lunes, 17 de julio de 2017

Alex Preukschat (coordinador) : Blockchain: la revolución industrial de Internet.




Uno siempre desconfía de los libros de muchos autores: un coordinador no asegura nada ni, normalmente, aporta nada sino su nombre. Pero no se puede desconocer tampoco su tarea, tan parecida a la del pastor empeñado en que un montón de ovejas termine siendo un rebaño.
Llego tarde a este libro leo su segunda edición y me acerco al tema por algo paradójico y pintoresco: el cobro de las pequeñas cantidades con que se llevaba a cabo el ciberataque de la primavera del 2017 y que justamente debía hacerse en bitcoins. ¡Sólo faltaba ser chantajeado y no saber cómo había que pagar!
La primera sorpresa es que uno piensa en el bitcoin como algo nuevo que irrumpe en el mundo financiero y lo que se ofrece es el blockchain en el ámbito industrial, dentro del cual el bitcoin es solo una pequeña aplicación, aunque pionera, de la revolución que llega y de la que se nos advierte.
Todo los que se nos dice del blockchain es bueno. Uno recuerda la vieja anécdota del niño que para su cumpleaños quería que le regalasen una compresa. Y cuando le preguntaban el porqué de tan extraña petición: contestaba: “Porque he visto en los anuncios de la televisión que sirve para ir en barco de vela, para estar en fiestas, para divertirse continuamente, para hacer toda clase de deportes…” Y, efectivamente, el niño rememoraba todas las escenas de los anuncios de compresas, llenas de hermosas señoritas disfrutando de la vida. Eso nos pasa cuando nos enfrentamos al blockchain: que se nos dice que sirve para todo.  Y entonces nosotros ingenuamente decimos: pues queremos un blockchain, sin realmente tener una idea clara de lo que es.
La realidad es que resulta difícil para unos explicar que es un blockchain y para otros comprenderlo. Al final uno espera simplemente a que llegue el agua y le ahogue, como pasó con los ordenadores, los smart de todo tipo, las tabletas y las visas. Cambiamos cada década de todos los cacharros electrónicos que tenemos en las manos, nos acostumbramos rápidamente a ellos, aprendemos a manejarlos más o menos bien y esperamos la pronta llegada de la nueva novedad. En pocos años estaremos todos pagando no con tarjetas sino con el teléfono. Hasta aprenderemos a ir en un coche que no conduce nadie sin temblar de miedo.
Todo va ser mejor y nada va ser peor. Así que a respirar hondo.

En el libro se manejan muchos conceptos que se mezclan de forma poco clara para el profano: descentralización y algo que guarda todo, pero que no es nadie; anonimato y perfecta localización e identificación de todo y todos; confianza y ausencia de necesidad de un substrato de confianza. Bien: estamos acostumbrados a los milagros, así que no queda otro remedio que aceptarlos como vienen. Tiemblen los que no lo acepten así, desde los bancos hasta los gobiernos.
Porque mientras nosotros estábamos a otra cosa, eran muchos los que se dedicaban de llevar lo imaginado a la realidad, como hacia Lope de Vega trasladando cosas de las musas al teatro. Ésta es quizá una de las virtudes del libro: mostrar una realidad investigadora que nosotros habitualmente ignoramos o miramos despectivamente. En sus capítulos nos ofrece nombres y firmas que desconocemos pero que influirán en nuestras vidas con seguridad.
Hay dos partes del libro que han llamado especialmente mi atención. La que se refiere a los aspectos jurídicos de los blockchain y la que mira a los aspectos informáticos

Comencemos por lo jurídico. De entrada, se nos va a decir que existe una total incertidumbre regulatoria. Eso sí, se espera que exista el día de mañana. Entre tanto, se acude a la idea de una autorregulación, al menos tan seria como para crear confianza en los posibles usuarios. Los aspectos más afectados por esa falta de regulación (por ser los más utilizados) son los reltivos a los ICO (Initial Coin Offerings), los Smart Contracts y las DAO (Descentralized Autonomous Organizations). Advirtamos que uno debe acostumbrarse a la utilización de numerosas siglas, creadas sobre denominaciones inglesas.
Especialmente llamativa es la cuestión relativa a los contratos. ¿Hasta dónde llega la libertad contractual de forma? Porque la legislación admite hasta que se prescinda del papel, pero no de la letra y la tecnología del blockchain prescinde también de la letra. Se sugiere que se requerirá en todo caso la identificación de las partes y el carácter definitivo del objeto del contrato, pero se reconoce que eso sólo se puede cumplir a medias. Pagar o mandar dinero es relativamente fácil, pero se trata del mundo mucho más amplio del contrato, siendo ese pago únicamente una manifestación de los efectos del contrato.
Es fácil pagar con Master Card o con Pay Pal. Damos a unas teclas y pagamos. No sabemos lo que sucede en los distintos ordenadores que se ocupan de realizar la operación y reducir nuestro saldo en la cuenta que hemos ofrecido, pero tenemos la vaga idea de que existe en todo caso un garante de la operación. Eso no parece verse aún en el blockchain.
Cada vez más se piensa en ese coche que no conducimos. Terminaremos viajando en él, pero antes tendremos que superar nuestra desconfianza animal, la del hipotálamo creo. Sin embargo, esa entrega sin condiciones del usuario le convierte, como nos advierte el libro, en la parte más débil de la cadena de bloques y el punto donde la seguridad puede fallar.

La segunda de las cuestiones a que quiero referirme es a la que ocupa la parte final del libro: la tecnológica. Uno se siente absolutamente perdido, sinceramente, y renuncia a entender nada. Una sensación que le acomete cada vez más intensamente en los más variados campos de la vida.
Quizá por esa razón lo que a uno le sorprende es la referencia a dos tipos de entendidos: los “hacktivistas” y los “cypherpunks”. Lo hace entre elopgios considerándoles algo así como los luchadores por a libertad.
Los “hacktivistas” son relacionados inmediatamente con los temidos “hackers”, actores de ciberterrorismo, pero aquí se les muestra como amigos de la libertad, como permanentes curiosos que intentan ofrecer algo al mundo y que sienten de alguna manera humanistas. Y de hecho, hay que reconocer que el hacker puede hacer el bien o hacer el mal, como cualquier persona, aunque en este caso utilizando sus conocimientos en los terrenos aun vírgenes de la informática.
El grupo de los cypherpunks es más complejo. Según el libro “el cypherpunk es un individuo que defiende de forma exacerbada la libertad de expresión, la libertad de información y la privacidad de las comunicaciones” Bueno, esto no deja de ser una afirmación. Pero su programa se recogió en “The Crypto-Anarchist Manifesto” de 1922, logró romper la versión del Netscape y dio lugar al grupo Anonymous, de todos conocido.
La criptografía es una base esencial de los blockchains. Es la defensa última de la intimidad. Lo hace perfectamente, pero a costa de deshumanizarse hasta el extremo; uno puede ser una serie de cientos de dígitos que, por su número, ni siquiera llega a manejar. Estamos acostumbrados a las incómodas contraseñas, pero abocados a unas inteligibles claves. Inteligibles para nosotros claro, pero perfectamente claras para “eso”.
Se trata en suma de una criptografía tan salvadora como abrumadora. Uno debe acostumbrarse al vértigo. La conocida frase de Ortega debiera reformarse: Yo soy yo, mi circunstancia y mi clave”. Clave que no conocemos, obviamente, pero que podemos manejar.
Pero no hay que temer nada: lo que tiene que llegar, llegará. Obtendremos beneficios de ello, sin duda; lograremos un mundo mejor, seguro. La vieja izquierda (mejorada por la actual) pensaba que el progreso venía por la vía de la lucha contra la desigualdad, pero resulta que viene por la igualdad que emana de la tecnología.

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