sábado, 17 de junio de 2017

Stephen Macknik y Susana Martínez-Conde : Los engaños de la mente.









He llegado a este libro buscando un paralelismo entre el mago que enseña su mano izquierda vacía, la cierra, la señala con la otra es decir la derecha y, de pronto, abre la mano cerrada y aparece un pajarillo que mueve sus alitas, por un lado y, por otro, la aparición de la mochila de Vallecas (el pajarillo) en la comisaría de Puente de Vallecas (la mano derecha) el 12 de marzo de 2004

El hecho es que he topado con un libro extremadamente curioso. Comienza por tener que disculparse por desvelar tantos trucos como los que utilizan los magos en sus espectáculos. Toma dos medidas para aminorar su culpa: la primera es exponer que muchos magos lo permiten; la segunda, anunciar al lector de los párrafos en los que desvelan estos secretos a fin de que los salte si lo desea. Naturalmente, estos párrafos son los que generan mayor interés en el lector y los que nadie dejará de leer.

Si en todos los casos es preciso hacer alguna referencia al autor, esto es más necesario en este caso. Los autores son un matrimonio de neurobiólogos; ella, por cierto, española. Prestigio reconocido, claro. Ambos son los creadores o impulsores de la neurología que se llamado neuromagia, “una nueva especialidad que pretende estudiar de un modo científico los trucos realizados por magos e ilusionistas para ayudar a una mayor comprensión de los procesos neuronales del ser humano” (Wikipedia). El libro, escrito al alimón, no se preocupa tanto de la magia como de los mecanismos neurológicos y psicológicos en que se apoyan los magos. Nos deja estupefactos ser tan complejos y, ¿por qué no?, tan simples (o simplones aunque no sea lo mismo). Cualquier mago nos puede engañar una vez que conoce nuestras debilidades. No es que el mago conozca el mecanismo biológico de nuestros mecanismos mentales, sino que, conociendo su funcionamiento, se aprovecha simplemente de ellos.

¿Qué pensar de los magos? Los autores distinguen entre los que tratan de pasar por sobrenaturales, y los que no lo hacen y reconocen el inmenso trabajo de su entrenamiento. En realidad, sólo estos últimos merecen el título de magos. Asombra el inmenso entrenamiento a que se someten, el increíble espíritu de observación que utilizan, la persistencia en el esfuerzo… algo que permite que, a pesar de que conozcamos los trucos, nos admiremos cada vez que contemplamos su ejecución. Podemos saber cómo se hace desaparecer una moneda, pero seguimos sorprendiéndonos de que desaparezca.

Una de las virtudes del libro es que nos proporciona los nombres de los magos más conocidos, con lo que, con ayuda de Internet y YouTube, podemos visualizar sus números más famosos. Eso sí, lo hacemos ya algo resabiados. Nos sobran conocimientos de la trampa y al mago le falta el escenario y la situación y el clima que se precisan para engañarnos.

Son muchos los magos cuya obra se refleja en el libro: Mac King que se come conejos y peces, Apolo Robin el gran carterista maestro en el arte de desorientar, Dai Vernon, Clifford Pickover creador de su famoso test del grupo de 6 cartas de las que desparece la que usted elige. Jim Ian Swiss con su increíble juego de cartas, James Randi, el gran Tomsoni donde el cambio de indumentaria nos abruma… una lista interminable que cada día crecerá con magos que perfeccionarán sus trucos.

El mundo abierto por Internet nos permite que, a través de YouTube, tengamos acceso a muchas de sus exhibiciones. Por descontado, encontraremos malos videos de aprendices, pero el conocimiento de los nombres de los grandes magos nos permite llegar a sus números más principales

Sorprende que uno de los magos a los que se tributan mayores elogios sea un español: Juan Tamarit. Hasta los autores incorporan fotografías suyas en las que se le ve cómo nos muestra una moneda en una mano que no vemos pese a que nos permite hacerlo. Simplemente no la vemos porque estamos centrados en otra cosa. Aunque Juan Tamarit no deja de ser la cumbre, en el libro, también se hace referencia a la concurrencia de más de dos mil magos españoles a una de esas conferencias internacionales que, por lo visto, periódicamente se celebran. A Juan Tamarit se le atribuye el gran mérito de la utilización de sus bromas constantes, e incluso de fingir errores, como instrumento de distracción de la atención en sus increíbles trucos.

Son muchos los aspectos que se abordan y, en general, a cada uno de ellos se le va asignando un nombre, un capítulo y un truco de un determinado mago, a lo que se acompaña, tras una advertencia, la explicación del truco. Desde un punto de vista absolutmente profano parece que todo se reduce a anular la atención del espectador, bien distrayéndole, bien aprovechándose del hecho de que damos muchas cosas por supuestas y, por lo mismo, prestamos a las mismas una atención insuficiente. Pero realmente eso nos permite vivir: el atender a lo que creemos que merece atención y suplir con la experiencia de que se dispone el resto. Lo que el mago simplemente va a hacer es que prestemos atención a lo que no la merece. Así de simple. Lo demás los hace nuestro cerebro, al que debemos dar gracias por ello.

A eso se añaden otras percepciones. Como la de que cuanto más dura es la tarea a realizar más se activa la región central de la atención y más se inhibe la región periférica. La tarea el mago es conseguir esa activación, así de simple. Si lanza, por ejemplo, una pelota al aire dos o tres veces siguiéndola con la mirada, la vez siguiente no la lanzará, sino que fingirá lanzarla, pero nosotros, que estaremos pendientes de su mirada, daremos por lanzada al aire la pelota y nos sorprenderemos cuando no la veamos caer, preguntándonos como ha podido desparecer en el aire.

Uno puede irse a YouTube y ver videos en los que tiene que contar las veces que unas personas se lanzan un balón. Sorprendentemente no verá al gorila que pasa entre ellos. O una persona que nos muestra carteles en los que debemos contar signos de admiración, pero que no percibimos si se levanta, si le pone o quita un sombrero, si sonríe o si llora.

Quizás una desventaja de la lectura de este libro es que perdemos parte de nuestra virginidad original ante los magos. Dejamos de prestar atención a aquello sobre lo que ellos tratan de atraer nuestra atención, para fijarnos en “lo otro”, lo que pretende que sea invisible para nosotros. Aun así, a veces su técnica nos sobrepasa. Y en el camino hemos perdido la naturalidad, la sencillez, la capacidad de sorprenderse.  ¿Vale la pena?


 

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