Hay que hablar
ante todo de Roger Penrose, autor de este libro, porque sin entender al primero
será inútil comprender el segundo, claramente reservado para los matemáticos y
para los que hablan el mismo lenguaje que Penrose quien, desde su inicial
orientación matemática (de la que es profesor en Oxford) derivó a campos de la
física, de éstos a los de la cosmología para acabar en terrenos que cabalgan
sobre la conciencia y la vida. No se trata precisamente de un friqui (pese a la
frecuencia con que éstos aparecen entre los autores de éxito en la no ficción),
sino que ha sido aportador de nuevas ideas y conceptos hoy aceptados,
colaborador en libros con Hawkins y figura reconocida como influyente del pensamiento
actual. Su deriva ha acabado llevándole a un terreno más filosófico que
científico. Será que todo conocimiento profundo unido a la inquietud
intelectual de búsqueda de la verdad (la realidad, en la física más amplia)
conduce a la filosofía.
El libro me
atrajo por su título. De los subtítulos me fío menos; sus autores parecen ser
los editores y su propósito, elevar las ventas. Un título que habla del tiempo
y sus ciclos. Uno piensa que el motivo que le impulsó a escribir “Cycles of
Time” fue su nueva visión del Big Bang. Más concretamente el interrogante:
¿Qué había antes del Big Bang? Penrose hace grandes esfuerzos por ser
inteligible, aunque solo lo conseguirá con el mundo de los matemáticos y los
físicos a los que especialmente reserva una última parte donde se desentiende
del gran público y les habla en su peculiar lenguaje.
Algo que le
distingue son los términos con los que se avanza en los razonamientos expuestos.
Al mismo tiempo que se admite su verosimilitud, se admite la posibilidad de su
incorrección. El libro fue registrado y publicado en 2010. Si se tiene en cuenta
que Penrose nació en 1931, podemos considerar que, a sus 79 años, el libro
tiene algo de testamento. Pero debemos de moderar esa apreciación cuando contemplamos
al amplio espectro de temas abordados por el matemático y filósofo. Sigue
atenazado por las dudas y sus conclusiones son simples apuestas y tomas de
posición.
Tres capítulos
dividen el libro. El primero (“La Segunda Ley y su misterio subyacente”)
es algo así como un ejercicio de calentamiento preciso para entrar en el
segundo (“La naturaleza especialmente singular del Big Bang”) y concluir
con un tercero (“Cosmología cíclica conforme”) en la que mezcla
comprobaciones, pruebas y conclusiones. Y, por descontado, dudas; lo que revela
el profundo impulso científico que mueve a Penrose. Al lector no deja de
desconcertarle la forma en que, tras plantear una tesis, añade sus dudas y
señala sus posibles puntos flacos. Eso sí, siempre, aludiendo a espacios, conceptos
y teorías que a la mayoría de quienes se asomen a este libro resultan ajenos,
si no hostiles. Penrose es aquí todo menos un divulgador, aunque en algunos
momentos pretenda serlo, con escaso al éxito para mí. Todo lo contrario de lo
que sucedió con otro libro suyo: “El camino a la realidad”.
El primero de los
capítulos está dedicado a la Segunda Ley de Termodinámica. Y se pregunta: “¿Cuál
es esta ley? ¿Cuál es su papel fundamental en el comportamiento físico? ¿Y en
qué sentido nos presenta un misterio auténticamente profundo?” La cosa no se
alivia cuando promete ofrecer al final del libro un intento de “entender la
enigmática naturaleza de este misterio y por qué nos sentimos impulsados a
hacer todo lo posible por resolverlo”, añadiendo que “en mi opinión solo
pueden resolverse adoptando una perspectiva nueva y muy radical sobre la
historia de nuestro universo”. Poco sabíamos y se nos presenta una
auténtica enmienda a la totalidad. Recordemos que este segundo principio
expresa que “la cantidad de entropía del universo tiende a incrementarse en el
tiempo”. Se asimila éste al desorden y sienta la irreversibilidad de los
fenómenos físicos.
Penrose comienza
afirmando que, frente a otras leyes físicas que afirman igualdades, ésta es la única
ley que presenta una desigualdad. Porque la segunda ley nos lleva a la
entropía, que no deja de ser algo fluctuante. La entropía la concibe como “medida
del desorden o aleatoriedad del sistema”. Algo que casi siempre sube y
aumenta, pero que a veces se reduce y disminuye. Una vez que nos ha echado al
charco, Penrose nos comentará la visión de la entropía como “recuento de
estados”; y cuando ésta muestra sus puntos débiles nos recordará la
entropía de Boltzmann, nos conducirá a los “espacios de fases”, nos
aportará la idea de “granulado grueso” y afirmará sus relaciones con el
mundo logarítmico. El lector medio pierde a estas alturas su esperanza de
comprender los argumentos y trata únicamente de captar sus ideas inspiradoras.
Como la de que el Sol suministra energía a la Tierra que, con un nivel
deficitario de ella, carcomido por la entropía, permite la vida.
Con ese espíritu
se adentra en el capítulo segundo, que le introducirá en los arcanos del Big
Bang, una idea joven sugerida por Georges Lamaître y Edwin Hubble en los
ruidosos veinte y avalada por el descubrimiento de la radiación de fondo
cósmica de microondas. Penrose parece ser consciente en todo momento de la
“levedad” de la teoría del Big Bang, que él defendió y que no abandona. Considerando
que éste es una singularidad, en el sentido de crear simultáneamente materia,
espacio y tiempo, no es extraño que se pregunte: ¿y antes que hubo?
Más que la
presentación de una tesis o hipótesis, Penrose nos ofrece una historia breve de
las ideas que han ido conformando la actual imagen del Big Bang que manejamos.
Lo que hace que previamente nos lleve de la mano a otear (que no a comprender por
el profano) ideas como los espacios de Mendeléiev o los “conos neutros”, para
la final enfrentarnos con los agujeros negros y la energía/materia oscura.
Al final la
cosa se presenta simple: un agujero negro termina colapsando (disolviéndose) y
genera en su muerte un nuevo Big Bang. Estas singularidades se repiten una y
otra vez, una vez transcurrido el “eón” de su vida, pero cada vez más potentes.
Esto conduce a una doble pregunta: ¿Hasta cuándo? ¿Qué sucedió en nuestro
pasado? Ninguna tiene contestación, pero la segunda suscita un curioso problema
en la que el cosmólogo se convierte en algo así como un recogedor de basuras.
Porque es evidente que el nuevo universo naciente se encuentra con restos del
anterior no afectados por la muerte del agujero negro. No es solamente eso: es
que, como singularidad que es, existe la posibilidad de que hayan cambiado las
leyes fundamentales de la física y sus fórmulas. O la de que colapsos aislados
hayan originado un multiverso al que somos ajenos.
EL capítulo
final del libro está dedicado a describir la llamada “Cronología cíclica
conforme” (CCC) y manifestar su apoyo a ella. Eso sí: un apoyo tímido y
circunstancial. Todo consiste en un continuo renacer del universo: tras
expandirse, el universo se contrae hasta un límite en donde se produce un nuevo
Big Bang en el colapso o “pop” del último y absorbente agujero negro que,
transcurrido un eón, volverá a colapsarse tras expandirse, pasando de una
entropía prácticamente nula a otra desbocada en su exceso. Y así sucesivamente.
No son cambios continuos, ni rápidos; estamos hablando de googols (un 1 seguido
de 100 ceros). Esa parsimonia atrae por su suavidad a Penrose. No hay prisa. Pero
¿cómo se generó el primero de esos Big Bangs? El CCC no contesta.
No puede
ponerse en duda ni la importancia del contenido este libro ni la honestidad con
la que Penrose expone sus opiniones, incluidas las modificaciones que, a lo
largo de su vida, ha introducido en ellas. No ha ocultado ni los puntos débiles
de las que ahora expone, ni deja de aludir a las críticas y dudas que frente a
la misma otros físicos han expuesto. No se le puede criticar tampoco que el
lenguaje que emplea sea casi inasequible para la mayoría de las personas que
nos estén familiarizadas con los conceptos que de forma constante maneja.
¿Ha querido
transmitir la falta de orientación actual de la cosmología? ¿Las dudas que
impiden formular hipótesis sin que las mismas tengan el aire de provisionalidad?
El desarrollo actual de la cosmología ha sido posible gracias a los
descubrimientos, singularmente tecnológicos, realizados no mucho mas allá de un
siglo, pero solo han proporcionado atisbos de aspectos concretos del universo.
Entender el
universo significa olvidar el hombre. Las medidas de tiempo y espacio lo
superan y hacen de la cosmología un entretenimiento, quizá necesario, pero
demoledor. Su fórmula de acercar el hombre al cosmos, lo llevará Penrose a cabo
en otro campo de investigación, el de la separación del cerebro y la mente
teorizado en “Las sombras de la mente”. Pero su pesimismo, añadido a su ateísmo
confesado, le permite solamente una cierta esperanza: culpa de la imposibilidad
de llegar a conclusiones más exactas a “la probable presencia de
distorsiones significativas debidas a la curvatura de Weil interpuesta”. Y
concluye diciendo “Ciertamente hay que esperar que estas cuestiones se aclaren
en un futuro no demasiado lejano y que no pase mucho tiempo antes de que se pueda
establecer claramente el estatus físico de la cosmología cíclica uniforme”.
A uno le recuerda la canción infantil: “…al otro lado, otro monte; al otro
lado otro monte… al otro lado otro monte igual que el anterior”.
Solamente una última
confesión. Debo pedir perdón por tratar de comentar lo que apenas entiendo,
limitándome a constatar lo que me inspira. Lo he hecho tratando de acercar este
libro a quienes puede serles provechoso por entender plenamente su mensaje; y
de alertar de él a quienes busquen otras cosas. Aunque algo se aprende siempre.
Puede ser que únicamente se tome conciencia de nuestras limitaciones, lo que
hará más cercanas, comprensibles e inteligibles las ajenas.
“Ciclos del tiempo. Una
extraordinaria nueva visión del universo” (292 págs.) es un libro del que es
autor Roger Penrose. Su versión en español fue registrada y publicada en 2010
por Penguin Random House Grupo Editorial S.A.U.
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