martes, 28 de enero de 2020

Cristian Rodrigo Iturralde : “1492. Fin de la barbarie y comienzo de la civilización en América. (Tomo I)”


Cristian Rodrigo Iturralde es argentino. Como tantas otras personas fue en su juventud ateo y cultivador de las ideas izquierdistas y revolucionarias para, después, sufrir su conversión, no tan dramática como la paulina, pero sí de pareja intensidad. Eso le hizo volcarse en la defensa de la religión y en el combate con el pensamiento único propiciado por la izquierda. Hoy se le califica de escritor e historiador y pueden citarse los reconocimientos, académicos o no, que ha ido recibiendo. Es profesor de la Universidad de Buenos Aires.
Digo esto para justificar el aroma porteño que tienen algunos de sus escritos. Es cierto que porteño se refiere únicamente a Buenos aires, donde nació y escribe, pero es mi forma de aludir a ese entusiasmo que suele percibirse en los argentinos incluido un pausado Borges, sustentado en un sentimiento de estar en posesión en la verdad defendiéndola ardorosamente. Algo distinto de la habitual frialdad de los europeos. Pero que en estos casos se agradece, al tiempo que se lamenta uno de esa frialdad que es simple distanciamiento. Porque lo que hace Rodrigo Iturralde es defender a España desmitificando la famosa leyenda negra, analizar la situación precolombina de América, y atacar el creciente indigenismo.
Siguiendo estos pasos, primero analiza la situación española en la conquista de América. Una de sus observaciones es la de distinguir dos oleadas en la leyenda negra. Una, generada tras el descubrimiento de América por los países que ambicionaban aprovecharse ella. Una etapa de la leyenda negra que se tiñe fundamentalmente de religiosidad y que se centra en la famosa Inquisición española. La segunda oleada de la leyenda negra deja de apoyarse en esa vertiente religiosa, y se mantiene como maniobra de distracción con la que ocultar el auténtico genocidio cometido en los Estados Unidos y Argentina con la población indígena o el llevado a cabo por Holanda, Bélgica, Gran Bretaña o Francia en otros continentes.
Se queja con razón el libro de la escasa reacción que la leyenda negra causó entre los intelectuales españoles. Más aún, del abono que propició su nacimiento y entre los que tiene que citar, entre otros, al tristemente famoso Bartolomé de Las Casas. Rodrigo Iturralde aporta numerosos datos de gran interés. Destaca la famosa imputación de que, en los primeros dos siglos desde su llegada a América, 200.000 españoles acabaron con 10 millones de indígenas. Un número de españoles que podían caber en menos de dos estadios como el Santiago Bernabeu o el Camp Nou. Rodrigo Iturralde, a más de ofrecer numerosísimos datos numéricos, añade algo cualitativo: los españoles llegaron con hombres mayoritariamente honrados, mientras que invasiones como la de Australia se hicieron con facinerosos y gente con antecedentes criminales. ¿Oro? Lo buscaban todos.
El siguiente capítulo está dedicado a contemplar la realidad que mostraba entonces la América indígena, hoy vista como civilización relevante y adelantada. El análisis se pormenoriza cuando se examinan los principales grupos étnicos que existentes, dejando a un lado la multitud de tribus existentes. Son cuatro los que en definitiva se examinan: aztecas, incas, mayas y caribeños. Los clasifica en dos grupos: los tres primeros los incluye en  “el crimen organizado”, mientras incluye el cuarto en lo que llama “crimen desorganizado”. El libro analiza cada uno de ellos, pero podemos destacar los rasgos que, con mayor o menor intensidad, caracterizan estos grupos, pese a su diversidad, ya que mientras aztecas e incas constituyeron imperios, los mayas constituyen un conjunto de pueblos y los caribeños, simple pirateo.
Comenzando por los imperios es de desatacar que mientras que el inca duró solamente 100 años y fue muy extenso, el azteca tuvo mayor duración y menos extensión. Ambos se constituyeron sobre la crueldad y sadismo con que crearon, por la vía del terror, sus respectivos imperios. La organización social fue en todo caso declaradamente clasista, distinguiendo una clase dominante (soberanos, nobles, cuadros militares y religiosos) y una clase subordinada y sin derechos. Mientras la primera tenía todos los derechos, la segunda carecía de ellos. La propiedad era estatal y la clase baja únicamente debía cultivarla para su dueño. La base de todo era la crueldad y el sadismo con que se aplicaban las penas por la menor desviación de las reglas establecidas. El libro ofrece una amplia referencia a la historia de estos imperios y sus caracteres diferenciados. Una referencia a la que es imposible comentar por su carácter prolijo y complejo.
El llamado imperio maya (en realidad, grupos locales constituidos en torno a lugares sagrados) merece una consideración especial debido a que desapareció antes de la llegada de los españoles. Mientras el hecho de su desaparición es indiscutible, es discutible su causa. Los mayas utilizaron una escritura jeroglífica, careciendo de lenguaje escrito. Tuvo una legislación que, mientras castigaba con una muerte cruel el adulterio, sancionaba el robo con la esclavitud, lo que le proporcionaba una mano de obra abundante para sus construcciones y comercio.
El libro aporta un gran número de citas y datos. Va examinando la forma en que vivieron aquellos imperios en los campos de la estructura social, la economía, la ciencia, la educación, el derecho penal… No duda en reconocer que, dejando a un lado circunstancias históricas favorables a los españoles (Moctezuma esperaba el ataque de un dios blanco y barbado, el imperio inca acababa de ser dividido entre dos hijos), éstos tuvieron a su lado, desde el primer momento los pueblos indígenas que soportaban la opresión de los imperios. Realmente uno tiene claro que es la única forma de explicar la forma amable con que unos pocos españoles fueron recibidos. Dejando a un lado los beneficios de una recepción de una civilización como la cristiana y europea.
Un tema que está pendiente y al que dedica la última parte del libro es el relativo a la disminución de la población indígena. Algo a los hispanófobos identifican como un genocidio español. Rodrigo Iturralde comienza por dudar de la realidad de las estimaciones hechas que reducen una presunta población de unos 13 millones de habitantes en un presunto 95%. Pero, más allá, parece absurdo hablar de un genocidio de tales proporciones. Las explicaciones se refieren a las hambrunas, las epidemias y las guerras. Los sacrificios humanos contribuyen con importantes contingentes de muertos y son objeto de análisis independiente. Las hambrunas, en primer término, se atribuyen al monocultivo y a la primitiva técnica agronómica de los indígenas que desconocía cosas tan elementales como la rueda o el arado. Las hambrunas, por otro lado, fomentaron las grandes migraciones, con su lógica incidencia en la mortalidad
Las enfermedades es otras de las causas aducidas. Los habitantes de América se vieron enfrentados a enfermedades para la que, a diferencia de los europeos, carecían de defensas. Lo mismo sucedió en sentido contrario. Naturalmente los españoles no eran por eso genocidas, aunque tampoco puede dejarse a un lado su tendencia a una cierta promiscuidad y, en todo caso, la inexistencia de sentimiento supremacista. Promiscuidad, por otra parte, reconocible en mayor grado en la población indígena. El libro recuerda algo curioso: la segunda oleada de muertes que se produjo cuando se inició la migración infantil con su acompañamiento de dolencias exclusivamente infantiles. Como recuerda las grandes pandemias que existieron antes de los españoles descubrirán América. La tercera causa mencionada de la disminución demográfica son las guerras. Aquí poco hay que decir de los españoles. La guerra era el gran deporte de los indígenas sudamericanos. Los datos ofrecidos en el libro son desoladores. Rodrigo Iturralde describe cómo las potencias mundiales contribuyeron y promovieron la desaparición de muchas etnias. Menciona, ya en América, el caso de los Estados Unidos, pero no olvida el abandono y exterminio de los mapuches en la República Argentina, sobre cuya historia lanza claras acusaciones.
¿Qué pretende el libro? Por descontado, lo primero es derribar las ideas al uso sobre la presencia española y fijar su llegada como el acceso de América a la civilización europea. Aunque la palabra civilización la que desplaza a la de barbarie, esta barbarie es compatible con la vaga noción de cultura al uso. El libro ofrece sus consideraciones sobre estas ideas de civilización y cultura. Pero el libro parece inspirado por algo más: por la defensa ante el indigenismo rampante. Un movimiento creciente que, siguiendo las huellas marxistas, trata de crear nuevas minorías que se sientan maltratadas, violadas y sometidas, generando el habitual sentimiento de victimismo reivindicativo.
Uno advierte un curioso contraste entre las manifestaciones de Rodrigo Iturralde y el indigenismo rampante que, desde el Foro de Sao Paulo de inspiración claramente marxista, ha sido propiciado por el movimiento de la “Iglesia de la Liberación”. El primero tiene un sentimiento de defensa de la religión cristiana que reconoce sin ambages. Sin embargo, la doctrina oficial de la Iglesia católica se mueve en un sentido indigenista innegable. Una pugna, en definitiva, entre dos argentinos.
El libro merece sobradamente su lectura. Aporta muchos datos que, no por desconocidos, son ciertos; y en ese sentido es útil por ampliar nuestros conocimientos, en gran parte por la abundancia de citas. Y su utilidad aumenta cuando señala los peligros de ese indigenismo de disfraz y colorines. Es una voz que nace en la discutida y discutible Argentina actual y que defiende a España.

“1492. Fin de la barbarie comienzo de la civilización en América” Tomo I (336 págs.) es un libro escrito por Cristian Rodrigo Iturralde, registrado por la Editorial Buen Combate en 2014 que ha sido publicado en Argentina y distribuido en España tras su impresión por Amazon en Polonia y/o por Alba Impresores, ya que ambas indicaciones figuran en el libro. Es el Tomo I que será seguido por una segunda parte.

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