jueves, 22 de junio de 2017

Hans Küng: Siete papas






 
Hans Küng es suizo y sacerdote. Pero es más teólogo y prolífico autor de libros que otra cosa. Maniobrero, culto, buscador de renombre, persistente… Su crítica (porque su obra no merece otro calificativo) abarca siete papas, seis y medio contando los 33 días de Juan Pablo I como medio y como enteros los de Pío XII, Juan XIII, Pablo V, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco I. Para Küng son: Pacelli, Roncalli, Montini, Luciani, Woytila, Ratzinger y Bergoglio. Así les vamos a tratar porque así son tratados.
Küng, aparentemente, es más que otra cosa un teólogo travieso, pero su heterodoxia solía ser en ocasiones muy soportable y además atractiva. No en balde no se le ha negado nunca el derecho a seguir ejerciendo de sacerdote y durante mucho tiempo fue algo así como un mimado de la Iglesia, una joven promesa. El choque de trenes se produjo cuando empezó a negar la infalibilidad del papa. Eso quizá hace más atractivo un libro dedicado a examinar el resultado de su experiencia de haber convivido con siete papas o, mejor, con el estilo y las actuaciones de siete papas.
¿Cómo Küng no podía tener un toque de “progre”? Su problema es que sus contendientes son los que él considera conservadores. Su segundo problema es que él, a su vez, será considerado conservador. Uno se para y mira a su derecha y su izquierda. No va a ver la derecha o la izquierda porque son simples conceptos. Uno verá simplemente los que le llaman progre y los que le llaman fascista. Sumando unos y otros podrá tener una cierta idea de donde está.

Comienza por Pacelli. Presuntamente noble, arrogante, germanófilo… lo que se quiera. Lo que mantiene Küng es que su decidido anticomunismo sobrepasaba su antinacionalismo. A Pacelli le desbordaba su sentido de la diplomacia en la que siempre había trabajado. De lo que afirma Küng lo que quizás conviene destacar es la importancia que se concede a su supresión de la experiencia de los sacerdotes obreros en Francia. De su implantación tuvimos conocimiento en España; eran tiempos de utopía en la que alegremente participábamos. Solo hubo cien sacerdotes obreros y aproximadamente la mitad no obedecieron la marcha atrás de la experiencia. Tampoco fueron adelante. Pero Küng queda señalado como enamorado de la utopía de que otros superamos. No hay milagros y eso desconsuela a Küng.
En su iter, deslumbra a continuación Roncalli, al que tan pronto ve como una estrella rutilante, como a un pobre cura de pueblo, eso sí muy cercano a la gente, aunque muy corto en teología. Roncalli incorporó a Küng a los trabajos del Concilio que había convocado y, se quiera o no, Küng se lo agradece. Y le marca.

Hagamos otro alto en el camino: Küng se la tiene ya jurada a la curia. ¡Ay, la curia! ¿Qué es? ¿Qué orientación tiene? ¿Quién la manda? La curia que ataca Küng responde un tanto a la que tenemos todos de ella: un conjunto de prelados que luchan entre ellos por el gobierno de la Iglesia y la definición de los credos. Pero él es beligerante: quiere otra curia, es decir otra en la que gobiernen y definan otros.
Y llega Montini, al que ve reprimido, entristecido, inerme, oprimido por la curia. Que agobiado por la amenaza comunista en Italia y Francia opta por un cierto acercamiento a las corrientes de izquierda. Montini constituye una gran esperanza para Küng, pero pronto destaca la forma en que le ahoga la curia. Siempre su obsesión “romana”. Y Montini no solamente es vencido, sino que se rinde según Küng. O sea, algo así como un traidor. Pero Küng, como reza el subtítulo del libro, habla de sus experiencias. Y una de las más importantes es la de su entrevista privada, de tres cuartos de hora, que tiene con Montini. Es entonces, cuando el papa trata de volverle al redil, cuando nace en el teólogo una idea curiosa del papado que le conduce a publicar el libro “¿Infalible?”
Küng, de esa forma, va pretendiendo pronunciamientos que nazcan de abajo (el “abajo”, por descontado, es él y sus seguidores). No se comprende muy bien por qué no deja títere con cabeza en la curia y confía al mismo tiempo en los sínodos de los obispos. La realidad es que Küng ha dejado ya de ser un cura teólogo y ha pasado a ser un auténtico político de tintes populistas en el ámbito eclesial.

Hasta cierto punto es un descanso el llegar a Juan Pablo I, Luciani. Pocos días y poca huella para generar resentimientos y denunciar agravios. Pero Küng sigue incansable y se enrolla con la temprana muerte del papa. Aunque afirme que no cree a los miembros de la curia romana capaces de asesinarle, lo que dice parece sugerir que esto es solo una opinión piadosa por su parte. No cree que sean capaces, pero no afirma que no lo hayan sido, directa o indirectamente.
Todo esto prepara el gran choque con Woytila, veinte siete años de pontificado. Pueden imaginarse todos los calificativos despectivos, aunque nunca ordinarios, que se quiera; no se llegará a cubrir el amplio espectro que nos ofrece Küng. Como siempre hay un pequeño acto que desencadena su resentimiento. En este caso, parece ser la manifestación privada de Woytila de que no le gustaba el libro que le había mandado y titulado “¿Existe Dios?”  Siguió luego molestándole con artículos que criticaban su actuación y, claro, Woytila se sintió molesto y acabo privándole de la licencia para enseñar teología católica. Lo hacía en la Universidad de Tubinga, pero Küng se las arregló para seguir haciéndolo.
Hay una parte realmente sorprendente y hasta ridícula en su crítica: la equiparación de Woytila y Reagan que le lleva a un auténtico paralelismo en la crítica. Y aunque nos diga que fueron nefastos, para la Iglesia y para los Estados Unidos, todo parece asegurar lo contrario. Para mayor paradoja, Küng se muestra entusiasta de Carter. Ya estamos ante el paradigma del progre.

Hagamos otro inciso para comentar el constante moverse por el mundo de Küng, las conferencias, las maniobras, los mensajes. Hay un momento en el que cita en apoyo de sus tesis su experiencia como confesor cuando era cura en Suiza. Hasta allá tiene que remontarse. Estudió en la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma, obra de los jesuitas, de lo que puede provenir su animadversión al Opus Dei y su defensa de los salidos de la Gregoriana. Quizá fue una desgracia para él el haber sido nombrado a los 34 años teólogo conciliar por Roncalli, dándole participación en el concilio Vaticano II, por el que profesa auténtica admiración, pese a que realmente sólo nos proporcionó a las “ovejas” el cambio del canto gregoriano por la triste guitarra y escasas cosas más.
Llega Ratzinger. Antes de ser papa es un energúmeno abominable, más o menos. Cuando es elegido, dice Küng que ante la noticia: “El rostro se me puso ceniciento, me eché las manos a la cabeza, salté de la silla y me fui hacia la puerta de la terraza”. No era de extrañar ya que antes del conclave había dirigido una carta a los cardenales señalando las “directrices para la elección del nuevo papa”. Y añade: “Por supuesto, he reflexionado a fondo de forma autocrítica hasta que punto estoy yo legitimado, como teólogo individual, a dirigir una carta a todo el colegio cardenalicio. Pero al fin y al cabo he producido desde la década de 1960 una abarcadora obra teológica, de suerte que, en especial para cuestiones de eclesiología, soy un acreditado especialista”. Pura humildad. En todo caso parece que Küng tenía la costumbre de escribir a todo el mundo y repartir sus libros a sabiendas de que molestaban.
Pero ¡oh prodigio!, de pronto Ratzinger pasa a ser una figura venerable, digna de elogios: todo es consecuencia de que Küng le haya pedido una entrevista, que ésta le fuera concedida y que se hubiera celebrado mansamente tras excluir temas teologales y ceñirse a los derivados de la ciencia y la paz, y se hubiera emitido un comunicado conjunto. A partir de ese momento, el papa Ratzinger es una buena persona. Eso sí, que continuamente indicará que se equivoca en el terreno ecuménico (pasivo), pero tendrá la valentía de renunciar (activo).
Estamos de buenas: el sucesor va a ser jesuita. Naturalmente, Küng escribe un artículo (en España lo publica “El País”) en donde dice como debe ser el nuevo papa. Desgraciadamente lo titula: “¿Una primavera vaticana?”. De primaveras ya sabemos bastante. Bergoglio va a emular San Francisco de Asís y promete humildad, misericordia, pobreza. Küng se extasía viendo que el nuevo papa firma una nota de agradecimiento al envío de un par de libros con una “F” solamente. Napoleón también terminó firmando con una “N”. Esto no es una crítica, sino una muestra de la inanidad del éxtasis de Küng.
Por la brevedad del pontificado transcurrido, son más las esperanzas puestas que las realidades constatadas. No hay alusión al populismo sudamericano, ni a las ásperas controversias sobre la comunicación de los divorciados nuevamente casados (como si no lo pudieran hacer anónimamente en cualquier iglesia), ni al afán de fotografías incluyendo los posados y muestras de humildad como la de utilizar urinarios públicos. No hay tampoco alusión a las inmigraciones masivas, ni condenas más allá que la de los concretos actos terroristas. Y aun así puede pensar que cómo se han acordado de su madre matan. Muy en línea con el “¿quién soy yo para juzgar?”, que todos agradeceríamos en caso de ser cierto.
Küng comenzó siendo el gran defensor del ecumenismo y el aggiornamento. Se concentró en la defensa eclesial de los derechos humanos y en la ética mundial. Se erigió en gran defensor de la mujer y del homosexual en la iglesia. Se abrumó más tarde con la creciente secularización y la reducción de vocaciones, lo que pensó en combatir desenterrando sus viejas ideas sobre el celibato. Dio efectiva importancia a la píldora, sin constatar que hasta los católicos practicantes la usaban. Ahora navega en un mundo ideal y vaporoso desconectado de la realidad.

Uno tenía una cierta admiración por Hans Küng. Se metía en terrenos pantanosos y acometía temas más o menos vírgenes. Hacía frente a problemas que la Iglesia pretendía desconoce. De pronto, es como si en este libro, escrito con la avanzada edad de 87 años, cayera una máscara y dejará ver un individuo resentido y ambicioso. No es el teólogo ilustrado y ordenado que imaginábamos leyendo sus anteriores libros, sino el teólogo que maniobra en la oscuridad buscando alianzas, presiones, grupos de poder, medios económicos, influencia….
Sin embargo, desvelados ya sus resentimientos y rencores, la relectura de sus anteriores libros resulta más diáfana. Conocida la herida, podemos recrearnos en lo que no es afectado por ella.





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