sábado, 17 de febrero de 2018

Casimiro García Abadillo y Antonio Iglesias: “Titadyn. El informe científico del químico Iglesias. El estudio definitivo de los explosivos del 11-M”




 

Podría decirse que se está ante uno de los libros más importantes que se han publicado en relación con el nunca resuelto atentado terrorista llevado a cabo en los trenes de cercanías de Madrid el 11 de marzo de 2004. Curiosamente, es un libro de una doble autoría que ofrece dos facetas muy distintas. Por una parte, Casimiro García Abadillo nos ofrece algo así como la infrahistoria de una investigación y una sentencia en el aspecto concreto de los explosivos utilizados en el atentado. Antonio Iglesias toma el papel del científico obsesionado con la verdad y persistente en su búsqueda.
A García Abadillo es casi innecesario presentarle. Entró en “El Mundo” cuando se creó en 1989 y llegó a ser director de este, destacando siempre su labor de periodista de investigación. Autor de varios libros, dedicó uno al 11-M: “11-M la venganza”.
Quien necesita esa presentación es Antonio Iglesias, un químico con quien contactó Jse Marìa de De Pablo, abogado de la Asociación de Ayuda a las Víctimas del 11-M. Cuando esa acusación solicitó participar en la pericia que ordenó realizar el Juez Gómez Bermúdez, presidente del tribunal que conocía del sumario instruído en torno al atentado del 11-M, cuando ya se acercaba la fecha en que había de abrirse la vista oral. Antono Iglesias trabajó en la empresa privada y, más tarde, como profesional libre, fue perito judicial del Colegio de Químicos de Madrid. Habría que añadir que es increíblemente testarudo en el campo científico. 

Se unen así dos corrientes en el libro: la investigadora de García Abadillo y la científica de Iglesias, dando como producto un libro que no deja de ser sino una protesta ante la forma en que la sentencia se desentiende de los resultados de la pericia. Pero es una protesta tardía e inútil. La suerte estaba echada y es García Abadillo quien nos cuenta la forma en que Gómez Bermúdez, que al mismo tiempo era presidente y ponente, fue variando su enfoque hasta terminar en una sentencia muy ajustada a la versión oficial que se había ido gestando durante una investigación en la que, de manera casi constante, aparecieron medidas inexplicables, silencios ominosos, pruebas falsas, errores injustificables o justificados de forma ramplona, testigos dudosos y confidentes. Y faltaron autores intelectuales y muchos autores materiales, quizá todos.
En el prólogo, García Abadillo no contará como se desenvolvieron las opiniones y las informaciones iniciales sobre los explosivos empleados. Destacará la extraña forma de proceder del jefe de los TEDAX, Sánchez Manzano, de cómo se confundió al juez de Instrucción, Juan del Olmo, de las equivocadas indicaciones sobre la metenamina. Afirmará: “Con ser escandalosa la manipulación de los informes y las justificaciones ideadas por el jefe de los TEDAX, mi fuente insistía una y otra vez en otra cuestión: “No os dais cuenta de la importancia de los focos. La clave de la investigación está en el análisis de los focos de las explosiones” me advirtió”. Porque García Abadillo contaba con una garganta profunda que le enfrentó con el problema de los explosivos.

Pero no es cuestión ahora de abordar la totalidad del “11-M”, algo cuya realidad es evidente pero cuyas raices nadie conoce. El libro se ciñe a algo tan concreto como es la determinación de los explosivos que se utilizaron en el atentado. Podría pensarse que era algo que hubiera podido resolverse con cierta facilidad en su momento, pero esto no sucedió por razones evidentes como son la tosquedad del laboratorio donde primero se realizaron los análisis, o los aspectos dudosos y contradictorios de los realizados posteriormente sin intervención de las partes, imputados, acusados y acusadores. Algo que justificó la resolución de Gómez Bermúdez de llevar a cabo una pericial conjunta, bajo la presión de la necesidad de iniciar la vista oral, ya cerrado el sumario.
Junto a esas razones que podíamos llamar científicas, aparecían otras: las de orden político. Dos eran los explosivos que rivalizaban en el protagonismo del atentado y cada uno apoyaba a uno de los partidos que competían en unas elecciones generales que se iban a celebrar 3 días más tarde. La dinamita Goma 2 ECO favorecía al PSOE, en tanto que la dinamita Titadyn apoyaba al PP. Lo hacía porque una apuntaba a la autoría de ETA acorralada por el PP, en tanto que la presencia de la Goma 2 ECO hacía presente la posibilidad de una venganza yihadista, que luego sería apuntalada por el descubrimiento de un peculiar robo en una mina asturiana.

Dicho lo anterior podemos saltar al campo científico. Iglesias narra cómo se constituyó la pericia, presidida por un perito de la policía, al que claramente se le acusará de tratar de maniopul.ar el resultado de las pruebas. Esta parte, la referida al análisis de los explosivos es la que ocupa la mayor parte del libro y ocupa unas 268 páginas. Está precedida por una breve referencia a cómo se constituyó la pericia y seguida de las consideraciones que sobre los resultados lleva a cabo Antonio Iglesias y la forma en que todo se refleja en la sentencia.
El encargo que reciben los 8 peritos del presidente del tribunal es dictaminar sobre tres cuestiones: 1) las ambigüedades presentes en los análisis realizados por la policía (con lo que se aspiraba a disponer de unos análisis que no presentaran las contradicciones ya advertidas);  2) los explosivos que llevan en su composición nitroglicerina (con lo que se persigue la exclusión del Titadyn); y  3) la explicación de la aparición de la metenamina, como elemento extraño a las dinamitas (con lo que se intentan superar las contradicción de los informes policiales y su rectificaciòn en este punto).
La realidad era que, efectivamente, era preciso poner algún orden en los análisis realizados sobre los explosivos, pero el resultado de la pericia empeoró aún más las cosas. Sustancialmente, lo que se trataba de decidir es si se estaba ante Goma 2 ECO o Titadyn. Este último llevaba como componentes distintivos en su composición DNT (dinitrotolueno) y NT (nitroglicerina). El componente que aparecía en la composición Goma 2 ECO y no en el Titadyn era el dibutilftalato, aunque este podía proceder de cosas distintas del explosivo, aunque oficialmente se tratara de obviar olvidandolo.
Los análisis comenzaron el 31 de enero. Y poco más tarde, el 6 de febrero analizando la muestra M-6-12 aparece inesperadamente el DNT, propio del Titadyn y ajeno a la Goma 2 ECO. Se analizan otras pruebas procedentes de los focos de las explosiones y aparece en casi todas. Se produce una conmoción general. Como dice García Abadillo: “Pero si creían haber oído todo sobre explosivos, atentos a lo que viene a continuación”. Y eso fue que, cuando ese mismo día se retiraron los peritos, hubo un corte de luz y las cámaras dejaron de grabar. Al día siguiente se repiten las comprobaciones en muestras de explosivos enteros (no explosionados, como los de la furgoneta Kangoo, la mochila de Vallecas o el piso de Leganés) y ahora aparece en todas ellas.
Imperturbables, los peritos oficialistas achacan la presencia del DNT a la contaminación de las muestras por Goma 2 EC, un explosivo que hacía años se había dejado de fabricar. No se da explicación a cómo el DNT no fue detectado en las muestras inicialmente analizadas M-2 y M-3,  es decir, el cartucho de la furgoneta Kangoo y la muestra patrón aportada por los TEDAX el mismo 11 de marzo.
Mal que bien la pericia proseguía. Hasta que una tarde, la del 20 de marzo, terminada la tarea propuesta antes lo previsto y como forma de aliviar el aburrimiento, el perito no oficial Carlos Romero Batallán, del que era pareja el de la Guardia Civil, Carlos Atoche, propone analizar la muestra M-1, un polvo de extintor que había absorbido parte de la explosión en un vagón de la estación de El Pozo y que la encargada del laboratorio de los TEDAX había enviado al de la Policía Científica, ya que no podía con sus medios o no sabía cómo tratar una muestra pulverulenta. Las anteriores, no pulverulen tas, habían sido lavadas y el líquido del lavado, tirado. Se hace el análisis y aparece ¡nitroglicerina!, el componte al que había aludido descuidadamente el jefe de los TEDAX, Sánchez Manzano, un componente que señalaba al Titadyn y era incompatible con la Goma 2 ECO. El jefe de la pericia ordena la realización de nuevos análisis y entonces la nitroglicerina “aparece en todas las muestras de explosivos enteras incluso donde antes no existía. E incluso en todas las procedentes de los focos. Para que luego digan que no existen los milagros”. Así lo relata García Abadillo. Ahora va a ser la “contaminación ambiental” la que se aduce y atribuida a un indebido almacenaje en las estancias policiales, algo que rebate en el juicio la responsable del laboratorio de los TEDAX.
El estudio de los análisis realizados en la pericia se reproduce en más de 280 páginas de un libro de 440. No se reproduce íntegramente el informe emitido por los peritos, sino únicamente las partes fundamentales. Pese a esa abreviación, es científicamente denso y agotador: cada una de las muestras analizadas es objeto de un análisis concreto. Muestras que fueron realmente escasas (23 únicamente procedentes de los 12 focos en que explosionaron los artefactos), sin que pudieran obtenerse pruebas adicionales pese a insistirse en ello por parte de los peritos.
Penosamente, se lograron unas conclusiones mínimas, a las que se incorporaron los criterios personales de los cuatro peritos no oficialistas y el del conjunto de los oficialistas. En la vista oral, la actuación de juzgador y peritos pareció una jaula de grillos. La sentencia tiene que recurrir en último término a declarar probado la que la Goma 2 Eco fue el explosivo utilizado “toda o en gran parte” de las explosiones, con lo que se excluye que se utilizara unicamente en una “pequeña parte” de las mismas y sin justificar dicha apreciación.
El libro concluye con explicaciones adicionales de Antonio Iglesias, que, desde su condición de experto, critica y deshace las teorías de contaminación utilizadas en sus distintas versiones. Da respuesta a las tres preguntas que planteaba el tribunal. Por cierto, agrega una observación inquietante: la estructura granular de la muestra de la furgoneta y de la aportada como muestra patrón por TEDAX es sorprendentemente similar, lo que suscita la duda de su unidad de procedencia. Lamenta a continuación que el encargo conferido no permita llevar más allá los análisis.

Estamos a la vista de dicho, ante un libro que, al mismo tiempo, es de consulta (en un plano cientifico) y de informacion (en un plano periodístico). Logicamente, para el que se aproxima al curioso desarrollo de la pericia, la primera tiene el interés relativo de permitir la realidad de lo denunciado en la segunda y ver, como en un zoom, los resultados de cada una de las muestras.
Resumiendo: un libro indispensable para el quienes quieran aproximarse al enigma trágico del 11-M, y absolutamente innecesario para quienes no tengan ese interés. Aunque pese a todo, los primeros seguirán “teniéndolo crudo” como ya les advirtió nuestro rey emérito.



“Titadyn” (440 pàgs,) en un libro escrito por el periodsta Casimiro García Abadillo y el químico Antonio Iglesias. Fue publicada por la editorial La Esfera de los Libros en 2009.

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