Cuando ya no
era niño y aun no era persona mayor, me encantaba sumergirme en los ya
descatalogados libros de Palmés o Heredia. Sobre todo, uno del primero, que
incorporaba fotos de Eusapia Paladino, del pirata King, de Bien Boa... Era
fotos muy mal hechas lógicamente pero que, aunque ofrecían imágenes absurdas,
impresionaban a una mente que acababa de abandonar el mundo mágico de los
niños. Allí aparecían caras deformes, mesas extrañas, figuras difuminadas, médiums
cuyas manos eran agarradas por alguien… Uno, joven aún, no creía, buscaba. ¿Por
qué tantas personas, maduras y cultivadas, creían en aquello? ¿Creían o también
buscaban?
Miguel Ángel Sabadell
es un doctor en Ciencias Físicas, al que se le califica de astrofísico. Es
editor habitual de una de las secciones de la revista “Muy interesante”. Ha
estudiado y analizado el impacto de la técnica en el hombre actual, la
permanencia de su mentalidad original y arcaica, sus limitaciones y sus
posibilidades. Divulgador científico, es autor de varios libros y videos. Se
mueve en temas que inevitablemente le hacen ser una persona muchas veces
controvertida
El enfrentamiento
con el espiritismo implica, de entrada, tratar de entender qué es. Nadie
discute que, desde su inicio, fue un fraude con el que se pretendía la obtención
de beneficios económicos. Digamos, al paso, que esto es algo que coincide con
la magia blanca que vemos en los escenarios, con la única diferencia que esta última
ilusiona no engaña: de antemano se nos dice que hay un truco con el que nos van
a engañar. Pero hubo un momento en que lo que era un negocio inconfeso se erigió
en una especial religión o un sucedáneo de religión y en un fenómeno extraño
que analizar.
Todo el
problema consiste en la inminencia del más allá. Y hablo de inminencia porque
la certidumbre de la muerte es evidente, el tiempo es breve y transcurre ineluctablemente.
El espiritismo no es sino una hipótesis más para admitir y proclamar la
existencia de una vida después de la muerte; ni más ni menos de lo que hace
toda religión. Pero ahora la hipótesis es casera y doméstica; los muertos se
acercan mansamente al salón en que se realiza la velada. Se persigue hablar con
familiares fallecidos o, alternativamente, a invitar a visitarnos a figuras de
la historia.
Pero volvamos
al libro. La historia del espiritismo está escrita desde su inicio. Su repaso
se realiza, sobre todo, a través del recuerdo de las pequeñas historias de los
que supusieron algo en esa corriente espiritista. Su vida y sus vicisitudes son
recordadas ordenadamente y de manera atractiva. Conocemos sus circunstancias
familiares, sus fans, sus éxitos y sus fracasos, y, cuando existen, sus
miserias.
Advirtamos que
se trata unicamente de la historia del espiritismo; no de una historia de lo
paranormal, ya que hay fenómenos, como la telepatía, que escapan al mundo
espiritista. Otra cosa para tener en cuenta es la constante presencia de científicos
y magos. Los primeros, tratando de probar la realidad espiritista; los
segundos, dedicados a descubrir los trucos con los que se finge ésta.
Quienes se han
acercado al espiritismo, especialmente los procedentes del campo científico lo
han hecho siendo ya proclives a él. La pérdida reciente de seres queridos les
ha hecho especialmente crédulos. Por otra parte, como denuncia una y otra vez
Sabadell, el hecho de ser un reputado científico no significa que se sepa
apreciar con claridad los hechos que se observan. Pienso que ese error se puede
explicar fácilmente teniendo en cuenta que están acostumbrados a observar
hechos de una naturaleza que no trata de engañar nunca, pero que tolera que
nosotros nos engañemos.
La otra
vertiente es la magia. Una y otra vez se descubren los trucos, muchas veces
groseros, a los que recurren los médiums. Los magos los descubren con inaudita
facilidad. Y los médiums se ven obligados a decir por qué los emplean: no
defraudar a los asistentes, aliviar a los que pretende hablar con sus muertos,
defenderse de los controladores, ganar dinero simplemente…
Todo comenzó
con la broma de Margaret y Kate Fox. Los chasquidos que con los pies producían
fueron prontamente atribuidos a los espíritus. Tres golpes significaban “sí”.
Luego designaron letras, al modo de la ouija. El negocio y la explotación
creció y saltó a territorio británico de la mano de Owen. No tardó en pasar a
Francia y España. Los aplicados espíritus descubrieron otra forma de
manifestarse: las mesas volantes. El químico francés Michael Faraday las
estudió y terminó atribuyendo esos extraños movimientos a acciones
inconscientes de los asistentes.
Para entonces,
el espiritismo y sus sesiones había pasado a ser un entretenimiento social con
el que divertirse. Cosa admirable si atendemos la descripción de una de las sesiones:
sin luz o casi sin luz, con interminables esperas que llegaban a superar la
hora, todo con la esperanza de obtener alguna frase muchas veces carente de
sentido o falsa. En cualquier caso, se trataba de un fenómeno social en claro
crecimiento.
Se vivirá una época
donde se suceden famosos médiums: Florence Crook y su fantasma Katie King, tan
curiosamente parecido; Henry Slade y sus pizarras en que los espíritus escribían
mensajes; y, sobre todos, Daniel Dunglas Home, al que Sabadell califica de príncipe
de los médiums y que si por algo debe ser recordado es “por haber perfeccionado y ampliado las técnicas de los médiums. Home levitaba,
alargaba su cuerpo, levantaba mesas pesadas sin tocarlas, soportaba el fuego
sin quemarse… Fue un experto en el manejo de las técnicas psicológicas y del
ilusionismo”. Ha pasado a la historia su famoso vuelo de una ventana a
otra. Sus éxitos atrajeron a William Crookes, el famoso químico que los estudió
incansablemente. Miguel Ángel Sabadell, tras transcribir una de las anotaciones
del científico referida a una de sus observaciones, agrega: “Conmovedor. La mejor imaginación de Crookes
al servicio de un engaño”.
Es necesario e
importante referirse a la relación del espiritismo con la espiritualidad
cercana a la religión. Se sitúa el origen en Allan Kardek, en realidad un
pedagogo francés, Hippolyte Reveil que tomó dicho nombre por ser el del brahmán
indio que, con el nombre de “Verdad”, se le manifestó y le fue confiando las
ideas que luego recogió en “El libro de
los espíritus”. Fue Kardek quien dio el nombre de espiritismo a la
corriente espiritual que creaba, creyente en Dios, en la supervivencia del espíritu,
en la pluralidad de mundos habitados, en la existencia de médiums, en el
progreso de la humanidad.
Helena
Blavarsky será la siguiente estrella de ese plano espiritual. Actuó como médium,
pero destacó la unión que estableció entre el espiritismo con la Sociedad
Teosófica, a cuya fundación contribuyó en 1875. Recordemos que es la ST es “una sociedad para la búsqueda de la sabiduría
divina, sabiduría oculta o espiritual” y cuya enseñanza básica es la igualación
de las religiones (todas tiene una verdad en común) con la que pretenden conseguir
la relación fraternal de toda la humanidad. De Helena Blavarsky, Sabadell
escribe: ”Taimada y vieja ocultista, fundó
un movimiento orientalista en las épocas difíciles del independentismo indio y
se convirtió en la gurú más controvertida de todos los tiempos. Su legado escrito…
ha sido y es fuente de inspiración para muchos pseudoideólogos y ocultistas de
distinto pelaje.”
Conoció a
Olcott, un coronel seducido por el espiritismo. Comenzaron a llegar a la médium
cartas que aparecían misteriosamente en sus habitaciones. Eran de los
“maestros” que la comunicaban los arcanos que ella fue recogiendo hasta publicar
”Isis sin velo”, base del teosofismo.
Se asentó en la India, pero pronto llegaron las disensiones y junto al “cuervo
negro” de Blavatsky nos cuenta Sabadell como surgió el “cuervo blanco” en la
persona de la norteamericana Leonora Piper. Sobre Leonora Piper se centraron
los estudios de la Sociedad para la Investigación Psíquica (SPR). Sus trucos se
basaban sobre todo en la lectura en frío, la lectura de los movimientos imperceptibles
de los músculos y el “phishing” o recopilación
previa y subrepticia de información luego utilizada en las sesiones
Volviendo a lo
que podemos llamar espiritismo-espectáculo, aparece la italiana Eusapia Paladino
que parece dar a la cosa un tono mediterráneo, no por su banalidad, grosería y
analfabetismo claro, sino por la naturalidad, espontaneidad y viveza de sus
manifestaciones. Aunque empezó con el clásico pirata King (que según Sabadell
mostró la capacidad de este pirata para los idiomas ya que hablaba ahora en italiano),
pronto se agregó otro espíritu, el de Chicot. La aparatosa Paladino trajo a las
huestes espiritistas nuevos defensores, en más famoso de los cuales fue el
antropólogo Cesare Lombroso quien terminó diciendo que realizaba los fraudes inconscientemente
y que en parte se debían a un redireccionamiento de su potencia sexual. Con su
mayor llaneza, Eusapia decía que hacía trampas siempre que podía. Y los controles
de los científicos eran muchas veces ridículos, reduciéndose muchas veces a la
simple confianza en la médium
Mayor fue el
“fichaje” del fisiólogo francés Charles Richet, que la llevó para observarla hasta
su casa en la isla Roubaud. Él y los científicos invitados por él describieron
fenómenos deslumbrantes, pero no aportaron ninguna prueba que los respaldara.
Sin embargo, es en esas fechas cuando va a aparecer algo notable del espiritismo:
el “ectoplasma”. Quien haya ojeado el libro de Palmés no necesitará descripción
alguna de los que es el ectoplasma. Uno lo veía como una cosa extraña y algo
repugnante que salía por ciertos lugares del cuerpo de la médium. Salía y solía
formar a continuación caras, manos o hasta figuras enteras. Luego se iba por
donde había venido. El ectoplasma junto con el “cabinet” (especie de armarito o garita donde se ubicaba la médium o
simple rincón acotado con cortinajes) constituyeron parte del escenario obligado
del espiritismo de la época.
En él llegó
Marthe Beraud, conocida como Eva C. Sus actuaciones se desarrollaron en “Villa
Carmen” un inmueble en el que vivía el matrimonio Nöel, de cuyo hijo era novia.
Los Nöel ya eran aficionados al espiritismo y ya conocían bien al espíritu de
Branhauban y, sobre todo, al de Bien Boa, un brahmán hindú. Solo faltaba allí
Richet, y allí llegó con toda su carga de credulidad. Sabadell narra cómo,
cuando Bien Boa echó aliento en una botella con sales diluidas de bario, el
cambio de color evidenció que ese aliento contenía anhídrido carbónico,
demostrativo de que procedía de una persona viva. Sabadell nos cuenta como los
asistentes prorrumpieron sin embargo en aplausos y cómo Bien Boa, ya retirado, volvió
a aparecer para agradecer el aplauso. “Los
monjes hindúes también tiene su corazoncito” añade.
En su parte
final, el libro se refiere al famoso Houdini. Tratando de relacionarse con su
fallecida madre, se acercó al espiritismo no logrando sino denunciar sus
trucos. Más adelante, Sabadell constata que ”Tras la Segunda Guerra Mundial el interés de la sociedad por el
espiritismo decayó hasta casi desparecer”. Se alude a las nuevas ideas del
cuerpo astral, de las teorías holográficas de la mente, de las experiencias próximas
a la muerte… hasta de tímidos renacimientos del espiritismo.
Cuando todo
termina, Sabadell tras afirmar que “todo
queda reducido a la búsqueda de consuelo, al deseo de vivir para siempre”.
Y reproduce un largo texto de una carta que, a principios del siglo XX, el médico
español Jerónimo Estrany dirigió al astrónomo Comás Solá y que acaba indicando:
“Si se sujetaran los médiums al rigor de
este método experimental ¿Cuáles de esos fenómenos tan portentosos del mediumnismo
resistirían un análisis hecho a conciencia? Sinceramente, creo que ninguno”.
Sabadell añade unicamente: “Sinceramente,
yo creo lo mismo”. Y el libro acaba.
El viaje a través
del espiritismo está escrito de forma atrayente, con una especial facilidad
para evitar el agobio de tantas personas como pasan por sus páginas. Las ideas
y los juicios no precisan estar explicitados para estar presentes y patentes.
Son sumamente curiosas las confrontaciones entre crédulos y escépticos o entre
magos y científicos.
Sabadell no
cree en el espiritismo. Y eso hace a esta historia más libre.
“Hablando con fantasmas. Historia
critica del espiritismo y los fenómenos paranormales” (124 págs.) es un libro del
que es autor Miguel Ángel Sabadell. Fue editado en 1998 por Ediciones “Temas de
Hoy·”
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