miércoles, 5 de febrero de 2020

Cristian Rodrigo Iturralde : “1492. Fin de la barbarie y comienzo de la civilización en América” Tomo II.


Me topé con esta segunda parte de “1492” cuando acaba de colgar en este blog mi comentario a la primera de las partes. La lectura del segundo de los libros parece que corrobora mi opinión de que el principal objetivo de Cristian Rodrigo Iturralde no es otro que poner coto al indigenismo creciente. Indigenismo que se basa fundamentalmente en creer en una cultura precolombina justa, humana y original que fue destruida por la llegada de los españoles. Una reacción justa y elogiable a la vista de las corrientes indigenistas al uso, que al tiempo que describen una sociedad justa e inocente, se ven obligadas a renovar la vieja leyenda negra para lograr un adecuado sentido de victimismo.
Frente al primero de los tomos que componen esta obra, esta segunda parece ser simplemente una adición a la primera en la que se muestran los hechos que permiten hablar con fundamento de barbarie como calificativo adecuado para las culturas precolombinas. Con ese repaso no se hace sino insistir en la crueldad y el sadismo que rodearon esas culturas en general, aunque ampliándolo a terrenos distintos como el sexual. Sin embargo, brevemente y en su capitulo VII, el libro aborda un tema concreto: “¿Qué cambió con la llegada de España y los misioneros?” Con él establece una plena continuidad con el espíritu del primero de los tomos que componen la obra, que se continúa con el llamado “epílogo galeato”. Su última frase, separada y en negrita, como un grito, sorprende viviendo como viene de un argentino: “Santiago y cierra España”
América es un continente muy extenso. Demasiado para considerar la existencia de una única cultura; la realidad de diversas culturas se impone y el libro aceptará esa realidad, pormenorizando el distinto trato que merecen las culturas de los imperios que el tomo primero ha descrito; no sólo eso: tendrá muchísimas ocasiones de descender a culturas locales y tribales. Eso sí, siempre apoyándose en múltiples fuentes de la época o posteriores que confirman esos vicios precolombinos. La forma pormenorizada con que se refiere a las distintas tribus y etnias es realmente elogiable.
Sucesivamente se dedicarán sucesivos capítulos a estos vicios: a) Trepanaciones; b) Mutilación genital y Castración; c) La mujer indígena; d) Sacrificios Humanos; y e) Antropofagia y Canibalismo. Obra de los españoles fue el tratar de erradicar esos “malos usos”, algo que realmente consiguió al acabar con “las bestialidades practicadas frecuentemente y en forma generalizada por gran parte de las distintas culturas indígenas americanas”. Lo que Rodrigo Iturralde denomina simple parte del paso de la barbarie a la civilización. Que como es lógico tiene dos partes, la eliminación de la barbarie y la transmisión de la civilización.
Obviamente la descripción de la barbarie requiere referirse a actos realmente repugnantes. El autor del libro tiene la obligación de reproducirlos, apoyándose en textos e investigaciones; pero uno no tiene esa obligación lo que le exime de responsabilidad al reducir a lo mínimo esos aspectos que rayan en la repugnancia.
El Capítulo I se refiere a “Trepanaciones, Craneoplastias y el Precio de la Vanidad Indígena”. Se abre con la casi olvidada “craneoplastia” o costumbre de aplicar, especialmente a los niños, instrumentos de compresión que deformaban sus huesos, singularmente los de la cabeza. Su finalidad era distinta según las tribus, desde los mandatos religiosos a la pura vanidad, pasando por una significación bélica o social. No fue un vicio exclusivamente precolombino ya “que fue utilizada en todo el planeta”, pensándose que la costumbre emigró desde Asia a América.
Las trepanaciones, aunque agrupadas con lo anterior, respondían a ideas distintas. Rodrigo señala la existencia de dos teorías contrarias: una, las que hacen referencia la existencia de heridas o lesiones (en definitiva, con un cierto sentido médico) y otra que las explica como medios utilizados para dar salida a los espíritus malignos que anidan en el cerebro (también con sentido médico, al tratar de aliviar padecimientos provocados por dichos espíritus)
Hagamos un alto para aludir a algunas ideas insistentes en el libro de Rodrigo. Una de ellas, la primera, consiste en afirmar que los tipos de las aberraciones que describe fueron también practicados en otros países del mundo. La segunda supone sintéticamente que dichas aberraciones o muestras de sadismo no se produjeron con la misma intensidad en las diversas regiones de América. América, como ya he dicho, es muy grande. No solamente la política de los grandes imperios fueron diferentes, sino que también lo fueron las de los grupos étnicos más reducidos. Uno considera que es posible que Cristián Rodrigo tenga razón. Lo que sucede es que estamos hablando de 1492 y que esas “peculiaridades” precolombinas se enfrentan a unas ideas europeas en las que empieza a germinar el Renacimiento, impone sus raíces cristianas frente a las amenazas islamistas y cuenta con un pensamiento filosófico reflejado en libros que abre nuevos caminos.
Los sacrificios humanos a los que se dedica otro de los capítulos del libro que resulta ser el más extenso y quizá se deba ello a que es algo peculiarmente “propio” del mundo indígena precolombino, especialmente de los mexicas o aztecas. No fue, sin embargo, exclusivo de ellos; incas y mayas lo practicaron, aunque en menor medida. Este capítulo es donde Rodrigo nos aporta mayor número (y nada abreviado en general) de testimonios de la época y de conclusiones a las que han llegado los historiadores posteriores. Añadamos las imágenes indígenas en donde se aprecia perfectamente la forma de practicarse estos sacrificios. No faltan tampoco las descripciones de estas prácticas, que uno no puede sino calificar de repugnantes. En cualquier caso, se batieron tristes récords tanto numéricos como de personas y edades a las que se aplicaron
Se ocupa a continuación de la mutilación genital y la castración. Quizá lo más destacable es que no solamente se utilizaron como castigos o métodos de domesticación, sino que, en muchos casos, respondían a automutilaciones basadas en la vanidad. Esto afecta singularmente a los hombres, con prácticas que sorprenden incluso al espíritu más imaginativo y retorcido. Pero en el ámbito de la mujer surge la figura de la ablación, lacra más extendida por el mundo y de triste vigencia. Ello permite a Rodrigo saltar a analizar la condición de la mujer indígena, realmente un objeto en aquel mundo, y su contraste con la importancia de la mujer en Europa, donde aparecen reinas decisivas o escritoras deslumbrantes. Isabel la Católica, con sus leyes de Burgos, es ejemplo cercano de ello. Especial atención presta al tratamiento que siempre ha tiene la Iglesia Católica hacia la mujer. Como contraste. Describe la nula entidad de la mujer en el mundo indígena precolombino.
Termina la descripción de los deleznables usos existentes a la llegada de los españoles con las referencias a la antropofagia y el canibalismo. La cosa no es muy difícil de explicar: la carne humana no dejaba de ser una fuente fundamental de alimentación (según los nativos era mejor y más sabrosa la de indígenas que la del español) que llegaba a promover la captura de esclavos o su posterior castración, con la finalidad de obtener mayor cantidad de carne. Aunque ha sido objeto de negación o dulcificación, Rodrigo afirma que “el canibalismo indígena precolombino no solo no es un mito, sino que se practicó de forma generalizada, y no siempre con fines rituales”.
Tras el repaso dado a las atrocidades de la mayor parte de las etnias americanas, Rodrigo Iturralde se pregunta “¿Qué cambió con la llegada de España y los misioneros?”, no sin antes prometernos un tercer tomo en donde abordará extensamente este tema. Con independencia de la esperanza de acontecimientos de orden religioso, “mal que les pese a los orfebres ideológicos de paños rojos, lo verdaderamente cierto y probado es que la llegada de los españoles supuso un gran alivio a las masas y un disgusto, lógicamente, a las clases dirigentes”. Esto unido a los objetivos de los españoles y la aparición del mestizaje, es lo que distingue su colonización a la realizada por los sajones y afines. “El español… era un hombre reciamente medieval”; “…no existe en aquellos siglos hombre más autocrítico que el español. Nada existe más importante que la salvación del alma”. Termina diciendo: “estos inmigrantes europeos fueron, al decir de don Vicente Sierra, soldados que parecían misioneros y misioneros que parecían soldados; cuya primera y máxima ambición era ganar tierra para la Corona, como leales súbditos que eran, y almas para Cristo, como católicos piadosos y convencidos”.
A continuación, relaciona lo que hicieron los españoles aludiendo a las prohibiciones de actos de crueldad, la aparición del mestizaje, los hospitales y las escuelas, la legislación laboral, el aprendizaje de los sentimientos cristianos, estando excluidos como neófitos de la Inquisición. Termina con un “Veritas vincit”. Con ello da paso a lo que denomina “epilogo galeato”. Galeato es un término español admitido por el DRAE que va cayendo en desuso. Por eso no es inoportuno recordar su definición “(Prólogo de una obra) en el que se la defiende de las objeciones que le han puesto o le pudieran poner”. Uno debe confesar que ha tenido que consultar también el diccionario para saber su real significado. Lo único que sorprende y que hay que atribuir a la ironía del autor es que no hablamos de un prólogo, sino de un epílogo. Un epílogo que constituye una ardorosa insistencia en las ideas que introdujo en el primero de los tomos.
En definitiva: un libro lleno de citas y datos, libre. Un libro que los españoles debemos de agradecer, más cuando nos llega de esa tierra lejana que es Argentina.

“1492. Fin de la barbarie y comienzo de la civilización en América, Tomo II” es un libro del que es autor Cristián Rodrigo Iturralde, escrito en 2016 y leído en versión Kindle.

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