¿Importa
comenzar a leer un libro por sus páginas finales o se debe en todo caso leerlo
en la forma ordenada, como ha pensado el autor que íbamos a hacer? Me hago esta
pregunta tras haberme deslumbrado por la forma en que Michio Kaku expone en el
apéndice su visión del famoso gato de Schrödinger. Luego leí lo demás…
Michio Kaku, con
unos 15 libros ya a sus espaldas parece otro envío estadounidense del clásico
libro escrito por el clásico autor que persigue el éxito clásico apoyado en los
clásicos gustos sociales y los clásicos editores. No deja de ser un tipo
curioso. Hijo de japoneses tuvo la suerte de nacer en 1947 cuando la guerra ya
había concluido. Fue adoctrinado en el budismo por su familia, mientras que en
la escuela recibía una formación cristiana, lo que ha hecho que termine
confesándose deísta, esa corriente que cree en la existencia de un Dios que no
interviene en el mundo y cuyos creyentes, personalmente, no practican ningún
culto.
Aunque ese
libro parezca en momentos un tanto friqui, el hecho cierto es que Kaku es un
físico de cierto renombre y que sus conocimientos, lejos de ser escasos,
parecen estar reconocidos por los medios intelectuales universitarios.
¿Cuál es la
tesis de Kaku? Más que tesis debemos hablar de una idea, una creencia firme en
el inmenso campo que la humanidad va a recorrer haciendo posible que, unida a
la tecnología que se avecina, el cerebro humano alcance metas ahora
inimaginables. El libro se inicia con una afirmación: “Los dos mayores
misterios de la naturaleza son la mente y el universo”. Dos cosas a las que
considera “las fronteras más misteriosas y fascinantes de la ciencia”.
Mientras que para comprobar lo primero nos basta mirar el cielo estrellado, “para
ser testigos del misterio de nuestra mente, no tenemos más que mirarnos al
espejo y preguntarnos qué se oculta tras nuestros ojos, lo que nos lleva a
plantearnos obsesivamente preguntas como: ¿tenemos alma?; ¿qué es de nosotros
tras la muerte?; ¿quién soy «yo»? Y, lo que es más importante, nos conduce
hasta la cuestión definitiva: ¿cuál es nuestro lugar en el gran proyecto
cósmico?”
Para responder
a esas preguntas basta para Kaku tener una mente abierta, decidida y curiosa,
lo que debe llevarnos al estudio de la física; él mismo llegó a ser profesor de
Física Teórica. Pero no olvidó su interés por la mente. Compara la revolución
que supuso el invento del telescopio en el siglo XVI con “la aparición, a
mediados de la década de 1990 y en la primera década del siglo XXI, de las
máquinas de imagen por resonancia magnética (MRI, por sus siglas en inglés:
Magnetic Resonance Imaging) y una variedad de sofisticados escáneres cerebrales
ha transformado la neurociencia”. Se abre así la posibilidad de analizar el
comportamiento de un cerebro vivo.
En todo caso,
su idea se refleja así: “El progreso en neurociencia ha sido astronómico, y
en muchos sentidos la clave ha estado en la física moderna, que emplea toda la
potencia de las fuerzas electromagnéticas y nucleares para adentrarse en los
grandes secretos ocultos en el interior de nuestra mente. Me gustaría hacer
hincapié en que no soy neurocientífico. Soy un físico teórico interesado desde
siempre por la mente”.
Entrando ya en
materia, Kaku nos pasea por los avances logrados en los trabajos de Broca,
Wernicke y Penfield, y por la cartografía actual del cerebro y su evolución.
Nos presenta encones la revolución que supuso la resonancia magnética y sus
variantes como la DTI. La electroencefalografía (EEG), la tomografía por
emisión de positrones (PET), el escáner electromagnético transcraneal (TES), el
MEG, el NIRS… Se explican las virtudes,
problemas y posibilidades de cada una, lo que es de agradecer. Su fundamento es
único: “Todas estas nuevas herramientas se basan en la propiedad física
según la cual un campo eléctrico que varía rápidamente crea un campo magnético,
y viceversa”.
Pero no olvida
un concepto tan discutido como es la conciencia. Que define como “el proceso
de crear un modelo del mundo a partir de múltiples bucles de retroalimentación
basados en distintos parámetros para lograr un objetivo”. Con ello entra en
los distintos niveles de conciencia: más allá del nivel O con escasos bucles de
retroalimentación, sitúa el nivel I reservado a quienes ya tiene movilidad
(p.e. reptiles), el nivel II en el que existe ya una relación con otros
organismos y el nivel III que reserva los humanos y que se caracteriza por
comprender el sentido del mañana, es decir, de imaginar el futuro. La
estructura cerebral es nula en las plantas, se rige en el nivel I por el tronco
encefálico, por el sistema límbico en el nivel II y por la corteza cerebral en
el nivel III, que gobierna ya el inmenso número de bucles de retroalimentación
que le llegan.
Resulta
realmente imposible expresar la turbulencia de ideas de Michio Kaku nos lanza.
Bastará por eso referirse a los muy distintos temas en los que cree que se
producirá una auténtica revolución como consecuencia del avance tecnológico
actual y futuro. Así por ejemplo contempla con naturalidad el desarrollo de una
telepatía y una telequinesia muy distintas de las que reconocemos actualmente,
sus limitaciones y sus peligros. Alejará el envejecimiento con la utilización
de nano robots, pero despreciará los temores a que los robots o la inteligencia
artificial posterguen al hombre. No deja de ser curioso que, tras comentar la
dificultad de los ordenadores para crear conceptos como el de “silla”, constate
que los grandes esfuerzos realizados en estos terrenos apenas han llegado a ser
comparables a los del cerebro de un gusano o un insecto lento. Hay un espacio dedicado
a la “ingeniería inversa del cerebro” ¿Qué significa esto? Pues simplemente los
esfuerzos norteamericanos y europeos por reconstruir un cerebro, no un
ordenador imitando al cerebro, sino desmontando un cerebro para volverlo a
montar neurona a neurona.
Los temas abordados
son inimaginables: ¿es posible imaginar mentes sin cuerpos que puedan vagar por
el universo sin tener sensaciones? Como es lógico, desde este tema, Kaku repasa
cuestiones como las experiencias cercanas a la muerte (la famosa vida después
de la muerte), el abandono de la conciencia del cuerpo, la inmortalidad, las
experiencias extracorpóreas. Todo lo resuelve con el “principio de
cavernícola”: “puestos a elegir entre la alta tecnología y el contacto humano,
siempre elegimos el segundo”. Uno cree que “siempre” y “todos”. Y agradece ser cavernícola.
El libro no
oculta los peligros que ese mundo en el que cree firmemente Kaku lleva consigo.
El atentado contra la intimidad, por ejemplo. Ni las dificultades en llegar a
él: no es tan fácil robar el pensamiento ajeno, salvando distancias. Todo está
rodeado de la inmensa fe del autor en sus ideas.
Y llegamos al
apéndice, dedicado a preguntarse ¿Conciencia cuántica? El gato de Schrödinger
se nos aparece. Un gato aparentemente caprichoso, que viene del principio de
indeterminación de Heisenberg formulado en 1927: recordemos el principio
resumido por Kaku: “no se puede conocer con certeza al mismo tiempo la posición
y el momento de un electrón”: o, en otras palabras: “el electrón es una partícula
puntual, pero la probabilidad de encontrarlo viene dada por una onda”. Los
físicos se dividieron entre los que apoyaban, como Bohr y Heisenberg y la
mayoría, y los que oponían como Einstein, el propio Schrödinger y De Broglie. Y
Schrödinger, arrepentido, creó el gato.
Uno resume: el
electrón es un gato. Y se no se mete en las disquisiciones que en torno a la
“realidad objetiva” se generaron y que Kaku refleja en su libro. Como nos
refleja también cómo recuperó fuerzas el solipsismo (reflejado por Einstein al
preguntar: ¿Existe la Luna porque un ratón la mira? Y cuando llegamos a ese
punto, Kaku nos sorprende: “existen dos interpretaciones alternativas de la
paradoja del gato, que nos transportan a los dominios más extraños de la ciencia:
el reino de Dios y el de los universos múltiples”. Tras ello salta a las
ideas del Nobel Eugen Wigner: “no podemos separar al observador de lo observado,
por lo que quizá esta persona esté también a la vez viva y muerta”. Hay que
recurrir a un segundo observador (“el amigo de Wigner”) que contemple con una
misma función de onda al primero y al dato. “Dios o alguna conciencia terna
nos observa a todos, haciendo que colapsen nuestras funciones de onda, y podamos
así decir que estamos vivos”.
La otra
alternativa es la de los mundos múltiples propuesta por Hugh Everett en 1957. “El
universo se está dividiendo constantemente, en un multiverso de universos. En uno
de ellos, el gato está muerto; en otro, vivo”. Es la teoría que Kaku tacha
de más perturbadora, pero que ofrece la solución más simple. Si a Kaku le
perturba ¿qué nos hará a nosotros? El libro se entretiene en plantear y
explicar la teoría con cuestiones difíciles de entender; en definitiva, juega
con el lector sin faltar al rigor conceptual. Y en ese juego termina abordando
el siempre discutido libre albedrío. Kaku cree que existe, pero como manifestación
de la mecánica cuántica, no al modo determinista.
Retomo lo que
al principio de este comentario decía: “Luego leí lo demás…”. La
realidad es que luego leí más y mi valoración del libro creció. El repaso a
todo lo que tomamos como realidad habitual, aporta nuevas ideas que en
ocasiones nos parecen puras elucubraciones mentales y en otras, jugueteos con
el lector. Pero, sobre todo, aporta información: información, en grandes
cantidades y reciente, de la realidad que nos rodea. No podemos ignorarla:
somos capaces de despreciar los diseños de futuro, pero no debemos ignora lo
que ya nos rodea.
Un libro que,
al final, me parece necesario; para dejar libre a la imaginación y para ser
consciente de nuestra situación actual que cabalga sobre un cambio tecnológico
que no sabemos si tiene alma de escorpión. Su lectura aplacará el complejo
cavernícola que tenemos, aunque nunca nos lo quitará.
“El futuro de nuestra mente. El reto
científico para entender, mejorar, y fortalecer nuestra mente” es un libro escrito por Michio
Kaku en 2014 y publicado por la editorial DEBATE. Leído en e-Kindle
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