Uno siempre
desconfía de los libros de muchos autores: un coordinador no asegura nada ni,
normalmente, aporta nada sino su nombre. Pero no se puede desconocer tampoco su
tarea, tan parecida a la del pastor empeñado en que un montón de ovejas termine
siendo un rebaño.
Llego tarde a
este libro —leo
su segunda edición— y me acerco al tema por algo paradójico y pintoresco: el
cobro de las pequeñas cantidades con que se llevaba a cabo el ciberataque de la
primavera del 2017 y que justamente debía hacerse en bitcoins. ¡Sólo faltaba
ser chantajeado y no saber cómo había que pagar!
La primera sorpresa
es que uno piensa en el bitcoin como algo nuevo que irrumpe en el mundo
financiero y lo que se ofrece es el blockchain en el ámbito industrial, dentro del
cual el bitcoin es solo una pequeña aplicación, aunque pionera, de la
revolución que llega y de la que se nos advierte.
Todo los que se
nos dice del blockchain es bueno. Uno recuerda la vieja anécdota del niño que
para su cumpleaños quería que le regalasen una compresa. Y cuando le
preguntaban el porqué de tan extraña petición: contestaba: “Porque he visto en
los anuncios de la televisión que sirve para ir en barco de vela, para estar en
fiestas, para divertirse continuamente, para hacer toda clase de deportes…” Y,
efectivamente, el niño rememoraba todas las escenas de los anuncios de
compresas, llenas de hermosas señoritas disfrutando de la vida. Eso nos pasa
cuando nos enfrentamos al blockchain: que se nos dice que sirve para todo. Y entonces nosotros ingenuamente decimos:
pues queremos un blockchain, sin realmente tener una idea clara de lo que es.
La realidad es
que resulta difícil para unos explicar que es un blockchain y para otros
comprenderlo. Al final uno espera simplemente a que llegue el agua y le ahogue,
como pasó con los ordenadores, los smart de todo tipo, las tabletas y las
visas. Cambiamos cada década de todos los cacharros electrónicos que tenemos en
las manos, nos acostumbramos rápidamente a ellos, aprendemos a manejarlos más o
menos bien y esperamos la pronta llegada de la nueva novedad. En pocos años
estaremos todos pagando no con tarjetas sino con el teléfono. Hasta
aprenderemos a ir en un coche que no conduce nadie sin temblar de miedo.
Todo va ser
mejor y nada va ser peor. Así que a respirar hondo.
En el libro se
manejan muchos conceptos que se mezclan de forma poco clara para el profano:
descentralización y algo que guarda todo, pero que no es nadie; anonimato y
perfecta localización e identificación de todo y todos; confianza y ausencia de
necesidad de un substrato de confianza. Bien: estamos acostumbrados a los
milagros, así que no queda otro remedio que aceptarlos como vienen. Tiemblen
los que no lo acepten así, desde los bancos hasta los gobiernos.
Porque mientras
nosotros estábamos a otra cosa, eran muchos los que se dedicaban de llevar lo
imaginado a la realidad, como hacia Lope de Vega trasladando cosas de las musas
al teatro. Ésta es quizá una de las virtudes del libro: mostrar una realidad
investigadora que nosotros habitualmente ignoramos o miramos despectivamente. En
sus capítulos nos ofrece nombres y firmas que desconocemos pero que influirán
en nuestras vidas con seguridad.
Hay dos partes
del libro que han llamado especialmente mi atención. La que se refiere a los
aspectos jurídicos de los blockchain y la que mira a los aspectos informáticos
Comencemos por
lo jurídico. De entrada, se nos va a decir que existe una total incertidumbre
regulatoria. Eso sí, se espera que exista el día de mañana. Entre tanto, se
acude a la idea de una autorregulación, al menos tan seria como para crear confianza
en los posibles usuarios. Los aspectos más afectados por esa falta de regulación
(por ser los más utilizados) son los reltivos a los ICO (Initial Coin
Offerings), los Smart Contracts y las DAO (Descentralized Autonomous Organizations).
Advirtamos que uno debe acostumbrarse a la utilización de numerosas siglas,
creadas sobre denominaciones inglesas.
Especialmente
llamativa es la cuestión relativa a los contratos. ¿Hasta dónde llega la libertad
contractual de forma? Porque la legislación admite hasta que se prescinda del
papel, pero no de la letra y la tecnología del blockchain prescinde también de
la letra. Se sugiere que se requerirá en todo caso la identificación de las
partes y el carácter definitivo del objeto del contrato, pero se reconoce que
eso sólo se puede cumplir a medias. Pagar o mandar dinero es relativamente fácil,
pero se trata del mundo mucho más amplio del contrato, siendo ese pago únicamente
una manifestación de los efectos del contrato.
Es fácil pagar
con Master Card o con Pay Pal. Damos a unas teclas y pagamos. No sabemos lo que
sucede en los distintos ordenadores que se ocupan de realizar la operación y
reducir nuestro saldo en la cuenta que hemos ofrecido, pero tenemos la vaga
idea de que existe en todo caso un garante de la operación. Eso no parece verse
aún en el blockchain.
Cada vez más se
piensa en ese coche que no conducimos. Terminaremos viajando en él, pero antes tendremos
que superar nuestra desconfianza animal, la del hipotálamo creo. Sin embargo,
esa entrega sin condiciones del usuario le convierte, como nos advierte el libro,
en la parte más débil de la cadena de bloques y el punto donde la seguridad
puede fallar.
La segunda de
las cuestiones a que quiero referirme es a la que ocupa la parte final del
libro: la tecnológica. Uno se siente absolutamente perdido, sinceramente, y
renuncia a entender nada. Una sensación que le acomete cada vez más
intensamente en los más variados campos de la vida.
Quizá por esa razón
lo que a uno le sorprende es la referencia a dos tipos de entendidos: los “hacktivistas”
y los “cypherpunks”. Lo hace entre elopgios considerándoles algo así como los
luchadores por a libertad.
Los “hacktivistas”
son relacionados inmediatamente con los temidos “hackers”, actores de
ciberterrorismo, pero aquí se les muestra como amigos de la libertad, como
permanentes curiosos que intentan ofrecer algo al mundo y que sienten de alguna
manera humanistas. Y de hecho, hay que reconocer que el hacker puede hacer el bien
o hacer el mal, como cualquier persona, aunque en este caso utilizando sus conocimientos
en los terrenos aun vírgenes de la informática.
El grupo de los
cypherpunks es más complejo. Según el libro “el cypherpunk es un individuo que
defiende de forma exacerbada la libertad de expresión, la libertad de información
y la privacidad de las comunicaciones” Bueno, esto no deja de ser una afirmación.
Pero su programa se recogió en “The Crypto-Anarchist Manifesto” de 1922, logró
romper la versión del Netscape y dio lugar al grupo Anonymous, de todos
conocido.
La criptografía
es una base esencial de los blockchains. Es la defensa última de la intimidad.
Lo hace perfectamente, pero a costa de deshumanizarse hasta el extremo; uno
puede ser una serie de cientos de dígitos que, por su número, ni siquiera llega
a manejar. Estamos acostumbrados a las incómodas contraseñas, pero abocados a unas
inteligibles claves. Inteligibles para nosotros claro, pero perfectamente
claras para “eso”.
Se trata en
suma de una criptografía tan salvadora como abrumadora. Uno debe acostumbrarse
al vértigo. La conocida frase de Ortega debiera reformarse: Yo soy yo, mi
circunstancia y mi clave”. Clave que no conocemos, obviamente, pero que podemos
manejar.
Pero no hay que
temer nada: lo que tiene que llegar, llegará. Obtendremos beneficios de ello,
sin duda; lograremos un mundo mejor, seguro. La vieja izquierda (mejorada por
la actual) pensaba que el progreso venía por la vía de la lucha contra la
desigualdad, pero resulta que viene por la igualdad que emana de la tecnología.
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