jueves, 1 de junio de 2017

José María Faraldo: La revolución rusa: historia y memoria.




 
Fue Santo Tomás quien pronunció una de las frases más repetidas: Temo al hombre de un sólo libro” (“Timeo hominem unius libri”). Por descontado es una frase descontextualizada, porque San Tomás se refería a los celos de ciertos teólogos vigilantes de la ortodoxia. Y tampoco hay que referirla únicamente a los que mantienen inquebrantables determinados principios y fines. Por mi parte, la doy una interpretación peculiar: el peligro está en que para aproximarnos a algo utilicemos un solo libro, una sola fuente de información. No es que recurriendo a dos o más mejore necesariamente nuestro conocimiento y nuestra visión de unos hechos o unas ideas, pero siempre es algo saludable.
Quizá por esa razón, siempre que abordo un tema en un libro, tiendo a contrastar su contenido con las opiniones vertidas por otros sobre el mismo tema. Eso he hecho con el tema de la revolución rusa. Es seguro que habré leído otros a lo largo de mi vida, pero sólo me queda de ellos esa cosa llamada cultura general. Recientemente me acerqué al libro de Eslava Galán, del que ya he dado noticia en este blog. Para chequearlo, por decirlo de alguna manera, me he dirigido a otro sobre el mismo tema: el de José María Faraldo, historiador y escritor, de izquierdas pero no comunista. Es una persona que ha tenido además la posibilidad y oportunidad de aprovecharse de la llamada “década memorable”, los diez años que mediaron entre la llegada de Gorbachov y la de Putin.
El tono del libro es muy distinto de la obra de Eslava Galán, pero se percibe cómo una misma realidad se aborda con tonos diferentes. Obviamente, el libro de Faraldo, aunque breve tiene un tono profesoral y teórico, del que voluntariamente carece el de Eslava. Anticipemos sorpresas: mientras Eslava Galán, por ejemplo, rememora el acorazado Potemkin y nos narra su historia, Faraldo afirma tajantemente que esa visión es incorrecta y está creada por la imagen que nos legó Eisenstein y que visionamos en sesiones de cine club o en vídeos sobre el cine soviético. Nos asegura que mientras se producían los acontecimientos del acorazado, se vivía con la tranquilidad habitual en el resto de San Petersburgo. Ojo: no confundir el Potemkin con el acorazado Aurora que inició la revolución de Octubre con un disparo que daba lugar al asalto del Palacio de Invierno.
Claro que subsiste la diferenciación entre 1905 y 1917. Lo que Faraldo va a enfatizar es que dentro de la revolución de 1917 deben de distinguirse nítidamente dos etapas o partes: la de febrero y la de octubre. Vamos a llamarlas a ambas revoluciones, aunque la primera sea más una revuelta que otra cosa. La de febrero tiene por objetivo la erradicación de todo lo que signifique zarismo y la implantación de un régimen democrático al estilo occidental.  De ella dice Faraldo: “Febrero apenas tiene memoria”. Por medio quedará el Gobierno Provisional. La Revolución de Octubre, a la que ya hay que llamar con mayúscula, es otra cosa. Es la apropiación por parte de los soviets del poder, el rapto de la revolución por los comunistas (palaba que adoptarán un año más tarde). No está de más recordar que durante la república española “Octubre” fue una palabra mágica y repetida, un auténtico mantra de la izquierda en las elecciones de febrero de 1936, que reunía la doble referencia a la revolución de Asturias del 5 al 19 de octubre― y la soviética.
Los personajes se muestran también de manera distinta. Nicolás II se muestra como persona desorientada más que otra cosa. Los que rodearon apenas aparecen o, como Rasputín o la zarina, apenas son mencionados. La matanza de Ekaterimburgo no se describe ni los excesos de los campesinos. En cambio, cobra una presencia más constante Kerenski, cosa que no es extraño ya que fue quien sufrió el acoso de soviets bolcheviques. No se ocultan sus errores, pero deja de ser el tonto útil que habitualmente se ha presentado, entre otras razones por la propia actitud de la propaganda soviética. Faraldo afirma de él que “era un hombre guiado por emociones, no por principios políticos, cuyo compromiso con la democracia y la libertad eran insobornables”. Su estrella se apagó con el fracaso del putsch de Kornilov. Pero, como recuerda el autor, durante el Gobierno Provisional de Kerenski, el propio Lenin presumía de que Rusia gozaba del régimen las libre del mundo. El mismo Lenin que, años más tarde, contestaría a juan  pregunta de Fernando de los Ríos: “¿Libertad ¿para qué?”
 En lo que podemos llamar bando contrario, el soviético y vencedor, se repasan las acciones de figuras políticas como Lenin, Stalin y Trotsky. Que no salen, evidentemente, bien parados, si excluimos las alabanzas dirigidas a Trotsky como genio militar de la guerra. En cualquier caso, como dice Faraldo ““Durante décadas, la propaganda soviética sumergió a quienes fueron los verdaderos protagonistas de la Revolución en el oprobio”.
Hay aspectos que se abordan y que nunca se pueden olvidar porque son las condiciones en que las revueltas primero y las revoluciones después pudieron germinar. La guerra civil que duró tres años, la vetustez e injusticia de régimen agrario existente, la existencia de unas servidumbres de hecho aunque legalmente eliminadas, la guerra mundial en que Rusia se vio inmersa y donde sufrió la humillante presión alemana.
Al final todo se centra en la referencia soviética a la democracia. Y se muestra la apropiación del termino por el comunismo. En realidad, nadie puede decir que es demócrata hasta el momento que, alcanzado el poder, se somete a las reglas de la democracia. Fue el caso de Hitler. En la revolución rusa la cosa fue peor. La democracia se remitió a los “soviets” (“círculos”) de los que formaban parte los elegidos. Se aprovechó la “sensibilidad“ regional para proponer un federalismo que fue rápidamente reemplazado por la inquebrantable unidad de la URSS. Todo fue un timo de la estampita en el que cayó, mucho tiempo, Occidente. Hay que preguntarse además si la aparición de los nazismo y fascismo no fueron sino una reacción a la aparición del comunismo y a la tesis leninista de exportar su régimen.
Un libro, en todo caso, inteligente y, lo que también importa, entretenido. Con ciertos límites, claro. Hay muchas cosas sorprendentes que nos permiten reducir nuestro nivel de ignorancia.

1 comentario:

  1. ¡Estimado Rafael!:

    Siento disentir con tu reseña del libro de Faraldo, Faraldo es patologicamente anticomunista, escamotea gran parte de la evidencia que no encaja en su paradigma antisoviético, esto es, su rigor es mínimo a la hora de abordar la cuestión.
    Por ejemplo,Faraldo pinta a Kerensky cómo un "verdadero demócrata" pero esto es risible.De hecho,Kerensky aspiraba a la dictadura para liquidar el movimiento revolucionaro y de hecho estaba en connivencia con Kornilov.
    Puedes verlo en los excelentes artículos del profesor Jabara Carley,un gran y riguroso especialista en la historia sovética:

    *The only member of the government, who called himself a socialist, was Aleksandr Kerensky, a so-called Trudovik, a faux socialist and blow-hard, who did not and could not represent the revolutionary mass movement any more than could Rodzianko, Guchkov or Miliukov. Their job would be to contain the revolution, and then stop it, making the soldiers go back to the front to continue the Allied war against Germany.

    -One Hundred Years Ago: the Kornilov-Kerensky Putsch:
    https://www.strategic-culture.org/news/2017/09/01/one-hundred-years-ago-kornilov-kerensky-putsch.html

    saludos.

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