los Borbones? ¡Jamás, jamás, jamás!” es una frase histórica de
Prim). Un hecho que cuenta Abellán y que suele desconocerse es cómo esa
búsqueda de un rey para España fue uno de los hechos detonantes de la guerra
franco prusiana del 70. Cuando, por fin, Prim logra encontrar un rey italiano y
una dinastía, la de Saboya, está pisando muchos callos.
Existen
dos planos distintos: el de los autores intelectuales y el de los materiales.
En el primero parecen coaligarse el duque de Montpensier (cuñado de Isabel II y
deseoso de ocupar su trono, financiero de la revolución llamada “Gloriosa” del
68 que la derrocó) y Francisco Serrano, duque de la Torre (al que Prim había
relegado al puesto de regente que perdería a la llegada de Amadeo I). Mucho más
complicado es el plano de los autores materiales, en el que Abellán hace un
minucioso trabajo. Pueden estimarse que se consideraron como tales a más de una
treintena de personajes, entre los cuales Abellán considera que están los
verdaderos autores materiales del atentado.
Podemos
bajar de la historia a la ciencia. Es sumamente curiosa la descripción que se
hace de la situación en que se encuentra el cadáver dentro de un triple féretro:
una momificación casi perfecta que permite apreciar claramente en el cuello de
Prim los rastros de un estrangulamiento que, forzosamente, tuvo que hacerse con
rapidez y luego perfectamente ocultado haciendo aparentar una supervivencia de
tres días y una muerte un tanto inesperada y por causas desconocidas. El
sumario ha padecido todo género de atentados y no permite llegar a conocer
muchos aspectos del asesinato, pero ya en su día fue objeto de oscuros manejos
y soportó evidentes silencios.
Se nos
aporta todo género de informaciones sobre las heridas producidas y visibles en
el cadáver, sobre las posibles armas utilizadas, sobre la forma en que se llevó
a cabo el atentado en el que se planeó una triple emboscada en distintas
calles, sobre los rastros que pudieron encontrarse en el vehículo, sobre las
primeras atenciones prestadas presuntamente al herido, sobre las actuaciones de
los médicos y jueces y las trabas con que toparon. Todo ello complementado con
las referencias a la manera en que actuaron los miembros de la comisión en sus
análisis
Hay dos
hechos curiosos que atraen la atención del propio Abellán: los ojos de Prim y
los masones.
Prim fue
enterrado tras embalsamarle, colocando en sus órbitas unos ojos de cristal que
daban al cadáver una especial sensación de vida. No es exagerar el decir que
los ojos impresionaron al propio Abellán, que una vez y otra vez se refiere a
ellos. Destaca, con su vocación criminalística, la extrañeza que le produce que
no existiese ninguna referencia gráfica o escrita de la época que aludieran a
esa mirada fijada en el infinito.
¡Ay, la
masonería! Parece tener una presencia constante del drama. Es un punto en el
que Abellán se detiene morosamente. Prim era masón y rosacruz. Digamos que era
de lo que hiciera falta. Ninguna de las personas que pasan por el pequeño
escenario dejaba de ser masón. Se tiene la impresión de que era algo elegante
en aquellos momentos. Lo que descubre Abellán es que lejos de constituir una fuerza
homogénea, evidenciaba la existencia de múltiples facciones internas que pugnaban
entre sí. De forma que la muerte de Prim se produjo en medio de profundos enfrentamientos
entre sectores de la masonería a la que él mismo pertenecía.
Porque de
esa pertenencia de Prim a la orden (en dos niveles y distintos ritos) derivan
curiosas cosas que desvela Abellán: los calcetines con la CR de caballero Rosacruz,
los ritos masónicos realizados en la misma basílica de Atocha, la presencia de
los tres puntos de la masonería en los frascos colocados en las axilas y los
genitales del Prim; la pirámide bordada en sus galones… continuos indicios a
esa militancia o confesión de masón que fueron ignorados durante los muchos
años que cubren desde los momentos del entierro de Prim hasta la conclusión de
franquismo.
De
esta forma en el libro de Abellán confluyen muchas cosas: la pequeña
divulgación histórica, la complicada investigación de los autores materiales
del atentado, la actividad científica de la comisión que presidía, la dimensión
criminalista de la que puede presumir y, por fin, el planteamiento de
cuestiones sin resolver.
El sumario
abierto terminó en un sobreseimiento, tras muchos tiras y aflojas, tan pronto
Alfonso XII se casó con María de las Mercedes, hija de Montpensier. ¡Cuántas
cosas nos cuenta y nos enseña Abellán!
El
libro “Matar a Prim. Por fin se resuelve el asesinato qué cambio la historia de
España” (336 páginas), ha sido leído en la edición publicada en 2015 por
Planeta en formato de bolsillo en el apartado “Divulgación Historia” de la
serie “Booklet”.
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