Ante todo,
hay que decir que no se está ante un libro científico sobre las bacterias,
aunque al mismo tiempo rezume ciencia. Pero no se trata de analizar las
baterías como microrganismos que se clasifican, se ordenan, se estructuran,
estudian y describen. La bacteria aquí se presenta como amiga, adquiriendo a
veces un aire personal y próximo. Como la de un vecino en el que no habíamos
reparado, vamos.
El autor
hace lo imposible por que las bacterias nos caigan bien. Lo confiesa
indirectamente cuando dedica parte de los primeros pasos del libro a destruir
la imagen negativa que tradicionalmente tenemos de las bacterias. Para conseguirlo
hará que su libro esté escrito lleno de anécdotas y comentarios que, aunque en muchas
ocasiones nada tengan que ver con las bacterias, dan entrada fácil a
consideraciones sobre las mismas, sin duda más serias, pero también despojadas
en lo que se puede de su seriedad.
Que
estamos en un mundo repleto de bacterias es algo que pronto asumimos. Son quizá
demasiadas y no se sabe si eso causa incluso cierto miedo. Pero a la cantidad
hay que añadir la calidad. Aquí el autor recurre al paradigma del poli bueno y
del poli malo. Lo que no nos quita esa desconfianza inicial, ya que no sabemos
si hay más polis malos que buenos. Y, sobre todo, resultan ser un tanto
impredecibles, de forma que no se sabe bien cuando la batería pertenece a un
bando o a otros, salvo aquellas que tenemos muy conocidas y catalogadas. Y aun
así...
Las
bacterias tienen, en todo caso, el raro honor de ser nuestras predecesoras. La
vida que llega a nosotros pasó por ellas y en ellas persiste en su aspecto
primario y tosco. Era procariotas, pero algunas de ellas evolucionaron y se
convirtieron en eucariotas abriendo paso al mundo al que nosotros pertenecemos.
Pero su mundo sigue permaneciendo junto al nuestro, al que incluso parece
sustentar, pero del que al mismo tiempo se sustenta. Aprendemos, de paso, a
distinguir los probióticos (bacterias de verdad y otros microorganismos) de los
prebióticos (sustancias que alimentan y favorecen a nuestras bacterias)
Algo que
pesa negativamente sobre la imagen que tenemos de las bacterias es el hecho de
que nuestro intestino sea una especie de paraíso para ellas, para las buenas y
para las malas. Se cuentan por millones, luchan entre ellas disputándose ese
paraíso (oscuro y húmedo como recuerda el autor) y por millones nos abandonan
en las heces. Es un mal escenario para que tengan una buena acogida. Se nos
habla de cosas como los trasplantes de excrementos, de los conejos que comen
los suyos propios, de la búsqueda y venta de determinados excrementos a los que
se atribuyen virtudes afrodisíacas o similares. Quizá para quitar hierro a la
cosa, el autor recurre reiteradamente a la palabra “caca”.
Personalmente
siempre he pensado que cada uno de nosotros es la suma de dos cosas distintas,
gobernadas por cosas distintas: el cerebro y el intestino, que vive su vida a
su aire, mandando solamente a veces informaciones al cerebro. Y, seamos sinceros,
el intestino no lo gobernamos nosotros, sino las bacterias que lo habitan.
Suerte tendremos si son “polis buenos”, y la mayoría lo son. Si no es así… Jara no parece apartarse mucho de esa idea,
porque ya en el titulo trata de las bacterias como amigos, es decir de seres
distintos de nosotros mismos, a los que trata de hacer simpáticos asimilándolos
a los “bichos” y tachándoles de amigos. ¿Tachándoles o tachándolos?
De los
animales, el hombre puede sacar provecho de dos formas: o comiéndoselos o
domesticándolos sin comérselos de momento. Con las bacterias sólo puede hacer
lo segundo. Jara nos expone las múltiples formas en las que el hombre saca
partido de las bacterias domesticándolas. En unas ocasiones, aprovechando lo
que ya saben hacer (y saben hacer muchas cosas porque hay muchas especies y
cada una tiene sus habilidades); en otras, “enseñándolas”.
En este
punto, la exposición de Jara va llenándose progresivamente de conceptos y nociones
científicas. Domesticar una bacteria no puede ser cosa fácil, más cuando se pretende
que funcione como animal de carga que lleve medicamentos a las células o a
determinadas células. Es necesario referirse a los conceptos de aminoácidos,
ADN, plásmidos, anticuerpo, antígenos, proteínas, ribosomas… Como sucede con
los leones que vemos en el circo, también se les da una golosina al cumplir lo
esperado.
Hagamos un
alto en el camino: el libro está lleno de innumerables fotografías o dibujos de
bacterias. Más feas son pueden ser las pobres. La cosa no contribuye a exaltar
la amistad ni a vencer el rechazo instintivo. Así que el lector hará bien saltando
la mirada sin detenerse en ellas.
Observaciones
curiosas encontramos cuando se trata de la fermentación, una actividad que se puede
calificar de procedimiento escasamente rentable al que recurren desesperadas las
bacterias para obtener energía de los nutrientes sin empleo del oxígeno, pero
que nos permite obtener alimentos como el queso o el pan, o bebidas como el
vino y la cerveza. Que en modo alguno pueden considerarse productos naturales,
cosa que desconocen los amantes de la ecología y enemigos de la química.
Estamos inmersos
en un mundo lleno de aditivos. Algunos tan importantes y frecuentes como el
ácido cítrico o el glucónico, cuya escasez en la naturaleza la remedia, debidamente
domesticado, el hongo Aspergillus niger
con los nombres de acidulante E330 y estabilizante E574.
Jara nos
ofrece una visión un tanto sorprendente cuando se refiere al clima constante de
lucha que existe en el mundo de los microbios. Fríamente pensado no es sino la
lucha por la supervivencia que reina en toda la naturaleza. No debiera
sorprendernos, por lo tanto, esa continua beligerancia en la que participan las
bacterias y los hongos. Y, al hilo de ello, nos descubre cómo las bacterias no
actúan como individuos aislados, sino que esa actuación debe atribuirse a las colectividades
de bacterias, que, como son muchas, se cuentan por millones, se comunican entre
ellas y, de alguna, forma son conscientes del que podemos llamar volumen y dimensión
de esa comunidad, de forma que determinadas acciones no se inician hasta contar
con el número suficiente de bacterias en la comunidad.
La
omnipresencia de las bacterias hace que también interaccionen con el mundo
superior que realmente invaden: de alimentan de él, lo parasitan, lo limpian…
hacen de todo y con todo: el mundo animal, el hombre, los vegetales y hasta con
los minerales orgánicos inorgánicos. De ahí que puedan servir para todo: desde
actuar como plaguicidas hasta “comerse” el petróleo o apelmazar las dunas para
detener su avance. Eso sí contando con el adiestramiento por el hombre, lo que
demuestra en ellas cierta docilidad.
Los antibióticos
merecen una referencia especial. Desde su descubrimiento, hasta su pequeña
historia en menos de un siglo de existencia. Vuelve a ser la lucha entre
bacterias guiada por el hombre, y el aprendizaje por ellas de nuevas defensas
ante el antibiótico. No en balde estamos ante formas de vida
extraordinariamente adaptables y capaces de lograr la supervivencia en ambientes
inhóspitos. La búsqueda de nuevos antibióticos y la limitación en su uso
parecen haber sido las únicas respuestas utilizadas por el hombre ante ese
hecho.
El libro
de Jara sigue por la referencia a multitud de bacterias, con sus nombres y
fotografías, de las que cuenta su vida, milagros, virtudes y maldades.
No suele haber
libros que, versando sobre un tema determinado, no terminen hablando de su
futuro, bien en sentido esperanzado, bien con un aire resignado. Aquí ese final
rebosa optimismo, aun reconociendo el estado aun de investigación en que se encuentran
las grandes metas como la inmunoterapia y la vacunación contra el cáncer.
Hay que
insistir en que, sin querer, el libro va adquiriendo cada vez más peso
científico, pese a lo cual trata hasta el final de no perder el sentido
divulgador y amistoso que refleja su mismo título. Pero el hecho real es que el
mundo de las bacterias es tan denso y amplio que apenas hay tiempo de recrearse
en muchas de las cosas de que se van descubriendo. Lo que sí es cierto es que
la relación personal con las bacterias se contempla de forma muy distinta desde
que se comienza a leer el libro hasta que se concluye.
“Bacterias, bichos y otros amigos.
Descubre a nuestros aliados microscópicos” (291 páginas) fue escrita por David
González Jara en 2016 y publicada el mismo año por la Editorial Ariel del grupo
editorial Planeta.
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