Fue Santo Tomás
quien pronunció una de las frases más repetidas: Temo al hombre de un sólo
libro” (“Timeo hominem unius libri”).
Por descontado es una frase descontextualizada, porque San Tomás se referÃa a
los celos de ciertos teólogos vigilantes de la ortodoxia. Y tampoco hay que
referirla únicamente a los que mantienen inquebrantables determinados
principios y fines. Por mi parte, la doy una interpretación peculiar: el
peligro está en que para aproximarnos a algo utilicemos un solo libro, una sola
fuente de información. No es que recurriendo a dos o más mejore necesariamente
nuestro conocimiento y nuestra visión de unos hechos o unas ideas, pero siempre
es algo saludable.
Quizá por esa
razón, siempre que abordo un tema en un libro, tiendo a contrastar su contenido
con las opiniones vertidas por otros sobre el mismo tema. Eso he hecho con el
tema de la revolución rusa. Es seguro que habré leÃdo otros a lo largo de mi
vida, pero sólo me queda de ellos esa cosa llamada cultura general. Recientemente
me acerqué al libro de Eslava Galán, del que ya he dado noticia en este blog.
Para chequearlo, por decirlo de alguna manera, me he dirigido a otro sobre el
mismo tema: el de José MarÃa Faraldo, historiador y escritor, de izquierdas
pero no comunista. Es una persona que ha tenido además la posibilidad y
oportunidad de aprovecharse de la llamada “década memorable”, los diez años que
mediaron entre la llegada de Gorbachov y la de Putin.
El tono del
libro es muy distinto de la obra de Eslava Galán, pero se percibe cómo una
misma realidad se aborda con tonos diferentes. Obviamente, el libro de Faraldo,
aunque breve tiene un tono profesoral y teórico, del que voluntariamente carece
el de Eslava. Anticipemos sorpresas: mientras Eslava Galán, por ejemplo, rememora
el acorazado Potemkin y nos narra su historia, Faraldo afirma tajantemente que
esa visión es incorrecta y está creada por la imagen que nos legó Eisenstein y
que visionamos en sesiones de cine club o en vÃdeos sobre el cine soviético.
Nos asegura que mientras se producÃan los acontecimientos del acorazado, se
vivÃa con la tranquilidad habitual en el resto de San Petersburgo. Ojo: no
confundir el Potemkin con el acorazado Aurora que inició la revolución de
Octubre con un disparo que daba lugar al asalto del Palacio de Invierno.
Claro que
subsiste la diferenciación entre 1905 y 1917. Lo que Faraldo va a enfatizar es
que dentro de la revolución de 1917 deben de distinguirse nÃtidamente dos
etapas o partes: la de febrero y la de octubre. Vamos a llamarlas a ambas revoluciones,
aunque la primera sea más una revuelta que otra cosa. La de febrero tiene por
objetivo la erradicación de todo lo que signifique zarismo y la implantación de
un régimen democrático al estilo occidental. De ella dice Faraldo: “Febrero apenas tiene
memoria”. Por medio quedará el Gobierno Provisional. La Revolución de Octubre,
a la que ya hay que llamar con mayúscula, es otra cosa. Es la apropiación por
parte de los soviets del poder, el rapto de la revolución por los comunistas
(palaba que adoptarán un año más tarde). No está de más recordar que durante la
república española “Octubre” fue una palabra mágica y repetida, un auténtico
mantra de la izquierda en las elecciones de febrero de 1936, que reunÃa la doble
referencia a la revolución de Asturias ―del 5 al 19 de octubre― y la soviética.
Los
personajes se muestran también de manera distinta. Nicolás II se muestra como
persona desorientada más que otra cosa. Los que rodearon apenas aparecen o,
como RasputÃn o la zarina, apenas son mencionados. La matanza de Ekaterimburgo
no se describe ni los excesos de los campesinos. En cambio, cobra una presencia
más constante Kerenski, cosa que no es extraño ya que fue quien sufrió el acoso
de soviets bolcheviques. No se ocultan sus errores, pero deja de ser el tonto
útil que habitualmente se ha presentado, entre otras razones por la propia
actitud de la propaganda soviética. Faraldo afirma de él que “era un hombre guiado por emociones, no por
principios polÃticos, cuyo compromiso con la democracia y la libertad eran
insobornables”. Su estrella se apagó con el fracaso del putsch de Kornilov. Pero, como recuerda
el autor, durante el Gobierno Provisional de Kerenski, el propio Lenin presumÃa
de que Rusia gozaba del régimen las libre del mundo. El mismo Lenin que, años
más tarde, contestarÃa a juan pregunta
de Fernando de los RÃos: “¿Libertad ¿para
qué?”
En lo que podemos llamar bando contrario, el soviético
y vencedor, se repasan las acciones de figuras polÃticas como Lenin, Stalin y
Trotsky. Que no salen, evidentemente, bien parados, si excluimos las alabanzas
dirigidas a Trotsky como genio militar de la guerra. En cualquier caso, como
dice Faraldo ““Durante décadas, la propaganda soviética sumergió a quienes
fueron los verdaderos protagonistas de la Revolución en el oprobio”.
Hay
aspectos que se abordan y que nunca se pueden olvidar porque son las
condiciones en que las revueltas primero y las revoluciones después pudieron germinar.
La guerra civil que duró tres años, la vetustez e injusticia de régimen agrario
existente, la existencia de unas servidumbres de hecho aunque legalmente
eliminadas, la guerra mundial en que Rusia se vio inmersa y donde sufrió la humillante
presión alemana.
Al final
todo se centra en la referencia soviética a la democracia. Y se muestra la
apropiación del termino por el comunismo. En realidad, nadie puede decir que es
demócrata hasta el momento que, alcanzado el poder, se somete a las reglas de
la democracia. Fue el caso de Hitler. En la revolución rusa la cosa fue peor.
La democracia se remitió a los “soviets” (“cÃrculos”) de los que formaban parte
los elegidos. Se aprovechó la “sensibilidad“ regional para proponer un
federalismo que fue rápidamente reemplazado por la inquebrantable unidad de la
URSS. Todo fue un timo de la estampita en el que cayó, mucho tiempo, Occidente.
Hay que preguntarse además si la aparición de los nazismo y fascismo no fueron
sino una reacción a la aparición del comunismo y a la tesis leninista de
exportar su régimen.
Un libro,
en todo caso, inteligente y, lo que también importa, entretenido. Con ciertos
lÃmites, claro. Hay muchas cosas sorprendentes que nos permiten reducir nuestro
nivel de ignorancia.
¡Estimado Rafael!:
ResponderEliminarSiento disentir con tu reseña del libro de Faraldo, Faraldo es patologicamente anticomunista, escamotea gran parte de la evidencia que no encaja en su paradigma antisoviético, esto es, su rigor es mÃnimo a la hora de abordar la cuestión.
Por ejemplo,Faraldo pinta a Kerensky cómo un "verdadero demócrata" pero esto es risible.De hecho,Kerensky aspiraba a la dictadura para liquidar el movimiento revolucionaro y de hecho estaba en connivencia con Kornilov.
Puedes verlo en los excelentes artÃculos del profesor Jabara Carley,un gran y riguroso especialista en la historia sovética:
*The only member of the government, who called himself a socialist, was Aleksandr Kerensky, a so-called Trudovik, a faux socialist and blow-hard, who did not and could not represent the revolutionary mass movement any more than could Rodzianko, Guchkov or Miliukov. Their job would be to contain the revolution, and then stop it, making the soldiers go back to the front to continue the Allied war against Germany.
-One Hundred Years Ago: the Kornilov-Kerensky Putsch:
https://www.strategic-culture.org/news/2017/09/01/one-hundred-years-ago-kornilov-kerensky-putsch.html
saludos.