miércoles, 12 de julio de 2017

Nick Lane: Los diez grandes inventos de la evolución.



Nick Lane: Los diez grandes inventos de la evolución.



 
 
El autor, Nick Lane, es un bioquímico inglés que añade a sus conocimientos en esa área un afán de difundir las mismas, una vez adaptadas al nivel del aficionado a esos temas, culto pero lejano a los niveles que se requerirían para digerir tantas ideas.

Porque lo primero que sorprende en ese libro es cómo, en el campo de la biología, los avances más importantes se están realizando, sobre todo, desde los fines de pasado siglo XX y continuando en los momentos actuales. Estamos así viviendo estos días unos avances increíbles en los más diversos campos de conocimiento y esa simultaneidad hay que estimar que se debe fundamentalmente a los avances tecnológicos, observables en una simple década.

Nick Lane cubre los aspectos más importantes de la biología en diez capítulos que él llama en el título “lecciones”. No tienen, sin embargo, carácter profesoral, sino divulgativo, o informativo si se quiere más claro. Y las va ordenando, desde el origen de la vida en la tierra hasta el fenómeno de la muerte.

Para explicarnos el origen de la vida prescinde de los rayos que caen sobre un charco siniestro a los que estábamos acostumbrados y nos remite a las chimeneas hidrotérmicas templadas y alcalinas del océano. Explicada la vida salta al ADN, del que los científicos tuvieron idea alrededor de 1960, aunque sólo llegado 1980 se supo que necesitaba de un catalizador como el ARN para duplicarse. Como anécdota: en el genoma humano el número de letras que se suceden para definir el ADN es de 3.000.000.000 (el autor indica que ello ocuparía unas 300 guías telefónicas) pero a continuación y como si quisiera tomarnos el pelo añade que el genoma de una ameba, la “Amoeba dubia”, supera 220 veces a la del genoma humano.

La lectura de este libro es una continua serie de sorpresas. Continúa Nick Lane su exposición que es también la descripción del avance de la vida. Y así llega la lección tercera que versa sobre la fotosíntesis y su resultado: el oxígeno. Tan eficaz es la fotosíntesis en la producción de oxígeno que todo en la tierra termina oxidándose y acabaría con la vida si no se le opusiera la respiración.

Hay que enfrentarse a continuación con la célula compleja. Hay que dejar atrás los 3.000 millones de años en que permanecieron impasibles las bacterias, incluso en “el gran episodio de la oxigenación” que tuvo lugar hace unos 2.200 millones de años. Como dice Lane, “una bacteria es lo más conservador que hay”. Pero ese panorama estable se rompe con la aparición de los seres eucariotas complejos.

Y llegado a este punto, otro capítulo se dedica al invento más decisivo de la naturaleza: el sexo, adoptado por todos los eucariotas. Nos dice Lane que “debe tener grandes ventajas que compensen con creces la insensatez de su práctica”.  Pero la sabiduría de la naturaleza se demuestra en tres logros a los que se dedican los siguientes capítulos: el movimiento, la visión y la sangre caliente.

Los dos últimos capítulos abordan ya dos temas que parecen ajenos a la biología: la conciencia y la muerte. En ellos, se nos demostrará que no es así, sino que son esencialmente fenómenos biológicos. Debemos convencernos por tanto de que no somos sino un fragmento de la vida. El tema de la conciencia puede condensarse en esta pregunta: “¿cómo interaccionan la materia y el espíritu a nivel molecular?”. Lo malo es que, tras recorrer varias páginas, Lane nos decide: “Lo primero que hemos de hacer es convencernos de que la conciencia no es nada de lo que parece”. Y parece que es así porque expone a continuación su visión de la ciencia. La suya y de otros muchos que las discuten.

El último capítulo, perdón, la última lección se refiere a la muerte. Ésta se presenta como un simple dictado de la naturaleza, una lógica exigencia de la evolución, Comienza el autor por recordarnos la historia del troyano Titono. Su amante, diosa, pidió a Zeus que concediera la inmortalidad a Titono. Y se la concedió, pero a la diosa se le había olvidado pedir al mismo tiempo la juventud perpetua. Consecuencia: Titono fue envejeciendo sin parar hasta convertirse en un ser diminuto, arrugado ennegrecido y repugnante, que solamente exclamaba: “mori, mori, mori”, ambicionando la simple muerte.

Nick Lane se refiere despaciosamente a la relación entre los conceptos de envejecimiento y muerte, y recuerda la opinión de los médicos que consideran al primero como un estado, no una enfermedad. La idea que quizá conviene guardar es la que diferencia dos tipos de células: la línea germinal y el “soma”. Una idea que ya mantuvo en el siglo XIX Weismann, quien afirmaba que la línea germinal era inmortal transmitiéndose una generación a otra, mientras que las células del “soma” son desechables, simple ayudantes de la primera. Algo que recogería Borges cuando hablaba de que en el acto sexual dejábamos de ser individuos para pasar a ser únicamente instrumentos de la especie.

Con ello llegamos a los famosos radicales libres. Como hace en otros puntos, Lane comienza por referirse a las teorías que sobre su papel sentó en 1959 Denham Harman, para inmediatamente decir que sus teorías eran erróneas por desconocer dos hechos. Pero a renglón seguido afirma que “de todos los modos, una versión más refinada tiene probabilidades de ser correcta”. Y la expone atribuyendo a los radicales libres errores de información que terminan produciendo inflamaciones crónicas y desarrollos tumorales.  Al final, aflora el sentido optimista del científico: “Tengo el presentimiento de que será más fácil alargar la calidad de la salud que la duración de la vida” Y el realista: “Lo más probable es que no vivamos eternamente, ni que ese sea el deseo de muchos”.

En resumen: un libro lleno de interés porque, explicando la vida, nos sitúa en ella. Transmite la sensación de solidez científica y, pese a la identidad de las ideas, es inteligible en todo momento. Un libro para recordar.

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