Decididamente
el ensayo actual está dividido entre apocalípticos e integrados, o sea
catastrofistas y satisfechos, éstos últimos potenciados por su optimismo y su
mirada benevolente. Si, en general, hace unas décadas predominaban los primeros,
ahora, por mor norteamericano, predominan los segundos. Pero los primeros
subsisten y revestidos de caracteres más trágicos o, simplemente, más
desolados. Un ejemplo es por ejemplo este libro que, adicionalmente, recoge pensamientos
que no están necesariamente ligados a la decadencia occidental, sino que
provienen de algo que realmente podemos considerar como “otro mundo”, el del “Levante”
como dice el autor.
Este autor es
Amin Maalouf, escritor y sociólogo, que ha acumulado muchos premios en su carrera
con sus escritos. Citemos en primer lugar, por ser el de mayor interés para
nosotros, el del Premio Príncipe de Asturias de la Letras en 2010. Pero hay
otros muchos logros que destacar: sustituyó en 2011 a Lévi-Strauss en la
Academia Francesa y ganó el Premio Goncourt en 1993 por su novela “La Roca de
Tanios”. Escritor y novelista fundamentalmente, podíamos decir de él que en su
obra predomina otro hecho: haber nacido y vivido sus primeros años en el Líbano.
La obra de
Maalouf suele tener un tinte individual y familiar, doméstico en todo caso.
Está teñida de recuerdos que tienden a encarnarse en sus opiniones. Buena
prueba de ello es este libro que comienza con una historia de sus abuelos y
padres; la de su niñez en Egipto y del dolor del exilio al Líbano de su familia
cuando él contaba apenas 12 años. Es maronita y se declara una extraña mezcla
de cristianismo e islamismo.
Cuando el libro
ha pasado los dos centenares de páginas, Maalouf declara: “He expuesto, capítulo
a capítulo, mis añoranzas y penas, mi remordimiento, mi nostalgia o mi
melancolía. A la hora del balance, esas nociones me vienen forzosamente a la
cabeza y no puedo por menos de exponerlas aun sabiéndolas con frecuencia poco
adecuadas e impropias, e incluso completamente irracionales”. Uno podría
criticar la referencia al grado de frecuencia de esos errores, pero la crítica
importante entiende que debe ser dirigida al tono excesivamente personal de las
disquisiciones de Maalouf. Él mismo no lo oculta. Señala sus dudas, pero las
salva diciendo que “me prometí no hablar de mí sino cuando hubiera sido
directamente o a través de allegados, testigo de los hechos y sólo si podía
aportar con un relato en primera persona, un punto de vista útil“. Pero si
esa excusa le vale a él, es difícil que sea suficiente para sus lectores:
primero porque reduce el ámbito de los hechos a aquellos los que tiene acceso
inmediato; segundo porque sus opiniones y tesis (que él mismo llama “imprudentes
afirmaciones”) carecen de esa inmediatez personal y no tiene otro valor que el
de cualquier otra persona, ya que todos hemos vivido, desde nuestras casas
guerras y calamidades, confrontaciones y sintonías.
Algo importante
en este autor es precisamente su amor a lo que llama Levante, una zona geográfica
amplia que recoge lo que, tras la I Guerra Mundial, quedó desgajado del imperio
otomano extinto y que las potencias europeas se repartieron despreocupada e
irresponsablemente. Líbano y Siria serán los países a los que se dirigirá su
mirada. Y el Líbano constituirá para él la gran promesa de paz y serenidad. A
medida que avanzamos en la lectura comprobamos cómo toda la atención se
concentra unicamente en el mundo islámico, proporcionando claves sobre sus
motivaciones.
Maalouf recorre
la historia de Egipto reciente. Acusa a los ingleses y a los europeos de haber
creado un clima hostil que permitió la revolución que acabó trayendo a Nasser.
Ello le da pie para analizar cómo hasta los hombres considerados nefastos
producen efectos positivos y al revés. Nasser, que le repele, realizó grandes
avances en Egipto, en tanto que Churchill permitió grandes males con su
resistencia a abandonar Egipto y mantener el suprematismo británico más allá de
lo debido.
Uno cree que el
autor se equivoca en soñar una convivencia de razas, religiones y procedencias,
algo que cree que existió en el Líbano algún tiempo. Y, algo mucho más curioso,
cree que esa convivencia era posible bajo el comunismo, un partido al que
estuvo afiliado algo menos de dos años en su juventud y al que abandonó
voluntariamente.
Maalouf se
recrea en analizar toda la evolución de la república egipcia, siempre asociada
a sus recuerdos de su casa de Alejandría. No oculta su admiración por Nasser,
al que constantemente se refiere como “rais” (que significa guía) y que desde él
fue utilizado por otros presidentes de la República. Muestra igualmente su
decepción por el intento fracasado de panarabismo que promovió.
La desolación
que refleja el libro proviene de la visión actual de un islamismo, que vincula
religión y política y que adoptan una misión yihadista frente a Occidente.
Lamenta la pérdida de la riqueza cultural que tuvo en la Edad Media y la
pobreza intelectual de hoy día.
Algo que en
especial enfatiza es fijar la fecha es que ese complejo de inferioridad que
afectó al islamismo ante Europa entró en crisis y dio paso a una actitud abiertamente
beligerante que no solamente se dirigía hacia el exterior, sino que se traducía
en controversias y luchas internas. Con pobres explicaciones para ello,
considera como fecha que marca ese cambio de rumbo el día 5 de junio de 1967 que
presenciará una Guerra de los Seis Días que concluye con una rotunda victoria
de los judíos y que dio paso a la lacerante, para los árabes, ocupación de
Cisjordania. Se creó así un sentimiento de inferioridad que solo podía superar una
actitud belicosa.
El autor es aficionado
a las fechas. Y al igual que se ha referido a 1967, señalará a 1979 como el “año
del gran vuelco”. Una expresión resonante que, en realidad refleja los cambios
producidos en torno a ese año, pero que a uno ni le parecen muy distintos ni mucho
más numerosos de los que se produjeron en otras décadas del siglo XX
En el fondo,
Maalouf se enfrenta a la contraposición entre capitalismo y comunismo, o, más
abiertamente, a la existente hasta épocas recientes entre Los Estados Unidos y
la Gran Bretaña, por un lado y la URSS por otro. Más directamente, entre
liberalismo y estatismo. Erige como personas fundamentales de la difusión del primero
de Margaret Thatcher y a Ronald Reagan. Se refiere a la decadencia de aquellas
potencias en las guerras de Viet Nam y de Afganistán. Alude a la caída de
estatismo marista no tanto a Juan Pablo II como a Zbignniew Brzezinski, consejero
de Seguridad Nacional de Carter (a quien, por cierto, alaba descaradamente). No
olvida la subida de los crudos y el papel de la OPEP, con su embargo, en el
renacimiento de parte el Islam.
Pero,
curiosamente, mientras destaca como muy importantes hechos como la muerte de
Aldo Moro, desconoce otros cuya trascendencia actual es innegable. Es el caso
del mayo del 68 francés que culmina una tendencia y abre una época. O la
influencia de Gramschi en la política de izquierda. O la recepción por Estados
Unidos de ideas europeas, como poco calificables de socialdemócratas. Maalouf
va por otro camino; busca el camino perdido, vagando por sus recuerdos y
soñando con el futuro. Censura tanto al capitalismo conservador como al
dirigismo izquierdista. Todo parte de una desolación de que, de una u otra
forma, participamos muchos, aunque con matices distintos de intensidad. Y que
en él conduce al Beirut de su juventud.
Hace en torno a
los veinte años estuve en el Líbano. El guía cristiano que nos mostraba el país
a un reducido grupo de cuatro personas nos invitó a ir a su casa para que
conociéramos a su familia. La finalidad última era contarnos, católicos como
eran, su desolación. Nos contaban que eran asesinados una media de cuatro cristianos
al día. Los muyahidines habían llegado. ¿Nos habíamos enterado los europeos?
A Maalouf no le
gusta el mundo. Crítica y rechaza por igual la burocracia y el estatismo, Pero también
lo hace con el capitalismo conservador. Le toca ahora aguantar la vela a Adam
Smith, valedor de la Idea de que el mundo va mejor si confiamos en los
intereses, normalmente egoístas, de las personas. Algo que el libro identifica
radicalmente con la “mano invisible” que gobierna el mundo. Por otra parte,
detesta el igualitarismo de izquierdas, pero ataca la pasión por lo identitario
de las derechas.
Al final encontramos
una especie de esperanza desesperanzada. El gran mal que identifica Maalouf es
el sentido identitario de muchos grupos sociales, identidad que echa sus raíces
en la religión, la lengua, el territorio... Un sentido identitario que conduce
a la separación y la segregación. No pueden calificarse de incorrectas esas
apreciaciones, pero Maalouf reduce su sentido universal al afirmar: “Fue
desde mi tierra natal desde donde empezaron las tinieblas a extenderse por el mundo”.
“Todo el mundo puede percatarse ahora de que existe una relación causa-efecto
entre el naufragio de “mi” Levante natal y el de las demás civilizaciones”.
Lo mejor que puede
decirse de este libro es que es sincero. El autor dice lo que piensa. Podrán encontrarse
errores, ausencias, exageraciones o acusaciones infundadas, pero refleja el
pensamiento de Maalouf. El piensa en el naufragio islámico, pero debemos tener
la honestidad de descubrir que nosotros solemos hablar solamente desde un punto
de vista occidental y, a veces, unicamente europeo. Ignoramos otras civilizaciones.
¿Naufragio de las
civilizaciones? Un título excesivo. Fundado en su insistente alusión a la necesidad
de un comandante que gobierne el barco a punto de naufragar, algo que no supo
hacer Europa. Pero las vías de agua están ahí. En demasiadas regiones del mundo.
Maalouf no habla en vano en su personalísimo libro.
“El naufragio de las civilizaciones”
(276 págs.) es un libro del que es Amin Maalouf y que fue publicado en Francia
en 2019. Ese mismo año lo fue en España por Alianza Editorial
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