Hablar de
convivencia suena a raro en la España actual. Cada vez somos más los que la
creemos imposible, un sueño que acabará en no se sabe qué. Pero parece que
algunos creen en él.
¿Seguro que
conocemos a García Margallo, más allá de saber que fue ministro de Asuntos
Exteriores y de Cooperación de 2011 a 2016 en un gobierno del PP? Nació en
Madrid, estudió derecho y economía en Deusto (Bilbao, claro) y ganó las
oposiciones a inspector técnico fiscal del Estado; más tarde obtuvo el grado de
Master of Law de Harvard. Debía tener
una marcada vocación política porque pronto inició la carrera a nivel nacional
para saltar en 1994 al plano europeo, en el que se mantuvo ocupando cargos de
responsabilidad hasta su nombramiento como ministro. Pero nunca fue diplomático.
Probablemente el serlo es contradictorio con ser un buen ministro de Asuntos Exteriores.
La diplomacia no es sólo una carrera, sino una práctica y ésta no la otorga la
Escuela Diplomática precisamente. Sin embargo, en su introducción al libro,
García Margallo invoca sus cinco años al frente de exteriores para pedir ser
considerado integrado y perteneciente a ese cuerpo. Para terminar: es autor de
muchas obras. Quizá ésta sea la más importante, aunque no la última. En
cualquier caso, la más comprometida. García Margallo es de los que no callan.
Una suerte tener una voz potente que añade contundencia a lo que afirma.
Hay un acierto inicial
en el libro. O dos. Uno, el primero y menor es el prólogo confiado al también
ex ministro Piqué; menos entregado es el epílogo de Rubalcaba, que sin embargo
comienza destacando el segundo. Que no es sino la introducción, ya de García
Margallo, donde se invoca aquella canción “Mi
querida España. Esta España nuestra”. Una canción de Cecilia, hija de
diplomático, como Margallo recalca. Los que, con unos cuarenta años, la oía en
medio de las contracciones precedentes al parto de la constitución, aunque entonces
no la percibíamos con la intensidad con que lo ahora lo hacemos. Ahora
recordamos aún sus siguientes estrofas: “Mi
querida España, esta España viva, esta España muerta. De tu santa siesta ahora
te despiertan versos de poetas ¿Dónde están tus ojos? ¿Dónde están tus manos?
¿Dónde tu cabeza?”
El libro
abodará una serie de cuestiones, yendo como, en un cabolla, de fuera adentro. Llegamos a la capa de la cebolla que
es la Unión Europea. García Margallo se mueve con la soltura que le dan tantos
años de parlamentario en Bruselas. Reparo al leerle que lo que uno sabe de la
UE es muy poco, y que ese poco tiene más de emocional que de otra cosa. El
título del capítulo es “En busca del
himno perdido”. Porque se enfatiza la desorientación que creó la pérdida de
la idea federal con que inició su andadura Europa. Sinceramente, con tantos
tratados por medio hemos perdido también nosotrosconciencia de esa desorientación
que quizà tuvo su momento álgido en Mastrich. Pero Margallo que la ha vivido,
nos la recuerda y señala sus etapas. Y su reflejo en la vida española.
Como si se
tratara de un video del clásico “potencias de 10”, la visión de la UE cede el
paso y se centra ya en algo más reducido: la propia España. A partir de este
momento, el problema catalán pasa a primer plano. Y García Margallo comienza
metiéndose en el charco de la lengua. Era casi inevitable. Al final,
diagnosticado el problema, indica que hay tres opciones: no hacer nada;
reconocer la exclusividad de regulación de las CC.AA., o tratar de lograr una
ley de lenguas oficiales del Estado. Quizá peca de esa peligrosa forma de
buenismo que es el creer en la buena voluntad de todos. Se olvida que el mal
proviene, no de las personas, sino de los políticos. Cuando uno ha ido a
Barcelona o a sus zonas costeras, nunca ha tenido problemas con el catalán,
como no lo ha tenido en las ciudades de Euskadi. Son los políticos, las
autoridades, los funcionarios los que crean los problemas, los que infectan a
las personas. Pero Margallo dice “hay
quien dirá que una ley de lenguas oficiales sería casi misión imposible, pero
no lo es”. Tras pedirnos que nos pongamos a la obra, reproduce una frase de
Guillén : “Paz, queramos paz”. ¿Pero
alguien duda de que la queremos? A uno le entran las ganas de repetir el viejo
“si vis pacem, para bellum”. No
porque la vayas a armar, sino porque te la van a armar. La realidad es que ya
la han armado. Es muy triste; así es de triste la tozuda realidad.
De charco a
charco, como sucede con los puentes de La Oca, García Margallo se mete en el
complejo mundo de la financiación. Nos describe muy bien el sistema existente,
hecho de impuestos propios (tan numerosos como poco productivos), de impuestos
cedidos (los verdaderos impuestos autonómicos) y de impuestos compartidos (los
más “rentables”, en los que el Estado recaudador aparece como el malo de la
pelicula y la comunidad que los aplica, como la chica rubia o el bueno). Y alude
a continuación a los “pecados” del sistema actual. Lo deja, con toda razón,
como un trapo, con argumentos que cualquier lector compartiría.
Una vez
repuesto, sienta las bases que ofrece para un nuevo sistema de financiación.
Hay aspectos que sobrecogen; otros que hielan. Todo parece flotar sobre la idea
de que no importa el contribuyente, sino la supervivencia lujosa de las comunidades
autónomas. Todo está montado sobre la idea absurda de falsa federalidad que
implantó la constitución (que yo voté, claro). Pero la idea de la eficiencia no
aparece.
Siguen los charcos:
el de ahora centrado en el independentismo catalán. ¿O secesionismo? Porque
nadie se ha metido a aclarar a la gente el alcance de estos términos. Sinceramente,
es un tema auténticamente manoseado y manido. Hay que agradecer a García Margallo
que refleje en su libro ordenadamente la evolución histórica de este
“problema”; recordarla otra vez nunca está de más. Pero uno siempre se acuerda
de la ocasión en que unos defensores de la independencia de los territorios vasco-franceses
fueron a exponer sus pretensiones a Raymond Poincaré. El presidente francés los
escuchó y, cuando terminaron, se levantó, abrió la puerta y exclamó: “pas d’histoires, monsieurs”. Que
recordemos, no hay problemas ahora en los Bajos Pirineos.
La cuestión
catalana sigue absorbiendo la atención de García Margallo. Y lo hace positivamente
aportando una serie de consideraciones sobre la viabilidad y posibilidad de una
secesión catalana. Repasa los grandes problemas que supondría, y que él conoce
perfectamente, de acomodo dentro de la Unión Europea y, más generalmente, de la
comunidad interncional.
Aunque no nos
lo diga, sabemos que al final todo termina en el grito “Espanya ens roba”. Nos dice el libro que “la balanza fiscal es simplemente la diferencia entre los ingresos
aportados por una comunidad autónoma …
y los gastos e inversiones realizados en ellos por parte del Estado”. El
propio autor señala lo problemático que es establecer esa balanza. Por cierto:
desconfiemos siempre cuando aparece la palabra balanza, sobre todo cuanto cada
uno tiene la suya y habla de ella. García Margallo expone cuidadosamente todo
lo que se refiere a esas balanzas fiscales, empezando por las distintas
fórmulas de cálculo: la asentada en el flujo monetario y la que lo hace en la
idea de carga-beneficio. Pues bueno: nunca está de mas sabr cosas.
El capítulo 16
abre una cuestión candente: la reforma de la constitución. Se da por necesaria,
pero limitada y prudente. Hace unos días los “padres de la constitución” que aún
viven nos indicaban que no era el momento. “Hoy no toca”, que diría Pujol. Por descontado
una constitución no es una lex perpetua,
pero cuando se abre el melón hay que saber para qué se abre y por donde se le
abre. Margallo con su afición a la triple vía, abre la referencia a los
defectos de diseño, los de funcionamiento y los sobrevenidos. Y con su seny
(aunque no sea catalán) reitera: “Lo
repito una vez más: abrir el melón de la reforma constitucional reclama una
cierta labor pactista previa del más amplio espectro político (y social) posible”.
Margallo olvida un invento de hace bastantes años: las líneas rojas. Bueno, no
lo olvida, pero sigue creyendo en los milagros: “Para eso están los líderes políticos cuando toca escribir Política con
mayúscula”.
A partir de
ahí, García Margallo se lanza a diseñar lo que sería un cambio de la
constitución. Al hilo de ello, deja caer sus ideas. Personalmente creo que la posibilidad
de una modificación de la constitución es muy lejana. Y lo es porque
aterroriza. A los españoles se les ofrecerá, en el mejor de los casos, un
refrito consensuado, ajeno a sus aspiraciones. Si ahora no hay buena voluntad,
¿la abría por cambiar la constitución?
José Manuel
García Carballo es víctima de pasiones contrapuestas: salvar la unidad de
España y lograr un equilibrio político. Uno coincide fundamentalmente con todas
sus opiniones, pero encuentra en ellas un atisbo de buenísmo, de fe sin raíces,
de esperanza sin sentido. Uno de acuerda de Pinto y de Valdemoro. Pero hay que
alabar en todo momento que no parece enredarse en proclamaciones etéreas, sino
que, artículo a artículo, expone como se plasmaría lo que él piensa en una
hipotética constitución. Una que, tristemente, nunca será.
Léanlo: vale la
pena. Una ducha de optimismo no viene nunca mal. Lo de menos son mis opiniones.
Son de usar y tirar. Como todo o, perdón, casi todo.
“Por una convivencia democrática.
Una propuesta de reforma para adaptar la constitución al siglo XXI” ()432 págs.)
es un libro escrito por José Manuel García Margallo., con la colaboración de
Fernando Eguidazu y fue editada por Planeta en 2017, Tiene una presentación que
lleva a cabo el exministro Josep Pique, y un epílogo que firma Alfredo Pérez
Rubalcaba.
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