Piers Steel:
Procrastinación
La
procrastinación es el término que se ha acuñado para describir eso que con
tanta frecuencia nos pasa: hacemos las cosas tarde, deprisa y a trancas y
barrancas.
Hay un famoso
soneto de Lope de Vega que se titula “Que tengo yo que mi amistad procuras”.
Sus últimas estrofas son las palabras del alma a la invitación de un ángel para
abrir la ventana y contemplar a un Jesucristo que nos espera en las noches de
invierno: “Mañana le abriremos, respondía, para lo mismo responder mañana”. Se
ha dado a este soneto un sentido religioso, reconocedor de la misericordia
divina. Pero para mí siempre ha representado la síntesis de eso que se llama
procrastinación.
Con lo dicho no
estamos reflejando el concepto de procrastinación que analiza Steel. Es, en
efecto, ese diferir la realización de algo, pero añade dos notas fundamentales:
1) ese posponer algo tiene efectos negativos a largo plazo o no inmediatos: y
2) esa posposición es irracional en consecuencia.
Piers Steel es
canadiense, psicólogo y dedicado a temas relacionados con la motivación y la
procrastinación. A la que dedica este libro que, de entrada, parece un tanto
irregular en su contenido. Así, nos dedica un primer capítulo que parce nada más
un exordio típicamente norteamericano de cómo comportarse y mejorar la
autoestima. Añade unas consideraciones sobre la idea de “utilidad esperada” y
afines que no van ayudar a definir el concepto. Pero, a continuación, en el
segundo el panorama cambia y se introduce en el campo científico. Y ahí
comenzamos a perdernos al tratar de saber lo que es exactamente la
procrastinación y si es buena o mala.
Para Steel
hay que remitirse a la neurología. Tenemos un sistema límbico primitivo y
animal frente al que construimos a lo largo de la infancia unos centros
frontales cerebrales. El primero es absolutamente instintivo y sólo será
frenado en el hombre por el segundo. Éste es capaz de hacer planes, de diferir
acciones para aumentar la utilidad esperada. Son el instinto y la razón. Todo
se inició ―sugiere― cuando surgió la agricultura y el hombre supo esperar el
tiempo preciso para recolectar más tarde. Momento en el que también se produjo
el nacimiento del derecho de propiedad.
Nuestros
lóbulos frontales son los que nos van a permitir realizar planes de futuro y no
ceder totalmente a los dictados del instinto. El hombre actual debe vencer a su
instinto, mientras que éste se defenderá desde la procrastinación. Aquí es
donde la procrastinación tiene su doble valor: satisface los instintos
primitivos del individuo, pero contraría su comportamiento racional.
Total, que
volvemos a algo que vemos en muchas áreas relacionadas con el comportamiento
del hombre: que somos individuos, pero no tenemos una única forma de
comportarnos: ¿hacemos novillos o no los hacemos pensando que así llegaremos a
ser personas respetables y exitosas? Uno
recuerda los dibujos infantiles en los que rodean a niño dubitativo un pequeño
ángel blanco y un pequeño demonio negro
Un
concepto que sobrevuela toda la exposición es el de la impulsividad. El clásico
procrastinador es impulsivo y la impulsividad favorece la procrastinación. ¿Qué
es ser impulsivo? Obviamente para Steel es responder a los deseos del sistema
límbico. Inicialmente podía referirse únicamente a la comida; hoy, puede
referirse también a los videojuegos o al smartphone. Pero cabe preguntarse si más
que impulsividad, el concepto a analizar es el de espontaneidad: la
espontaneidad nos conduce a acceder a impulsos profundos. Eso nos lleva a
elegir lo cómodo, lo que nos gusta, lo que no nos cansa, lo que nos evita
responsabilidades. O sea: el “carpe diem”
en su aspecto más crudo y descarnado.
¿Cómo
negar que la procrastinación a corto plazo es infinitamente más satisfactoria?
Si no fuera así ¿por qué posponemos la realización de tantas cosas?
Una alarma
que transmite Steel: la técnica cada vez nos ofrece más tentaciones, es decir,
oportunidades inmediatas de distraerse, entretenerse, disfrutar. Recuerda como
lo hacía el programita Pong, el de las palas y la pelotita, en los años 70 y lo
enfrenta a las actuales y próximas ofertas de la televisión, llenas de
perfección e instantaneidad. Así que se termina sintiéndose profundamente
pesimista, cuando contempla además como esa televisión comienza a ser
desplazada por Internet. ¿Qué quería o qué esperaba? ¿Qué la nueva tecnología
no afecta rara también a la procrastinación?
Tienen
quizá menor interés todo lo que dedica a destacar los perjuicios económicos
tiene la procrastinación para el individuo y la sociedad, al referirlos a
aspectos económicos y evaluables. Pero también se refiere a terrenos como la alimentación,
el ejercicio físico o la religión. En este punto recuerda con acierto a san
Agustín, el gran procrastinador, y una de sus frases “Dadme señor, castidad y
continencia, pero ahora” y destaca que la procrastinación es más intensa en el
área del cristianismo.
A Steel
parecen llevarle los demonios cuando ve al individuo ceder una y otra vez a su
sistema límbico y no hacer caso a sus lóbulos frontales. Así termina
encontrando incluso una nueva causa antropogénica del cambio climático, en el que,
por descontado, él cree: prometidos tres grados más para 2050. Confía entonces en
la intervención de los gobiernos que, aunque procrastinan también, lo hacen moderadamente
(cita a Obama y Cameron, con lo que muestra el trasfondo de su pensamiento
último). Y descarta que se deba actuar sobre la información o la técnica: hay
que hacerlo sobre la motivación. ¿Pero la motivación pertenece a lo más íntimo
del individuo ¿hasta ahí deben llegar los gobiernos?
Promete en
lo que resta de libro ofrecer remedios a la procrastinación. Como en los viejos
intermedios de las películas por jornadas, habría que intercalar el rótulo de
este estilo: “¿Lograrán los gobernantes controlar nuestros sistemas limbicos?”,
“¿Podrán los estudiosos dormir estos sistemas y lograr la victoria de la
corteza frontal de nuestros cerebros?”
Hay una
exclamación muy usual en España a la que, en realidad, no hace frente Steeel;
”Que me quiten lo bailao”. Lo ”bailao” es el principio conductor del
procrastinador. Steel olvida el carácter contingente del futuro, hasta la misma
vejez. Esperamos tener futuro, pero no es seguro.
Pese a su
promesa, Steel se pierde en una serie de consideraciones sobre el optimismo, el
éxito, el fracaso, la motivación, la autoestima… todo conduciéndonos a las llamadas “espirales
de éxitos”. Uno cree más en Kipling cuando en su “If” nos dice: “Si llega tu victoria o llega tu derrota y a
los dos impostores les tratas de igual forma” (para no traicionar: “If you can meet with triumph and disaster
and treat those two imposters just the same”.)
La última
parte del libro ―casi la mitad del mismo― resulta tan agobiante como insulsa.
Steel nos quiere curar ¿curar de qué? Parte de que nada como evitar las
tentaciones para seguir dando instrucciones, una tras otras, con las que
pretende evitar la causa de nuestra procrastinación. Consejos sobre alimentación,
sobre ejercicio, hábitos y costumbres, orden, horarios, objetivos, planes,
entornos de trabajo, metas, rutinas, pensamientos… Todo en un estilo muy
americano, a lo Dale Carnegie, considerando que nos proporciona un inestimable
mecanismo de autoayuda. Y todo aplicado a los tipos de procrastinados que no ha
presentado al inicio del libro: Eddie, Valeri y Tom.
En defensa
del autor hay que consignar que, ya concluyendo su libro, escribe lo siguiente:
“Cuando ponga en práctica las sugerencias
hechas aquí, también usted sacará provecho. Pero no se pase. La procrastinación
puede conducir a una vida inauténtica, en la que los sueños a largo plazo se
pudren en el interior de uno mismo, pero igual puede pasar al empeñarse en
eliminar la procrastinación por completo”. Y añade: “Que se intente apagar por completo el lado impulsivo acaba por volverse
en último término contra uno mismo; los deseos y apetitos que propulsan una
vida requieren que se los atienda”.
Hay un
problema profundo de libertad. Es cierto que precisamos que nuestros lóbulos
frontales racionalicen nuestros actos hasta hacernos “civilizados”, es decir, que
coarten todos aquellos actos que lesionen la libertad y los derechos de los
demás. Pero no podemos convertirlos en tiranos de nuestros sistemas límbicos,
es decir, de nuestra animalidad.
Cuestión
distinta es que la procrastinación sea un hábito tan arraigado que llegue a
constituiré un trastorno auténtico del comportamiento, conduciendo a
situaciones morbosas de ansiedad y frustración. No se trata de simple
autoayuda, sino de una situación que desborda lo psicológico para pisar lo
psiquiátrico. Que no es el caso aborado por Steel en su libro.
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