He defendido
muchas veces la libertad y alabado a los autores que la defienden, sin
despreciar al mismo tiempo las conclusiones de los que no mantienen esa postura
sino la contraria. Y de pronto se topa uno con Conthe quien te advierte que eres
libre, pero que tu libertad está condicionada por extraños mecanismos
psicológicos que, si no son comunes a la totalidad de los humanos, penden como
una amenaza siempre actualizada sobre la mayoría de ellos, hasta el punto de
considerar esas limitaciones como consustanciales a la naturaleza humana,
aunque presenten excepciones, a veces importantes.
Manuel Conthe
ha desarrollado su actividad laboral en el mundo de la economía, tanto en la Administración
española, como el Fondo Monetario Internacional, trabajando en este último caso
en Washington. Esto último le permitió un conocimiento de la realidad
estadounidense que se aprecia en el libro, en el que abundan las citas tanto de
autores de habla inglesa como española, clásicos aparte. Ese mismo escenario de
su vida laboral se traduce en la referencia a la política, como adición a la estrictamente
económica.
Vaya por delante
que estamos ante un libro que reúne la doble cualidad de ser entretenido y
alejarse de pedanterías innecesarias. Pero ¿estamos ante un libro? Conthe, lo
inicia recordando la distinción unamuniana entre el autor ovíparo (lento) y
vivíparo (rápido), que le resulta insuficiente al faltar al referencia a la obligación,
lo que le permite saltar ya a distinguir entre escritores “neoclásicos” (“la
oferta la crea su propia demanda”) y “keynesianos”; estos últimos son
“jornaleros de la pluma que estirarán su producción justo hasta donde lo
reclame la demanda y sólo sentirá “dolores de parto” cuando se acerque,
inexorable, la fecha de entrega pactada”. ¿Qué mueve al “keynesiano perezoso”?
Puede ser la necesidad económica o un compromiso asumido.
Esto es lo que sucedió
con este libro que como indica Conthe está “nutrido
de forma determinante de las Crónicas que escribí durante el periodo 1999-2003,
desde Estados Unidos, para el diario económico “Expansión”. Lo que hizo en
2007, fecha en que dimitió, por disidencias de opiniones, del cargo de presidente
de la Comisión Nacional del Mercado de Valores al que había accedido en 2004. Agrega que el libro es producto de un compromiso
asumido en tal sentido. El cumplimiento de lo prometido es lo que mueve al
keynesiano perezoso. Claro que la pereza pesa; quizá gracias a ella disponemos
de unos comentarios muy naturales y desprovistos de rebuscadas reelaboraciones.
Queda así de manifiesto
la naturaleza del libro: es una recopilación de las crónicas publicadas en “Expansión”
y escritas desde Washington. Lo que hace Conthe al crear el libro es agrupar en
capítulos los textos de las crónicas que cree relacionadas con las ideas que va
a dar título a los distintos capítulos “que
giran en torno a la misma idea central”. Ésta no se define especialmente,
pero se relacionan las 26 ideas particulares en torno a las cuales se
escribieron los artículos.
El libro de
complementa con un brevísimo epílogo en el que Conthe se disculpa de la “reiteración de muchos temas y el silencio
total sobre otros muchos, de tanta o mayor importancia que los primeros”. Y
lo disculpa recordando al rabino judío que, preguntado por qué siempre tenía la
parábola adecuada para apoyar sus enseñanzas, contestó: “No busco una parábola que encaje en el tema. Solo hablo de asuntos para
los que tengo una parábola”.
El título del
libro está explicado poco más adelante. Un estudio realizado en las Olimpiadas
de 1992, las de Barcelona, llevado a cabo por Victoria Medvec constató que “los atletas que ganan las medallas bronce se
sienten más felices que quienes consiguen las de plata, pues se comparan con
quienes no han subido al podio, no con los que han ganado el oro”.
¿De qué es de lo
que, en definitiva, nos avisa Conthe? Puedo equivocarme, pero todo parece decir
que todo tiende a equivocarnos. Algo que piadosamente califica de “espejismos y sorpresas”. Nos engañan nuestros
sesgos, nos engaña nuestra memoria, nos engaña nuestro entorno, nuestros prójimos,
nuestros políticos, la gente, nosotros mismos. Unos engaños son deliberados;
otros, son inconscientes; otros inocentes; otros responden a programaciones
cuidadosamente planeadas. Lo peor es que habitualmente, frente a cada uno de
esos ataques, solemos estar absolutamente inconscientes de su existencia. El
libro se encarga de demostrárnoslo.
El gran
problema ―que
no se denuncia directamente, pero cuya denuncia pende constantemente en el aire―
es que ese engaño suele ser espontáneo, persistente y responde a nuestra naturaleza,
mucho menos perfecta de lo que quisiéramos. Conthe simplemente deja constancia
de ello; ni ofrece soluciones ni lógicamente puede ofrecerlas. Trata solamente
de mostrarnos ese museo de abominables errores que nos impiden creernos seguros
sobre algo, una vez revelada su existencia.
El libro nos
entretiene y divierte incluso, mientras reconocemos todas sus advertencias e indicaciones
como ciertas. Y ¿después qué?
Peor son las
advertencias que se hacen sobre la forma en que, por ejemplo, se manipulan
pruebas, valoraciones, mediciones o, lo que es peor y ya en el plano político,
las elecciones. Eso nos los dice Conthe y desde EE. UU., donde quizá exista una
de las elecciones más puras y depuradas. Los distritos se reparten y
distribuyen previamente al momento en que los ciudadanos votan. Cuando lo hacen,
lo llevan a cabo sobre unos mapas electorales cuidadosamente convenidos, manipulados
o impuestos.
El libro recoge
unos 90 artículos publicados en Expansión. Demasiados para comentarlos. Uno se
encontraba, por ejemplo, con el famoso dilema Abilene. Pero junto a él hay otros
conocidos, pero con nombre desconocido. Y, sobre todo, otros nuevos. Un auténtico
museo de los lastres con que se enfrenta nuestro espíritu que aspira a ser libre.
Imposibilitados de liberarnos de todos, ¿cuáles debemos aceptar para
simplemente reconocer su existencia?
El libro se
abre con la referencia a la “teoría de la perspectiva” de Kahneman y Tversky y
su revelación de que somos más sensibles a las pérdidas que a las ganancias,
aunque atraídos por las ganancias ciertas y rechazando las pérdidas seguras. Pero
partiendo de esa idea y sin abandonar el capítulo que titula “La magia de la
perspectiva” pasa a abordar otra serie de cuestiones: la mejor tolerancia de la
inflación frente a la devaluación, el menor trabajo de los taxistas en los días
de mayor demanda, el mayor disfrute de los pequeños lujos cuando sean pequeñas nuestras
aspiraciones, la mejor aceptación de las retenciones impositivas, la misma
paradoja del bronce, determinadas reacciones inexplicables en la bolsa, la
trampa de los señuelos en la política que se traduce en el ”efecto de la superioridad
asimétrica” fuera de ella (“al elegir no revelamos unas preferencia estables
preexistentes, sino que construimos esas preferencias sobre la marcha en función
del contexto de la elección”); el “efecto certeza”; la paradoja de Allais”; la
“Support Theory” y su manifestación en el “efecto desglose o desagregación; la
querencia por la omisión; la psicología de las opciones. Incluye la misma ley
del bronce que da título al libro.
Si se ha
recorrido el compacto contenido de este primer capítulo ha sido para poner en
evidencia la imposibilidad de repasar todos los numerosísimos engaños,
sorpresas y espejismos a los que estamos sometidos y que se repasan a lo largo
del libro (además sin propósito exhaustivo, como confiesa el autor). Resultamos victimas de nosotros mismos (nuestras
tendencias naturales y nuestra memoria), de nuestro entorno (las influencias
familiares, sociales, gregarias), de nuestros conocimientos (la ignorancia, la manipulación
mediática, las ocultaciones), de nuestras pasiones.
Los dilemas
ocupan buena parte del libro. Muchos de ellos conducen a clasificarnos en dos categorías
opuestas. Así, el dilema de Robin nos hace identificarnos con el erizo (fanático,
capaz de hazañas) o el zorro (escéptico, flexible). O el de Eutrifòn, que nos
obliga a decidir si los dioses aman lo virtuoso porque lo es o si algo es virtuoso
porque lo aman los dioses. Para colmo, nuestros defectos y vicios proporcionan
siempre una especie de telón de fondo: la envidia, el temor, la adulación, la
soberbia. La misma lógica nos tienta con sus paradojas y trampantojos.
Puede parecer
improbable que un libro que aborde esos temas pueda ser entretenido y absorbente.
Pero lo es. Quizá se deba a su origen articulado posteriormente estructurado. O
a que no pende ofrecer soluciones ni mantener tesis de ningún tipo, mas alla de
constatar una serie de fuentes de equivocacion que nos acechan. A mí, me ha entretenido.
Y agradezco las dudas que me ha transmitido.
“La paradoja del bronce. Espejismos
y sorpresas en el mundo de la economía y la política” (324 págs.), libro del
que es autor Manuel Conthe fue publicado por Editorial Crítica en 2007, año en
el que realizó una doble edición.
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