Vaya por
delante que la psicología como ciencia es de los charcos más confusos en que
uno se puede introducir. Y dentro de ella, destaca la rama de la psicología
conductista. La lectura de este libro puede permitir adquirir una idea de lo
que esa rama de la psicología es, pero más seguro ha sido remitirse a la
Wikipedia; ella nos dirá que es la “rama
de la psicología que se encarga del estudio de la cognición, es decir, de los
procesos mentales implicados en el conocimiento”.
El peligro
de confusión aumenta cuando se informa uno de que el autor, Daniel Kahneman es
un judío estadounidense, nacido en Tel Aviv, que ha ganado el Premio Nobel de Economía
“por haber integrado aspectos de la investigación
psicológica en la ciencia económica”. Junto con otro israelí, Amos Tversky,
creó la “teoría de las perspectivas” (prospect theory) ―y ahora seguimos de
nuevo a la Wikipedia― según la cual “los
individuos toman decisiones en entornos de incertidumbre que se apartan de los
principios básico de la probabilidad. A este tipo de decisiones lo llamaron
atajos heurísticos”. Es decir, hablando simplemente, se equivocan a veces.
Algo sobradamente conocido
Esto nos
pone un tanto sobre la pista. Se trata de explicar por qué nos equivocamos
tantas veces. Y la razón la va a encontrar Kahneman en la existencia de dos
formas de actuar el individuo, a los que llama Sistema 1 y Sistema 2. El Sistema
1 está en funcionamiento constante, nos avisa de peligros, de las variaciones
de nuestro entorno, de todo lo que nos rodea, se apoya en experiencias y en lo
que ve, o sea, el reiterado WYSIATI (what
you see is all there is). Es un mecanismo en constante funcionamiento que
(con perdón) parece ser lo que en el individuo subsiste de su condición animal.
Pero, claro, lo que se potencia en rapidez y atención se pierde en profundidad.
Es lo que fundamentalmente va a ser causa de nuestros errores.
El Sistema
2, por el contrario, profundiza, analiza y pondera, Pero tiene un gran defecto:
es enormemente perezoso y se resiste a funcionar. Eso sí en ocasiones, cuando
lo hace se siente satisfecho y feliz y funciona durante horas concentrado y sin
cansancio (lo que llama el “fluir”). De cómo funciona ese Sistema 2 Kahneman
nos da un ejemplo descriptivo. Caminamos hablando junto a un amigo, conversando
sobre cosas banales; en un momento determinado le preguntamos: “¿Cuánto es 64
por 32?” Inmediatamente nuestro amigo se parará. El Sistema 1 que estaba trabajando
no puede hacer frente con sus soluciones rápidas e instintivas a esa pregunta y
llama en ayuda al Sistema 2. Cuando éste entra en funciones, concentra toda la
acción y atención del individuo. No hay ya lugar para que el Sistema 1 se ocupe
de nuestro andar.
Ya tenemos
entonces los dos métodos de pensar: el rápido del sistema 1 y el lento del
Sistema 2. Distintos pero complementarios y colaboradores. Siempre diligente y
dispuesto uno, y perezoso el otro. Ambos, orientados a resolver problemas y
ofrecernos soluciones. O sea, con vocación heurística. Lo que siempre se había
llamado comportamiento instintivo y comportamiento racional.
Hasta aquí
todo es inteligible. Pero, partiendo de esa distinción, Kahneman se introduce
en el análisis de las causas por las que nos equivocamos. Se tira a la piscina,
vamos. Y nos habla de anclas, de disponibilidades, del engaño de los pequeños
números, de los sesgos, los riesgos y las emociones. Un auténtico escaparate de
los hechos que contribuyen de una u otra forma a conducirnos al error. Nos
asalta la duda de si no está jugando con trampa, ya que todas sus afirmaciones
están basadas en experimentos con individuos a los que, para probar la
influencia de todos esos hechos, se les somete a ellos. Para colmo se hace un
uso excesivo de la estadística y un uso abusivo de sus resultados. Que existen
los placebos, es sabido y una vez sabido no hay por qué refocilarse en sus
distintas manifestaciones. Y llegar a formar una relación de las cosas que
nunca son placebo no parece tener mucho interés.
La misma
forma en que describe los experimentos hace dudar de su eficacia. Parece haber
en su diseño y práctica una cierta manipulación. Si el sujeto se sabe objeto de
un experimento, su conducta quedará afectada. Si no lo está, estará siendo
manipulado ya que se le está ocultando la realidad a que está siendo sometido.
Si se le sugiere algo (como que la música ambiente del experimento favorece su
ejercicio o no, por ejemplo) ¿se le está sugiriendo un placebo o un
antiplacebo?
Hay un
pasaje curioso: en una clase a instructores de vuelo israelíes Kahneman mantuvo
la tesis de que las recompensas por los avances son más eficaces que los
castigos por los errores. Uno de los instructores le arguyó –tras indicar que
eso sería bueno para los pájaros, pero no para los cadetes de vuelo– que su
experiencia era que tras una reprimenda la actuación de un alumno mejoraba y,
contrariamente, tras una felicitación solía empeorar su actuación. Kahneman,
tras exclamar Eureka, llegó a la conclusión de que el entrenador estaba cierto
y equivocado. Y tuvo “un feliz momento de
iluminación”. Los hechos denunciados eran reales, pero todo se debía al
llamado “regreso a la media”, lo que
significa que, tras un mal resultado se logra otro mejor, y al revés. O sea, lo
que pasa a los futbolistas, sobre todo a Benzema, y a todo bicho viviente.
La postura
de Kanheman pasa por cargarse lo que Nicolás Bernoulli construyó sobre la idea
del valor esperado, cuestión de echar cuentas y ver lo mejor. Se sustituye ahora
ese valor esperado por la utilidad esperada. Y al introducir esa teoría de las
perspectivas se topa con la psicología individual. Para colmo, después de
muchas páginas, el autor llega a la conclusión de que la suerte toma parte
indudable en cualquier previsión realizada. O que todos tenemos cierta versión a
las pérdidas: preferible ganar algo menos que perder mucho. ¿Necesitaba
alforjas para eso?
El estilo
que emplea Kahneman es, por otra parte, muy cansino. Con un estilo que podrá
gustar en los Estados Unidos pero que es escasamente didáctico, comienza la
mayor parte de sus pesadas disquisiciones con la referencia a una persona o una
ocasión determinada. Pero al lector no suele interesarle cómo le llegaron sus
“iluminaciones”. Porque, aunque lo critica en otros, lo cierto es que propende
a hablar ex catedra, poseído de la verdad. Pese a ello no se ver con claridad
lo que quiere expresar, cosa derivable de su tendencia a repetir argumentos con
ligeras variaciones. Cierto es también que, en ocasiones, habla de sus propios
errores, aunque naturalmente acaban en nuevas iluminaciones que los corrigen.
Cuando
acaba el libro y tras recorrer un largo camino por el terreno económico, Kanheman
acaba sus digresiones hablando de la existencia de “dos yo”. La idea parece
contradecir la del yo único que todos sentimos. Tratar de separar nuestras
conductas en mundos distintos aunque relacionados carece de sentido a primera
vista. Afirma: “para los economistas conductales, la libertad tiene un coste
que soportan los individuos que hacen malas elecciones y la sociedad que se
siente obligada a ayudarlos. La decisión sin de proteger o no a los individuos
contra los errores constituye así un dilema.” Todo conduce a lo que el mismo
llama el “paternalismo libertario”, una idea que lanzó el jurista Cass Sunstein
(al que rápidamente Obama le dio importantes funciones en su administración) juntamente
con Richard Thaler. Todo está dirigido a librarnos de errores. Pero no se trata
de la verdad que nos hará libres de que nos habla el Evangelio de San Juan, si
no de que nos acostumbremos a leer la letra pequeña de los contratos y controlemos
las conformidades que prestamos dando a una tecla en el ordenador. Algo que
según Kahneman conduce a una “psicología sana”.
Uno
prefiere la libertad de equivocarse, al tiempo que detesta que se nos induzca a
la equivocación.
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