miércoles, 27 de septiembre de 2017

Allan Bloom: El cierre de la mente moderna.




 
Quizá conviene presentar primeramente al autor, no excesivamente conocido. Allan Bloom es un filósofo norteamericano que estudió en Chicago y Heidelberg y enseñó en las universidades de Yale, Cornell, Toronto, Tel Aviv y París. Cinco años antes de morir, en 1987, publicó la obra que le ha dado cierta fama: “The closing of the American mind” traducida al español con el título “El cierre de la mente moderna”. Este cambio no supone realmente una traición al estilo de la que con frecuencia se hace con los títulos de las películas, porque lo que Bloom llama “ensayo” trasciende de la juventud a la sociedad americana y, desde ella, a la europea u occidental, como se quiera llamar.
Fue una obra que le dio fama y le proporcionó un claro éxito editorial. Es un examen panorámico de la sociedad de su tiempo, inspirado fundamentalmente por sus contactos en las universidades con los jóvenes, pero posteriormente ampliado en su enfoque inicial. El sentido de la obra es francamente pesimista, aunque ello no permita, a tontas y a locas, considerar al autor como reaccionario o pesimista por naturaleza. Su lectura, en todo caso, contiene una visión de la realidad que no parece sino que se haya confirmado y acentuado, en solo las dos décadas posteriores, en la dirección prevista por el autor.

El libro se articula en tres partes: Los estudiantes, Nihilismo al estilo americano y La universidad. La preocupación de Bloom se centra siempre en la educación universitaria, para lo cual se apoya en su experiencia profesoral; sus citas de las situaciones de las que extrajo posteriormente sus conclusiones están bien expuestas y distan mucho de ser simples anécdotas, sino ocasiones de hallazgo.
Tomemos las primeras palabras del libro: “Hay una cosa de la que un profesor puede estar absolutamente seguro, casi todos los estudiantes que ingresan en la universidad creen, o dicen creer que la verdad es relativa”. Dos cosas: habla de una creencia previa al acceso a la universidad, no toda la culpa es de ésta. Otra: aclara que “la cuestión no es corregir los errores y tener realmente la razón; la cuestión es, más bien, no pensar en absoluto que se tiene la razón”.
En el primer aspecto, no deja de criticar la enseñanza primaria en la que aprecia una pérdida de la fe en la herencia histórica norteamericana y la carencia de unas raíces religiosas. De lo que Bloom culpa a las familias y la decadencia de su sentido tradicional.
Son de destacar algunos de los síntomas que advierte: por ejemplo, la desafección de la juventud hacia los libros. Se ha perdido el interés por la lectura. No se sabe ni siquiera leer. Bloom nos retrata al joven que entra en un museo: sin conocimientos de la historia o de las religiones, todo son entes abstractos. Eso sucede con todo lo que es pasado y tradición: simplemente no se entiende, ha dejado de entenderse. Paralelamente nos habla de la desafección hacia la música clásica y la peculiar entrega incondicionada de la juventud a la música rock, al que acusa de su creciente aspecto sexual. Las letras que lo acompañarán se agrupan en torno a “los tres grandes temas liricos: sexo, odio y una aduladora e hipócrita versión del amor fraterno”.
Una tendencia a la que presta atención es el igualitarismo creciente. El racismo o el machismo serán ideas contra las que hay que luchar. Lo que da lugar a que sean finalmente las minorías las que imponen sus reglas a una mayoría que terminará pasando por ellas. El feminismo es una de las manifestaciones a la que dedica muchas páginas. Al fin y al cabo, termina afectando a las propias mujeres y minando la autoestima de los hombres.
Al hilo de ello llega a los temas del sexo, el amor y el eros, de los que saltará finalmente a la separación y al divorcio. El amor se destruye al dar paso al puro sexo. Todo el complejo mundo de las relaciones hombre-mujer queda definitivamente alterada. Bloom transmite la idea de que con ello todo pierde sentido y sabor. Y crea incluso una desorientación en los papeles a desempeñar por el individuo.

Hay un momento en que el lector no sabe si Allan Bloom es nada más que un reaccionario que se lamenta de la evolución de la sociedad. O si se trata de un nostálgico que ve como su mundo desaparece sustituido por otro de relativismo, en el que los valores tradicionales desaparecen; y lo siente. Pero pronto se repara en que lo único que hace es constatar cambios sociales que realmente se producen y afectan al individuo. Quedémonos con la nostalgia, simplemente. Bloom echa en falta el individuo que tiene unos determinados valores, unas creencias firmes, un claro sentido de lo que es. Dejémoslo en nostalgia, por lo tanto, y no en intolerancia. Lo cual no es una contradicción: tolerar es no atacar y respetar al otro y a sus ideas, no resignarse a compartirlas.
Una de las características del libro es que, siendo Bloom un filósofo, aprovecha resquicios de sus razonamientos para dedicar unas páginas a ideas nuevas. Así, enfrentando Platón (de quien es admirador y estudioso) a Nietzsche, contrapone las viejas ideas de los filósofos destructoras de mitos, a las nuevas corrientes creadoras de nuevos mitos. Y, en efecto, podemos comprobar este hecho en la realidad actual, amplificado por los nuevos medios de comunicación. Cuando aún digeríamos la televisión, llegó Internet con los whatsap y los tuits.
En cualquier caso, se está ante un libro extraordinariamente denso, pese lo cual su lectura no se hace pesada, aunque sí algo incómoda. El transcurso del tiempo no alivia este último aspecto. Lo que Bloom señalaba parece confirmado y aumentado por la realidad que siguió a la publicación del libro. Digamos que éste recogió experiencias de los años 60 y 70 aunque fuera escrito a finales de los 80, pero el transcurso de los años siguientes, los 90 y los próximos a los primeros veinte del siglo XXI no hacen sino confirmar la tendencia y la verosimilitud de sus apreciaciones.

La tercera parte del libro se refiere a la universidad y refleja especialmente la experiencia que tuvo Bloom en la universidad de Cornell. Una universidad situada en Ithaca, próxima de Nueva York, y que cuenta con una larga historia, ocupando lugares privilegiados en el ranking mundial. Allí vivió en los años sesenta una serie de incidentes provocados por lucha por la igualdad de derechos raciales entre blancos y negros. Sigue viva en su recuerdo las amenazas con armas que recibieron los profesores y, sobre todo, el allanamiento total al que éstos sucumbieron a las exigencias escolares.
Pero junto a ello dedica también muchas páginas a revisar una serie de conceptos e ideas filosóficas en el capítulo “De la Apología de Sócrates a la Rektoratsrede de Heidegger”. En sus análisis termina concluyendo en la decadencia de la universidad y su papel en la universidad. Contrapone el “desdeñoso e insolente distanciamiento que Sócrates adoptó respecto del pueblo ateniense” tratando de imponer el gobierno de los filósofos, a la mansurrona adhesión que Martin Heidegger manifestó (al menos inicialmente) al pueblo alemán dentro de la ortodoxia nacionalsocialista. En esa evolución (en la que Bloom analiza aspectos tan dispares como Tocqueville, la Ilustración o los viajes de Jonnathan Swift) ve la trayectoria final de la actual decadencia de la universidad. “Lo que sucedió a las Universidades en Alemania en los años treinta es lo que ha sucedido y está sucediendo en todas partes”.
Lo ojeemos por donde lo ojeemos no encontramos en este libro sino un claro pesimismo que mueve y motiva a Allan Bloom. Es como una voz que clamara en el desierto, sin el menor contrapeso de propuestas de solución. Porque sí nos habla de soluciones, pero nos las muestra en el fondo como inalcanzable, como simples recursos teóricos imposibles de llevar a la práctica. Cuando el lector vuelve la mirada hacia España advierte esa actual banalidad de la universidad, aumentada por la endogamia profesoral y falta de exigencia a docentes y alumnos.

Contemplado en su conjunto, el libro es un aluvión de ideas que no hace cómoda, aunque sí provechosa, su lectura. Es una cruda crítica de la realidad presente y una visión desesperanzada del futuro.



“El cierre de la mente moderna” (395 págs.) es traducción al español de “The closing of the American mind”, escrita en 1987 por Allan Bloom. La traducción española de Adolfo Martín fue publicada por Plaza Janés en su colección “Hombre y Sociedad” en 1989.

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