sábado, 22 de febrero de 2020

Matthew L. Tompkins : “El espectáculo de la ilusión. La magia, lo paranormal y la complicidad de la mente”.


Estamos ante un libro que, para mí, claramente resulta atractivo y placentero. Es decir, y hablando llano, que me gusta mucho. Es un libro que está escrito por un psicólogo, Matthew Hopkins, que anteriormente fue mago y conoció los intríngulis de esta actividad. Es un libro que recoge fotografías de la exposición “Humo y espejos. Psicología de la magia” celebrada utilizando los fondos de la Wellcome Collection. Por fin, es un libro que, dando por hecha la labor del editor inglés, ha sido cuidadosamente editado por Siruela. Lo abrimos y creemos estar, no ante un libro, sino ante una serie de imágenes que en general nos retrotraen a un periodo de nuestra vida me refiero a la mía, claro— en que disfrutaba ante algo tan extraño como el espiritismo. Es como si, de pronto, tuviéramos en nuestras manos lo que en otros momentos no teníamos y buscábamos, recorriendo Palmés, Heredia y Conan Doyle.
Aunque el libro está literalmente inundado por antiguas fotografías cuyo sabor añejo ha sabido conservarse ayudado de los tonos sepias empleados, el texto (más extenso de lo que parece por estar reproducido con una letra diminuta) no desentona y aborda no solamente una descripción de la historia que rodea al espiritismo y al mundo de lo paranormal y que se manifiesta en la continua lucha entre sus detractores y defensores, para entrar luego en el mundo de la magia, sino que además agrega una serie de ideas sobre la colaboración del engañado por la magia profesional.
El primero de los capítulos del libro está dedicado al espiritismo. Tras referirse al antecedente que supuso el mesmerismo y su influencia en Andrew Jackson Davis, trata de un tema sobradamente conocido como es la historia de las hermanas Fox y el negocio que fraudulentamente montaron. Lo es también la serie de personas que se dedicaron a investigarlo, terminando unas convencidas y otras poseídas por una profunda fe en la posibilidad de conectar con el espíritu de personas ya fallecidas. Dos cuestiones se plantean en torno a esto: la primera, como se desplazó el falso negocio de las Fox y otros muchos seguidores (como el fotógrafo William Mumler) a la construcción de una auténtica teoría mística que sistematizaría Allan Kardec; la segunda la proliferación de personas calificadas como “médiums” sobre las que recayó pasivamente la investigación ya aludida. Destaca entre ellas la famosa Eusapia Palladino y sus ectoplasmas. Uno recuerda el viejo y releído libro de 1950 del jesuita Fernando Palmés en el que ella, como Eva y otros mediums, sirvió de argumentación y soporte.
Quizá hay cosas sobre las que el libro de Tompkins llaman mi atención. Como la influencia que en la difusión de espiritismo tuvo la guerra del 14 con sus millones de muertos y los familiares que buscaron a muchos de ellos. O como la decadencia generalizada en que cayó en la segunda mitad del siglo XX,  de la que parece salvarse la sociedad brasileña. En cualquier caso, el espiritismo incide en un viejo problema que hoy subsiste replanteado sobre bases distintas: la persistencia del alma y su naturaleza.
El libro promete abordar la ignorada colaboración del público con el mago o espiritista (algo que se irá viendo), pero antes recorre un breve pero importante recorrido por la historia del espiritismo. Su objetivo era simplemente comunicarse con los que habían pasado por esta vida y en teoría ya estaban en la otra. Algo realmente polémico que determinó la aparición de defensas y ataques despiadados: de lo que se trataba simplemente era de demostrar que todo era un fraude y que no existía esa misteriosa comunicación, realizada a través de los médiums, unos individuos extraños sobre los que pesaban las sospechas de venalidad y de la necesidad de asegurar espectáculo.
Esos amores y desamores fueron en primer lugar generalizados; una segunda etapa es la que llevaron a cabo los ilusionistas y magos tratando de demostrar que todo era truco en las exhibiciones de los médiums; un tercer aspecto que se enfatiza es el que llevaron a cabo los científicos con la fe de muchos más bien esperanzade que esas comunicaciones con los muertos eran posibles.
Los ilusionistas aparecen paralelamente a los espiritistas En el llamado Segundo acto del libro: “Los maestros de la magia”. Lo que sucede es que si los magos , al principio, únicamente imitaban sus trucos posteriormente utilizaron algunos de ellos, en parte para delatarlos reivindicando la profesionalidad del mago, en parte para imitarlos convirtiéndose en fraudulentos médiums. Como indica Tompkins “la historia de los espectáculos de magia está íntimamente relacionada con el escepticismo que suscitan los fenómenos mágicos o paranormales”, de forma que “el auge del espiritismo… coincidió con la edad de oro de los espectáculos de magia”. Son muchos los artistas —es decir, magos— cuya trayectoria recorre el libro, describiendo sus grandes trucos.
Aparece em primer lugar el nombre del francés Robert Houdin, que cambió los atuendos fantasiosos por las vestimentas elegantes al uso y al que se debe la frase según la cual consideraba al mago profesional “como un artista dedicado a hacer trucos de prestidigitación, sino como un actor que interpretaba el papel de poseedor de poderes sobrehumanos”. Se refiere después a John Nevil Maskelyne, que evidenció los trucos de los hermanos Davenport y que durante toda su vida fue un declarado anti espiritista hasta convertirse en “una figura mitológica en el ámbito de la magia inglesa”. Llega por fin el gran Houdini, norteamericano de origen húngaro, del que tenemos una idea clara de su trayectoria a través de la película que se hizo en 1953. Del escapismo pasó a la magia y fue incluso practicante de manifestaciones espiritistas, tendencia que se alteró cuando, muerta su madre, vio la imposibilidad de contactar con ella. Desde aquel momento se convirtió en feroz perseguidor del espiritismo.
Hay que situarse ahora en los finales del siglo XIX y los principios del XX. La ciencia es sacudida cada vez más por inesperados descubrimientos como pueden ser el electromagnetismo o la transmisión inalámbrica. Cualquier nuevo descubrimiento no asombra ya puesto que, incluso, lo más descabellado es visto como posible camino hacia nuevos descubrimientos. En un clima como el descrito no es de extrañar que hubiera muchos científicos que vieran en el espiritismo y lo paranormal unas puertas abiertas a ulteriores descubrimientos. Junto a físicos como Richet, también se alinearon escritores, como fue el conocido caso de Arthur Conan Doyle.
Cuando la pasión por el espiritismo decae, va surgiendo paralelamente el interés de los psicólogos por estos problemas. Eso sucede en momentos en los que la propia psicología trata de lograr reconocimiento como disciplina científica. Como Tompkins advierte, el atractivo por la simple comunicación con otro mundo persiste; desaparecen los tiempos del viejo ectoplasma, pero surgen nuevas manifestaciones inquietantes. Una de ellas es, por ejemplo, la comunicación extrasensorial cuya posibilidad abre Rhine y que conlleva la difusión de sus curiosas cartas Zenner. Otra: Uri Geller y su torsión de metales con la mente. Esto pasa también, pero persiste el interés de la gente dispuesto a renacer en el momento en que alguna novedad lo active.
El último de los capítulos es quizá el más interesante por cuanto expresa el sentimiento del autor. Lleva el título de “Quinto acto. La psicología de la ilusión”. Podríamos reunir todo en la afirmación de que somos pésimos testigos. Sin intenciones aviesas y ocultas, sino simplemente porque nuestros sentidos nos engañan. Y un testigo engañado no sirve como testigo. Tompkins dulcifica en parte su mensaje al introducir la noción de la ilusión, distinguiendo las ilusiones por acción y por omisión. Pero ya ha dejado al aire nuestro flanco: una flaqueza utilizada por los magos. El libro reproduce aquí el famoso truco de la carta olvidada: usted elige una carta y cuando pasa la página, es justamente esa carta la que ha desparecido, tal como le anunciaron. Un ejemplo de la famosa “ceguera al cambio”; que Tompkins ya considera como “la ceguera de la ceguera al cambio”. Cada vez más, los psicólogos se aproximan más al mundo de los magos: “Un marco conceptual que a los investigadores les ha resultado muy útil es la noción de que cualquier truco de magia se puede descomponer en “efecto y “método.”, nos indica el libro. Y nos lleva de la mano a las técnicas de desviación de la atención, por ejemplo. Al mismo tiempo que critica la utilización de forma sutiles de influencia en las pruebas realizadas por muchos psicólogos.
No debemos engañarnos: el libro está dedicado a marcar terrenos entre la existencia una posible comunicación con los que ya están en otro mundo y su imposibilidad. El espiritismo es el imputado fundamental en la reyerta, pero lo cierto es que el progresivo papel de la psicología en el terreno científico ha trasladado la discusión al campo de lo paranormal o parapsicológico. Pero todo continúa siendo algo que ignora algo fundamental, necesario y previo: la existencia del alma como algo que no precisa el cuerpo, pero representa la persona, y la existencia de ese “otro mundo” donde se supone que andan esas almas.
Hay un tipo de libros que se debe buscar, dejando relegados a los que suponen simple divulgación, por más que ésta sea necesaria: son los libros que inquietan. Y éste es un libro, que a primera vista distrae y divulga, pero de alguna forma inquieta tras distraer y divulgar. Uno se acuerda de la antigua página de La Codorniz titulada “Tiemble después de haber reído”, que convivía con el damero maldito de Conchita Montes.
Uno piensa que la cosa es complicada. Por encima de todo: ¿nos gusta ser engañados? ¿nos basta saber que estamos siendo engañados? ¿se conforma con eso nuestro ego? Si la cosa es complicada, nosotros lo somos más. ¿Por eso me gusta el libro?

“El espectáculo de la ilusión. La magia, lo paranormal y la complicidad de la mente” (224 págs.) es un libro escrito por Matthew L. Tompkins en 2019 siendo publicado por en España por Siruela el mismo año dentro de la colección “El ojo del tiempo”

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