No hace mucho comenté otro libro de María Elvira Roca Barea. Aquél se dirigía contra la leyenda negra e implicaba el ataque externo a España. Este nuevo libro contempla otro aspecto como es la asunción interna de ese conjunto de sambenitos, inducido por las élites culturales y sociales. Si la tesis del primero era más o menos reconocida, la del segundo lo es mucho menos, y, de hecho, está asumida por la gran masa de españoles, como resultado de los relatos con la que ha sido manipulada.
No hace falta
volver a recordar a Roca Barea. Su primera obra polémica, la Hispanofobia, ha
sido objeto de aplausos y de críticas, muchas de ellas acogidas por “El País”.
De lo que no cabe dudar es de su espíritu “españolista”, que no hace sino
someter a análisis las posiciones anti españolistas que derivaron de la leyenda
negra en un primer momento y el pensamiento lúgubre y derrotista que después
sembró en España. Sin embargo, la propia autora no oculta en la introducción
que “es imposible en un solo libro investigar la acomodación en España de ideas
negativas y catastrofistas sobre ella”. El libro pretende ser solo “una
pequeña contribución” al estudio del problema que supone “la falta de
compromiso de buena parte de las élites españolas con su país”. A lo que
hay que añadir “la naturalidad con que vemos esto”.
Advirtamos de
antemano que el objeto real de la crítica de Roca Barea es la distinta vara de
medir con que se compara la ejecutoria española en el mundo y la de los países
que la rodearon, asistiendo y aplaudiendo, al entierro de su trayectoria
histórica. En ocasiones basta el silencio y dejar de citar en este sentido a
los autores de moda que tantas veces se han investido como narradores de la
historia de la humanidad o descubridores de sus motivaciones más íntimas.
Una de las
virtudes de este libro es la acotación que lleva a cabo del periodo histórico
analizado. No es que lo limite arbitrariamente a él, sino que lo denunciado sólo
se aprecia en ese peculiar lapso de tres siglos, aunque aún persiste. Si la
leyenda negra surgió durante los Austrias, será a la llegada de los Borbones
cuando se inicie el declive del orgullo español para acoger y asumir, a veces
sin sentirlo, las ideas que anidaban en aquella leyenda negra. El análisis del
libro se ceñirá, por tanto, a un periodo histórico determinado: se iniciará en
un siglo XVIII en que Felipe V llega al trono de España, transcurrirá por un
siglo XIX durante el que se laminarán los intentos de resistencia al ataque
exterior (que deja de reconocerse como tal), y concluirá en unos siglos XX y
XXI en los que se persiste en el error de enfoque básico; concluye el análisis
sereno de los hechos, pero subsiste la pérdida de sentido de nuestras élites.
Todo comienza
en nuestra triste Guerra de Secesión. Se trata de alancear al muerto. Momento
en el que la autora nos sorprende con una inusual defensa de Carlos II. Se
discute si el rey de España debe ser un francés o un austriaco. Gana el primero,
tras haberse designado el primero por Carlos II como rey de España y haber
cambiado su parecer siguiendo sugerencias del papado. En realidad, el verdadero
ganador es Luis XIV. Felipe V es nombrado rey de España en la corte francesa.
La corte española se halla completamente dividida entre ambos bandos. España
quedará absolutamente subordinada a Francia a través de los Pactos de Familia.
La Guerra de Sucesión, en realidad, comenzará dos años después de instaurarse
los Borbones y responde en realidad a divergencias comerciales y políticas
exteriores.
Roca Barrea
destaca algunos aspectos de importancia. Uno, es el origen estrictamente
francés de la hispanofobia, lo que va a acreditar recorriendo el pensamiento de
algunos escritores franceses. Otro es la labor de total oscurecimiento y
silenciamiento de la época de los Austrias donde brilló el Imperio español.
Algo cuya justificación encuentra, en gran parte en el fracaso de las aventuras
francesas en América.
El siglo XVIII
se abre con la invasión napoleónica que trata de convertir a España en una
especie de protectorado, ya vencido culturalmente. Lo que se creía un paseo
triunfal se convierte en una guerra cruel que iniciará la declinación del
bonapartismo, reconocido por el propio Napoleón, pero sin que apenas se refleje
en la historia de Francia. Y son las propias élites afrancesadas las que
defenderán esa invasión, frente a la actitud del pueblo no afrancesado.
Sin embargo, la
figura de “afrancesado”, generada durante el siglo anterior con la
subordinación a lo francés como algo superior a lo español, va a ocupar este
periodo cuando ya los afrancesados copan todas las esferas del poder. Lo que
era regresión se viste de pensamiento avanzado y determinará que lo afrancesado
apadrine el absolutismo o la llegada de “los Cien Mil Hijos de … San Luis”
(sic) reinstaurando a un Fernando VII apodado “El Felón”. Personaje al que más
tarde imputarán la total responsabilidad de esos actos. Con objeto de diluir la
propia.
El fenómeno más
notable es la aparición de la idea de “liberal” en España, para designar a quienes
no aceptan esa subordinación a lo francés. Para desgracia de los liberales, los
dirigentes afrancesados logran identificarles, desde sus actitudes
conservadoras, como auténticos reaccionarios, defensores de una España atrasada
y oscura. Uno ve a estos afrancesados como primeras manifestaciones del actual
“progresismo”.
Repasa
igualmente la insignificancia de la literatura y el arte españoles durante el
siglo XVIII. O la separación de la literatura refinada de las élites y la
literatura popular, con manifiesto desprecio de esta última. Roca Barea intercala
largas consideraciones dedicadas a personajes como Diego Muñoz Torrero,
ignorado padre del Constitución de 1812, Leandro Moratín, Juan Böhl de Faber o
Mariano José de Larra, muestras representativas de ambas tendencias. O se
refiere a materias tan ajenas, al parecer, del tema abordado como el flamenco.
Ya en un
terreno más próximo a la política se refiere al desmoronamiento del Imperio
español y al victimismo criollo que lo favoreció. Compara la actuación de España
con el colonialismo que desarrollarían Francia, Inglaterra y Holanda en las
áreas que fueron ocupando en África y Asia.
El libro descubre
muchos hechos desconocidos y dirige sus principales acusaciones en dos
sentidos: hacia los intelectuales franceses y sus élites, que llevaron a cabo
los mejores esfuerzos para destruir la imagen del España sustituyendo la
inicial leyenda negra, sustentada en ámbitos foráneos por razones comerciales y
religiosas, por otra más dura, en unos aspectos y más útil en otras. La segunda
de las acusaciones es para los intelectuales españoles, ahora nuestras élites,
que se sometieron, y se someten en la actualidad, a la imagen creada desde el
extranjero.
El análisis del
siglo XIX muestra el reconocimiento definitivo de la servidumbre cultural de
España. Se asume la historiografía francesa, sustanciada sobre todo por la obra
de Guizot, sin apenas atisbos o intentos de crear una propia.
Los siglos XX y
XXI agravan el problema: la servidumbre cultural no sólo se asume, sino que se
vuelve contra la misma España. Roca Barea anota que deja de ser exclusivamente
francófila para pasar a ser esencialmente germanófila. Primero son los
movimientos regeneracionistas y fragmentaristas, seguidos más tarde de la
teorización de las causas de esa degeneración a la que únicamente se la
encuentran causas internas. La controversia entre Unamuno (“En torno al
casticismo”) y Ganivet (“España
filosófica contemporánea”) terminan acusando a Castilla en exclusiva de toda la
decadencia española, único fenómeno que distinguen. La coincidencia en esas
ideas de otros importantes escritores justificará la definición de la llamada a
posteriori generación del 98.
El libro dedica
muchas páginas a analizar ciertos puntos concretos. El primero es la relación
del nacionalismo local y la balcanización que nos acecha. El segundo es un
tanto peculiar ya que llama la atencion sobre la obra de Max Weber, a la que
considera desmedida y equivocada. Pero, ¿quién no ha citado (aun sin leerla) su
obra: “La ética del protestantismo y el espíritu del capitalismo”?
Una última
consideración es la dedicada a la oleada indigenista que hoy afecta incluso a
los Estados Unidos y que se manifiesta en la condenación de personajes tan
dispares como Colón o San Junípero Serra. España calla y allí olvidan los pasados
planes, nunca españoles, para el exterminio de los indios nativos.
Las palabras
finales del libro se dedican a las posibles soluciones. El mal —más allá
de la pobreza intelectual de la mayoría de nuestras élites políticas y mediáticas—
se sustancia hoy en día en las autonomías, correctas en su creación y
equivocadas en su utilización. Roca Barea exige un cambio de rumbo que ponga
fin a las desigualdades geográficas, introduzca un Estatuto Único y recupere
las competencias esenciales, singularmente la educación.
En suma: un
libro en el que se aprenden cosas ignoradas, se repasan las sabidas, se ponen
en juicio todas y se deja en claro la absoluta firmeza con que la autora
expresa sus ideas. Que, por cierto, uno cree fuera de discusión.
“Fracasología. España y sus élites:
de los afrancesados a nuestros días” (528 págs.) es un libro escrito por María
Elvira Roca Barea en 2019 y publicado ese mismo año por Planeta dentro de la
serie Espasa, siendo la ganadora del Premio Espasa de 2019.
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