domingo, 15 de diciembre de 2019

Joseph Ratzinger : “Introducción al cristianismo. Lecciones sobre el credo apostólico.”



Sería una hipocresía ocultar que para muchos la sustitución de la figura de Joseph Ratzinger, como papa Benedicto XVI, por Jorge Bergoglio, autonombrado Francisco, supuso algo así como la descrita por un antiguo comentarista televisivo de toros, Lozano, quien utilizaba frecuentemente la expresión “cambiar la seda por el percal”, en alusión en su caso al paso del ordenado paseíllo a la lidia. Las películas que hoy se estrenan no alteran esta idea. Digamos que el cambio fue tan profundo que justificaba esa reacción. Se pasaba a un papa dimisionario alemán, refinado en lo espiritual a un papa argentino encandilado por la lucha material y la comunicación social.
El libro que comentamos fue escrito hace mucho tiempo, antes de que Joseph Ratzinger fuera elegido papa. Se publicó en 1968. En él se muestra la categoría intelectual del autor, su búsqueda de explicaciones. Quizá —piensa uno a lo inexplicable. Rezuma argumentos y muestra un profundo conocimiento de palabras extranjeras.
La primera cuestión que se aborda es la referencia a la fe: el alcance de la expresión “Credo” con la que profesamos nuestro carácter cristiano y que cerramos con el “Amén”.
 Si ser cristiano es creer lo que profesamos como fe, hay que comenzar por recordar el primer paso: “Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Criador del cielo y de la tierra”, es decir : 1) Padre; 2) Todopoderoso o Pantocrator, y 3) Creador. Y la primera pregunta que se hace Ratzinger es: ¿Qué es propiamente “Dios”? Una pregunta que, en nuestro tiempo, aunque desde no hace mucho, es problemática. Hay algo incontestable: la permanencia de esta pregunta es algo que iguala al monoteísmo, el politeísmo y el ateísmo, separables únicamente por sus apreciaciones. Tras la doble figura del Dios-Creador y el Dios-Salvador, la conciencia religiosa deriva de la experiencia de la propia existencia y de la apreciación de su precariedad, a la que refuerzan la soledad y el recogimiento. “Cuando el hombre siente su soledad, se da cuenta de que su existencia es un grito dirigido a un tú, y que él no está hecho para ser exclusivamente su yo en sí mismo”. Uno tiene esta frase como piedra expresiva y angular del pensamiento de Ratzinger. 
A partir de ese momento, Ratzinger se ocupa de la imagen de Dios que nos ofrece la Biblia y de la que nos ofrecen los filósofos antiguos. Sus argumentos y razonamientos son muchos y complejos; dejemos la cosa en que, de alguna forma, el cristianismo primitivo fue consolidando su propia idea de Dios, primero remontando la concepción veterobíblica (aunque persista el descubrimiento de la zarza que arde pero no se consume, primera alusión científica y temporal) y posteriormente adscribiéndose a la línea de los filósofos antiguos de los que, sin embargo, la separaba algo importante: Dios no es un ente abstracto y lejano sino que es un Dios cercano; frente a los filósofos, se afirma que Dios es más allá que el pensar, el amar; que “lo infinitamente pequeño es lo verdaderamente envolvente y grande”. No es cierto lo que los filósofos afirman; “que el puro pensar es más grande que el amor”. Y añade Ratzinger: “el pensar absoluto es un amor, no una idea insensible, sino creadora, porque es amor”.
Uno, modestamente y porque no puede haber otra actitud, trata de conciliar esa idea, cada vez más difundida, del “amor”; habría que preguntarse ¿Qué es amor? Es cierto que se trata de hacer Dios algo muy cercano (que lo es siempre a través de la fe), pero lo cierto es que es difícil conciliar ese amor con el dolor, la soledad o la muerte, o con el “fiat voluntas tua” del Padrenuestro, que constituye la auténtica asunción de la condición de criatura creada.
Se aborda a continuación el problema del Dios trino, algo que el primitivo cristianismo tuvo que ir concibiendo, entendiendo y explicando, partiendo del reconocimiento de esa triple personalidad realizada en el propio evangelio. El libro expone todas las explicaciones que se fueron dando, unas heréticas y otras ortodoxas, vigentes hasta crear tradición. Curiosamente Ratzinger termina refiriéndose a la física cuántica y la doble naturaleza de onda y corpúsculo de los fotones y, sobre todo, al famoso gato de Schrödinger.
   A estas alturas, la obra adquiere niveles superiores de conceptualismo que en muchas ocasiones es difícil de seguir y en ningún caso de condensar dada su densidad. Otro tanto pasa cuando se aborda la parte del Credo que se refiere a Dios Hijo. Afirmamos: “Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor”.  Aquí se aportan ideas más asequibles cuando, por ejemplo, se diferencian Jesús y Cristo (igual a Mesías) y a su unión en el reconocimiento popular del nombre de Jesucristo. Sigue su recorrido comentando otros pasajes de nuestro Credo de los Apóstoles: que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. Nació de Santa María Virgen”; el historicista “padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado”. Ratzinger ofrece aquí su equilibrada visión e interpretación de estos pasajes. Y afirmará: “Profesar a la vez la fe cristiana y la “religión dentro de los límites de la mera razón” es imposible. Hay que elegir inexorablemente. El creyente comprobará cada vez más que lo razonable es confesar que el amor que ha vencido a la muerte                               
Descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre Todopoderoso”. La referencia contenida a los infiernos y al cielo, convertida en oposición de lo inferior y superior excluye toda alusión a una situación espacial o geográfica. El infierno es la soledad del ser y del individuo, la que también quiso sentir Jesucristo durante tres días tras su sacrificio.
Lo siguiente que proclamamos en nuestro Credo es “desde allí va a venir a juzgar a vivos y muertos”. Ratzinger interpreta que la función del juicio de atribuye aquí a Dios-Hijo, quizá por su mayor proximidad al hombre. Pero el problema básico que planea es el conflicto que surge entre la generosidad en el perdón y la justicia del juicio. UJ problema al que no se da contestación concreta.
El siguiente aparado se refiere a la expresión: “Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados…”. Destaquemos del esquema que propone el Credo que ahora profesamos: después de referirse detenidamente a las figuras de Dios Padre y Dios Hijo, no hace alusión al Espíritu Santo que culmine la Trinidad de Dios. De hecho, lo ha hecho previamente al referirse al misterio de la Trinidad; aquí se limita a añadir algunas observaciones. Pero lo más trascendente es que liga al Espíritu Santo la confesión que hacemos de la Iglesia. Llega así el momento de referirse a la Iglesia y también la parte menos brillante del libro. Recordemos que en el credo de Nicea se proclamaba la fe en una Iglesia “una, santa, católica y apostólica”. Los tiempos han hecho que en Credo de los Apóstoles que hoy rezamos se supriman las referencias a la unidad y la catolicidad. En algún momento, creo recordar, se habló de la Iglesia romana, pero eso no dejaba de ser una reivindicación histórica ya superada. Lo que destaca Ratzinger es el sentido socializante de la Iglesia, algo que a uno le recuerda el espíritu del budismo mahayana frente al individualista budismo theravara.
A la Iglesia va a ligar otras dos cosas que le prestan soporte: la comunión de los santos y el perdón de los pecados. La ligazón se hace a través sacramental, algo reservado a la Iglesia: la comunión de los santos va ligada a la eucaristía (aunque tiene un sentido expansivo que va de una reducida comunidad cristiana a la totalidad de los cristianos, incluidos los ya muertos) y el perdón de los pecados a la penitencia (aunque también inicialmente se ligara únicamente al bautismo).
En su parte final, Ratzinger aborda dos temas de especial trascendencia para el cristiano actual: la resurrección de la carne y la vida eterna. Uno, la resurrección de la carne que confesamos creer, con escaso convencimiento, cada vez que repetimos el Credo y que resuelve con referencias a concepciones judías precristianas. Otro, nos sumerge en la idea de eternidad y en la del sentido de la muerte.
El libro muestra la profundidad del pensamiento de Joseph Ratzinger y su cultura. Se mueve entre el reconocimiento de la superioridad de la fe sobre la razón y la búsqueda de una razón para mantener la fe. Es la obra de un filósofo religioso, es decir de un creyente firme que filosofa. La complejidad de la obra probablemente supere a la mayoría de sus lectores, pese a la forma atractiva, aunque extenuante, con que es presentada.
Se echa en falta un análisis severo del significado del tiempo. Se habla de Dios, de un antes y un después, de un pasado y un futuro. Pero el tiempo es también creación de Dios y nosotros, creados “cum tempore”, somos incapaces de concebir su total ausencia. ¿Es la eternidad? Como también nos superan las ideas de mundos múltiples o paralelos, de otras formas de vida racional o de recreaciones y pluralidad de universos.
Uno se hace una pregunta al término de la lectura del libro: pero ¿hay alguna fe que no sea en el fondo la del carbonero? No hay que temer a la ciencia de la que graciosamente aceptamos sus aspavientos de veracidad y completud de conocimientos. Los que somos viejos la hemos visto ya demasiadas veces cambiar de ropajes. Simplemente, necesitamos esa fe y ese aprovechamiento de la ciencia que vivimos y practicamos.
Estamos ante un libro duro, pero luminoso, que no por volar alto deja de ser muy humano.

 “Introducción al cristianismo” (318 págs.) es un libro escrito por Joseph Ratzinger en 1968 y publicado en Alemania por Kösel Verlag GmbH. La versión leída es la correspondiente a la 16ª edición de Ediciones Sígueme, de Salamanca, y contiene un texto traducido al español de la11ª edición alemana.

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