jueves, 7 de septiembre de 2017

Francisco Abellán: “Matar a Prim”.





Un libro trae a otro, y en eso son como las cerezas. Leído el libro sobre Mateo Morral me entró la curiosidad de conocer otro comentario de Abellán sobre un tema histórico. Y me hice con el libro “Matar a Prim”.
Vaya por delante que la orientación del libro es absolutamente distinta del libro que versaba sobre Mateo Morral. Éste tiene un sentido muy orientado a la historia; lastrado por la historia diría yo. En este caso, Abellán habla como director de la Comisión que se creó por el Ayuntamiento de Reus para llevar a cabo un examen científico del cadáver del General Prim, natural de esa ciudad que lo respeta como su principal adalid.

O sea, estamos ante un criminalista haciendo de historiador. En el primer aspecto cumple perfecta y sobradamente con su función; en cuanto a historiador nos proporciona un escenario donde el cadáver puede tener un peculiar protagonismo. Lo que nos describe nos ayuda a comprender el hecho de la muerte de Prim y a apuntar a los principales sospechosos, pero no trata de ser una labor histórica, sino simplemente descriptiva.
Pero hay que agradecer a Abellán que lo haga así. Sus descubrimientos sobre la muerte de Prim carecerían de interés si Prim no fuera Prim. Todo crimen cuando se estudia es historia de algo ya pasado, pero en este caso forma parte de la Historia. Recordemos además que Prim se sitúa en esa zona oscura de la historia de España que apenas estudiamos los de cierta edad y que —me temo— siguen ignorando las generaciones actuales. La historia de España en el siglo XIX es cansina, confusa, aburrida y triste. Espadones, guerras civiles, reyes felones, traiciones, reinas ninfómanas…  Carecía incluso de claridad para recordarla. Añádase que todo concluía en el triste sumidero del 98. No había nada que decir sobre tanta tristeza.

Lo que nos aporta Abellán es la causa de la muerte de Prim. Durante años se ha repetido que murió a los tres días de haber recibido en la calle del Turco unos tiros que le habían causado algunas heridas de escasa importancia, más allá de cierta hemorragia llamativa. Abellán nos dice que no es cierto: como director de la comisión encargada de revisar el cadáver de Prim pudo, él y los comisionados, descubrir que existían en el cuello de Prim marcas indudables de que había sido estrangulado con algo parecido a un cinturón. Y, como buen criminólogo, distingue entre el estrangulamiento y el ahogamiento, y dentro de éste la variante de los ahorcados en los que la muerte se produce por tortura de la zona superior de la columna dorsal.
Con ese descubrimiento nos lleva a otro: no es cierto que muriera al cabo de tres días. Murió antes y estrangulado. No es cierto que dijera tantas cosas, que hablara con tantas personas y que hiciera tal cantidad de recomendaciones y ruegos. Murió pronto y estrangulado. Los disparos realizados podían justificar la sangría y el decaimiento que impedían el andar y el comunicarse, pero ¿justificaban la muerte?
Sin querer nosotros (aunque quizá queriéndolo el autor) nos vamos introduciendo en el quién, en el culpable, el autor intelectual del atentado. Aparecen las sombras de Serrano y de Montpensier. Ahí es donde Abellán tiene que cogernos de la mano y contarnos chismes que les convierten de inmediato en presuntos inspiradores del ataque. Aquí ya nos introduce a ratos en un mundo cortesano complicado y oscuro, y a ratos en un mundo político de partidos, traiciones y aspiraciones. Veremos pasar a personajes tan peregrinos como la “monja de las llagas”, Marfiori, Antonio de Borbón, el padre Claret o “Paquito Natillas” (o sea, el consorte real Francisco de Asís)
Por fortuna, Abellán nos cuenta quizá sólo lo necesario y preciso para que la historia sea inteligible. Inteligible a medias, ya que nunca se podrá en estos momentos decidir quién fue realmente quien ordenó la muerte de Prim, en su doble vertiente del ataque y el asesinato. Motivos hubo por varias partes y esto es lo que nos muestra. No sería lógico pensar en un atentado sin motivo.
La historia se desarrolla, por otra parte, en unos años un tanto turbulentos. Isabel II ha sido derrocada, se trata de buscar un nuevo y rey y, en definitiva, por algunos una nueva dinastía (“¿Los Borbones? ¡Jamás, jamás, jamás!” es una frase histórica de Prim). Un hecho que cuenta Abellán y que suele desconocerse es cómo esa búsqueda de un rey para España fue uno de los hechos detonantes de la guerra franco prusiana del 70. Cuando, por fin, Prim logra encontrar un rey italiano y una dinastía, la de Saboya, está pisando muchos callos.
Existen dos planos distintos: el de los autores intelectuales y el de los materiales. En el primero parecen coaligarse el duque de Montpensier (cuñado de Isabel II y deseoso de ocupar su trono, financiero de la revolución llamada “Gloriosa” del 68 que la derrocó) y Francisco Serrano, duque de la Torre (al que Prim había relegado al puesto de regente que perdería a la llegada de Amadeo I). Mucho más complicado es el plano de los autores materiales, en el que Abellán hace un minucioso trabajo. Pueden estimarse que se consideraron como tales a más de una treintena de personajes, entre los cuales Abellán considera que están los verdaderos autores materiales del atentado.

Podemos bajar de la historia a la ciencia. Es sumamente curiosa la descripción que se hace de la situación en que se encuentra el cadáver dentro de un triple féretro: una momificación casi perfecta que permite apreciar claramente en el cuello de Prim los rastros de un estrangulamiento que, forzosamente, tuvo que hacerse con rapidez y luego perfectamente ocultado haciendo aparentar una supervivencia de tres días y una muerte un tanto inesperada y por causas desconocidas. El sumario ha padecido todo género de atentados y no permite llegar a conocer muchos aspectos del asesinato, pero ya en su día fue objeto de oscuros manejos y soportó evidentes silencios.
Se nos aporta todo género de informaciones sobre las heridas producidas y visibles en el cadáver, sobre las posibles armas utilizadas, sobre la forma en que se llevó a cabo el atentado en el que se planeó una triple emboscada en distintas calles, sobre los rastros que pudieron encontrarse en el vehículo, sobre las primeras atenciones prestadas presuntamente al herido, sobre las actuaciones de los médicos y jueces y las trabas con que toparon. Todo ello complementado con las referencias a la manera en que actuaron los miembros de la comisión en sus análisis
Hay dos hechos curiosos que atraen la atención del propio Abellán: los ojos de Prim y los masones.
Prim fue enterrado tras embalsamarle, colocando en sus órbitas unos ojos de cristal que daban al cadáver una especial sensación de vida. No es exagerar el decir que los ojos impresionaron al propio Abellán, que una vez y otra vez se refiere a ellos. Destaca, con su vocación criminalística, la extrañeza que le produce que no existiese ninguna referencia gráfica o escrita de la época que aludieran a esa mirada fijada en el infinito.
¡Ay, la masonería! Parece tener una presencia constante del drama. Es un punto en el que Abellán se detiene morosamente. Prim era masón y rosacruz. Digamos que era de lo que hiciera falta. Ninguna de las personas que pasan por el pequeño escenario dejaba de ser masón. Se tiene la impresión de que era algo elegante en aquellos momentos. Lo que descubre Abellán es que lejos de constituir una fuerza homogénea, evidenciaba la existencia de múltiples facciones internas que pugnaban entre sí. De forma que la muerte de Prim se produjo en medio de profundos enfrentamientos entre sectores de la masonería a la que él mismo pertenecía.
Porque de esa pertenencia de Prim a la orden (en dos niveles y distintos ritos) derivan curiosas cosas que desvela Abellán: los calcetines con la CR de caballero Rosacruz, los ritos masónicos realizados en la misma basílica de Atocha, la presencia de los tres puntos de la masonería en los frascos colocados en las axilas y los genitales del Prim; la pirámide bordada en sus galones… continuos indicios a esa militancia o confesión de masón que fueron ignorados durante los muchos años que cubren desde los momentos del entierro de Prim hasta la conclusión de franquismo.

            De esta forma en el libro de Abellán confluyen muchas cosas: la pequeña divulgación histórica, la complicada investigación de los autores materiales del atentado, la actividad científica de la comisión que presidía, la dimensión criminalista de la que puede presumir y, por fin, el planteamiento de cuestiones sin resolver.
El sumario abierto terminó en un sobreseimiento, tras muchos tiras y aflojas, tan pronto Alfonso XII se casó con María de las Mercedes, hija de Montpensier. ¡Cuántas cosas nos cuenta y nos enseña Abellán!
           
El libro “Matar a Prim. Por fin se resuelve el asesinato qué cambio la historia de España” (336 páginas), ha sido leído en la edición publicada en 2015 por Planeta en formato de bolsillo en el apartado “Divulgación Historia” de la serie “Booklet”.

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