Podría decirse
que se está ante uno de los libros más importantes que se han publicado en relación
con el nunca resuelto atentado terrorista llevado a cabo en los trenes de
cercanías de Madrid el 11 de marzo de 2004. Curiosamente, es un libro de una
doble autoría que ofrece dos facetas muy distintas. Por una parte, Casimiro García
Abadillo nos ofrece algo así como la infrahistoria de una investigación y una sentencia
en el aspecto concreto de los explosivos utilizados en el atentado. Antonio
Iglesias toma el papel del científico obsesionado con la verdad y persistente
en su búsqueda.
A García Abadillo
es casi innecesario presentarle. Entró en “El Mundo” cuando se creó en 1989 y
llegó a ser director de este, destacando siempre su labor de periodista de investigación.
Autor de varios libros, dedicó uno al 11-M: “11-M la venganza”.
Quien necesita
esa presentación es Antonio Iglesias, un químico con quien contactó Jse Marìa
de De Pablo, abogado de la Asociación de Ayuda a las Víctimas del 11-M. Cuando
esa acusación solicitó participar en la pericia que ordenó realizar el Juez Gómez
Bermúdez, presidente del tribunal que conocía del sumario instruído en torno al
atentado del 11-M, cuando ya se acercaba la fecha en que había de abrirse la
vista oral. Antono Iglesias trabajó en la empresa privada y, más tarde, como
profesional libre, fue perito judicial del Colegio de Químicos de Madrid.
Habría que añadir que es increíblemente testarudo en el campo científico.
Se unen así dos
corrientes en el libro: la investigadora de García Abadillo y la científica de
Iglesias, dando como producto un libro que no deja de ser sino una protesta
ante la forma en que la sentencia se desentiende de los resultados de la
pericia. Pero es una protesta tardía e inútil. La suerte estaba echada y es
García Abadillo quien nos cuenta la forma en que Gómez Bermúdez, que al mismo
tiempo era presidente y ponente, fue variando su enfoque hasta terminar en una
sentencia muy ajustada a la versión oficial que se había ido gestando durante
una investigación en la que, de manera casi constante, aparecieron medidas
inexplicables, silencios ominosos, pruebas falsas, errores injustificables o justificados
de forma ramplona, testigos dudosos y confidentes. Y faltaron autores
intelectuales y muchos autores materiales, quizá todos.
En el prólogo, García
Abadillo no contará como se desenvolvieron las opiniones y las informaciones iniciales
sobre los explosivos empleados. Destacará la extraña forma de proceder del jefe
de los TEDAX, Sánchez Manzano, de cómo se confundió al juez de Instrucción,
Juan del Olmo, de las equivocadas indicaciones sobre la metenamina. Afirmará: “Con ser escandalosa la manipulación de los
informes y las justificaciones ideadas por el jefe de los TEDAX, mi fuente insistía
una y otra vez en otra cuestión: “No os dais cuenta de la importancia de los focos.
La clave de la investigación está en el análisis de los focos de las explosiones”
me advirtió”. Porque García Abadillo contaba con una garganta profunda que
le enfrentó con el problema de los explosivos.
Pero no es cuestión
ahora de abordar la totalidad del “11-M”, algo cuya realidad es evidente pero cuyas
raices nadie conoce. El libro se ciñe a algo tan concreto como es la
determinación de los explosivos que se utilizaron en el atentado. Podría
pensarse que era algo que hubiera podido resolverse con cierta facilidad en su momento,
pero esto no sucedió por razones evidentes como son la tosquedad del laboratorio
donde primero se realizaron los análisis, o los aspectos dudosos y
contradictorios de los realizados posteriormente sin intervención de las
partes, imputados, acusados y acusadores. Algo que justificó la resolución de Gómez
Bermúdez de llevar a cabo una pericial conjunta, bajo la presión de la
necesidad de iniciar la vista oral, ya cerrado el sumario.
Junto a esas
razones que podíamos llamar científicas, aparecían otras: las de orden
político. Dos eran los explosivos que rivalizaban en el protagonismo del
atentado y cada uno apoyaba a uno de los partidos que competían en unas
elecciones generales que se iban a celebrar 3 días más tarde. La dinamita Goma
2 ECO favorecía al PSOE, en tanto que la dinamita Titadyn apoyaba al PP. Lo
hacía porque una apuntaba a la autoría de ETA acorralada por el PP, en tanto
que la presencia de la Goma 2 ECO hacía presente la posibilidad de una venganza
yihadista, que luego sería apuntalada por el descubrimiento de un peculiar robo
en una mina asturiana.
Dicho lo
anterior podemos saltar al campo científico. Iglesias narra cómo se constituyó
la pericia, presidida por un perito de la policía, al que claramente se le
acusará de tratar de maniopul.ar el resultado de las pruebas. Esta parte, la
referida al análisis de los explosivos es la que ocupa la mayor parte del libro
y ocupa unas 268 páginas. Está precedida por una breve referencia a cómo se constituyó
la pericia y seguida de las consideraciones que sobre los resultados lleva a
cabo Antonio Iglesias y la forma en que todo se refleja en la sentencia.
El encargo que
reciben los 8 peritos del presidente del tribunal es dictaminar sobre tres cuestiones:
1) las ambigüedades presentes en los análisis realizados por la policía (con lo
que se aspiraba a disponer de unos análisis que no presentaran las contradicciones
ya advertidas); 2) los explosivos que
llevan en su composición nitroglicerina (con lo que se persigue la exclusión
del Titadyn); y 3) la explicación de la aparición
de la metenamina, como elemento extraño a las dinamitas (con lo que se intentan
superar las contradicción de los informes policiales y su rectificaciòn en este
punto).
La realidad era
que, efectivamente, era preciso poner algún orden en los análisis realizados
sobre los explosivos, pero el resultado de la pericia empeoró aún más las
cosas. Sustancialmente, lo que se trataba de decidir es si se estaba ante Goma
2 ECO o Titadyn. Este último llevaba como componentes distintivos en su composición
DNT (dinitrotolueno) y NT (nitroglicerina). El componente que aparecía en la
composición Goma 2 ECO y no en el Titadyn era el dibutilftalato, aunque este podía
proceder de cosas distintas del explosivo, aunque oficialmente se tratara de
obviar olvidandolo.
Los análisis
comenzaron el 31 de enero. Y poco más tarde, el 6 de febrero analizando la
muestra M-6-12 aparece inesperadamente el DNT, propio del Titadyn y ajeno a la
Goma 2 ECO. Se analizan otras pruebas procedentes de los focos de las
explosiones y aparece en casi todas. Se produce una conmoción general. Como
dice García Abadillo: “Pero si creían
haber oído todo sobre explosivos, atentos a lo que viene a continuación”. Y
eso fue que, cuando ese mismo día se retiraron los peritos, hubo un corte de
luz y las cámaras dejaron de grabar. Al día siguiente se repiten las
comprobaciones en muestras de explosivos enteros (no explosionados, como los de
la furgoneta Kangoo, la mochila de Vallecas o el piso de Leganés) y ahora aparece
en todas ellas.
Imperturbables,
los peritos oficialistas achacan la presencia del DNT a la contaminación de las
muestras por Goma 2 EC, un explosivo que hacía años se había dejado de
fabricar. No se da explicación a cómo el DNT no fue detectado en las muestras inicialmente
analizadas M-2 y M-3, es decir, el
cartucho de la furgoneta Kangoo y la muestra patrón aportada por los TEDAX el mismo
11 de marzo.
Mal que bien la
pericia proseguía. Hasta que una tarde, la del 20 de marzo, terminada la tarea
propuesta antes lo previsto y como forma de aliviar el aburrimiento, el perito
no oficial Carlos Romero Batallán, del que era pareja el de la Guardia Civil, Carlos
Atoche, propone analizar la muestra M-1, un polvo de extintor que había
absorbido parte de la explosión en un vagón de la estación de El Pozo y que la
encargada del laboratorio de los TEDAX había enviado al de la Policía Científica,
ya que no podía con sus medios o no sabía cómo tratar una muestra pulverulenta.
Las anteriores, no pulverulen tas, habían sido lavadas y el líquido del lavado,
tirado. Se hace el análisis y aparece ¡nitroglicerina!, el componte al que había
aludido descuidadamente el jefe de los TEDAX, Sánchez Manzano, un componente que
señalaba al Titadyn y era incompatible con la Goma 2 ECO. El jefe de la pericia
ordena la realización de nuevos análisis y entonces la nitroglicerina “aparece en todas las muestras de explosivos
enteras incluso donde antes no existía. E incluso en todas las procedentes de
los focos. Para que luego digan que no existen los milagros”. Así lo relata
García Abadillo. Ahora va a ser la “contaminación ambiental” la que se aduce y atribuida
a un indebido almacenaje en las estancias policiales, algo que rebate en el
juicio la responsable del laboratorio de los TEDAX.
El estudio de
los análisis realizados en la pericia se reproduce en más de 280 páginas de un
libro de 440. No se reproduce íntegramente el informe emitido por los peritos,
sino únicamente las partes fundamentales. Pese a esa abreviación, es científicamente
denso y agotador: cada una de las muestras analizadas es objeto de un análisis
concreto. Muestras que fueron realmente escasas (23 únicamente procedentes de
los 12 focos en que explosionaron los artefactos), sin que pudieran obtenerse
pruebas adicionales pese a insistirse en ello por parte de los peritos.
Penosamente, se
lograron unas conclusiones mínimas, a las que se incorporaron los criterios personales
de los cuatro peritos no oficialistas y el del conjunto de los oficialistas. En
la vista oral, la actuación de juzgador y peritos pareció una jaula de grillos.
La sentencia tiene que recurrir en último término a declarar probado la que la
Goma 2 Eco fue el explosivo utilizado “toda o en gran parte” de las explosiones,
con lo que se excluye que se utilizara unicamente en una “pequeña parte” de las
mismas y sin justificar dicha apreciación.
El libro concluye
con explicaciones adicionales de Antonio Iglesias, que, desde su condición de
experto, critica y deshace las teorías de contaminación utilizadas en sus
distintas versiones. Da respuesta a las tres preguntas que planteaba el
tribunal. Por cierto, agrega una observación inquietante: la estructura
granular de la muestra de la furgoneta y de la aportada como muestra patrón por
TEDAX es sorprendentemente similar, lo que suscita la duda de su unidad de
procedencia. Lamenta a continuación que el encargo conferido no permita llevar más
allá los análisis.
Estamos a la
vista de dicho, ante un libro que, al mismo tiempo, es de consulta (en un plano
cientifico) y de informacion (en un plano periodístico). Logicamente, para el
que se aproxima al curioso desarrollo de la pericia, la primera tiene el
interés relativo de permitir la realidad de lo denunciado en la segunda y ver,
como en un zoom, los resultados de cada una de las muestras.
Resumiendo: un libro
indispensable para el quienes quieran aproximarse al enigma trágico del 11-M, y
absolutamente innecesario para quienes no tengan ese interés. Aunque pese a
todo, los primeros seguirán “teniéndolo crudo” como ya les advirtió nuestro rey
emérito.
“Titadyn” (440 pàgs,) en un libro
escrito por el periodsta Casimiro García Abadillo y el químico Antonio Iglesias.
Fue publicada por la editorial La Esfera de los Libros en 2009.
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